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La Dentista

Todo comenzó cuando me recomendaron en mi Obra Social hacerme atender de la dentadura por una odontóloga cuyo consultorio estaba próximo a mi domicilio, y de la que me dieron óptimas referencias.

Pedí turno y llegué puntualmente a la cita. Era un consultorio moderno con una sala de espera coquetamente decorada. Una asistente dental, que también oficiaba de secretaria, me tomó los datos, y amablemente me hizo pasar cuando llegó mi turno. Me presenté, y luego de hacerme sentar en el sillón odontológico, examinó mi boca y luego confeccionó mi ficha dental, Sentada tras el escritorio pude observarla. Era una mujer madura de unos cuarenta años, alta, de cabello rubio y facciones delicadas. Su boca pintada y su porte distinguido al caminar, la hacían sumamente atractiva. Lucía un delantal impecable y se percibía el aroma de un perfume costoso que estimulaba los sentidos, por lo que le pregunté por la marca y de paso elogié su gusto. Agradeció mi delicadeza con una sonrisa y se puso a trabajar. Al terminar la sesión quedé contento ya que no había sentido ningún dolor, y nos pusimos de acuerdo para la próxima sesión. Me despedí con un beso y saludé a la secretaria muy simpática y locuaz, fijando la fecha de la nueva cita.

En casa empecé a preguntarme por el impacto que la doctora Malena López me había provocado, e inconscientemente deseé que la consulta llegase lo más pronto posible. Quería saber más de la persona que se ocultaba tras el delantal, que me había resultado tan enigmática y atractiva.

A la siguiente visita, llegué temprano y como no había pacientes, me puse a conversar con la secretaria, que me comentó que la Doctora había enviudado cinco años antes y se había dedicado por entero a su hija ahora adolescente. Jamás le había conocido una aventura a pesar que ella la incitaba a salir, pues era joven y linda y merecía ser correspondida por alguien que la mereciera. Esa charla se interrumpió cuando Malena me hizo pasar, pero ya sabía mucho más de mi dentista. Me recibió con un beso y me miró a los ojos. Percibí una empatía mutua. Un rubor me pareció que encendió sus mejillas, desvió la mirada y me invitó a sentarme. Mientras me trataba, sentí su aliento cerca de mi rostro y el perfume me embriagó. Cerré los ojos tratando de apartar mis pensamientos y percibí sobre mi antebrazo derecho su pelvis apoyada, mientras trabajaba con el torno. Se aceleró mi respiración y temí que se diese cuenta de mi excitación. El teléfono sonó y la asistente le pidió permiso para retirarse ya que no tenía citados más pacientes.
Malena accedió inmediatamente diciendo que ella se encargaría de guardar todo. Sentí como se cerraba la puerta del departamento y quedamos los dos solos. Me miró y comprendí lo que deseaba. Se arrodilló y desprendió el cierre del pantalón, extrajo mi verga que había endurecido y palpitaba de deseo y la llevó a su boca. En un susurro me confió que jamás lo había hecho desde la muerte de su marido y no comprendía su compulsión. Comenzó a mamarla y lamerla atragantándose con el semen cuando eyaculé. Luego fue su turno le desprendí las presillas del delantal y fue ella sin sacárselo totalmente la que se sentó en el sillón abriéndose de piernas. Le liberé los senos y le corrí su tanga blanca dejando al descubierto su vulva depilada y carnosa. Ya totalmente desnudo dirigí mi verga rígida e inflamada por el deseo hacia el clítoris excitándolo con mi glande descubierto. Ví como entre cerraba sus ojos y gemía pidiendo que la penetrase. No lo dudé y le enterré profundamente la verga, yendo y viniendo. Jadeaba y se arqueaba para hacer más íntimo el contacto. Sus expresiones incontenibles de placer, el “ahahaha” “ahaha” “ahaha” “mi amor, mi macho, mi vida, dámela toda” “párteme la concha, quiero tu pija gorda y tu leche dentro mio”, no hicieron más que excitarme, y cumplí con sus deseos. El semen derramado escurría, desbordando la vagina. Luego invertimos la posición, y yo sobre el sillón, la hice sentar de espaldas a horcajadas frente al espejo para ver como abierta de piernas, recibía en su vagina el tributo de mi miembro. Luego reclinó su espalda sobre mi torso y frotando con sus dedos el clítoris, culminó con un orgasmo prolongado. Finalmente la coloqué de bruces, apoyando sus antebrazos sobre el sillón, me situé por detrás, y mientras ella abría sus nalgas con sus manos, atravesé el orificio anal lubricado por los jugos pringosos que fluían de la vagina. En el momento de sortear el esfínter, exhaló un gemido contenido de dolor y placer. Resultó una hembra fantástica, al momento de abandonarse al llamado de sus instintos. Terminamos abrazados entre besos y caricias y ella entre jadeos y susurros me agradecía el momento vivido luego de años de abstinencia sexual.

Finalmente nos bañamos, nos vestimos y fuimos a cenar. Allí me confesó que era el primer hombre que la había seducido desde su viudez. Sin poderse contener, había comentado con su asistente la impresión que yo le había causado, quien con una sonrisa socarrona, le sugirió que dejase de lado sus prejuicios y se entregase al hombre que le gustase y pudiera hacerla feliz. Por mi parte le expresé el impacto que me había causado en nuestra primera cita y el deseo de volver a verla. Ella, mientras me tomaba la mano, y mirándome a los ojos me dijo lo maravillosa que había sido nuestra relación sexual y lo que había disfrutado, cosa que jamás le había sucedido anteriormente. No le había importado la utilización del consultorio que siempre había sido sagrado en su profesión, al contrario me reveló que fue un estímulo para atravesar los límites que siempre, antes de conocerme, se había impuesto.

Comenzamos a compartir salidas, aunque nunca nos olvidamos, periódicamente, de repetir la experiencia del consultorio, dando rienda suelta a nuestros recuerdos y fantasías. FOTOS

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