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Adolfo, el Golfo de mi Sobrino

Tengo treinta años. Estoy divorciada, con un niño de once años. Mi nombre es Rosa. Viva en una localidad del este de Málaga. Mido 1,65 y soy de piel morena. Tengo el pelo castaño. Me cuido bastante, así que tengo un tipo bastante mono. Tengo un pecho generoso y una cintura estrecha. Las caderas las tengo anchas, y las piernas, son estilizadas. Se me estrechan en los tobillos para ensancharse en la pantorrilla, aunque vuelven a estrecharse en la rodilla y a desancharse, de manera definitiva en los muslos.


Como os digo, me mantengo muy en forma y me cuido mucho, por que no he desistido de encontrar a un hombre que me proporcione la felicidad que no me ha podido dar mi exmarido. A pesar de mis salidas a discotecas y en contra del estereotipo que nos cuelga a las divorciadas el sambenito de estar muy calientes, siempre he sido muy tímida y he ligado contadas veces desde que me divorcié y nunca me he atrevido a llevarme a un ligue a la cama.


Mi hijo se llama Blas, como su padre. Al cumplir los once años le quise preparar una fiesta especial para ver si se animaba un poco, pues nuestro divorcio le sentó muy mal. Quería invitar a todos sus amigos y sus primos. Me gasté un dinero en tartas y pasteles que encargué con un día de anticipación y lo tenía preparado cuando me tropecé con el sobrino de mi marido, al que yo también consideraba sobrino mío y le invité al cumpleaños. Mi sobrino me puso objeciones, ya que con sus dieciséis años se veía desplazado por la edad del resto de los invitados. Le intenté convencer con la idea de que irían sobrinas mías de trece años, que le parecían, lógicamente, muy jóvenes para despertar interés en él, por el momento. También le intenté convencer con la idea de ver a otros primos suyos.


Me comentó que además, temía que si venía al cumpleaños de mi hijo, ya no podría quedar con sus amigos. Al final, para conseguir que viniera, le propuse que viniera acompañado de algún amigo suyo, con el que finalizar la tarde. La verdad es que me hice a la idea que no vendría, pues lo veía, verdaderamente muy cambiado. A esa edad, los chicos cambian mucho y como hacía meses que no le veía, me pareció que había dejado de ser un niño. Estaba muy guapo.


Aquel sábado empecé a preparar el cumpleaños después de comer. A las cinco empezaron a llegar los primeros amigos, y primos de mis hijos. Mis hermanos, hermanas, cuñados y cuñadas se quedaban un rato, igual que alguna que otra madre que me traían a algún amigo de Blas. Repasé mentalmente la lista de invitados. Faltaba su padre, que ya se había escusado y se comprometía a venir a recogerlo al final de la tarde para pasar con él el resto del fin de semana. Notaba la falta de algunos primos entre ellos, mi sobrino Adolfo, al que en el fondo excusaba.


A las seis sonó el timbre y al abrir la puerta me llevé la sorpresa de que Adolfo venía acompañado de un par de amigos, de muy buena pinta. Unos chicos muy guapos, con la misma cara de inconformista que Adolfo. Los estuve vigilando un poco. Estaban en la fiesta aburridos. Me parecieron muy educaditos, ya que a pesar de todo, no causaban problemas y tuvieron el detalle de traerle un regalo a Blas, un reloj schwarz, de esos de diseño muy colorido. En cuanto las personas mayores me dejaron a sus críos y se fueron y vi que los chicos se habían entregado a sus juegos, me propuse, como anfitriona, amenizarles la tarde, para lo que comencé por proponerles servirles un combinado, no muy cargado, por supuesto.


Los saqué de aquella habitación, donde los críos chillaban y correteaban para llevarlos al salón y nos sentamos en torno a la mesita del salón. Les hacía preguntas sobre los estudios, las novias y esas cosas que se preguntan a los críos. Me parecían encantadores. Ni siquiera me molestaban esas miradas insistentes que echaba al escote de mi camisa uno de los amigos de Adolfo, pues me parecieron normales a su edad.


Pero la verdad es que como me dí cuenta que les hacía las mismas preguntas de siempre, les propuse ponerles música para bailar. No parecían muy animados, así que cerré la persiana para crear ambiente y puse la música. Comencé a bailar yo sola y a animarles. Me hicieron pasar un rato en la que pensaba que estaba haciendo el ridículo, pero al final, se levantó mi sobrino y luego uno detrás de otro, sus amigos, cuando me acerqué a ellos y les tiré del brazo.


No se si fue aquello o lo que fue, pero como los veía con esa cara de pavos, de aburridos, se me ocurrió animar la fiesta poniéndome a bailar un poco provocativa. Me meneaba delante de ellos. No me lo explico. Moví mi cabeza y eché mi pelo por delante de mi cara. Creo que me sentía tan valiente por que estaba delante de tres chicos a los que no veía como hombres, sino como mozuelos. Las expresiones de aprobación de mi sobrino y sus amigos, sus miradas de reojo y sus sonrisitas, en lugar de cortarme me animaban.


Por que era para verlos a los tres, tan larguiluchos, más o menos de mi altura. Uno unos dedos más alto, Adolfo y el otro, unos dedos más bajitos, con las caritas en las que empezaba a asomar la barba, medio de hombre medio de críos, con aquella expresión que me encantaba, en la que su candidez se intercalaba con aquella expresión codiciosa cuando me veían contornearme.


Yo iba vestida de una manera muy informal. Unos vaqueros, una camisa, unos zapatos sin tacón, un atuendo ideal para bailar. Empecé a bailar con uno y otro al ritmo de la música salsa que sonaba ahora en el equipo. Ya os podéis imaginar: Roces, meneos, calor, mucho calor. Los muchachos se mantenían en corro, esperando que soltara a uno para coger a otro.


Así llegamos hasta las siete. Luego, para evitar cansarme más puse un disco de música más lenta. Se me ocurrió, mientras los otros dos se movían lentamente, agarrarme a un de los chicos y bailar juntos. EL muchacho estaba tenso y le puse sus manos sobre mi cintura. Se mantenía alejado de mí. Mantenía con él una conversación, haciéndome la simpática y animándole a aproximarse un poco más. Incluso, cuando bailé con Adolfo, puse mi cabeza sobre su hombro. No sé por que lo hacía. No era mi intención calentarlos, sino hacerles pasar por una experiencia para que se sintieran más mayores.


El caso es que al estar tan cerca de Adolfo, me junté a él todo cuanto pude. Estaba pegada a mi sobrino como si fuera una lapa. En ese momento lo sentí. Esbocé una sonrisa, al notar la excitación de su miembro clavarse en la parte baja de mi vientre. Comprendí que quizás me había pasado, pero no quise separarme, para no violentarle. Permanecí a su lado, aunque no tan pegada, aunque no me atreví a levantar la cara de su hombro. No quería tropezarme su mirada, pues probablemente ambos nos sonrojaríamos.


La puerta de la sala se abrió de golpe. Era mi hijo que me avisaba de que habían venido a recoger a uno de sus amigos. Levanté la cabeza rápidamente. No se por que me sentí de repente avergonzada de que mi hijo u otra persona nos viera así.


Empezaron a marcharse los chicos, y mi hijo no fue el último que se fue. Su padre vino a recogerle y salió pitando. Tras la fiesta, la casa estaba hecha un asco. Adolfo y sus amigos se iban, no sin antes ofrecerse a echarme una mano. Los retuve un ratito, pero no quise abusar de su educación, así que finalmente, a cosa de las 8 y media o así, se fueron y mr quedé recogiendo la casa.


Me entoné con otro cubata mientras recogía los platos y vasos de plástico, mientras tiraba los envases vacíos de los refrescos de dos litros. Luego comencé a poner los muebles en orden, y por fín me dispuse a barrer y más tarde a fregar.


A cosa así de las diez de la noche, sonó el portero electrónico. Pensé que era una visita a un vecino, alguien que se había confundido. Reconocí la voz de mi sobrino Adolfo. Le abrí. Me dijo que había perdido la cartera. Me extrañó, la verdad, por que habiendo ordenado la casa, debía de haberla encontrado.


Cuando abrí la puerta de la casa me sobresalté un poco al ver a Adolfo acompañado de sus amigos. Entraron en la casa sin preguntarme si podían pasar. Se me antojaban que me miraban de una forma extraña. Adolfo preguntó por la cartera. Le repetí que no lla había visto y me pidió buscarla él mismo. Buscaron los tres chicos por el salón. Me daba la impresión de que se estaban haciendo los remolones. Al final Adolfo me dijo que estaba en un problema, pues no tenía dinero para volver a casa, ni documentación. Yo me ofrecí a prestarle dinero, incluso fui a buscar mi cartera al dormitorio.


Cuando volvía al salón , por el pasillo me dí cuenta que habían cambiado la música del aparato. Habían puesto una música lenta. Los tres estaban sentados en el sillón. Adolfo me enseñó su cartera. Me dijo que se la había dejado entre los cojines del sofá. Me dí cuenta que los chicos se habían servido un combinado de ginebra y cola. Adolfo se puso de pié y extendió sus brazos invitándome a bailar.


Acepté su proposición, aunque conforme pasaban los minutos me iba arrepintiendo, pues la forma de bailar de Adolfo ahora no se parecía en nada a la respetuosa manera de bailar de antes. Ne obligaba a pegarme a él, a rozarme. Si me intentaba separar me agarraba con fuerza y me atraía hacia él. Noté sus manos deslizarse por mis caderas y luego, posarse descaradamente en mis nalgas. Le pregunté si no era un poco descarado. Me arrepentí de hacerlo porque al oirme yo mima mis palabras me sonaron un poco picaronas.


Le miraba a la cara para que se sintiera avergonzado, pero no sólo no lo conseguía, sino que su mirada me provocaba una mezcla de deseo de protegerle y de calor. No quería ni mirar a sus amigos. Adolfo dio un paso más y puso su cabeza en mi hombro, como yo, inconscientemente había hecho antes. Comencé a notar su boca en mi cuello, dándome besitos que me incomodaban. Sólo reaccioné cuando sentí como Adolfo ponía su mano sobre mi pecho. Lo aparté de mí violentamente y le dije qué se había creído, y enfurecida, le señalé la puerta.


Adolfo hizo una señal a sus amigos, que se levantaron mirándome con cara de desprecio. Se dirigieron a la puerta. Pero se aprovecharon de un error mío. Dejé la llave en la puerta puestas, así que Adolfo echó la puerta por dentro y se metió la llave en el bolsillo.


Los miré estupefacta. Los tres me miraban codiciosos mientras entraban de nuevo en el salón. Me rodearon mientras yo intentaba escapar, dirigiéndome hacia el pasillo, sin tener ningún plan de escapatoria mientras ellos parecieron responder perfectamente a la orden de Adolfo .-¡Cogedla!.-


No se me ocurrió gritar hasta que no los tuve encima mía. La verdad es que mientras estuve dando vueltas inútiles alrededor de la mesa o del sillón, gritaba, hablaba alto, pero no era ese grito de terror que las mujeres sacamos cuando estamos aterrorizadas. Conseguí enfilar el pasillo, pero uno de los chicos me cogió antes de poder llegar al cuarto de baño, donde me pensaba encerrar. Cuando me salió ese grito de terror , fue inútil y nadie me pudo escuchar, pues la mano de uno de los muchachos me cubría la boca mientras tiraba de mi cuerpo con violencia para detrás.


Pronto los tres chicos estaban sobre mí, reduciéndome, anulando mi resistencia. Me tiraron al suelo y sólo me tranquilicé al ver a Adolfo cara a cara, pedirme que me callara, que no opusiera resistencia. Me aseguró que no me harían daño si cooperaba. Decidí cooperar a lo que fuera, por lo menos hasta tener una oportunidad de librarme de los tres jovenzuelos. Estaba sóla, no tenía posibilidades de recibir ayuda y no creía que mi propio sobrino fuera capaz de hacerme ningún daño, por lo menos ningún daño que no pudiera soportar.


Me cogieron los tres y sosteniendo mis manos en la espalda, me llevaron al salón, a empujones. Me obligaron a sentarme en el sillón y Adolfo me controlaba, tapándome la boca y sosteniendo mi mano en mi espalda, de manera que si me movía sólo tenía que subirme el brazo para doblegarme. Los chicos registraban los cajones buscando algo con que atarme las manos. Encontraron finalmente, en la caja de la costura, una cinta de color rojo, que utilizaron para atar mis manos a la espalda.


Me ofrecieron beber de sus vasos. Yo rehusé, pero no tuve más remedio, pues Adolfo me cruzó la cara. No me cruzaban la cara desde que hacía muchos años le dí una mala respuesta a mi padre. Me sentí profundamente humillada, pero decidí cambiar de actitud y bebí. Los chicos me hicieron beber varias veces a lo largo de la noche. Creo que eso también me hizo entregarme a su juego, pues la verdad es que al poco rato, ya casi no me daba cuenta de cómo habíamos llegado hasta ahí.


Fui invitada a bailar. Bueno, invitada en cierta forma, pues la verdad es que los chicso se turnaban en pegarse a mí y magrearme el trasero mientras la música sonaba. Adolfo era el que tenía más iniciativa. Cuando le tocó a él, me besó en la boca. Sentí su lengua apoderarse de mí, introduciéndola entre mis labios impetuosamente. Yo me limité a entreabrir mis labios. No quería oponer una resistencia que lo único que haría sería provocar su violencia o desatar su deseo aún más. Sus manos se posaron en mis pechos. Me apretaron los senos como lo hizo mi primer novio, cuando yo tenía más o menos la edad que Adolfo tenía ahora. Lo que no hizo mi novio fue desabrochar los botones de mi camisa y luego, tirar de lso hombros hacia abajo hasta dejarme tapada sólo con el sujetador.


Me besaba con avidez cada trocito de piel que la camisa había dejado de cubrir. No sólo el cuello, sino los hombros, la clavícula, luego la parte alta de mis pechos. No tardó Adolfo en hacer saltar el broche trasero del sujetador y luego, tirando de la parte delantera hacia arriba, lo puso detrás de mí. Sentí mis pezones erizarse. Una erección que aumentó cuando Adolfo manoseó mis pechos y puso la yema de sus dedos en mis pezones, acariciándolos primero, y luego pellizcando y tirando de ellos con suavidad.


Adolfo desabrochó el botón de mi pantalón vaquero y bajó la bragueta. Tuve que asistir sin poder oponerme a que metiere mis manos en mis vaqueros, por detrás y tirara de mis bragas hacia arriba. Sus manos estaban aprisionadas entre los vaqueros y mi trasero y el apretaba mis nalgas con fuerza. Me tuve que poner de puntillas. Mis pechos cayeron sobre su cara y el jugó con ellos, besando, lamiendo, mordiendo...


Adolfo me llevó al sofá. Me sentó entre los dos amigos. Ambos me cogieron del hombro y mi sobrino tiró de los extremos del vaquero. Me sacaba los vaqueros sin quitarme los zapatos, lo que dificultaba la tarea. Llevaba unos zapatos sin tacón, pero elegantes, de esos que dejan el pié casi desnudo. Me dejó en bragas.


Los dos muchachos comenzaron a meterme mano. Me daban besitos en la cara y el cuello mientras me manoseaban los muslos primero, pero no tardaron mucho en tocarme los pechos. Se habían dividido mi cuerpo entres ambos, respetando su simetría, y disfrutando de mi boca, por turnos. Besaba a uno y luego a otro, mientras Adolfo miraba frente a mí divertido, con un cubata en la mano. Mientras uno de los chicos me besaba la boca, el otro muchacho comenzó a lamer mis pechos hasta concentrarme en mis pezones. Su mano descendió hasta mis muslos y de nada sirvió cerrar instintivamente mis muslos. Adolfo se puso de rodillas frente a mí y me las abrió.


Al darse cuenta el otro muchacho de que su amigo se comía mis flanes, decidió comerse el otro y cada uno de mis muslos era surcado por las manos de los muchachos, hasta que el de la izquierda metió su mano dentro de mis bragas y tímidamente avanzó hacia mi raja. Sentí la necesidad de revelarme, pero sinceramente, creo que eso sólo hubiera empeorado las cosas.


El muchacho introdujo tímidamente su dedo en mi sexo. Me rozaba el clítoris y para mí fue incomprensible notarme húmeda. Mi cuerpo me traicionaba. Inconscientemente reaccionaba de la manera que no deseaba. Me negaba a admitir que sentía placer.


Adolfo cogió ambos lados de mis bragas y de un tirón las bajó hasta las rodillas, enrolladas por la travesía por mis muslos. Me rebelé. Fue una tonta consecuencia de sentirme excitada. Quería demostrarme a mí misma que no disfrutaba, pero sólo sirvió para que Adolfo tomara mis rodillas con fuerza y las separara, tras quitarme las bragas de los tobillos. Los dedos de sus amigos se hundieron un par de centímetros dentro de mí. Adolfo les ordenó que me castigaran, y sus labios apretaron mis pezones. Gemí de placer.


Adolfo soltó mis piernas, pues ya era inútil que hiciera pro librarme de sus amigos. Se habían apoderado de mi sexo. Le vi oler mis bragas y presentí que había descubierto el rastro húmedo de mi excitación en sus bragas. Dio la orden de que me tendieran en el sofá.


Se pusieron de acuerdo. Conocían bien sus gustos y fantasías. EL rubio se puso entre mis piernas. Me cogió las piernas con los brazos y se puso de rodillas delante de mí. Hundió su cara en mi vientre, entre mis muslos y comencé a sentir su lengua lamerme el sexo, mi clítoris. Era una cochinada a la que nunca había cedido con mi marido, pero ahora me gustaba. Me daba muchísimo placer. EL otro muchacho me cogía los pechos y me los acariciaba con pasión a veces, y otras, con suavidad. Tenía mi cabeza apoyada en sus piernas.


Mi cabeza dio a parar al cojín cuando el chico se levantó y comenzó a lamer mis pechos. Mi calor, mi excitación cada vez era mayor. Tenía frente a mí la bragueta del muchacho y la veía a punto de estallar.


El chico que me comía el chocho comenzó a ayudarse con un dedo y empezó a penetrarme con él. Yo hice lo posible por disimularlo, pero fue inútil. Adolfo estaba pendiente y se dio cuenta por mi respiración, o por la forma de mover mi vientre, de que me estaba corriendo. Cerré los ojos como si fuera mi mirada lo que pudiera traicionarme y así permanecí hasta que no me finalizó.


Adolfo les animó a que se bajaran ambos el pantalón. Una felación era otro de los caprichos que no había concedido a mi exmarido, el tío de Adolfo. Sin embargo, ahí estaba, de rodillas, delante de los dos chicos, que con los pantalones bajados y el miembro erecto, esperaban que me las metiera en la boca. Uno de los chicos dijo que el prefería follarme. Me eché a temblar y les dije que no podía ser, que no tenía preservativos. Adolfo sonrió y le dijo a su amigo que con la mamadita era bastante. Su amigo puso cara de conformarse y se puso cómodamente en el sillón.


Jamás había comido una polla. El sentir la cabecita entre mis labios me causó asco al principio, pero luego me fue gustando, sobre todo si pensaba el placer que era capaz de causar con la punta de la lengua. Estuve jugando con mi lengua en su prepucio mientras sentía su mano posarse sobre mi cabeza acariciando mi pelo, mientras con la otra se pajeaba. Pagué la novatada, por que de repente, noté como el chico presionaba mi cabeza hasta metérmela profundamente, casi hasta la campanilla. Y entonces ya fue tarde. Lo sentí explotar en mi boca, llenarme del líquido viscoso que intenté escupir cuando el chico terminó de eyacular.


No había casi terminado con un chico cuando el otro me requirió. El chico me puso entre sus piernas y yo tomé su picha. Me magreaba las tetas mientras sentía crecer su picha entre mis labios. Sentí una mano en mi trasero, una mano que se deslizó hacia debajo y hacia dentro, hasta comprobar mi humedad. Miré hacia detrás de reojo. Era Adolfo. Pronto me volví a sentir penetrada de nuevo, por aquellos dedos inexpertos y ambiciosos de uno de los jóvenes. Este chico no me obligó a comermelo, pero tampoco me avisó. Al sentirlo eyacular me sentí golosamente atraída por el sabor recién descubierto y lamí la cabecita con más ganas que antes, aunque el chico me pidiera que le soltara.


Me dejaron descansar en el sofá un rato, pero los chicos decidieron seguir jugando conmigo al cabo de un rato. Me tomaron y me pusieron de pié. Me llevaron a la mesa del cuarto donde se había celebrado el cumpleaños y me pusieron en la mesa. Estaba de espaldas al techo, desnuda, con el culo al aire. Los chicos registraban la casa buscando algo, no sabían muy bien el qué, hasta que al fin los vi que traían tres zanahorias de diverso tamaño.


Me quejé y les pedí que no lo hicieran, pero no sirvió de nada. Al final, para no oirme, me dijeron que tomara una de las zanahorias con la boca. Yo les obedecí. La mordí a loo largo, de manera que ambos extremos salían por cada lado de mi boca. Luego buscaron un nuevo lazo en la caja de la costura y atando un extremo de la zanahoria, pasaron la cinta por detrás de mi nuca para atar el otro extremo. No podía hacer otra cosa con la zanahoria que morderla.


Uno de los chicos echó un poco de aceite entre mis nalgas, a las que separaron una de otra, para que el viscoso elemento se deslizara hasta mi ano. Por si no fuera suficiente. Adolfo frotó el aceite en mi ano. Tocarme el agujero era algo que mi exmarido tenía totalmente prohibido, y que ahora su sobrino conseguía a la fuerza. Comencé a sentir como presionaban la zanahoria contra mi ano.


Yo intentaba apretar al principio, pero lo solucionaron poniendo más fuerza. La zanahoria comenzó a atravesar mi ano y a meterse dentro. Aquellos jovencitos a los que había tratado con una "excesiva" hospitalidad me estaba follando el culo con una zanahoria. No pararon ahí, pues los chicos comenzaron a introducir la otra zanahoria dentro de mi vagina. No tenía otra opción que aguantar. Mordía la zanahoria, pero era lo bastante gorda como para no poderla partir.


Me relajé. Uno de los chicos movía la zanahoria del culo y otro, La de mi vagina. Sentía placer en todo mi cuerpo, una sensación mezcla de placer, mezcla de agotamiento. Me relajé y sentía los dos falos introducirse de una manera más placentera. Uno de los chicos me cogió de la melena y dobló mi cuello. Lo miré. Era uno de los amigos de Adolfo que me miraba con una expresión mezcla de satisfacción y rabia.


Me vino el orgasmo. Contraía los músculos de mis muslos e incluso hincaba las rodillas para levantar mi sexo, aunque la sensación de la zanahoria en mi culo hacía que rápidamente me tumbara otra vez. Mi respiración se aceleró y casi estaba segura que me salía la baba por la boca abierta mientras mordía la zanahoria. Y allí me dejaron, tumbada sobre la mesa después de vivir aquel intenso orgasmo.


Me quitaron la zanahoria de la vagina primero, y luego la del trasero. Me la hicieron oler una y otra. Nunca me había olido. Era un olor en el que no me reconocía. Pude oir la conversación de los chicos. Los amigos de Adolfo se iban. Adolfo se quedaba. Le dijo a uno de sus amigos que si sus padres lo llamaban a su casa, les dijera que al final se había quedado a dormir en mi casa. Por lo visto, no lo esperaban en casa. Sería una noche larga, sin duda.


Adolfo me ayudó a bajar de lo alto de la mesa de la salita y me llevó al salón. Me sentó en el sillón, apartando las bragas que me había quitado hacía un rato y me miró fijamente a los ojos. Me habló con ternura, cambiando desde que sus amiguitos se fueron su actitud hacia mi. Me dijo que si me portaba bien, sino gritaba ni me intentaba escapar, ni intentaba pegarle, me destaparía la boca, me preguntó si me iba a portar bien y le dije que si meneando la cabeza. Cuando pude soltar por fin la zanahoria le pedí que me trajera agua. Tenía la garganta reseca. Fue a la cocina pero se volvió desde mitad del pasillo. No se fiaba


Me ató las piernas entre s, junto a una de las cortísimas patas del sofá. Aquello me obligaba a estar sentada casi de medio lado. Por fín llegó el agua y bebí con desesperación. Me tuvo que ayudar, pues aún tenía las manos atadas detrás. Inclinó demasiado el vaso y el agua me chorreó por la quijada y el cuello, hasta llegarme casi al ombligo.


Hicimos un trato. Si yo cooperaba en sus caprichosos juegos, me trataría bien. Para empezar, me desató las manos para atarmelas delante, lo que para mí era muchos más cómodo. Luego desató una de mis piernas. Le pedí si me podía poner las bragas y me dijo que sí, pero lo pensó mejor y se marchó a mi cuarto. Si hubiera sabido sus intenciones lo hubiera evitado por todos los medios. Le oí registrar mi armario y mi mesilla. Me di cuenta de mi error. Adolfo buscaba mis bragas, y yo lo que temía era que encontrara lo que se escondía debajo de todas ellas. Fueron segundos muy largos. Cuando venía por el pasillo, traía en la mano un objeto alargado con el que se golpeaba la palma de la otra mano; había encontrado mi vibrador.


Adolfo vino hacia mí y se divirtió intentando sacarme los colores, preguntándome si eso era mío, cómo se usaba. Le dio al botón y empezó a funcionar. Decía que hacía unas cosquillitas muy graciosas y me lo pasó por el pecho. Me protegí con los brazos. Adolfo recorrió mi cuerpo con su mirada y tras repasarme con la mirada decidió que haría la mudanza.


Me tomó por los pies, después de soltarlos de la pata del sillón, y atarlos de nuevos juntos. Me tenía tumbada en el suelo y me levantaba los pies para arrastrarme. Era una versión moderna de la forma de seducción cavernícola. EN lugar de arrastrarme del pelo me arrastraba de los pies. Empecé a sentir el frío, la suciedad. Me intentaba revelar moviendo las piernas y la cintura, y le pedía que me soltara, gimoteando. No sirvió de nada . Me llevó así hasta el dormitorio.


Me cogió de la cabellera y me obligó a subirme a la cama. Le llamé bruto. Le dije que me hacía daño. Hice lo posible por ponerme en la cama lo antes posible. Tomó mis manos atadas y las ató a uno de los barrotes centrales de la cama. Luego me tomó una de las piernas, tras sacar de unos de los cajones un par de medias y me ató una pierna a una de las patas de la cama y la otra, a la otra pata de la cama. Opuse toda la resistencia que podía, pero fue inútil. No paraba de preguntarle qué es lo quería hacer, por que estaba inquieta. No sabía lo que quería hacerme el muchacho.


Empezó a registrar de nuevo mi dormitorio. No me explicaba qué quería y yo le preguntaba. Me respondía con evasivas y yo cada vez alzaba más mi voz y me retorcía en la cama e intentaba desatarme. Entonces Adolfo respondió con fuerza. Tomó de la mesita de noche otro par de medias y rápidamente me la pasó por la nuca y me hizo un nudo delante de la boca. No podía abrirla, pues si lo hacía , me amordazaría de forma que no podría hablar.


Entonces se tumbó a mi lado y sentí su mano que avanzaba por el muslo y me acariciaba el vello de mi sexo. Me dijo que estaba buscando la maquinilla de afeitar para quitarme el pelo de mi sexo. Me pidió que le dijera donde estaban las maquinillas. Me quitó la media de la boca y le dije que en el cuarto de baño. Era falso y no tardó en venir decepcionado. Entonces me volvió a preguntar. Me dijo que si no se lo decía me cortaría los pelitos con unas tijeras. Una mirada mía me delató si querer. Adolfo miró y vió el bolso que colgaba del tocador. Lo vació sobre la cama y allí estaba, una maquinita sin estrenar. El problema es que buscando a ver si tomaba la píldora descubrió un preservativo que yo siempre llevaba por lo que pudiera pasar.


Adolfo lo miró con curiosidad, y yo a él con una mezcla de fatalidad y de expectación. Etaba allí, atada y desnuda, a su disposición. Adolfo me dijo que sabía que tenía que tener una cuchilla porque tenía el sexo muy depilado. Me lo arreglaba, era evidente. Comenzó a pasar la hoja por la parte alta de mi pubis y fue bajándola poco a poca, dejando al descubierto mi piel. Yo me estaba muy quieta y casi congelando mi respiración porque temía que me cortase.


Miré hacia abajo y esa pequeña diferencia me hacía sentir muy diferente. De repente me pareció que quería participar en el juego. Adolfo pasó su mano por el sexo y me quitó los pelos cortados. Me acarició y me penetró levemente con el dedo. Estaba tumbado a mi lado y jugaba conmigo y sus dedos provocaban que mi sexo se humedeciera. Ahora no era como antes, en que los muchachos me habían forzado . Ahora, mis ataduras formaban una parte que deseaba de esta situación. Me besó un par de veces en la boca mientras jugaba a calentarme. No penetraba mi sexo con decisión, sino que su dedo se movía por mi raja explorándola.


Mis pezones se me endurecían y deseaba sentir su boca, pero él me torturaba deliciosamente. Debió de pensar que ya estaba suficientemente caliente cuando comenzó a introducir su dedo en mi vagina, agitándolo lentamente y llenándose de mi humedad, mientras que al besarme, yo le confesaba mi excitación devolviéndole el beso con pasión. Luego recorrió con su lengua mi cuello y mi pecho, hasta alcanzar mis pezones.


Le pedí que se pusiera el preservativo y me follara, se lo pedí varias veces desesperada por mi excitación y la inminencia del orgasmo. Al final, vi inevitable el orgasmo. Ya no opuse más resistencia ni intenté retrasarlo más. Comencé a mover mis caderas para aumentar el goce de su dedo dentro de mi vagina, de su palma de la mano en mi clítoris, a buscar la cabeza de Adolfo con mi boca, para besarle, y mientras me corrías comencé a sufrir unos sentimientos hacia Adolfo que no deseaba. En aquel momento, yo creí sentir que le amaba.


Nos besamos. Quería masturbarle, complacerle. Estuvimos hablando y el no me hacía caso cuando le pedía que me soltara para masturbarle. Me preguntó si se lo haría con la boca. Sabía que aquella pregunta me desconcertaría. Ya se la había tenido que mamar a sus dos amigos. Pero asentí. Al cabo de un rato en que continuaba jugando con mi sexo y mis pechos mientras hablábamos, dejó de hablar y comenzó de nuevo a magrearme.


Volví a sentir mi sexo humedecerse. Me acariciaba, pero sin la sonrisa pícara que había puesto antes. Estaba serio. Me dijo que ahora si que me había llegado la hora de ser follada y lo ví manipulando el envase del preservativo y colocándoselo, después de desnudarse. El sexo mío casi recibió con alivio la presión de su pene en mi raja.


Mis piernas estaban rectas. Adolfo me las desató y yo doblé las rodillas. Tocaba con mis muslos sus nalgas y sus caderas. Soportaba con agrado el peso de su cuerpo , que en nada tenía que parecerse a l de mi corpulento exmarido . Sentí de nuevo su cabecita entre mis muslos y le ayudé como pude a encontrar el camino, con suaves movimientos de mis caderas.


Estaba muy lubricada y tal vez por eso no sentí molestias cuando el muchacho me la metió impulsivamente con tanta rapidez Se movía exageradamente. Se balanceaba como si fuera un perro y yo intentaba ajustarme al ritmo de su desenfrenada carrera. Me conciencé de que lo que debía hacer era dar rienda a mi animal y comencé a moverme de manera salvaje, hincando las nalgas en el colchón para que mi movimiento fuera todavía más violento . Y así estuvimos los dos durante un rato hasta que empecé a sentir como poco a poco aquella sensación de hormigueo se convertía en un orgasmo al que dí rienda suelta, sin preocuparme de otra cosa que no fuera convertir aquel secuestro en una situación lo más placentera posible. Y me corrí mientras Adolfo se esforzaba por exprimirse dentro de mí.


Después de eso, nos quedamos ambos dormidos. Yo atada, y él, a mi lado, con la mano sobre mi pecho.


Era ya de madrugada. Me desperté por que tenia ganas de hacer pipí. Yo, después de varios intentos conseguí despertar a Adolfo y le conté que tenía que ir al servicio. Me soltó las manos del cabecero de la cama, pero no me las separó. Así me llevó con las manos atadas ante el servicio.


Siempre que me han acompañado mujeres al servicio me he sentido un poco incómoda pro que alguna indiscreta me mirara. Mi sobrino era indiscreto. Me miraba . Por eso tardé más de la cuenta en ponerme a hacer pipi, aunque cuando lo hice, la verdad es que estuve un rato. Adolfo me miraba meditando, tramando algo. Abrió el grifo del videl y me dijo que me limpiara . Me senté con las piernas abiertas y me eché agua mientras él se iba del cuarto de baño. Pero no tardó en volver con el vibrador. Lo puso en el fondo del videl, apoyado en la base., con la punta hacia arriba.


Adolfo fue corriendo el vibrador hacia mi sexo, que con las piernas abiertas y sin pelo, decía Adolfo que estaba exquisito. Hasta puso un espejo delante de mí para que me pudiera ver. Al final , doblando un poco el vibrador y volviendolo a colocar de píe, se metió ligeramente entre los labios de mi vagina. Adolfo me lo hincó un par de dedos y apretó el botón de encendido. Empecé a sentirlo vibrar dentro de mí. Los bordes del videl se me hincaban en los muslos y me hacían daño. Yo me movía un poco y así alivia mi dolor , pero de lo que no me podía librar era del vibrador que Adolfo iba metiendo dentro de mí y cada vez me causaba más placer. Intentaba aguantar la sensación de l vibrador en mi vagina pero como en el caso de antes era inútil. Adolfo tenía la sartén por el mango y yo jugaba a lo que el deseaba y hasta donde él deseaba, por eso al final decidí darle el espectáculo que iba buscando y me corrí como si fuera una loca gritando sin hacer caso a sus deseos de que me callara.


Me corrí y pensaba que Adolfo retiraría el vibrador, pero me equivoqué. Adolfo continuó con su juego y yo pude sentir aquel vibrador en mi vagina que se cerraba y que no resistía de nuevo esas vibraciones , de manera que un nuevo orgasmo , más fuerte que el anterior me hizo chillar de placer, pero esta vez sin necesidad de hacer teatro. Sólo cuando Adolfo me vió realmente agotada sacó el vibrador después de apagarlo.


Cuando me desperté a las doce de la mañana, Adolfo no estaba. Me encontré las manos atadas con un lazo como el que se usa para los zapatos que deshice tirando con la boca de uno de los cabos. Me encontré una nota en la cocina. Adolfo se había llevado mi vibrador y mis bragas. Me decía que si los quería recuperar, tendríamos que quedar para ser secuestrada de nuevo. Lógicamente, preferí perder ambas prendas, aunque Adolfo las vaya exhibiendo por ahí a sus amigotes del instituto como trofeos. La verdad es que el motivo real por el que no quedo con Adolfo es que me da un poco de miedo y un poco de vergüenza, casi le doblo la edad.


El caso es que dentro de unas semanas es la boda de una amiga mía que es prima de mi exmarido. Estoy seguro que él no va a ir, por que mi amiga me lo ha confirmado. Pero ¿Y Adolfo? ¿Irá? Mi amiga me ha dicho que irá con su familia. Sólo con pensarlo se me mojan las braguitas.


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leo on

si fueras mi tia..mi pija seria toda tuya

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