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El Odontologo

Era odontólogo, y además de ejercer mi profesión en un consultorio en Lujan, era ayudante en la cátedra de endodoncia de la facultad de Odontología en la Universidad de Buenos Aires.

Allí conocí una alumna, cuya figura me sedujo desde el primer día. Era alta delgada, de figura armoniosa, caderas estrechas, de piernas torneadas, manos y pies finos. Sus pechos, eran pequeños pero firmes resaltando la agudeza de los pezones a través del delantal. Siempre estaba impecable, y elegantemente vestida. Su rostro agraciado, su boca sensual, los ojos oscuros e insinuantes y la melena corta perfectamente peinada, la hacían muy atractiva. No era muy sociable, y se manejaba en forma muy independiente. Su personalidad, la hacía difícil de abordar, pero me propuse intentarlo.

A través de las charlas, me enteré que tenía novio, desde hacía no mucho tiempo. Eso no me arredró, por lo contrario, actuó como un estímulo extra, y como yo también era casado, me imaginé una aventura extramatrimonial con esa alumna que tanto me atraía.

Trascurrieron seis meses, hasta que se presentó la oportunidad. Tenía que realizarse un arreglo en su dentadura, y me preguntó si yo se lo podía hacer. Por supuesto acepté. Le propuse realizarlo en mi consultorio de Lujan el sábado siguiente. Quedó en contestarme, previa consulta con su novio. Le expresé que si él quería, podía acompañarla. Eso, me parece la tranquilizó y pensé que iba a aceptar. Para mi sorpresa, al día siguiente, me dijo que iría, no así Hugo que tenía un partido de fútbol y no vendría, y me pidió si yo podía llevarla en mi auto. Combinamos para encontrarnos en la mañana del sábado, sugiriéndole que llevara su delantal para que me hiciese de ayudante con los pacientes, hasta retornar a la Capital.

La pasé a buscar por su domicilio cerca del mediodía. Nos detuvimos a almorzar en un restaurante en la ruta donde nos entretuvimos charlando de varios temas demorándonos, por lo que llegamos recién a las dos de la tarde al consultorio donde nos esperaba la secretaria, Las presenté y nos pusimos a trabajar.

Serían las seis, cuando concluí con el último paciente. Se sentó en el sillón, le coloqué el babero y comencé a tratarla. La sola proximidad de su cuerpo, y el roce de mi pierna sobre su antebrazo, me excitaron, tenía ganas de besarla pero me contuve. Traté de ser lo más suave y gentil en el trato. Escuche a mi secretaria cuando dijo que iba a comprar algo para el mate. Al finalizar el arreglo, cuando se iba a levantar, me preguntó como me podía pagar. Dudé un instante, simplemente le respondí, me incliné y le di un beso suave en su boca, entreabrió sus labios como invitándome a repetirlo. En ese instante oímos la puerta al cerrarse. Era la asistente que retornaba. Fue un momento embarazoso. María se ruborizó, y se separó incómoda.

Tomamos mate, sin mencionar lo sucedido, y finalmente nos despedimos.

En los primeros kilómetros, solo le pregunté, si tenía premura en regresar. Me confió que había dicho en su casa, que la esperasen a eso de las once de la noche, para no intranquilizarlos. Aproveché para colocarle mi mano sobre su muslo izquierdo. No se defendió y observé como cerraba sus ojos con la caricia. Me di cuenta que era el momento, Paré al costado de la ruta en un sitio arbolado. La rodeé con mis brazos y la besé, nos abrazamos y nuestras bocas se fundieron en un beso profundo y sensual. Mis manos buscaron sus senos y su entrepierna para acariciarlos. Ella respondía a mis caricias sin inhibirse. Le propuse ir a un sitio más adecuado. Me rogó que no continuásemos, que respetase a mi esposa y a su novio. Pero yo estaba decidido, le recordé que Hugo había preferido, ir a jugar al fútbol, antes que acompañarla, que ambos deseábamos tener una experiencia distinta, aunque no estuviese presente aún el amor, y sí el deseo y la calentura. Lo intuí, y no me equivoqué, no opuso más resistencia. La noté excitada y ansiosa.

Llegamos al hotel alojamiento, estacionamos el auto, y nos dirigimos a la habitación. Era amplia, con una cama redonda y espejos en el techo y las paredes, que permitían que nos viésemos desde cualquier posición. Daba la sensación que varias personas nos observaban. Me dijo que jamás había estado en un sitio como aquel.

Me desnudé, mientras María iba al baño. Cuando retornó, la contemplé desnuda por primera vez. Era mucho más atractiva de lo que me imaginé. De cuerpo armonioso, con sus piernas torneadas, su vientre plano, y sus senos turgentes con pezones duros y desafiantes. Su rostro arrebolado y la mirada insinuante, provocaron en mí, una erección enorme.

Me aproximé, mientras una música romántica creaba un clima especial. Nos besamos, la alcé y la deposité en la cama de espaldas. Abrió sus piernas, entonces me incliné y besé su sexo, el vello y sus labios estaban húmedos presagiando lo que sucedería. Luego nos colocamos en 69 y nos prodigamos una caricia bucal conjunta. A punto de estallar, me incorporé, me situé entre sus muslos coloqué mi glande en la entrada de la vagina, y la penetré hasta los testículos. Sus jadeos y gemidos, demostraban el placer que la embargaba. Era magnífica en la cama, su voluptuosidad y su entrega, desmentían la imagen que mostraba en la facultad. Hubiera jurado que era tímida y sin experiencia, más bien fría. Me equivoque. Luego de un movimiento acelerado de vaivén, tuve una eyaculación que inundó sus entrañas. Ella me pedía más. Descansamos, y nuevamente comenzó a acariciarme, a besarme y finalmente me masturbó. Consiguió, que mi miembro se endureciera como al principio, me parecía imposible pero lo logró.

No podía perder la oportunidad. Le pedí que se pusiera de bruces, apoyada en sus antebrazos. Me coloque por detrás Esa hermosa hembra, mi alumna, mostraba sus glúteos redondos y firmes. Entreabrí con mis manos las nalgas descubriendo el orificio anal, oscuro y pequeño. Por debajo de la raja aún húmeda se veía que fluía el semen de nuestra cópula previa, lubriqué mi miembro con los jugos pringosos de su vagina que me recibió nuevamente por detrás. La tomé firmemente de sus caderas y con un movimiento de vaivén insinué mi verga en su orificio anal. Abrió sus piernas para facilitarme la penetración, y fue al atravesar el esfínter que profirió un grito contenido de dolor, que rápidamente se transformó en jadeos y gemidos de placer al profundizar la verga hasta los testículos. Palabras obscenas, mezcladas con caricias y palmadas a su pedido enrojecieron su cola, desencadenando una nueva eyaculación que coincidió con el orgasmo de María.

Quedé exhausto, Fuimos al baño, y mientras nos enjabonábamos, le pregunté si había gozado como yo, si las relaciones con su novio eran tan placenteras como la que habíamos mantenido. Finalmente le rogué que continuásemos disfrutando como amantes, hasta aclarar nuestros sentimientos. Me respondió, que creía estar enamorada de su novio, al que había escarmentado con la aventura que habíamos vivido, pero el placer que le había proporcionado, le haría replantear la relación. Aún desnudos bajo la ducha, la abracé, la besé, y de pié, le hice elevar su pierna derecha que apoyó sobre un banco de plástico, y la penetré por última vez. Mojados y satisfechos, nos besamos. Nos vestimos y emprendimos el regreso.

Ya en el auto, me rogó que no comentase lo sucedido con nadie, ni le diera motivos de sospecha a ninguno de sus compañeros de lo que habíamos vivido. La dejé en su domicilio. Al quedar solo, rememoré lo sucedido. Esa alumna hermosa, hosca y distante por momentos, había resultado una magnífica hembra sin inhibiciones en la cama. Una amante inigualable. FOTOS

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