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En El Armario

En el armario.


Durante unos años fui a un colegio de monjas. Mi ciudad es muy antigua y el colegio era un viejo palacio cuyos piadosos dueños lo habían donado a una congregación religiosa que se dedicaba a la docencia, supongo que para expiar los muchos pecados que la gente de dinero se permitía cometer. Era hermoso y amplio, aunque las clases de secundaria se daban en el ala de servicio donde las aulas eran más oscura y pequeñas, las escaleras interiores, estrechas y empinadas, en definitiva un agujero.

Resultaba espléndido salir al recreo en un jardín lleno de palmeras y setos fragantes, junto a los más amplios jardines del palacio real de mi ciudad. Pero era demoledor volver al aula en un colegio lleno "sólo" de chicas tan competitivas y chismosas. Creo que yo iba languideciendo de tristeza a medida que pasaban los días, me adentraba en el otoño subiendo las escaleras de clase. No es que fuera una niña solitaria, pero a los 12 años casi todas somos feas, y yo más, porque mi madre no me dejaba llevar el pelo largo y por desgracia tenía un ligero bigotillo oscuro sobre unos perfectos labios carnosos de mujer. Así que no era precisamente la niña más popular del colegio, y las chicas más guapas y vistosas de la clase me ignoraban como al patito feo.

Cada clase tenía un pequeño cuarto adjunto, alargado y más oscuro aún, que servía de armario perchero para los abrigos, las maletas o la equipación de gimnasia, allí entrábamos cada mañana y dejábamos todo hasta la salida.

Fue en un armario como ese donde yo tuve mi primera experiencia sexual y quizá la más gratificante de toda mi vida. Los días de ejercicio espiritual, allá en cuaresma, las aulas quedaban vacías, aunque igualmente por las mañanas dejábamos nuestras cosas en el armario. Uno de esos días pedí permiso a Sor Caridad para subir al armario a ponerme una pomada en los ojos. Llegué a la última planta donde estaba mi clase y al fondo del aula estaba el armario. Era y soy muy miedosa, estaba oyendo ruido dentro, de manera que me acerqué muy despacio y miré un poco desde la puerta antes de entrar. Era un espectáculo único. Allí estaba Mabel, una de las favoritas de la clase, y mía también, porque además de guapa era muy divertida y hasta simpática, y eso que su padre era tan rico que a ella le traía un chófer al colegio. Pues tirada sobre un montón de abrigos estaba con la falda del uniforme subida y sin bragas, la camisa abierta, los ojos cerrados y haciendo unos ruidos sordos al respirar. Mi primera reacción fue de susto, y dejé de mirar, ... casi me iba a ir cuando sobre mi voluntad se impuso otra emoción que no lograba dominar. Así que volví a mi posición de espía y sentí que mi corazón estaba latiendo tan fuerte que por un momento temí que los latidos fueran a avisarla de mi presencia.

La miré ahora con mucha más atención y recreándome en los detalles. Mabel era una niña rubia, no muy alta y quizá con más peso del que normalmente teníamos todas a esa edad. Muy guapa de cara con una expresión dulce y pícara al tiempo. Ahora resultaba poco reconocible, porque estaba roja, y sudorosa como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme, pero resultaba mucho más perturbadora para mí. La camisa desabotonada y la camiseta interior descolocada dejaba ver su pecho, con unas tetitas apenas desarrolladas, si existían era porque estaba un poco gordita, aunque sí que tenía ya los pezones formados como dos pequeñas montañitas rosas, y de vez en cuando se tocaba con la palma de la mano abierta...Cuando hizo esto yo sentí que algo se abría en mi sexo, que algo se movía por allí. Pero no fue nada comparado con ver su pubis, con alguna pelusilla y sus dedos moviéndose entre sus piernas. Yo no sabía nada de sexo, ni siquiera sabía qué era lo que ella estaba haciendo, pero me sentí completamente anulada de deseo al contemplarla. Me costaba trabajo respirar y sentía que de abajo arriba algo me partía por dentro como una espada. Casi sin darme cuenta de cintura para abajo empecé a moverme a ritmo...El mismo ritmo que tenía ella. En poco tiempo más Mabel empezó a hacer contorsiones y a apretar sus piernas y estirarlas, dejando aprisionada la mano entre sus muslos, mientras sus ruidos se hacían más intensos y graves, hasta que empezó a moverse convulsivamente como si le hubiera dado un ataque.

Ahí me asusté y entonces entre en el armario.

¿Te ha pasado algo?.- le dije con toda inocencia.

Me miró, un poco extrañada, pero no me dijo nada. Estaba respirando fuerte y no parecía que tuviera nada malo. Siguió una ratito más respirando así, hasta que me sonrió un poco y con una voz pastosa que me llegó hasta dentro de la barriga me dijo:

No, no me pasa nada, sólo que me estaba haciendo un "meneito" y me vino el gusto. No vas a decir nada a nadie ¿verdad?

El tono de su voz era tan agradable para mí en ese momento que me quedé paralizada de emoción. Cualquier cosa que ella me hubiera pedido, antes y después de ese entonces la hubiera hecho sin rechistar, de manera que sólo fui capaz de mover la cabeza afirmando. Y , todavía me conmuevo cuando lo pienso, entonces se agarró a mi cuello y me besó los labios. Yo, que estaba de rodillas a su lado en el suelo, me caí hacia atrás junto a ella con los abrigos. Una oleada de algo que no podía definir me había arrastrado y anulado. No podía casi respirar porque era como si algo enorme se hubiera puesto en mi garganta, y sentía que de repente me había subido la fiebre. Tampoco me podía creer lo que me estaba pasando. Mabel se había abrazado a mí y yo la oía cerca respirar todavía pesadamente.

No sé si podrá describir lo que pasó tal como fue porque una siente cosas que no es posible contarlas. Su cara estaba cerca de la mía y de nuevo me besó. Yo hubiera podido estar así para el resto de mi vida, sus labios contra los míos, su respiración agitada y esos ruiditos que se nos escapaban a las dos de entre los labios al respirar iban aumentando el calor de mi cuerpo y los latidos en todas partes. Yo realmente estaba colgada de sus labios y sentía que todo mi ser se derretía en su boca y que nada fuera de ella y yo había más en el mundo. Y sin embargo aquello no fue más que el comienzo porque en seguida noté sus manos en mi cintura, levantando la blusa del uniforma y separándola de la falda. Yo fui una niña delgada y larguirucha y tardé mucho en desarrollar de manera que pensé que estaría buscando unas tetitas que no iba a encontrar. Separó sus labios de los míos para decirme:

-Vamos a comparar nuestras "margaritas", tengo curiosidad por ver las tuyas.

Yo no estaba para muchos movimientos, de manera que ví como se terminaba de quitar su blusa y levantaba definitivamente la camiseta para ver su torso desnudo, su talle de niña aún y su incipiente pecho, en realidad dos pezones abultaditos que a mi me excitaron muchísimo. Entonces desabrochó la mía y me ayudó a quitar mi camiseta. Yo no podía ofrecer más que dos "margaritas" morenas, oscuras y sin hinchar. Pero a ella parecieron gustarles porque me dijo al oído

-Pareces un chico, me gustas mucho...¿Quieres tocarme las tetitas a mí?

Yo no quería otra cosa así que me puse enfrente de ella y amoldé mi mano sobre su pecho, casi sin rozarla, pero ella aplastó mi manos contra los suyos y se dejó caer para atrás abriendo un poco los labios y dando pequeños gemiditos. Yo entonces pasé las yemas de mis dedos con suavidad por su pechito y los besé con mucho cuidado, besitos cortos y constantes que parecía que a ella le gustaban. Abrió los ojos y me dijo que pusiéramos teta contra teta que eso daba mucho gusto. Lo hicimos y yo aproveché para besarla otra vez, esta vez yo por primera vez era la que le besaba, y sentía su carne caliente adaptarse a la mía. Abrió la boca un poco y mis labios cayeron dentro y vi que jugaba con sus dientes mordiéndomelos, pero sin hacerme daño. Eso encendió algo dentro de mí, yo no era yo, más bien había perdido del todo el control sobre mí porque mi boca empezó a morder la suya y a atrapar su lengua con la mía y a chupar sus labios y tirar de ellos, mientras sentía que nuestros pechos se juntaban y frotaban constantemente. Estuve un rato haciendo eso y notaba que cada vez más al respirar hacíamos ruidos más agudos y que nuestras caras estaban muy rojas. Yo no podía pensar en nada y tampoco tenía respiración para hablar, pero es que mi garganta estaba bloqueada, cosa que me sigue pasando siempre cuando estoy muerta de deseo.

Mabel se incorporó un poco separándose de mi boca y mi pecho. No creo que pudiera hablar tampoco, de todas formas no lo hizo, sólo se desabrochó el botón de la falda y bajó su cremallera para quitársela y dejarla lejos. Yo no sé dónde había dejado antes las bragas, pero el hecho es que se quedó desnuda allí delante de mí. Y yo estaba inmóvil, hipnotizada mirándola. Su sexo estaba gordito, abultadito y separado por una abertura suave y con algunos vellos rizados...me gustaba mirarla, no estaba cortada sino que estaba disfrutando mirándola y sonreí,...ella también, y fue muy dulce el momento en el que yo me quité mi falda y mis braguitas para enseñarle el mío. Entonces éramos muy distintas, porque yo no tenía ni siquiera la pelusa de ella y mi pubis era una triángulo muy agudo, nada del perfecto y abundante valle de ella.

Volvimos a tumbarnos y nos miramos, los ojos brillantes y sonriendo, ya no tenía el nudo de la garganta de antes sino que una especie de ternura inmensa me envolvía mientras me sentía abrazada por su mirada y completamente suya. Ummm dijo ella y nos empezamos a abrazar, a sentir toda la piel. Un beso, otro y muchos más, estábamos entregadas, embriagadas por una sensación completa de fascinación, ternura y deseo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, enlazadas, mirándonos, besándonos, recorriendo los hombros y los pechos con la lengua, alternativamente. Mabel era la que iniciaba los movimientos y yo los repetía, ella con más violencia y ansia, yo con más suavidad y deseo. Recorrió con su mano mi espalda y apretó mis nalgas, abriéndola por detrás, la fue bajando y desde atrás tocó algo de mi sexo que me hizo sentir como un calambrazo, pero de gusto. Entonces me hizo dar la vuelta y volvió a tocarlo con un dedo por delante, se deslizaba hacia arriba y hacia abajo con mucha facilidad porque el sexo estaba mojado desde hacía mucho tiempo, y en cada uno de sus vaivenes yo sentía que algo interno se agrandaba, subía y se dispersaba por todo mi cuerpo. Sin querer fui moviéndome más deprisa y estirando las piernas me di cuenta que había aprisionado su mano entre mis muslos y ahora era yo la que como loca estaba temblando, y frotándome contra su mano y contra ella entera. Y sucedió que de pronto todo aquel trajín paró para estallar por dentro una sensación de placer absoluto, que venía en ondas como una marea, y que cuando se replegaba volvía otra vez, descendiendo en intensidad en cada una de ellas. Hasta que me quedé quieta y jadeando. Mabel me miró:

-¿Te ha gustado?- Yo moví otra vez la cabeza- Entonces ella con esa voz pastosa que no le había oído antes me decía: - Pues ahora házmelo tú a mi, que me muero de ganas de que me toques.

Le cogí la cara y me la acerqué, le miré los ojos y estuve besando su boca, sus labios y su lengua, hasta que sentí que empezaba a gemir. Bajé mi mano y toqué su monte, y separé los labios gorditos de su sexo, y pasé todos mis dedos por su humedad, tocando y descubriendo su intimidad. Tenía en medio de su rajita una "pipita" mucho mayor que la mía y la tomé entre mis dedos y tiré de ella hacia arriba y después toqué con un dedo y en redondo, como ella me había hecho. Su respiración era tan fuerte... y me estaba excitando tanto oirla respirar así porque yo sabía lo que estaba sintiendo ella. Seguí moviendo mi dedo, pero como estaba tan gordito aquello metí un segundo dedo y froté en redondo con los dos. Era muy fácil moverlos porque había mucho líquido y mientras más movía más humedad salía. Yo era feliz haciendolo y viéndola disfrutar, entre mis manos y gracias a mí. Hubiera estado así toda mi vida, pero en pocos segundos más ella también empezó a moverse mucho, mucho, y a estirarse y a gemir y se le escapaban grititos de la boca mientras su cuerpo entero se estremecía y botaba una y otra vez.

Cuando paró de moverse y todavía jadeando la abracé y me abrazó. Nos mirábamos y seguía creciendo todo, seguíamos entre nubes, seguíamos con ganas de besarnos todo el rato. Yo huera estado así mucho más tiempo, todo el tiempo, pensé que hasta que me hiciera vieja y me muriera. Ella me dijo cerquita: " Si no nos damos prisa nos van a pillar". Entonces vi que estábamos en el armario de los abrigos y los "babis", que era cuaresma, y que en el colegio había ejercicios espirituales. De manera que nos vestimos y colocamos juntas todos los abrigos en sus sitio. Cuando bajamos las escaleras subía Sor Caridad. Nos preguntó qué estábamos haciendo allí las dos juntas y como no supimos contestar nos castigó porque decía que seguro estábamos fumando.

Yo no he fumado en mi vida, pero acepté el castigo encantada.

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