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El Pintor de Brocha Gorda

Luego de separarme de mi marido, pasados algunos meses, me puse de novio con un médico que me contuvo y del que me enamoré. Juramos que no nos ocultaríamos nada para no cometer los errores que frustraron mi matrimonio.

Las relaciones se iban profundizando, siendo muy satisfactorias, no solo desde el punto de vista espiritual, sino en nuestros encuentros sexuales que ampliaron mis experiencias dormidas desde hacia tiempo. Disfrutaba todas y cada una de las veces que nos encamábamos y aprendí a expresarme libremente, olvidando la timidez y la rutina que me acompañaron durante mi vida anterior.

En una oportunidad, en medio de una relación, entre besos y caricias, me confesó de sus fantasías, y me preguntó si yo había imaginado alguna, y entre jadeos y gemidos le dije que era muy feliz con lo que tenía, pero viendo una película pornográfica había fantaseado copular con un hombre de color al ver el contraste de su piel negra con la tersura y la blancura de la piel de la protagonista.

Habían pasado tres años de convivencia con Jorge de una relación profunda y libre de tabúes y ataduras, con un respeto por la libertad individual que me enriquecieron y en la que dejé de lado mis prejuicios por lo sexual que me permitieron disfrutar la relación de pareja con toda intensidad.

Una tarde de domingo paseando con Jorge por Recoleta nos detuvimos a contemplar el retrato de una joven posando, plasmada en el papel por un pintor joven negro, muy simpático y locuaz que por su manera de hablar supimos era brasileño. Su retrato tan expresivo, motivó el comentario elogioso de Jorge quién me sugirió posar para tener un recuerdo. Gilberto, que así se llamaba, al verme se entusiasmó y nos convenció a los dos citándonos en su atelier de San Telmo para pintar un óleo, que era su verdadera manera de expresarse artísticamente, pues intuía que iba a ser la obra para presentar en la muestra de pintura en la Bienal de San Pablo al que estaba invitado. Quedé sorprendida ante semejante propuesta, pero la insistencia de Gilberto y Jorge que prometió acompañarme, hizo que finalmente aceptase, no sin antes derribar mis argumentos del pudor y la falta de experiencia de posar desnuda, que de eso se trataba.

El lunes siguiente a las cuatro de la tarde nos encontramos en el atelier de Gilberto para empezar la obra. La vergüenza de posar sin ropas frente a mi novio desapareció, cuando con mucho profesionalismo me ubicó de contra luz cerca de la ventana y Jorge elogió mi figura, que según él resaltaba mis rasgos. Gilberto tenía treinta años, una contextura atlética que lo hacían atractivo y un hablar pausado de conversación variada e inteligente. Su pelo ensortijado renegrido en bucles y un tatuaje en su brazo derecho, junto a su torso desnudo, ya que pintaba solo con sus pantalones de jeans, motivaron mi interés y una mirada intencionada que relacioné con mi siempre vigente fantasía.

Tres días a la semana, en los días de sol posaba para Gilberto. Elogiada por mi novio que se maravillaba por la forma que captaba y traducía en la tela mi expresiva mirada, que Gilberto la resumía en una mezcla de sensualidad e inocencia, fue tomando cuerpo la pintura de mi figura casi de tamaño natural. De cuerpo armónico, mostrando la blancura de mi piel, el rostro de rasgos suaves, la nariz pequeña, los ojos celestes y el pelo rubio recogido, le daban al óleo un atractivo especial de sugestión y erotismo. A punto de concluir la tela, cuando solo quedaban algunos detalles, Jorge se debió ausentar a un congreso médico en Río de Janeiro, y Gilberto, con quien habíamos hecho una amistad, le propuso alojarse en casa de una amiga que le haría de anfitriona, le haría conocer la ciudad, y le abarataría los costos de su estadía.

El jueves lo acompañamos a mi novio al aeropuerto, y nos despedimos entre besos y recomendaciones. Gilberto ya había hablado con su amiga que lo esperaba en El Galeao para llevarlo a su apartamento y hospedarlo hasta su retorno el lunes siguiente.

Retornamos a la Capital, y me citó a su atelier al día siguiente para terminar la obra, y de ser posible comunicarnos con Jorge vía computadora y vernos a través de la video cámara desde el departamento de su amiga Marcia.

Esa noche me dormí pensando en la primera vez que no me acompañaría Jorge para posar, y en mi imaginación rondó la fantasía de un hombre negro sumamente atractivo que podría cumplir mi sueño.

Nerviosa y puntual llegué al atelier. Gilberto me convidó con una bebida alcohólica y nos sentamos frente a la computadora, para conectarnos con Marcia y Jorge. Rápidamente el contacto se produjo y para mi asombro se vio perfectamente la habitación desde donde Marcia nos saludó efusivamente. Era joven y bonita con un cuerpo escultural. Llevaba una malla diminuta como única indumentaria, lo que me asombró, y ante mi estupor apareció Jorge en pantalla totalmente desnudo. Me precipité sobre la computadora para pedirle explicaciones, pero no obtuve respuesta. Impotente me aparté de la pantalla, pero mi curiosidad hizo que luego de unos instantes me sentase frente a ella. Entonces los vi. Ambos se prodigaban caricias y Jorge la penetraba una y otra vez, por delante y por detrás, los gemidos de Marcia retumbaban en mi cabeza, aunque pasados unos minutos despertaron en mi calentura y un deseo irrefrenable de venganza. Gilberto de pié, se hacía el desentendido. Al ver semejante escena me acerqué a Gilberto, y justificando mi actitud, me arrodillé y le bajé los pantalones. El calzoncillo se elevó insinuando la erección del miembro. Era enorme y al descubrir el glande rojo vinoso de esa verga negra, supe que se haría realidad mi fantasía. Comencé a succionarlo sin importarme que mi novio lo observara, lo tenía merecido, e hice todo lo posible para mostrarme ante la cámara mirándolo y mostrando mi complacencia ante tamaña cogida.
Me introdujo su enorme verga negra que contrastaba con mi piel blanca y la rosada vulva depilada, que se abría ante cada embestida. Me acariciaba los senos pellizcando los pezones endurecidos por el deseo. Los jadeos y gemidos se escuchaban claramente desde la cámara, según lo hacían saber Marcia y Jorge desde su computadora. No me importaba, y así seguimos por varias horas. Apagamos la señal, pero no por ello dejamos de gozar. Me alzaba y mientras con sus manos me abría las nalgas me deslizaba hacia abajo introduciendo la verga hasta los testículos. Me subía y bajaba, mientras yo hamacándome lo incitaba. Luego por adelante, con él recostado de espaldas, lo montaba haciéndolo acabar una y otra vez. Finalmente nos dormimos abrazados, aunque despertamos varias veces por la noche reiniciando los juegos .Pero no todo terminó ahí. Me encantó ver frente al espejo como esa enorme verga al salir de la vagina desbordaba el semen que se deslizaba por el periné lubricando el orificio anal que no tardó Gilberto en atacar pese a mis súplicas por temor al dolor que me causaría. Finalmente mi calentura pudo más y se lo ofrecí abriendo con mis manos las nalgas para ampliar el orificio. Los gemidos y el dolor al atravesar el esfínter no hicieron más que excitarlo enrojeciendo con chirlos mi cola. Padecía y gozaba al mismo tiempo. Terminé exhausta y satisfecha después de ese día de lujuria y desenfreno que filmó y saco fotos para recordar el momento en que mi fantasía se había convertido en realidad FOTOS

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