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Gonzo (2)

Magda estuvo a punto de “pillarle” hurgando en su móvil. Fue cosa de segundos que, cuando dejaba el teléfono sobre la mesilla después de recorrer inútilmente la lista de contactos, tuviera tiempo de salir rápidamente de su dormitorio cuando sintió abrirse la puerta del aseo.

De manera que esperó a que ella saliera a resolver no sabía muy bien qué papeleo relativo a su solicitud de la ayuda de 400 euros, para entrar de nuevo en su dormitorio.

Se detuvo en el umbral, rascándose la cabeza dubitativo.

«Su escritorio, —pensó—. Seguramente en el cajón…»

Pero no encontró nada, aunque tampoco sabía muy bien qué buscar. Quizá una agenda. Revisó rápidamente la mesilla de noche. Sin resultado. Su vista recorrió la habitación, deteniéndose en las estanterías en las que se mostraban sus libros. Se acercó. Había una especie de cajita metálica, del tamaño aproximado de una tarjeta de visita. Sintiéndose mal por la invasión de su privacidad, la abrió. ¡Premio! Tomó nota rápidamente en una hoja de papel de los nombres, direcciones y números de teléfono, y la cerró, dejándola en la misma posición en que estaba; se disponía a salir, cuando cayó en la cuenta de que en su registro, aunque rápido y somero, no había encontrado rastro alguno de las fotografías.

Aunque su mente consciente le decía que no debía, que aquello no estaba bien, sintió el deseo imperioso de volver a contemplar aquellas imágenes.

De nuevo su mirada fue posándose en cada uno de los muebles de la habitación de su hermana, hasta que se detuvo en las estanterías de los libros. Había un álbum de fotografías que él no recordaba haber visto ninguna de las veces que había quitado el polvo. Le tomó, abriéndole con la garganta seca. Efectivamente. Fue revisando las imágenes, colocadas en orden cronológico, deteniéndose mucho tiempo en cada una de ellas. Y aunque se sentía mal por ello, admirando cada detalle de aquel precioso cuerpo.

Cuando llegó a las imágenes de la segunda sesión, advirtió que estaba experimentando una erección.

Tercera sesión. Su mirada quedó fija en los atisbos del inicio del sexo de su hermana que mostraban las imágenes.

Para cuando llegó a la fotografía del sexo de Magda entreabierto, su mano, inconscientemente, estaba frotando la dureza de su pene a través del pantalón. Su excitación había ido in crescendo y, acalladas hacía rato las voces interiores que le reprochaban lo que estaba haciendo, sus ojos se llenaron de la imagen de los labios menores entreabiertos de Magda, de un color rosado un poco más oscuro que el del interior de su vulva, el capuchón de su clítoris, oculto en la imagen, el pequeño orificio cerrado de su vagina…

Se recriminó a sí mismo por la erección que le había producido la contemplación de las fotografías y, tras dejar el álbum en el mismo lugar del que le había tomado, se sentó en el sofá con el teléfono, y la hoja en que había anotado los datos de las tarjetas.

Reconocía las direcciones a las que había acompañado a su hermana, pero había dos que no le resultaron familiares. Decidió comenzar por ellas.

—Diga, —respondió una voz amanerada a las cuatro señales de llamada.

—Verá, yo… —(no sabía cómo plantearlo) Al fin se decidió—. Creo que ustedes se dedican a hacer fotografías… digamos sugerentes, y me pregunto si estarían interesados… —el corazón le golpeaba en el pecho, y tragó saliva antes de continuar—. …en fotografías masculinas.

—¡Oh, no, hijo, ¡jajajaja! Lo nuestro es el vídeo… (silencio) Pero quizá podríamos… —la voz se había vuelto taimada—. ¿Has actuado alguna vez con otro hombre?

—¿Qué? —sintió un desagradable estremecimiento—. ¿Quiere decir follar?…

La voz le interrumpió.

—¡Pues claro! ¿De dónde sales tú? ¿Eres activo o pasivo?, ya me entiendes, ¡jeje!

—Yo… esto… lo pensaré.

—Claro, hijo. Aquí estaré.

Y colgó.

Javi se quedó pensativo durante unos minutos. «¿Su deseo de impedir que su hermana volviera a mostrarse desnuda ante la cámara, llegaba tan lejos como para permitir que otro hombre le enculara? Sintió nauseas ante la idea. No tenía nada en contra de los homosexuales, hombres o mujeres, pero él no…»

Sacudió la cabeza, y marcó el siguiente número de teléfono.

—Estudio Erotic Dreams —una ronca voz de mujer, le pareció.

—Buenos días. Les llamo porque soy modelo. Poso sin ropa, y me preguntaba si ustedes necesitarían…

La dura voz de la mujer le interrumpió.

—¡Huy, hijo! Últimamente, hay chicos como tú a patadas, la crisis, ya sabes. ¿Qué tienes tú que otros no tengan?

Javi se quedó absolutamente confundido. Pero había llegado muy lejos como para darse por vencido. Trató de que su voz sonara firme y decidida.

—Tengo un buen cuerpo —afirmó.

—¿Culturista? ¿O más bien tipo resultón de piscina?

—Soy un chico normal. Me cuido, pero no tengo “tableta de chocolate” ni unos bíceps espectaculares. ¿Por qué no concertamos una entrevista? Me ve, y decide usted misma.

—No tengo tiempo para perderlo mirando la pollita de todo el que me llama.

Javi se sintió derrotado. La ronca voz de la mujer había hecho una pausa.

—Mira, hagamos una cosa: envíame una foto de cuerpo entero. Ni que decir tiene que en pelotas, y ya veremos. Por cierto, ¿estás depilado?

—¿Quiere usted decir el cuerpo? No, tengo muy poco vello.

—Ya. Un efebo —respondió rápidamente la mujer—. La polla. Me refería a tu polla, ¡joder! Las melenas no se llevan.

—Por supuesto —respondió Javi con tono de suficiencia.

—Me pillas de buenas hoy. Toma nota de mi dirección de correo electrónico (se la dio) Mándame esa foto, junto con tu número de teléfono, y ya te llamaré. Pero no te prometo nada.

—De acuerdo —aceptó Javi con la boca seca.

La línea quedó en silencio.

«Bien, ahora tengo dos problemas —pensó—. Uno, afeitarme los huevos. Dos, hacerme una foto “resultona”. Aunque realmente hay un tercero: decírselo a Magda. Aunque no sé para qué. Total, este virago no me llamará»

 

 

 

Para cuando llegó su hermana, Javi había decidido que, a pesar de todo, probaría suerte. Y tras pensarlo mucho, no se le ocurría mejor manera de solucionar el problema “uno” que preguntarle a ella, que tenía la cuquita depilada. Y para ello, previamente “tres”, explicarle el paso que había dado.

 

 

 

—Hasta el mismísimo… —barbotó Magda indignada, mientras entraba en el salón—. Me joden estos burócratas, con un puesto de trabajo seguro, para los que todo son pegas y…

Se detuvo al ver el gesto de su hermano.

—¿Qué pasa Javi?

—Ven, siéntate —pidió él, palmeando el asiento del sofá a su lado.

—No me asustes —rogó Magda con gesto medroso.

—No pasa nada, cariño. Verás, he pensado que, igual que tú posas desnuda, yo también puedo hacerlo.

El gesto de Magda se transformó en otro de ternura. Tomó la cara de su hermano entre las dos manos.

—¿De veras estás dispuesto a hacer eso por mí?

—Haría por ti cualquier cosa. Todo, antes que permitir que continúes mostrándote sin ropa ante cualquiera.

Magda le besó en la frente.

—Pero si no me importa, tonto. Mira, la primera vez me temblaban las piernas, y me sentía avergonzada. Pero ahora ya no. Me abstraigo. Pienso en otra cosa mientras el fotógrafo dirige su objetivo a mi cuerpo.

—A mí sí me importa que lo hagas —le interrumpió él.

—Ya lo hemos hablado, Javi. Y creí que lo habías aceptado.

—No puedo, Magda. No te imaginas la sensación de impotencia que tengo al pensar en cómo nos mantienes a los dos.

Ella le dirigió una sonrisa.

—Ahora soy yo la que se siente mal, pensando en hasta dónde estás dispuesto a llegar para evitar que pose desnuda. Pero, bien, veo que estás decidido. ¿Cuándo es la sesión?

—No sé —respondió Javi—. De momento tengo que enviar una foto… de cuerpo entero, ya te imaginas cómo. Lo que me lleva al primer problema…

Javi se detuvo. No sabía cómo plantearlo. Mientras, su hermana le miraba expectante.

—He visto en tus fotos que no tienes vello… ahí. ¿Dónde te has depilado?

Magda compuso una sonrisa intencionada.

—No creo que te sirva a ti. Me lo hace mi amiga Carmen cuando comienza a crecerme un poco, y yo la depilo a ella. Aunque, bien pensado —su sonrisa se tornó intencionada—, déjame que se lo pregunte. —Recorrió el cuerpo de su hermano con la vista, y compuso una expresión exageradamente apreciativa—. A lo mejor Carmen sí que quiere.

—¡Joder, no! —saltó Javi con el rostro rojo como la grana.

Ella posó una mano en su muslo.

—Era broma, tonto. No me veo pidiéndole eso a mi amiga, y menos explicándole el porqué. Ahora en serio, te presto nuestros útiles, y lo haces tú mismo. ¿Cuándo vas a hacerlo?

—Cuanto antes —respondió él—. Este… hay otra cosa, Magda. Me da mucho corte pedírtelo, pero es que… ¡Va! que tendrás que hacerme tú la foto…

Su hermana le miró con cara de coña.

—Para mí no será problema, aunque, por la cara que pones, creo que para ti sí, ¡jajajaja!

Magda se levantó y se dirigió a su habitación, de la que regresó portando un neceser.

—Mira, esta es una maquinilla eléctrica especial, con tres cabezales para distintos acabados. Hay también, una cremita para aliviar el pequeño escozor que te quedará después —le mostró el tarrito—. Primero corta el vello más largo todo lo que puedas… —se interrumpió—. Pero no sé por qué te doy todas estas instrucciones. Es lo mismo que cuando te afeitaste la barba que te dio por dejarte. Cuando termines, lávate abundantemente esa parte, y luego te extiendes un poco de crema.

 

 

 

Javi se quitó toda la ropa en su dormitorio, cubriéndose después con uno de los pantalones cortos de pijama que usaba habitualmente.

«Que aunque el desnudo está de moda en esta casa últimamente, no es cosa de exhibirse en pelotas» —pensó con una sonrisa irónica.

Se dirigió al baño, con una sensación de vergüenza. Se quitó el pantalón, y se sentó en el bidet. Pronto, el receptáculo quedó lleno de vellones de pelo rizado. Cuando ya no pudo apurar más el corte con las tijeras, eligió uno de los cabezales.

No resultaba muy diferente que afeitarse las mejillas, como había dicho Magda, aunque la maquinilla le resultaba extraña, esa parte no estaba curtida como el rostro, y era mucho más sensible. Ya a mitad del proceso advirtió que aparecía ligeramente enrojecida. Después, comenzó con las ingles.

«¡Joder! no sé cómo las mujeres hacen esto por gusto. Duele como el demonio» —pensó.

Sus testículos estaban llenos de pelos largos, muy espaciados.

«¿Habrá que afeitarse también esto?» —dudó con la maquinilla cerca del escroto.

Acercó el dispositivo y, con una gran prevención, comenzó a rasurar.

Estaba en ello, cuando los nudillos de Magda repiquetearon en la puerta.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó a través de la madera con voz risueña.

—Como el culo —barbotó él—. No sé cómo vosotras…

—¡Jajajaja! —la risa cantarina de su hermana sonó amortiguada—. Ahora comprenderás los sacrificios que hacemos para que los chicos nos veáis atractivas. Espera, que paso a ayudarte.

—¡No! —gritó él, completamente confundido, tapándose instintivamente los genitales con una mano.

Pero, obviamente, su hermana no entró. Escuchó su risa alejándose.

Javi terminó aquella desagradable tarea como pudo. El espejo del lavabo devolvía su imagen solo hasta la cintura, por lo que hubo de subirse en el taburete.

Lo veía bien, aunque se encontraba extraño sin pelo en el pubis. Era una sensación muy rara. Se pasó la mano: rascaba un poco, como su rostro por las mañanas antes de afeitarse.

Se duchó y, tal y como le había indicado Magda, se extendió crema por las zonas rasuradas.

Se vistió y salió del aseo, pensando en vengarse de su hermana con una broma.

No estaba en la cocina ni en el salón. Se asomó a la puerta del dormitorio de ella. Estaba sentada frente a su portátil, dándole la espalda. Se acercó sigilosamente.

—No te vuelvas, estoy desnudo —le dijo con la voz más seria que pudo fingir.

—No te lo crees ni tú —saltó ella rápida, sin volverse—. ¿Mi caballeroso y protector hermano entrando en pelotas en mi habitación? ¡Anda ya! Además, ¿qué creías? ¿Qué me iba a escandalizar y a taparme los ojos? ¡Jajajaja!

—Bueno, yo no me los tapo cuando me muestras tus fotos… —replicó él algo corrido.

Magda se volvió.

—A ver… Mmmm, claro no se te ve… la parte interesante, ¡jeje! así que no sé cómo te lo has dejado. Pero tengo una mala noticia para ti: acabo de ver un par de pelis porno, y los tíos tienen rasurado todo el cuerpo, sin excepción.

—¿Desde cuando te dedicas a mirar esas guarrerías? —preguntó él con voz caustica.

—Desde que tengo que documentarme para aprender cómo debe ir mi hermano a esa sesión. Mira…

En la pantalla del portátil de Magda se veía la imagen en movimiento de dos hombres y una chica, todos completamente desnudos. Ella estaba en cuclillas, ante uno de los tíos, efectivamente, lampiño, con el pene de él metido en la boca, mientras masturbaba al segundo, en cuyos genitales tampoco había un solo cabello. Como en la parte visible de los dos cuerpos masculinos.

—Pero, si no tenemos acceso a Internet —afirmó él con extrañeza—. ¿Cómo te has bajado ese vídeo?

Magda compuso una sonrisa angelical.

—La conexión wi-fi del vecino no tiene protección…

—¡Vaya!, mi hermana es toda una hacker —replicó él.

—A lo nuestro —dijo Magda poniéndose en pie—. Ven a la luz que te veo mejor. —Y recorrió el cuerpo de Javi con la vista.

—¡Joder, que envidia! —exclamó—. Apenas tienes vello en las piernas, y poco en los brazos. Pero hay que quitarlo todo, ya lo has visto. Espera un momento.

Salió, volviendo con una gran toalla de baño, que extendió en la cama.

—¡Venga! —palmeó la felpa—. Túmbate que vamos a solucionarlo en un pis pas.

Javi, muy cortado, obedeció sin rechistar. Su hermana extrajo la maquinilla del neceser. Eligió uno de los cabezales, y le montó. Se inclinó sobre él, y comenzó a afeitarle los cuatro pelos que tenía en torno a las tetillas. Luego se dedicó al corto y ralo vello que tapizaba el vientre de su hermano, desde debajo del esternón, hasta la cinturilla elástica del pantalón.

Javi dirigió una distraída mirada hacia la mano que manejaba la maquinilla, pero sus ojos toparon con el escote de su hermana que, abierto por la postura, dejaba al aire los dos senos. Una cosa era verlos en fotografía, y otra muy distinta contemplarlos en vivo. Apartó los ojos rápidamente. Ya tenía bastante con la mano que acariciaba su estómago tras el paso de la maquinilla, para comprobar su suavidad. Trató desesperadamente de evadirse, porque sintió que su pene comenzaba a abandonar su flaccidez.

—¡Uffff! —protestó Magda incorporándose—. Me duelen los riñones, estoy en una postura muy forzada.

Se subió en la cama, arrodillándose con una pierna a cada lado de sus pantorrillas.

«¡Noooo! —gimió él interiormente— ¡no te sientes…!

Afortunadamente para su tranquilidad no lo hizo.

—Levanta los brazos —pidió—. Vamos con las axilas, que ahí queda mucho trabajo por hacer.

Y entonces sí que se sentó, y sobre sus muslos. Y no sólo eso, sino que se dobló por la cintura, quedando casi tumbada sobre él. Javi, en un ¡ay!, notaba perfectamente la leve presión del trasero de su hermana en su carne y la suavidad de la cara interna de sus muslos rozándole. El escote había quedado a la altura de su vista, y los pechos perfectos de Magda se bamboleaban con sus movimientos a un palmo de su cara. Trató de concentrarse en los ligeros tirones que experimentaba, antes que en su pene, que actuaba por su cuenta, sin saber nada de parentescos, y volvió la cabeza a un lado, para no seguir contemplando sus firmes senos. Magda se incorporó, pero se mantuvo sentada sobre él.

—¿Te has rasurado el vientre? —preguntó.

—No, obviamente.

—Espera, voy a bajarte un poco el pantalón, para ver cómo está.

La chica tiró ligeramente del elástico. Pero se le fue la mano, y dejó al descubierto todo el pubis, y la base del pene de su hermano, que quedó oprimido bajo su mano derecha. Enrojeció hasta la raíz del cabello, y la retiró de la dureza que había percibido durante unos instantes, como si “aquello” quemara.

Javi al parecer no se había dado cuenta, o fingía no haberlo advertido.

Magda dudó qué hacer a continuación. En los breves instantes en que había entrevisto la unión del miembro con el pubis, le había parecido que quedaba un poco de vello. Pero en su fuero íntimo, reconoció que, aparte de su interés por repasar el rasurado, había otro: con un estremecimiento reconoció que quería, deseaba ardientemente contemplar en su totalidad lo que apenas había vislumbrado un momento antes.

«¡Qué narices! Al fin y al cabo él ha visto la totalidad de mi cuerpo en las fotografías. Y mi cuquita en primer plano. Además, cuando le tome la fotografía estará forzosamente en pelotas» —se dijo a sí misma.

Sin detenerse a pensarlo, no fuera a arrepentirse, se acuclilló para dejar libres las piernas de él, sujetó el elástico del pantalón corto con las dos manos, y tiró decididamente de él hacia abajo, dejándole en sus rodillas.

—¿Qué coño haces? —preguntó él cubriendo su pene con una mano.

—Te has dejado pelo en la parte baja del vientre y… déjame verte. También en las ingles. Y puede que en más sitios, pero si sigues tapándote, no podré asegurarme.

—Magda, esto es… ¡joder! —acertó a decir Javi.

—¿Indecente? ¿Inapropiado? —preguntó ella con voz caustica—. Déjate de monsergas. Al fin y al cabo, tú me has visto desnuda hasta hartarte.

—No es lo mismo —protestó él—. En tu caso era en fotos…

—Bueno, si quieres, lo dejamos aquí, pero tienes un aspecto de lo menos profesional, ya has visto los tíos del vídeo… Y luego te haré la foto decentemente vestido. ¿Hace?

Javi lo pensó un instante. Tenía razón, por supuesto, pero aquello era indecente e inapropiado, como había dicho ella. Completamente avergonzado retiró renuentemente la mano.

«¡Joder!» —se admiró Magda silenciosamente.

Claramente no estaba empalmado, o al menos no del todo, porque pendía fláccido entre sus piernas, pero… “Aquello” medía unos catorce centímetros. Y grueso. Nunca había, no ya disfrutado, sino contemplado algo igual. El glande de un rojo oscuro estaba totalmente al descubierto. Sacudió la cabeza.

«No vas a follarte a tu hermano. Concéntrate en lo que tienes que hacer» —se recriminó.

Tomó de nuevo la maquinilla, y repasó pequeños rodales de vello muy fino, que habían quedado en su estómago, vientre, y la parte superior de su pubis. Cambió el cabezal al de “máximo apurado”, e insistió en el pubis, que presentaba el aspecto de una barba de dos días.

—¿Qué cabezal has usado? —preguntó.

—No sé, uno de ellos. ¿Importa?

—Mira, hay uno para apurado, otro para cabellos largos, y un tercero para dejar un largo como si no te hubieras rasurado en días. Has debido usar éste último.

En la unión del pene habían quedado pelos. Deslizó la herramienta… que terminó tropezando con el miembro de su hermano.

—¡Joder!, Magda, esa parte es muy sensible. Ten cuidado.

—Perdona, lo siento. Trataré de ir más despacio —se excusó.

Finalmente, se fijó detenidamente. En las ingles quedaban pelos de mediano tamaño, y había otros más largos en el costado de sus testículos.

—Separa las piernas, chato. Así no puedo… —Seguía sin tener acceso completo—. Mejor eleva las rodillas, y ábrete todo lo que puedas.

Ahora sí. Dio varias pasadas, eliminando los restos que se había dejado él, concentrando su mirada en la suave piel del interior de los muslos, porque no quería… No pudo evitar que el dorso de su mano se deslizara en varias ocasiones por sus testículos.

«¡Madre mía! —se admiró—.Enormes y duros»

Javi estaba en un ¡ay! Solo el inmenso “corte” que le producía estar así expuesto a las miradas de su hermana, había evitado que su falo creciera. Pero cada roce de sus manos era un suplicio. Sintió una especie de suaves calambres en el escroto, tenso como la piel de un tambor.

Tenía el cuello dolorido por la postura. Volvió la cabeza, y sus ojos tropezaron de nuevo con los senos de Magda. Peor aún: acuclillada como estaba, la falda había quedado recogida en su cintura, y durante un segundo, contempló la entrepierna de sus braguitas blancas sugerentemente introducida en su abertura. Con un estremecimiento, se obligó a mirar al techo.

Magda dudaba con la maquinilla aun ronroneando en su mano. Para repasar los testículos había que alzar “aquello”, que…

—«¡Madre de mi vida!» —exclamó para sí.

Ya no estaba doblado siguiendo los dictados de la gravedad, sino que aparecía ligeramente elevado, y era un poco más largo.

—Este… Javi, tienes que levantar tu… No llego a…

Observó que la vista de su hermano se mantenía obstinadamente hacia arriba, mientras cogía con dos dedos su miembro y le levantaba.

Probó a pasar la herramienta por la piel ligeramente arrugada, pero no se deslizaba bien, sino que se hundía.

—¡Ay!, Magda, ¡joder! —exclamó él.

«Hay que tensar la piel con dos dedos —pensó—. Pero él no puede saber en qué parte. Y si le voy indicando “un poco más arriba”, un pelín más abajo”, esto va a ser el cuento de nunca acabar. ¿Me atrevo?

Se atrevió. Notó que el cuerpo de él se estremecía ante el contacto y, tratando de ignorarlo, insistió hasta que no pudo distinguir sombra alguna de vello.

Otra cosa eran los cabellos ralos y largos que podía ver en el periné y en torno a su ano. Se encogió de hombros, y separó los glúteos de su hermano con el índice y el pulgar.

«¡Mierda! —barbotó Javi para sí—. Esto sí que no…»

Pero se quedó quieto, sintiendo la vibración de la máquina en la parte más sensible de su anatomía. Y lo peor es que aquello produjo en él un efecto que jamás habría imaginado: su pene creció y se endureció hasta llegar a la completa erección.

Tras unos segundos, su hermana quedó satisfecha, y apagó el dispositivo. Al levantar la vista, sus ojos se abrieron desmesuradamente al percibir el miembro viril de Javi, orgullosamente enhiesto, y con una longitud y diámetro para ella nunca vistos.

Confundida, apoyó la mano izquierda en la cama para levantarse (la derecha aún seguía sosteniendo la maquinilla) Pero lo hizo en el borde del colchón, que cedió. Se vio proyectada hacia adelante y abajo, quedando tumbada sobre él, completamente despatarrada, con su monte de Venus oprimiendo aquella enorme erección.

Los rostros estaban muy juntos. Su mirada se posó en los ojos brillantes de Javier, y en su mirada de fuego. Temblaba como atacada de fiebre, y estaba como paralizada y dividida en dos: la hermana SABÍA que debía incorporarse, que aquello no podía continuar un momento más. La hembra, enardecida de deseo, no solo quería prolongar el contacto, sino que anhelaba sentir muy dentro de sí aquel miembro que latía en contacto con su vulva a través de la fina tela de sus braguitas. El interior de su vientre se vio sacudido por una sucesión de pequeñas convulsiones. No era un orgasmo —acertó a pensar—, pero sí su inicio.

Notó las manos de él posarse en sus caderas.

«¡Por favor, por favor, hazlo, fóllame!» —gritó la hembra en su interior.

Javi había estado a punto… No quería ni pensarlo. El deseo insensato le había dominado por unos segundos. Consiguió recobrar el control de sus manos, un momento antes de que tiraran hacia abajo de las bragas de Magda. Cada centímetro de su piel gozaba del contacto del cuerpo femenino; su pecho notaba la turgencia de los senos oprimidos contra él, y su pene pulsaba, impaciente, bajo el sexo de su hermana.

Temblando, se controló con un enorme esfuerzo de voluntad. Giró su propio cuerpo, empujándola, hasta dejarla tendida boca arriba, y se incorporó, sentándose después en la cama. Tomó el pantalón corto, y se puso en pie. Aún, antes de salir, se permitió mirar a su hermana: tendida boca arriba, con las rodillas elevadas y los muslos ligeramente separados, la falda de su vestido era un rebuño en su cintura. Sus senos subían y bajaban acompasadamente bajo la liviana tela de su vestido, al ritmo de su respiración acelerada. Y en la entrepierna de sus braguitas había una extensa mancha delatora de humedad.

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