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El Premio

Recibí el llamado de mi prima Julia, que para mi sorpresa me informaba que nos habíamos hecho acreedores a un premio que una empresa había instituido para promocionar el intercambio turístico con Méjico. Dicho premio consistía en un viaje a Cancún para una pareja por una semana, y cinco mil dólares no canjeables para otras personas. Yo no había sido consultado por Julia que arguyó que jamás pensó en ganarlo y me explicó que había escrito varias cartas con distintos nombres de allegados sin mayores expectativas, y a pesar de su descreimiento, resultó favorecida. Aunque el premio era tentador, le expresé la imposibilidad de convencer a nuestros cónyuges de prestarse a la situación de ir solos como si fuésemos un matrimonio. Me sugirió que lo intentase, pues confiaba en mi poder de persuasión para poder hacernos de los cinco mil dólares que tanta falta nos hacían.
Julia nos invitó a cenar el viernes siguiente y allí llegamos puntualmente con mi esposa a la que ya había puesto en conocimiento de la razón de la invitación, preparando el terreno. Luego de una velada entre chanzas y comentarios jocosos e intencionados, y ante la seriedad de la propuesta finalmente todos nos pusimos de acuerdo para disfrutar del dinero en libertad, manteniendo el respeto mutuo que habíamos edificado durante nuestra relación de varios años.
Julia realizó todos los trámites pertinentes a través de la compañía, sin mencionar nuestro vínculo familiar por temor a que nos descalificaran y recién estuvimos seguros cuando en Ezeiza conocimos a las otras cinco parejas y nos embarcamos con destino a Cancún.
Llegamos a un hotel magnífico que poseía una playa privada, bañada de aguas cristalinas, donde podía observarse el lecho del mar con toda nitidez. Al registrarnos le expliqué al conserje nuestro parentesco pidiendo habitaciones separadas. Me contestó que le era imposible satisfacerme, pues estaban todas ocupadas, aunque luego de consultar con el gerente en un gesto inusual me ofreció la suite nupcial, con una habitación amplia con la cama matrimonial, y otra antesala con un diván, donde yo podría dormir. Por supuesto acepté y el conserje con un guiño me deseo suerte pues esa suite no sería ocupada esa semana y por eso como excepción me la cedían. Adentro de la misma una piscina pequeña de agua caliente en forma de ele adornada con plantas, le aportaban un encanto especial desde cuyo ventanal se podía apreciar el mar en toda su inmensidad. Desde el balcón al abrirlo, se oía el sonido rumoroso de las aguas que bañaban la playa del hotel dándole un tinte romántico con la luna que iluminaba las noches
Luego de instalarnos, y admirar la suite que nos habían cedido, nos duchamos y bajamos a cenar donde nos esperaban con una recepción especial. Nos ubicaron con las otras parejas, y luego de compartir la mesa, a los postres, una orquesta amenizó la velada. Tocaron un tango dándonos la bienvenida, y por supuesto salimos con Julia a bailar. Al retornar fuimos efusivamente felicitados por todos que elogiaron la destreza y la sensualidad demostrada por Julia era una magnífica bailarina. Recuerdo que yo al sentir su cuerpo pegado al mío, había experimentado el endurecimiento de mi miembro y temiendo que se diera cuenta la invité a sentarnos.
Nos retiramos a descansar luego de una jornada intensa y al llegar a la habitación le ofrecí dormir en la cama matrimonial mientras yo lo hacía en el diván. Pensando en Julia con su cuerpo joven, su cabello renegrido y sus ojos oscuros que insinuaban una sensualidad y una belleza que siempre me subyugó, y tratando de alejar de mis pensamientos situaciones de las que me podía arrepentir, me dormí profundamente.
Me desperté por la mañana, sobresaltado, con el llamado del conserje que nos invitaba a desayunar e ir de excursión al museo antropológico y a un mercado de artesanías aztecas que estaban dentro del programa. Caminamos durante varias horas recorriendo la feria y los alrededores y retornamos exhaustos a las cinco de la tarde. Tomamos un baño en la piscina de la habitación y luego nos encontramos con todos para cenar. El menú era muy variado e internacional y luego a los postres nuevamente la orquesta interpretó canciones mejicanas, tangos y boleros. Intercambiamos parejas hasta que finalmente bailé con Julia. Sentí su cuerpo sensual, y nuevamente experimenté el endurecimiento de mi miembro por lo que traté de separarme, pero ella no me lo permitió, al contrario sentí como me apretaba. Su pelvis y los pechos tomaron un contacto íntimo con los míos. Sentí su aliento cálido y su respiración agitada. Rocé su oreja y su mejilla con mis labios y en ese momento se separó y me dijo que iba a la habitación a ducharse y dormir, pues estaba cansada, aunque yo podía quedarme.
Habrían pasado diez minutos cuando decidí retornar también a la pieza sin poder frenar mi ansiedad para verla. Abrí la puerta de la suite y escuché el ruido de la ducha. Me asomé y a través de las paredes de vidrio esmeriladas del baño, advertí la silueta borrosa desnuda de Julia que acariciaba con una esponja su magnífico cuerpo. Esperé que saliese de la ducha cubierta con un deshabillé blanco, y luego fue mi turno. No cruzamos palabras. El momento era tenso y traté de esquivar su mirada. Me bañé y al enjabonar mi miembro no pude evitar pensar en Julia y nuevamente éste se endureció, me avergoncé pero no lo pude impedir. Al salir me cubrí con una salida de baño y miré hacia el balcón. Allí estaba ella contemplando el mar y la luna llena, mientras se escuchaba una canción de Javier Solís que salía del parlante de música funcional ubicado en la pared. Me acerqué y tomándola de los hombros la giré y la invité a bailar. Me miró y sin pensarlo la besé. Me respondió con un beso profundo. Su lengua húmeda y pegajosa jugando con la mía me decidieron. La alcé y la llevé a la cama. Dejó caer el deshabillé y la observé desnuda totalmente por primera vez. Era una hermosa hembra con su cabellera negra, sus ojos pardos expresivos y anhelantes. Poseía dos senos firmes de pezones grandes, endurecidos por el deseo. La besé nuevamente y la deposité de espaldas en la cama. Me saqué la salida de baño y Julia con la voz entrecortada me suplicó, al ver la dimensión adquirida por mi verga, que le tuviese compasión ya que hacía años que no tenia relaciones con su marido homosexual y solo la masturbación le había permitido mantener su libido. Abrió sus muslos invitándome a penetrarla. Su vulva oculta por un vello pubiano renegrido y prolijo fue un estímulo para explorarla e introducirme en su profundidad. Me situé entre sus piernas y dirigí con mi mano el glande descubierto hacia el clítoris, acariciándolo con suavidad. Arqueó su pelvis para incitarme a penetrarla, pero yo con dominio de la situación me demoraba, hasta que en un susurro me suplicó que apagara el fuego que la consumía desde hacía años, entonces la penetré. Lentamente le introduje la verga hasta los testículos, entrando y saliendo mientras ella jadeaba y gemía de placer, me pedía más y más. Me aseguraba que jamás había gozado tanto con un hombre, que quería ser mi amante a pesar de nuestra relación familiar. Nos dormimos abrazados, despertando varias veces para reiniciar los besos y las caricias. Su lengua y su boca lograban lo que no me sucedía desde hacía años, ponía mi miembro en condiciones para penetrarla. Tuve varios orgasmos y el semen derramado escurría por sus muslos Ya con el alba y luego de tragar el semen de mi último orgasmo nos dormimos hasta la tarde debido al cansancio y la noche lujuriosa que tuvimos.
Bajamos a cenar y fuimos recibidos por el resto de los comensales con palabras intencionadas ya que las ojeras de Julia y las mías denotaban la noche vivida. Otra pareja también había desistido de la excursión y fue objeto de bromas respecto a la sesión sexual y terminamos riendo todos juntos e incitándolos a contagiarse al resto.
A partir de esa noche prácticamente nos recluimos y solo bajábamos a para las excursiones y a cenar ya que el resto del día lo disfrutábamos en la habitación. De la cama pasábamos a la piscina donde practicábamos el amor de todas las formas y posiciones posibles. Julia se había transformado en una adicta y yo respondía con creces ante sus estímulos. Me encantaba verla abrirse los labios de la vulva con sus dedos y mostrarme la humedad de la vagina. Me pedía que le estimulara el clítoris con mi lengua y la preparase para cogerla. En la piscina y bajo el agua también lo hacíamos. Nos bañábamos desnudos y gozábamos del agua templada que acariciaba nuestros cuerpos. El día previo a nuestro regreso, al borde de la piscina, luego de coger por la vagina le propuse penetrarla por el ano, y pese a ser reticente al principio finalmente aceptó. La preparé con la lengua y luego con mis dedos le dilaté el orificio anal. La puse en posición y comencé a presionarla con mi verga dura, mientras ella me aseguraba que era su primera vez, y yo la desvirgaba con su consentimiento por el amor que sentía por mí.
Nos despidieron con una fiesta donde prometimos volver y ser los mejores propagandistas en nuestro país, del hotel y de las atenciones recibidas durante nuestra estancia.
Nos embarcamos en la Aerolínea Mexicana a las diez de la noche en un avión con muchos asientos desocupados por lo que pudimos recostarnos sin problemas en el último asiento para descansar y reponerme de una semana agitada. Cenamos frugalmente y luego me recosté a lo largo del asiento. Había pasado la medianoche y Julia me despertó, me propuso encontrarnos en el baño del fondo en cinco minutos mientras ella se aseaba. Me despabilé y miré alrededor, todo era silencio en la penumbra, solo se oían las turbinas del avión. Me encaminé al fondo y golpeé la puerta. Julia la abrió y me hizo pasar, estaba completamente desnuda, sensual, apetecible. No lo dudé, me ayudó a desvestirme, y poniéndose en posición para facilitarme la penetración comenzamos una cogida fantástica e irrepetible a diez mil metros de altura. Jadeaba y gemía de placer ante cada embestida. Eyaculé mientras ella experimentaba un orgasmo entre promesas de amor y deseo irrefrenable. Finalmente me vestí y luego de acicalarme y peinarme la dejé para retornar a mi asiento. Diez minutos después retornó Julia, compuesta como si nada hubiera ocurrido. Nos dormimos abrazados y solamente nos despertamos cuando la azafata nos trajo el desayuno. Con picardía nos preguntó si habíamos disfrutado del viaje y agregó que seguramente se había consumado la fantasía de muchos viajeros ya que se había cuidado de no interrumpirnos a pesar de haber oído los gemidos que venían del baño. El rubor encendió la cara de Julia y en un susurro le agradecimos su discreción.
Aterrizamos en Ezeiza y nos despedimos de nuestros ocasionales compañeros, siendo recibidos con alegría por las familias para disfrutar del premio en dinero, que con ellos sí, podíamos compartir.

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