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Mariela, La Diosa de la LLuvia

 ¿Cómo va gente? Otra vez aquí, rememorando algunas historias y observando cada una de las publicadas.

Lo que hoy voy a comentarles sucedió hace dos años. Tal como les he contado, me desempeño en dos escuelas controlando sus laboratorios de informática y los fines de semana, junto a mi padre, manejo un taxi.

Habiéndolos puesto en ambiente, los sitúo en el tiempo y espacio.

Ella es Mariel, profesora de Lengua y literatura. Tiene 34 años, es delgada de físico espigado, algo escasa de curvas superiores pero muy apetecible de curvas inferiores (lo que se diría una hermosa cola). Cabellos rojizos al hombro y mucha fineza en sus modos y trato. Se asemeja al físico de una modelo. Por otro lado, yo, un vago desalineado que lentamente muestra alrededor de su cintura los rastros de una edad que avanza.

Es claro que todas las docentes, viejas gordas y envidiosas en su mayoría, destilan veneno al verla pasar ya que todos giramos nuestras cabezas para seguir la figura de la fémina en cuestión.

Como todo ambiente reducido, comenzaron las habladurías respecto de ella ya que no se admite tanta admiración por parte de la platea masculina (que no abunda en las escuelas). Que sale con otros hombres, que su marido no sabe de sus aventuras, que le permite licencias extraordinarias como viajar sola con amigas y sin sus hijos a sectores alejados donde los hombres no preguntan edades sino tiempo que aguantan en lechos tibios, etc.

Así las cosas, la relación que me unía a Mariel se establecía en el manejo de la fotocopiadora que realizo en una de las escuelas y los favores que le hacía por su continuo olvido de preparar los apuntes en tiempo y forma,

Obviamente no tardaron en llegar comentarios que iban más allá de aquella situación, a los que yo respondía con sonrisas que alentaban la situación pese a que nada de ello sucedía.

Un día de mucha lluvia, en que me dirigía a la escuela siendo las 9:30 aproximadamente vi su auto detenido a la vera de la calle y el capot abierto. Me detuve al verla observar sin mucha idea el contenido de esa caja negra. Estaba empapada, pregunté que sucedió a lo que me respondió que nada entendía pues venía rumbo a la escuela y al cruzar la bocacalle el motor pareció toser dos veces para luego detenerse sin motivo alguno.

Obviamente se habría mojado el distribuidor, pero inventé algún tipo extraño de falla que le impediría llegar con él a la escuela. Debo reconocer que su imagen bajo la lluvia me había agradado en demasía y mi muchacho también lo entendió por lo que comenzó su escalada.

Así las cosas, la convencí de llamar a la escuela e informar de su infortunio por lo que no llegaría en horario a la clase, ya que debía volver a su casa a cambiarse y llevar el auto a remolque hacia allí.

Con la conformidad de la autoridad escolar de turno, calcé la soga remolque al auto de Mariel y nos dirigimos a su casa. Reconozco que en el viaje imaginé las mil y una formas de abordarla, sus formas remarcadas por la ropa húmeda pegada al cuerpo me habían trastornado y mi cabeza colaba más allá de los limites del recinto del auto.

Llegamos a su casa, un mensaje pegado al vidrio de la puerta de frente avisaba de la ausencia de su esposo y su retorno para horas de la noche debido a una urgencia que debió atender en un campo de la zona.

Ella profirió un insulto, me invitó a pasar y tomar un café mientras cambiaba su ropa. Accedí y me indicó como llegar a la cocina, una vez allí sentí el agua de la ducha caer mientras calentaba el café. Comencé a buscar las dos tazas y sentí un golpe seco. Lo siguió otro insulto y luego el inicio de un sollozo apagado.

Mariel, ¿estás bien? –pregunté sorprendido por el ruido.

No, me caí y me golpee en la cadera. No me puedo levantar.

Ante esta respuesta olvidé el café, las tazas y fui rápidamente al baño. Asumo que no pensé en la situación que se avecinaba, solo pensaba en ayudarla y ver que había sucedido.

La halle tendida cuan larga es en el piso, sin ropas, con un gesto de dolor en su cara y lágrimas rodando por sus mejillas. La observé por algunos segundos y me acerque a ella que permanecía inmóvil, revise su cintura levemente con un roce de mis manos y tras notar que se trataba de un fuerte golpe me dispuse a levantarla en vilo y llevarla a su pieza.

El contacto con su piel húmeda me encendió aun más y al notar sus brazos rodeando mi cuello para ayudar al traslado, me dejaron totalmente fuera de contexto.

La cargué y comencé el traslado, solo que a dos a tres metros de iniciado el recorrido ya busque sus labios con los mios.

No me rechazó, dio la impresión de aceptarlo y retribuirlo a modo de agradecimiento por la ayuda brindada, pero fui por más.

Al llegar a su lecho matrimonial ya los besos eran mucho más intensos y despojados de aquella gratitud inicial para transformarse en una invitación al pecado.

La dejé en la cama y me dediqué a acariciar sus curvas, senos suaves y turgentes con pezones erectos como puntas de lanza, su estómago plano trémulo vibrando ante cada roce de mis manos que buscaban llegar a su monte de Venus totalmente despojado de vellos. Comenzó a gemir cuando liberé sus labios, dirigiéndome a sus pequeños pechos. Mis dedos jugaban con su botoncito de placer que respondía haciendo humedecer su sexo de manera abundante. Acariciaba mi cabello y trataba de despojarme de mi camisa mojada; el contacto de sus dedos con mi piel me producía escalofríos.

Besé sus pechos, mordiscos en sus pezones duros e inflamados la invitaban a dejar caer sus últimas barreras. Me incorporé y quite el resto de mis ropas, me recosté junto a ella y seguí la secuencia de besos, caricias y miradas a cada milímetro de ese cuerpo escultural.

No me atrevía a avanzar, lo notó y fue ella quien tomó la iniciativa; con un leve quejido se incorporó y se montó sobre mí. Nos unimos en un beso prolongado mientras frotaba su sexo sobre mi compañero. Note su humedad creciente, su perfume a sexo colmaba mis sentidos mientras besaba mi cuerpo girando sobre mí.

Tuve su sexo a centímetros de mis labios pero no dejó que llegara a él, seguía besando mi cuerpo sin tocar siquiera mi herramienta, parecía eludirla cada vez que se aproximaba.

Debo reconocer que me pareció una hermosa y dulcísima tortura. Se diría que hasta la disfruté íntegramente. Pero ansiaba poseerla, lentamente la atraje hacia mis labios, le entregué un beso profundo y delicado mientras le alzaba la cintura para colocar mi pene en la puerta de aquel sitio sagrado. Tras leves roces, se lo fui colocando lentamente hasta hundirlo totalmente dentro de ella.

Comenzamos a movernos lentamente y disfrutando de cada embestida, en la medida que nuestra temperatura aumentaba, también lo hacía la velocidad de la penetración. Esto habrá durado unos 20 minutos que me parecieron una eternidad y que no deseaba que llegase a su fin.

Pero cuando llegó a su punto máximo, se desbordó. Se transformó en una fiera hambrienta de sexo, me exprimió hasta el ultimo milímetro de semen y siguió en sus movimientos queriendo obtener más, al cabo de dos minutos explotó en un grito de placer infinito y se dejó caer sobre mí.

Estuvimos así cerca de 15 minutos, prodigándonos besos y caricias mientras tratábamos de reponernos.

Me miró con una sonrisa y musitó un "Gracias, me tentaste y me encantó".

Trató de incorporarse para dirigirse al baño, aún había restos de dolor en sus movimientos. La seguí, temía que cayese nuevamente; en ese momento reaccioné y contemplé su cuerpo, se veía hermosa y logró que me encendiera nuevamente.

La alcancé en la puerta del baño, la ayudé a ingresar en la ducha. Una vez bajo el agua caliente que caía contra nuestros cuerpos, comencé a besarle cada milímetro de su piel. Descorrí los pliegues de su sexo y me sumergí en sus labios, mordisqueando su clítori transformé a mi lengua en un pequeño pene que penetraba en su vagina haciéndola gemir. Llegó a un orgasmo feroz, y se dedicó a retribuirme el placer brindado se agacho a la altura de mi cintura y tomando en sus manos mi pene, comenzó a besarlo y acariciarlo. Lentamente empezó a ponerlo y sacarlo dentro de su boca simulando una penetración bucal.

Su inexperiencia sumada al agua que caía sobre su cara le provocó un ahogo que nos causó gracia a ambos. Completamos la ducha y así desnudos, nos dirigimos a su habitación donde tras colocarme un preservativo mamó mi pene hasta lograr una lluvia contenida en el latex.

No me animo a tragar semen, tendrás que darme tiempo para que lo haga. Hoy no.

Tranquila Mariel, ya lo lograremos al igual que hacerte disfrutar por detrás.

Asintió con la cabeza, dejando abierta la posibilidad de un nuevo encuentro.

Tras el café y la colocación de la ropa, volvimos a la escuela. Nos despedimos en el auto con un beso, para evitar que nos viesen juntos.

Me encantó pasar una mañana así. Disfruté cada minuto que pasamos juntos. Trataremos de repetirlo.

Es una promesa – le dije.

Fue nuestra única vez, pero debo reconocer que temo que de repetirse no llegue a ese nivel.


Me agradaría recibir comentarios de mis publicaciones, tanto de esta como de las anteriores. Recuerden el mail para los envíos tu_amado@latinmail.com


Saludos, El Negro. FOTOS

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