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La Oftalmologa

Tengo un amigo sevillano, Guillermo, que hace unos días me contó lo que le ocurrió no hace mucho en la consulta de una óptica. Guillermo lleva gafas desde que era muy niño. Él solía ir a una clínica oftalmológica de Sevilla todos los años para revisarse la vista, pero como ahora vive en Madrid, pues se revisó la vista aquí. Fue a una oftalmóloga de fama notoria en el cuadro de médicos de su seguro. A mi me dio el nombre completo, pero mejor vamos a llamarla Silvia, para evitar problemas.

¿Alguna vez habéis estado en la consulta de un oftalmólogo para revisaros la vista? Si es así entonces no tendré que daros muchas explicaciones sobre cómo va, pero de lo contrario... tendréis que haceros una idea, queridos lectores, porque tendría que extenderme en demasiadas explicaciones. Veamos. Voy a tratar de escribirlo de forma amena.

Guillermo entró en el despacho de la oftalmóloga, para la consulta, y después de poner en antecedentes sobre sus ojos a la doctora, pasó a hacerse varias pruebas de la vista. Primero se sentó a horcajadas en un taburete y tuvo que apoyar la barbilla en un pequeño soporte mientras miraba atentamente las parpadeantes luces de la máquina que tenía justo delante. La oftalmóloga, Silvia, se colocó al otro lado del aparato y comenzó el examen. Todo fue bien y Guillermo se sentía satisfecho con aquella oftalmóloga ( verdadera proeza teniendo en cuenta que Guille lleva toda su vida visitando anualmente al mismo oftalmólogo, paisano suyo, un vejete muy majete, dicho sea de paso ).

Seguidamente ella le pidió que se sentara en un cómodo sillón anatómico , desde donde se podía ver al frente una pantalla en blanco. Junto al sillón había una mesa plagada de lentes. ¿Sabéis a cual me refiero, verdad? Pues bien. Allí que se acomodó mi querido Guillermo en espera de que Silvia dispusiera las lentes necesarias, poniéndole unas gafas cuyo recuerdo estético me impide describirlo, de horrorosas que eran...y no quiero herir vuestra sensibilidad. Después Silvia comenzó a trastear un proyector situado a espaldas de Guillermo, apagó la luz y , como por arte de magia, apareció en el inmaculado panel de la pared de enfrente un complicado amasijo de letras, porque claro, Guillermo no veía tres pijos en un burro sin sus lentes habituales! Pero Silvia le solucionó pronto el problema. Le fue colocando en la montura de las horrendas gafas de prueba una serie de cristales hasta que Guillermo exclamó que veía bien las letras.

Silvia sonrió satisfecha y se fue a la pantalla que Guillermo tenía enfrente y comenzó a señalar las letras para que mi amigo fuera diciendo qué eran...¡ah, desconfiados oftalmólogos! El caso es que Guillermo. Al tener a aquella chica delante, y después de haber padecido varios meses de abstinencia ( creo que no lo he mencionado antes, pero la novia de Guille le dejó por otro y al pobre se le metió en la cabeza que la sabia creencia popular de “quitar un clavo con otro” es una aberración ), se excitó. Silvia vestía una bata blanca de manga corta que le llegaba a medio muslo, peor cuya fina tela no era suficientemente eficaz para evitar que se transparentase la ropa interior de la doctora, por lo que Guillermo pudo apreciar que Silvia llevaba ropa interior negra. A Guillermo le excita muchísimo la ropa interior de ese color, creedme, lo sé por experiencia.

Así que, como ya os habréis imaginado, Guille se empalmó. Azorado cual inexperto colegial , trató de estirarse la tela del pantalón a fin de que aquella protuberancia no fuera descubierta por la atractiva oftalmóloga. Y creyó haberlo conseguido, porque Silvia no dio muestras de nada, así que Guille se calmó un poco.

Entonces Silvia cogió un pequeño aparato, similar a una linterna, estiró el brazo y poniéndole aquel aparato a la distancia de su brazo, por delante de él, le pidió que se quedara inmóvil y mirase fijamente el punto de luz rojo que emitía la linternita mientras ella le revisaba los ojos. Guille obedeció y trató de concentrarse en el brillante punto rojo, resplandeciente en la semi -oscuridad, y cuando por fin lo consiguió, sintiendo que su pene se había tranquilizado, notó la respiración de Silvia en la mejilla. Porque claro, la oftalmóloga le miraba los ojos con los suyos propios, lo único que tenía en las manos era la linterna en la derecha mientras que con la izquierda se apoyaba en el cabezal del sillón. Guillermo, dándose cuenta de lo cercas que tenían sus caras, que casi se rozaban, viendo que Silva estaba totalmente inclinada sobre él, se imaginó que si giraba un poco la cabeza podría verle los pechos o, al menos, el canalillo de Silvia, cuyo escote, justo cuando a Guille le atacaban estos pensamientos, rozó el su brazo hasta apoyarse casi completamente en él.

Bueno, a estas alturas la verga de Guille apuntaba al techo. O lo haría de no ser por la prisión de los pantalones.

Fue entonces cuando la oftalmóloga le besó. Dulcemente, al principio apenas rozándole con los labios en la comisura de la boca. Guille lo tuvo que disfrutar bastante, porque lleva bigote y perilla, y Silvia le lamió ligeramente con la punta de la lengua el vello del bigotillo. Guillermo sintió un agradable gustillo que le hizo estremecer. Sin embargo, casi no le había dado tiempo a ser consciente de la situación, cuando ya se estaban besando apasionadamente (destrozándose, diría yo, por los morros que lució mi amigo al día siguiente) y las manos de Guillermo, como dotadas de vida propia, magreaban los generosos pechos de Silvia. Pero aquella mujer no eran de las que perdían el tiempo, como fugazmente lamentó Guille, porque mientras se besaban la doctora se bajó las braguitas, efectivamente negras, se las encasquetó juguetonamente a Guillermo en todo la cabeza, a modo de casco y se subió a horcajadas sobre él. Guille trató de desabrocharle los dos únicos botones que aún no habían ido a parar al suelo, debido a inexplicables designios divinos, pero Silvia no le permitió llevar a cabo la empresa: le agarró de las muñecas y le puso las manos sobre sus nalgas - que a él le parecieron sendas plazas de toros, carne prieta generosamente repartida - , al tiempo que ella luchaba con los botones de la bragueta de Guille...y eso sí que fue una empresa quijotesca, porque entre lo tirante que estaba la tela por aquella zona, los malditos botones de mínimos ojales y la durísima y erecta polla de Guille, la pobre oftalmóloga se destrozó las uñas, las manos, los nervios y la moral. Pero hete aquí que por fin los forcejeos dieron su fruto en forma de triunfante verga guillermina, que salió triunfante a la tenue luz de la consulta...aunque al feliz pene no le había dado tiempo ni de respirar cuando fue engullido por el coño de la oftalmóloga. Sin masticar, todo para adentro.

Silvia se quedó quieta, con los ojos cerrados y en extasis, sintiendo dentro de ella todo el pene de Guillermo, el cual, si bien no es muy largo, es tan grueso como un vaso de cubata. ¡Quizás mas!. Entonces se comenzó a mover lentamente en movimientos circulares, retranqueando el culo hacia atrás y, poco a poco, se inició el conocido “mete-saca”, Guille agarrándola de las nalgas para impulsarla más y mejor y, estaban en uno de los mejores puntos, cuando la puerta del despacho se abrió y una vivaracha y potente voz le anunció a la doctora que tenía una llamada de... y aquí se quebró la voz de la inoportuna secretaria, ya que sus ojos se acababan de habituar a la semi-oscuridad y había descubierto el pastel. Guille pensó “hostias, la orgía!”, pero se quedó con las ganas. La secretaria salió, diríase escupida, de allí y entonces Silvia despertó del hechizo sexual, porque desenvainó precipitadamente el espada de Guillermo de su húmeda y chorreante funda, se volvió a abrochar la bata sin dejar de mirar a la puerta y entró precipitadamente en el cuarto de baño.

Guillermo se levantó, se abrochó como buenamente pudo los pantalones y esperó a que saliera ella del baño, pero al rato llegó a la sabia conclusión de que allí no pintaba nada y salió del despacho, le lanzó un beso con los dedos a la pasmada secretaria cuando ésta le solicitó los honorarios y se marchó.

Luego en la calle, mosqueado porque todo el mundo con quien se cruzaba soltaba risitas picaronas a sus espaldas, fue cuando se dio cuenta de que aún llevaba las bragas de la oftalmóloga embutidas en la cabeza.

Guillermo siempre ha sido muy despistado. Y espero que ya que he contado su anécdota, me deje tranquila J...¡¡¡¡ja,ja,ja,ja!!!!

Un beso, Guillermito. No cambies nunca. ¡Ah, y perdóname el tono socarrón, J ya me conoces!! Y

Por cierto, al final resultó que la oftalmóloga y su secretaria eran pareja, y al parecer la doctora quería volver a probar los placeres del sexo masculino. Suponemos que de ahí las prisas que se dio la mujer. Pero tranquilos, lectores, sabemos que aún siguen juntas...J, ¡y ojalá por mucho tiempo! ¡Larga vida! FOTOS

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