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Mi Juguetito Sexual

Desde siempre, desde que descubrí las sensaciones del sexo, desde que mi cuerpo vibró con mi primer orgasmo, mi ilusión era tener un juguetito sexual, un vibrador para poder realizar mis múltiples fantasías.


Mientras estuve soltera eso era imposible, pues si mi padre lo hubiese descubierto me mata, seguro que me mata. Como ya he explicado en otros relatos mi padre era una persona muy seria y el tema del sexo en casa no se tocaba ni por casualidad. Ahora, después de pasados algunos años, pienso que era demasiado intransigente y un poco egoísta... porque él si lo gozaba, ¡vaya si lo gozaba! Somos siete hermanos, y digo yo que no pasarían las noches jugando a las cartas, pues entonces ninguno de nosotros estaríamos aquí.


Cuando me casé creo que debió ser el momento adecuado para hablar de ello con mi marido, pero aunque no lo parezca ahora yo era muy tímida y esperaba que fuese él quien lo propusiera. Después pasaron los años y mi timidez fue desapareciendo, pero al mismo tiempo surgió otro problema: yo no soñaba con un vibrador cualquiera, el mío tendría que ser auténtico, 20 cm de latex, con la forma de un precioso pene, su apetecible capullo y las protuberancias de las venas marcadas. Quería algo especial y me daba apuro hablarlo con mi marido. Temía que él pensase que no me complacía, y en realidad no era así, disfruto mucho del sexo, pero siempre necesito más.


Este año, entre los relatos y las cositas que veo por cam, mis deseos se han acuciado, Lo necesito…lo quiero, no puedo pasar sin él, cuando hago el amor lo imagino, y solo de pensar en sentirlo vibrar dentro de mi vientre, me excito de tal manera que me provoca un orgasmo. Por eso un día me decidí… estábamos haciendo el amor… a mi marido le encanta jugar con frutas y le dije:


---Eso podría vibrar, sería maravilloso sentir como se agita en mi interior ¿por qué no compramos un vibrador?---


---Cómpralo—me dijo---por mí no hay inconveniente---


Y la volvimos a liar, porque yo quería que lo comprase él. En mi pueblo me conocen hasta las ratas y, la verdad, no me apetecía nada que los demás se enterasen de lo viciosilla que soy y cuales son mis apetencias sexuales. Llegué a pensar que estaba condenada a no poder disfrutar nunca de mi deseado juguetito.


Pero tuve una idea maravillosa. Faltaban escasos quince días para los Reyes Magos y mi marido nunca sabe que regalarme por esas fechas, así que le iba a solucionar la papeleta.


--- ¿Sabes que he pensado? Me lo podrías regalar por Reyes---


--- ¿Eso… eso quieres por Reyes?---


---Siii, por favor---


---Bueno, ya lo pensaré---


Estaba emocionada, nerviosa, todavía faltaban quince días para los Reyes y cada día registraba todos los rincones de la casa, para ver si ya lo había comprado… Pero nada, o no lo había comprado o lo había escondido muy bien.


Y llegó el día 4… Habíamos pensado pasar la noche y el día de Reyes en casa de mis cuñados, ellos tienen niños pequeños y los Reyes con niños son otra cosa. Compramos los regalos y cuando mi marido se fue a trabajar me encaramé en una escalera para bajar una gran bolsa de viaje que guardo sobre el armario, en la que pensaba poner los juguetes y algo de ropa por si nos hacía falta. Al tirar de la bolsa un paquete cayó sobre mi cabeza, bajé de la escalera, lo miré, y con mucho cuidado para que mi marido no se diese cuenta lo abrí por un lado. Mi corazón latía muy deprisa, estaba súper-nerviosa, por la emoción de ver mi juguetito y... ¡¡¡allí estaba!!! Lo había imaginado muchas veces, pero nunca lo había visto, ni tocado. Creía que sería frío al tacto, pero no era así, se sentía cálido, lo pasé suavemente por mi cara y sentí el suave ronroneo en mis mejillas, mmmm... me dieron unas ganas locas de estrenarlo, pero pensé que era una sensación que deberíamos sentir juntos. La sorpresa y la primera impresión debe ser algo especial, y yo la quería sentir junto a mi marido.


Lo envolví con mucho cuidado para que no advirtiese que lo había visto, y lo volví a poner donde estaba, dejando la bolsa en su sitio (-ya le pediría que la bajase él-) para que no lo notara.


La tarde del día siguiente, Noche de Reyes, viajamos a casa de mis cuñados. Ellos tienen tres niños pequeños, y esa noche después de la cabalgata no había forma de que se durmieran, por lo que no esperamos hasta el día siguiente para darles sus regalos.


Había un montón de paquetes con mi nombre, pero el ansiado paquetito de papel dorado y lazo rojo no estaba. Bueno… quizás en mi interior no esperaba encontrarlo aquí. Él no sabía que yo lo había visto, y tampoco lo iba a abrir delante de los niños. Aunque un poco decepcionada comprendí que era lo mejor, pero él notó mi desilusión y pensó que yo creía que no lo había comprado.


Los pequeños estaban alborotados, con el jaleo de los regalos no paraban de jugar y hasta la una de la madrugada no cayeron rendidos del cansancio. Los acostamos, y ya relajados tomamos una última copa de menta con wisky y nos fuimos a dormir.


Mi marido estaba muy risueño, y no paraba de tocarme y decir tonterías, pero a mí en una casa extraña, sin pestillo en la puerta y con un montón de gente escuchando, me da mucho corte y él lo sabía. Soy muy escandalosa y no me gusta nada que los demás me oigan, pero aún me gusta menos tener que mantener la boca cerrada cuando en realidad lo que deseo es desahogarme a gusto.


Sin darle muchas esperanzas saqué mi camisón de la bolsa y entré en el cuarto de baño para asearme. Al regresar mi marido ya estaba en la cama, y en su cara se dibujaba una sonrisa picarona.


---¡¡¡Esta noche a dormir!!! ¿Vale?--- le dije muy seria—


----Lo que tú digas mi amor, sabes que siempre te obedezco---


Eso no se lo creía ni él, con la cara lo decía todo. Al destapar la cama me di cuenta del porqué de su sonrisa. Estaba allí… el precioso paquetito dorado resplandecía entre las sabanas. Creo que fue entonces cuando el se dio cuenta de que yo ya lo sabía. Corrí a la puerta, coloqué una silla sujetando la maneta para que no se pudiese abrir, y salté a la cama quitándome el camisón por el camino.


Estaba nerviosísima. Arranqué el bonito papel dorado y mis pupilas se dilataron al ver la cajita. Es verdad que ya lo sabía, pero la emoción de saber que iba a probarlo podía conmigo. Entonces mi marido me quitó la caja y dijo:


---Vamos a probarlo, pero a mi manera, tú déjame hacer---


De debajo de la almohada sacó unos pañuelos. Él ya sabía que yo iba a reaccionar así, y estaba preparado. A mí nunca me habían hecho mucha gracia esos jueguecitos de pañuelos anudados, no me gusta que me aten, pero estaba tan excitada que le hubiese dejado hacer cualquier cosa.


Ató mis brazos y piernas en aspa a los cuatro extremos de la cama y cubrió mis ojos. Le oía moverse alrededor de la cama abriendo y cerrando una cremallera, y sentí el movimiento en la cama cuando se subió. Mis sentidos se agudizaban intentando averiguar lo que estaba haciendo cuando sentí sobre mis pechos algo cálido, y me estremecí ahogando un grito de sorpresa. Mis pezones se endurecieron más aún de lo que ya estaban al sentir en ellos un suave masaje con algo que no lograba definir que era. Pensaba que era el aparatito, pero por su suavidad y calor bien podría haber sido su dedo, o incluso su pene, porque no vibraba. Continuó moviéndolo lentamente en círculos alrededor de los pezones mientras en el oído me susurraba palabras cariñosas. Él procuraba no hacer ruido, y yo tampoco, aunque mis pezones parecían dos piedras y me estaba torturando. Estaban tan sensibles que el simple roce hacía que por todo mi cuerpo se desatara una tormenta eléctrica. Mordí mis labios para evitar los gemidos. Y entonces lo noté… un suave runruneo que al ir bajando por mi vientre estremecía mi piel… ummmmm… Para, le dije, pero no hizo caso y continuó martirizándome hasta llegar a mi monte de Venus, moviendo el vibrante aparato por encima, despacio, erizando todo mi vello mientras mi vientre se contraía en espasmos de placer. Yo apretaba fuertemente la pelvis porque las convulsiones eran insoportables. Todo mi cuerpo se arqueaba intentando apretarse contra el aparato para no sentir su terrible cosquilleo. Quería que lo metiera, necesitaba ese gran aparato dentro, pero él jugaba y jugaba, lo pasaba por mis muslos mientras mordía y pellizcaba mis pezones. Su lengua incansable recorría mi cuello, mis orejas… y cuando mis gemidos subían de tono se apoderaba de mi boca con sus besos para ahogarlos.


Ya no podía más, le suplicaba que me lo metiera, nunca en mi vida me había sentido tan excitada, ni tan necesitada. Entonces sentí su peso sobre mí y me penetró con furia. Él estaba aún mas caliente que yo, y su pene, muy duro, entraba y salía, golpeándome repetidamente al tiempo con los testículos, mientras yo me deshacía en un orgasmo impresionante.


Salió de mí y rápidamente ocupó su espacio con el pene vibrante… Me sentí llena, ocupada totalmente sin que quedara un solo hueco en mi sexo. No sabría decir que sensación era mejor, si el conocido bailoteo del pene de mi marido que tantas satisfacciones me daba siempre, o esta nueva sensación de sentir el vibroteo en las paredes vaginales que hacían temblar mi vientre, mis piernas y todo mi cuerpo como si estuviese pasando por mí una descarga eléctrica.


Estaba tan caliente que esa noche era capaz de todo, y él se estaba dando cuenta. Su gran fantasía de siempre era encularme, y una vez, solo una, lo había conseguido, pero me hizo tanto daño que nunca más se lo permití. Cuando notó que yo estaba a punto de tener un nuevo orgasmo soltó mis manos y pies, y yo aproveché para tomar la iniciativa intentando ponerme encima él, pero no me dio opción. Me hizo dar la vuelta y ponerme a cuatro patas, como si fuese un perrito. Desde detrás introdujo el impresionante falo en mi vagina y volví a sentir que dentro de mí ya no cabía nada, que estaba saturada de polla, pero continuaba excitadísima. Por eso cuando me introdujo un dedo en el ano y lo movió en círculos no dije nada, y aunque molestaba lo di por bien empleado a cambio del placer tan grande que me estaba dando. Incluso sentí un doble cosquilleo en el vientre, y le dejé hacer. Besaba mis nalgas y las lamía, sentía su lengua húmeda recorrerme la grupa, y todo mi cuerpo se estremecía. Ni cuenta me di cuando introdujo el segundo dedo, estaba tan caliente que hubiese aceptado hasta la trompa de un elefante, y fue entonces cuando hizo el cambio. Sentí como su polla dura se introducía dentro de mí, su cuerpo descansando sobre el mío, sus testículos golpeando mis nalgas, la sensación de que allí abajo dentro de mí los dos falos se tocaban. Y entonces chillé, no pude reprimirme, era algo superior a mí, y mientras sentía su semen caliente inundar mi esfínter mi vientre se contrajo en un último orgasmo muy largo.


Ya no podía más, por primera vez en mi vida decía basta, y desnudos y acurrucados, sintiendo el calor de nuestros cuerpos, nos dormimos.


Al día siguiente, cuando bajamos a desayunar, todo eran risitas por parte de mis cuñados. Ellos podrían imaginarse lo que había pasado, pero ni por asomo podían llegar a hacerse una idea suficiente de lo bien que lo habíamos pasado. Y menos aún de lo mucho que yo había disfrutado cumpliendo una de mis más grandes fantasías.

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