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El Ultimo Relato de Charles Champ D Hiers

La protagonista: una mujer joven, de treinta y cinco años. Delgada, de pelo castaño claro y ojos verdes. Muy guapa, de esas que te hacen girarte en la calle para verlas pasar, aunque completamente opuesta a las conejitas de cierta revista. Su piel, tersa y blanca; sus labios, rojos y jugosos. Su nariz, respingona y pequeña. Es alta, un metro setenta y cinco. Su cuerpo esta bien torneado, tiene unos pechos no muy grandes, más bien pequeños, y sus pezones son igualmente pequeños. Tiene el abdomen ligeramente pronunciado y un ombligo diminuto y juguetón. Sus piernas son la parte de su cuerpo de la que se siente más orgullosa, son largas, delgadas y muy suaves. Sus manos, delicadas y expresivas, también son bonitas y están muy bien cuidadas. Su culo es redondo y atractivo.

Es una mujer inteligente, se sabe bonita y le gusta lucirse. Lleva vestidos de faldas con mucho vuelo que le permiten lucir sus piernas. Es muy femenina. Vive con su novio desde hace años, le ama y le ha sido siempre fiel. Trabaja como profesora en un instituto desde hace cuatro años, y aunque a veces le cuesta soportar a sus adolescentes alumnos, le encanta su trabajo y disfruta al máximo de cada día. Tiene vocación. Sabe que más de uno de sus compañeros profesores y muchos de sus alumnos la miran con ojos de lobo hambriento, pero ella es de las que saben marcar las distancias. Jamás ningún chico se ha tratado de propasar, y aunque lo intentase, ella está segura de que no se lo permitiría.


Pongamos que el relato podría empezar a la salida del instituto. Ella se ha quedado hasta tarde, las ocho o las nueve, para preparar las preguntas del examen del día siguiente. Podría haberlo preparado en casa pero ha preferido quedarse, ya que en el instituto le es mucho más fácil concentrarse. Aún así se le ha ido el santo al cielo y no se ha dado cuenta de lo tarde que se le había hecho. Es invierno, el mes de febrero y cuando sale a la calle ya es completamente de noche.

Podría vivir en una ciudad de tamaño medio del norte de España, por ejemplo Irún. A esas horas y por esas fechas las calles están casi desiertas aunque bien iluminadas, por lo que, desde luego, ella no tiene ningún miedo, además, ha hecho ese camino muchas veces y nunca le ha pasado nada. Y por otra parte, solo vive a escasos veinte minutos del instituto. Sale a la calle confiada y comienza a andar.


Problema: si esta en febrero y es ya tarde hará frío, por lo que no puede llevar un vestido de falda con mucho vuelo porque se helaría. Bueno, diremos que la historia transcurre un día que hay "egoaize", viento sur. Además, aunque no sea una "chicarrona", ella sí es del norte y está acostumbrada a temperaturas más bajas de lo normal. De todas maneras, podemos empezar hablando de la ola de viento sur y de cómo todos en el instituto habían pasado el día un tanto alterados por el repentino cambio de temperatura, incluso de cómo ella se había notado un poco extraña toda la jornada. Problema uno resuelto, recordar esta nota al comenzar el relato.


A los pocos metros del instituto, junto al seto que separa la calle del parque municipal (habrá que describir el seto, digamos que es de dos metros y lo suficientemente tupido como para no ver con claridad lo que ocurre al otro lado y con la puerta del parque municipal, abierta toda la noche, situada a escasos diez metros), oye unas risas y unas voces que le son familiares. Al menos dos o tres de ellas. Está casi segura de que se trata de la voz de alguno de sus alumnos. Un primer impulso le hace dirigirse hacia la verja. Esta oscuro, pero no tiene miedo. Al día siguiente hay examen y el deber de sus pupilos es el de estar estudiando a esas horas.


¿Qué hago?. Se acerca al grupo y son efectivamente sus alumnos o ponemos que son unos chicos desconocidos… A ambas posibilidades se les puede sacar mucho juego. Digamos que sí, que son alumnos suyos. Al menos dos de ellos, el resto, otros dos, solo la conocen por lo que sus amigos le han contado de ella y de su belleza.


Sigamos. Antes de aparecer frente a ellos se detiene un momento para asegurase de que realmente son las voces de sus alumnos. Sí, efectivamente, son Aitor e Ignacio, dos de los alumnos más conflictivos del instituto, aunque con ella se llevan muy bien. Hay confianza. Decide dar la vuelta a la verja y regañarles por estar allí a esas horas.

Avanza sigilosa los diez metros que le separan de la puerta del parque, entra y se dirige con paso firme hacia el grupo, formado por cuatro chicos sentados en dos bancos, tres en uno y el cuarto, el que habla más alto y parece llevar la voz cantante entre ellos, en el otro. Uno de ellos le silba al reparar en ella. ¡Guapa!. Se sonríe: no la han reconocido, piensa, menudo susto se va a llevar cuando se coloque frente a ellos.

Un olor particularmente conocido alerta sus sentidos a dos pasos escasos del grupo. Están fumando marihuana. Vaya, eso complica las cosas, ya no se trata de unos alumnos díscolos que están de fiesta en lugar de estudiando, sino de unos alumnos tomando drogas, por muy blandas que sean estas y por mucho que las hubiera consumido ella diez años atrás. Ya es tarde, sus dos alumnos la han reconocido, uno de ellos tira al suelo el porro. No hay marcha atrás.

Bueno, aquí toca ponerse serios. Ella sabe que llegados a ese punto, diga lo diga será meter la pata. A gusto saldría corriendo en dirección contraria y lo olvidaría todo, pero no es posible. Y no solo eso, es que en lo más profundo de su ser tampoco quiere huir. Es de esos raros profesores que además de maestros son y se sienten educadores (nota: este apunte en el relato final debe aparecer así, tal cual, en genero neutro, que se jodan los idiotas del "nosotros y nosotras, tontos y tontas"). A ella la marihuana no le había hecho ningún mal, pero sí a amigos suyos, su deber moral era impedir que sus alumnos cayesen en la droga y eso pensaba hacer. Tratemos de escribir el texto como irá en el original o con muy pocas variaciones:


Con aire enfadado se colocó entre los dos bancos con los brazos en jarras y taladrando con la mirada las asustadas caras de Aitor e Ignacio.

Os parecerá bonito –Desde luego no era la mejor manera de empezar, se sentía estúpida.

Me perece precioso.

La voz había venido de atrás, del chico del otro banco. Se giró furiosa y se quedó contemplando al muchacho que había hablado. Sus ojos tardaron unos instantes en enfocar la visión de aquel cuerpo mal iluminado, pero cuando lo hicieron enviaron una indescriptible señal de alarma a su cerebro. Tenía ante sí al adolescente más guapo que jamás había visto. Alto, moreno, con la cara de un ángel y la mirada de un diablo. Parecía sacado de una de esas revistas de chicas que leía allá por los ochenta.

Su culo, digo. Me parece precioso.

Aquella frase a bocajarro, aquel desparpajo insultante y sobretodo, lo que más le molestaba, aquella manera de cosificarla, de presentarla como un pedazo de carne le debían haber terminado de enfadar, sin embargo no era así. Al menos no fue así durante unos largos segundos. Segundos en los que no pudo evitar desnudar con su mirada a aquel insolente. Jamás le había pasado algo así y era consciente de ello, tal vez todo fuera culpa del viento sur, pero estaba claro que el resto se habían dado cuenta del efecto que su amigo había provocado en ella. O al menos así lo creyó ella.

No le quedaba otra que girarse de nuevo y volver a sus alumnos, y cuanto antes mejor. De nuevo las dos caras asustadas aparecieron frente a ella, aunque ahora se las notaba mucho más relajadas, no digamos la del tercero, la de aquel al que ella no daba clases. Estaba claro que la ocurrencia de su amigote les había dado algo de moral.

Iba a abrir de nuevo la boca cuando justo delante de su cara apareció una mano con un porro entre los dedos. Una voz tremendamente sedosa comenzó a inundar su oído.

Ande, "seño", no me diga que nunca ha probado uno. ¿No quiere?. ¿No se atreve?.

Aquella voz, aquella mano acercándose desde atrás suyo contra su boca hasta situar el porro entre sus labios, aquel calor… de pronto se vio dando una larga calada, llenando su boca con el cálido humo de aquel cigarro. Una parte de su cerebro se quería revelar contra aquella locura. ¿Qué estaba haciendo?. ¿Se había vuelto loca?.

"Buena chica". La voz del muchacho llegó de nuevo dulcemente hacia su oído, aunque ahora a mucha menos distancia de su oreja. Acto seguido, y para sorpresa de todos, el chico comenzó a lamer suavemente el cuello de la mujer.

Jamás en la vida se había sentido tan perdida. La lengua de aquel chico surcando su cuello le trasmitió una enorme sensación de placer, haciéndola desistir de cualquier tipo de resistencia. Tan solo podía continuar fumando, mientras los besos y los mordiscos del chico se volvían cada vez más cálidos y atrevidos.

Sus otros tres amigos tardaron varios segundos en reaccionar. A ninguno le parecía posible que su compañero estuviera besando el cuello de aquella mujer, que, maestra o no, además estaba tremenda. Tan solo cuando vieron como su camarada se cobraba cada vez más confianza dando la orden a su mano libre de acariciar el pecho de su víctima empezaron a darse cuenta de lo que estaba pasando.

Ellos, porque ella aún seguía en una nube. Ni siquiera las primeras caricias del chico sobre su pecho, aún cubierto por el vestido y el sujetador le hicieron volver a la realidad. Aquella lengua en su cuello le había vuelto completamente loca de placer y excitación, hasta el punto de olvidarse de quién era ella y qué hacía allí.

La nula resistencia de aquella hermosa mujer había sorprendido al chico. Aún no se explicaba como se podía haber atrevido a lamerle el cuello. Lo de ponerle el porro frente a la boca lo había hecho a sabiendas de que a sus amigos les haría gracia, pero cuando le había visto acercando su boca contra su mano no había podido contenerse. Tal vez hubiera sido el calor. Fuese lo que fuese ahora ya nada podía pararle. Loco de excitación y tras haber manoseado a sus anchas el pecho de la profesora hasta que los pezones se habían puesto duros como rocas, marcándose nítidamente a través del vestido, bajó su mano hasta la cintura y comenzó a izar la falda hasta dejar a la vista de sus amigos un bonito tanga negro y un par de piernas impresionantemente bellas.

Estaba ya todo perdido y ella lo sabía, sin embargo ni entonces, cuando notó como la mano de aquel muchacho comenzaba a acariciar sus braguitas supo hacer frente a la situación y rebelarse. Estaba ya todo perdido. Y perdida fue como recibió las primeras señales de placer provenientes de su húmeda entrepierna. Jamás en su vida había estado tan excitada como lo estaba en aquel momento, manoseada por un extraño casi veinte años más joven que ella, y sucediendo todo ante los ojos de otros tres adolescentes. 

Tal vez en aquel momento un simple movimiento brusco de la mujer, una palabra, algo, le hubieran hecho desistir en su acoso y levantar el cerco, tal vez. Sin embargo, en cuanto las yemas de sus dedos entraron en contacto con la húmeda tela de aquellas braguitas ya todo estaba decidido. Sus dedos esquivaron la prenda para penetrar directos hacia el clítoris de la profesora, comenzando a masajearlo lo menos bruscamente que le era posible.

A ella aquellas caricias la hicieron flaquear las piernas. Estaba ya todo perdido, pero al menos podía disfrutar al máximo. Se zafó de la mano que le sostenía aún el porro, y con un ligero empujón obligó al chico a sentarse en el bando vacío. A continuación, ella se sentó sobre él, abriendo impúdica sus piernas ante los asombrados ojos de sus tres amigos a fin de facilitar más aún los movimientos de las manos de aquel chico.

A todos los del otro banco les daba vueltas la cabeza. No podían creer aún que aquello fuera real. Aitor, el más decidido de los tres fue quien primero se hizo cargo de la situación. Aún con más miedo que otra cosa se levantó, dio tres pasos, y situó la bragueta de su pantalón frente a la boca de su maestra.

Tal vez no se hubiera atrevido, pero una mirada, un gesto, la cara de zorra que se le había puesto a aquella mujer le hicieron decidirse. Casi de un tirón se bajó los pantalones y los calzoncillos, y tras desenvainar un falo más duro imposible, penetró la boca de su profesora con toda su furia.

Para ella aquello ya fue demasiado. Si había una línea que separaba la locura transitoria de la ninfomanía más absoluta acababa de pasarla. El tacto y el sabor de aquella polla, los masajes de aquellas manos en su interior, la situación en sí le llevaron a un primer orgasmo que no pasó desapercibido para ninguno de los otros. De hecho, los suspiros de placer de la mujer aceleraron la intensidad de los envites de su alumno, que no tardó en estrellar unos enormes chorros de esperma contra su garganta.

Tragó cuanto pudo, dejando caer el resto por las comisuras de sus labios. Estaba rendida, pero aquello no había hecho sino comenzar. Frente a ella otro de los chicos estaba ya con la polla dispuesta a ser engullida. Ella tan solo se limitó a abrir la boca y lanzar una mirada de consentimiento. Al instante otro par de manos se fueron a erizar contra su melena mientras otra dura verga penetraba a través de sus doloridos labios.

Mientras el otro chico seguía con sus masajes y su amigo le penetraba la boca, los otros dos chicos no querían quedarse al margen de aquella fiesta, así que tanto el que ya se había corrido una vez como el otro comenzaron a destrozarle el vestido a tirones dejándola completamente desnuda.

Ni siquiera la humillación de verse desnuda de una manera tan salvaje le sirvió para recuperar la cordura. Más bien todo lo contrario. En cuanto notó la cálida brisa de la noche acariciando su piel, las lenguas de todos aquellos chicos comenzaron a humedecer cada poro de su cuerpo. Un nuevo orgasmo recibió a aquellas lenguas.

No tardó mucho tampoco el segundo chico en correrse en su boca. Esta vez ya ni se molesto en tragar. Tan solo dejó que el esperma siguiera su cauce a través de su lengua. Al momento, uno más estaba ya en posición para ser engullido. De nuevo otra dura polla penetró su boca.

Las lenguas seguían campando por todo su cuerpo, lamiendo, besando. Excitada notaba como le acariciaban los muslos, como le mordían los pezones hasta hacerle sentir contra ellos hasta sus respiraciones, como le lamían sus piernas. Otro orgasmo llegó desde las profundidades de su ser. Esta vez, sin embargo, no vino acompañado de otra verga corriéndose en su boca.

En su lugar, el chico que le estaba penetrando decidió cambiar de tercio, así que, agarrándola de los sobacos, la sentó abierta de piernas sobre el respaldo del banco, mientras su amigo, el que había permanecido abajo, se retiraba divertido. Desnuda, abierta en canal, no tardó en comprender que le esperaba ahora. La primera polla penetró a través de su coño con toda facilidad. Ya no podía estar más lubricada.

Sus gemidos ahora se hicieron más agudos y continuos mientras los otros tres chicos jaleaban a su amigo con toda clase de gritos ofensivos que solo servían para ponerle a ella más cachonda. Duro con esa zorra. Métesela toda. Dale lo que es bueno.

Tampoco estuvieron mucho tiempo animando a su colega, enseguida se corrió éste y enseguida llegó otro para cubrir su lugar mientras los otros le seguían secando a ella el sudor a besos.

Casi perdió el sentido de puro placer. Desde luego sí perdió la cuenta de los orgasmos que estaba teniendo. Sin embargo, y para sorpresa suya, aún pudo experimentar un último y salvaje ramalazo de placer cuando vio frente a sus piernas abiertas la figura del precioso chico que había empezado todo.

Felina, lanzó sus manos contra su culo desnudo y atrajo contra sí su cuerpo caliente. La polla entró una vez más con toda facilidad. Esta vez fue ella quien movió al otro como si fuera un juguete, jadeando contra su pecho, empujándolo cada vez con más fuerza contra dentro de ella misma.

Un último orgasmo les llegó a la vez a los dos. Para entonces los otros chicos estaban ya rendidos a los pies del banco, con los pantalones en sus rodillas, agotados, incapaces de vestirse. Un torrente de jadeos y suspiros jalonó esta última corrida. Después el chico dejó caer su cabeza contra el hombro de la mujer quedando los dos abrazados en calma total. FOTOS

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