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Me Gusta tu Novio

Con mi hermanastra Mónica nos llevamos apenas tres años, yo tengo 28 y ella 25 recién hechos. Muchos fines de semana los pasamos en una casa en la sierra a la que se acerca nuestra madre, separada, el domingo. No queda lejos de la ciudad y eso nos permitía, ya de pequeños, escapadas a ella sin el estricto control de los padres. Hacía unos meses que Mónica se veía con Kazuki, un estudiante japonés algo menor que ella, un cielo de chico. El pelo lacio y negrísimo, apenas sin vello, con una piel clara y tersa como un niño y una carita arrebatadora, casi de niña. Por supuesto, Mónica sabía que mis miradas a su noviete no eran casuales, años atrás había descubierto mi secreto cuando me pilló follando con uno de nuestros primos. Sin embargo optó por ayudarme en todo y, a veces, incluso salíamos de ligue juntos aunque, algunas veces volvíamos los dos juntitos. Hacíamos juntos el amor de vez en cuando e incluso se ocupaba de mi culito con una polla para cinchar que compramos a medias. Nuestra relación era sencillamente genial. Uno de mis mejores recuerdos hasta entonces era el polvo que nos echamos juntos con uno de sus exnovios, que terminamos jodiendo ella y yo mientras él me rompía el culo, quedando clara ya mi bisexualidad más absoluta. El caso es que ella se dio cuenta enseguida de la atracción que yo sentía por Kazuki. Me pilló un viernes y charlamos de ello. La intención de Mónica no era excesivamente seria con el japonés, pero tampoco le gustaba la idea de que me follase a todos sus novios. Sin embargo, me confesó que había visto a Kazuki, que ya conocía mis aficiones, husmeando por mi cuarto un sábado en el que yo había salido.
Eran las cuatro o cuatro y media de la madrugada y Mónica, según dijo, se despertó. Su amante no estaba en la cama, así que pensó que habría ido al baño, pero el joven se demoraba demasiado. Además, en cuanto se asomó al corredor, vio que había luz en mi habitación. En lugar de dirigirse a ella directamente, Mónica abrió sigilosamente el balcón que compartíamos ambos y se acercó a la ventana. Lo que vio la dejó de piedra primero y cachondísima después.
El efebo asiático sabía que Mónica no se despertaba ni a tiros hasta el amanecer, así que campaba a sus anchas por mi cuartito. Andaba por él en pelotas, tal y como dormían los dos. Sobre la cama habían echadas algunas de mis revistas gay que Kazuki devoraba con fruición. Aún estando de espaldas Mónica sabía que el joven se estaba masturbando, ya que sus movimientos le delataban. Más sorprendida se quedó en cuanto su noviete agarró uno de mis finos consoladores y sustituyó con él al dedo que se metía insistentemente en su anito. Se puso en cuatro, con su carita apoyada en mi almohada, y se lo enterró lentamente sin dejar de pajearse con la otra mano. En estas, Mónica había empezado a acariciar su abultado clítoris entre divertida por el descubrimiento y furiosa por no colmar del todo a su amante. Estaban ambos en lo mejor de la paja, cuando Kazuki sustituyó el pequeño falo plástico por una polla de látex de considerables dimensiones. El japonesito continuaba ajeno a todo, devorando la revista de jóvenes homosexuales y apuntando el dildo hacia su culito. De un solo empujón tragó la polla sin esfuerzo aparente, lo que evidenció su destreza en esas lides. Quedó quieto unos instantes y, al poco, inició un mete y saca delirante. Mónica se quedó de piedra al ver que su amante se corría sin siquiera tocarse el nabo, ya que con una mano manejaba el dildo y con la otra aguantaba su postura. Un hilillo de semen cayó sobre las sábanas entre espasmos del chico que se desplomó sobre ellas acto seguido. Según ella, mi hermanastra volvió a su cuarto a esperar y, al cabo de unos quince minutos, apareció el asiático con cara de no haber roto nunca un plato y volvió a la cama con ella.
Mientras la escuchaba, no podía casi creer lo que Mónica me contó. Parecía casi demasiado bueno para ser cierto. Lo que faltaba saber era hasta qué punto llegaba la bisexualidad de Kazuki ya que, según mi hermanastra, se la follaba a menudo y a conciencia. Decidimos, entre los dos, descubrirlo el próximo fin de semana. Nos pasamos los días siguientes planeando nuestros movimientos por la casa, en busca de la mejor manera de pillar a Kazuki en nuestras provocaciones.
Al fin llegó el viernes y los dos tortolitos se dirigieron al chalé. Yo no debía llegar hasta el sábado a mediodía, así que se instalaron en su habitación y salieron hacia el pueblo más cercano. Después de una corta tanda de copas, volvieron a su nidito, en el que ya les estaba esperando en mi escondite. Pasaron a su habitación y Mónica, con total desfachatez, le comentó que ese día no tenía ganas, así que se echó a dormir. A eso de las dos de la madrugada, cómo esperábamos, Kazuki salió en una de sus excursiones nocturnas después de asegurarse del "profundo sueño" de mi hermanita. Pude verlo a contraluz, desnudo por el pasillo dirigiéndose al baño. Estaba hermoso, con su esbelta figura, sin un pelo y su melenita a lo Cleopatra. Un culo respingón y terso remataba la escultura andante que era el japonés. De pronto, pasando de largo el cuarto de baño, se metió en mi habitación, momento que aproveché para colarme en la habitación de Mónica y avisarla.
Salimos al balcón y espiamos por la ventana. No parecía ser ni la tercera ni la cuarta vez que hacía eso, ya que andaba por mi cuarto como si lo conociese perfectamente, su confianza era tal que no se molestó siquiera en ocultar las luces que encendió. Sabíamos que, con las luces encendidas y la persiana medio bajada, éramos casi invisibles para él, así que nos pusimos algo más cómodos. El bello Kazuki abrió el cajón de mi mesita que contenía mis revistas, sin dudar un instante acerca de cual era. El caso es que yo había puesto sobre las revistas un par de sobres con fotos mías, sólo o con algún amigo e incluso unas pocas en las que salía Mónica dándome mi ración de polla plástica. Se tumbó de lado sobre mi cama mirando con atención las fotografías ofreciendo a nuestra vista el hermoso culo dorado. Era imposible saber cuales de ellas serían aquellas en las que mostraba mayor atención. Lo que no pudo ocultar fue su sorpresa cuando descubrió lo que contenía el segundo de los sobres.
Reconozco que arriesgamos mucho al usarlas, pero era la única forma de descubrir hasta dónde podía llegar. Las fotos eran suyas. Aparecía él desnudo en la terraza tomando el sol, de cara y de espaldas. También conseguí unas tomas suyas en la cama, con su cuerpo brillando a la luz de la luna. En realidad fue Mónica quien me las prestó, pero el japonesito no tenía modo de saber que no era yo el que le había estado espiando. Afortunadamente pareció gustarle aquello y, esparciendo las fotografías por la cama, comenzó a pajear su pollita. Muy despacio se la agarró y pasó su mano por encima de ella mientras se masajeaba el trasero con la que tenía libre. Entonces encontró la ampliación de una de las fotos, la única que sabíamos positivamente qué era. Detuvo su masaje y quedó mirando fijamente la imagen. Era él, a dos vistas. Una de cuerpo entero, durmiendo y con la tranca empinada como estaba en ese momento. La otra era de su culito, abierto en una postura que mostraba a las claras el estrecho orificio anal que me volvía loco. Todo ello rematado por un corazón dibujado en rojo junto a su sexo. Aquel detalle me pareció innecesariamente amanerado, pero Mónica insistió en él.
De inmediato pasamos a la segunda parte del plan, tratando de aprovechar el estado en el que se encontraba la maravilla asiática. Procurando hacer bastante ruido, pero sin pasarme, cerré la puerta de entrada y abrí la luz del pasillo. Lo hizo rápido, pero alcancé a ver cómo apagaba las luces. No le di más tiempo, ni siquiera a que saliese por la ventana, según nos dijo luego mi hermanastra. El chico hizo exactamente lo que Mónica dijo que haría, se tumbó bajo la cama. Entré resuelto a mi habitación y descubrí mis fotos amontonadas junto a la almohada -¡Maldita sea, ya ha vuelto Mónica a husmear por aquí!-, dije en voz alta. Dejé caer mis ropas al suelo, deliberadamente cerca de la cama y, desnudo, me acerqué al escritorio, dónde Kazuki podía observarme.
Tomé las fotos del joven y las puse sobre la mesa, la ampliación la colgué del espejo por el que, fugazmente, llegué a ver al asiático "espiándome". Casi me da por reir, pero me aguanté. Contemplando las imágenes empecé a acariciar mis pechos, el culo, el sexo... Me enchufé un dedo en mi hambriento ojete mientras murmuraba entre suspiros el nombre del chico que había bajo mi cama. Al poco, me incliné sobre la cómoda, exponiendo mi culo abierto a tope a la vista del muchacho y, del cajoncito de la mesa, tomé el pollón de látex que la semana anterior visitase el paraíso anal de Kazuki. Le estaba echando tanto teatro a la cosa que pensé que se notaba demasiado. Gimiendo como una puta y sin dejar de suspirar ni proclamar mis pensamientos para con el oriental, me enchufé el dildo e inicié un mete y saca lentísimo. Hacía demasiado que no me lo metía, sentía mi ano abrirse con dificultad para dejar paso a la tremenda polla que, gracias a la relativa flaccidez del látex, se amoldaba a mi conducto. El hecho de conocer la presencia del guapo efebo bajo mi cama, combinado con el tratamiento que yo mismo me daba, me calentó como hacía tiempo que no me sucedía.
De pronto, saliendo de la nube en que estaba, recordé el plan que debíamos ejecutar hasta el final. Aguantando el pene de látex con una mano, salí de mi cuarto y me dirigí al baño. La verdad es que ahí se torció un poco la cosa. Esperábamos que Kazuki me siguiese o bien permaneciese en mi habitación, esperando mi vuelta. Sin embargo, lejos de eso, regresó a la habitación que compartía con Mónica. Ésta ni siquiera tuvo tiempo de terminar su entrada hacia la cama. Mis dos amores se encontraron cara a cara, en pie junto a su cama. En ese momento, Kazuki comprendió la mitad del plan. Pensó tan sólo que era mi hermanastra la que nos espiaba a los dos en nuestros trasteos por mi cuarto. Afortunadamente, demostrando su rapidez de reflejos, así se lo contó ella. -¿Me has estado espiando?-, preguntó el guapo asiático sin demasiada convicción. -Creo que has descubierto algo más hoy, ¿Verdad?-, respondió Mónica en referencia a sus fotos conmigo. A Kazuki no pareció sorprenderle ni disgustarle nada, así que confesó su bisexualidad de una forma un tanto directa. -Sé que a Marco le gustas, creo que él te gusta a ti, y ahora ya sabes que mi hermanastro y yo también somos amantes, ¿No crees que deberíamos aprovecharlo?-, soltó de golpe Mónica.
Mientras tanto, habían pasado ya más de diez minutos que se me hicieron larguísimos esperando en vano la irrupción del asiático. Un tanto desconcertado, regresé a mi habitación con la esperanza de encontrarle en ella, pero no había nadie. Entonces fue cuando, pegando mi oído a la pared, escuché las voces de los dos novios en la habitación contigua. Apenas lograba entender lo que decían, pero lo que sí entendí es que su puerta se abrió. Permanecí en pie ante mi propia puerta, cuando ésta se abrió y aparecieron, desnudos, Kazuki y Mónica.
Rompiendo el hielo, mi hermanastra se soltó de la mano de su novio y se acercó a mi. Poniendo suavemente sus manos sobre mi culo, me atrajo a ella y me estampó un beso larguísimo. Puestos a la misma altura, mi pene jugueteaba a la altura de su entrada vaginal, acariciando el abultado clítoris de Mónica. La chica comenzaba a calentarse de forma evidente, acercando más su pubis hacia mi tranca, hasta conseguir la irrupción en su caliente y húmeda concha. Kazuki se decidió enseguida a participar colocándose tras de mi hermanastra y besuqueando su cuello y sus orejas. Enseguida noté como ahora ya no eran dos manos, sino cuatro las que manoseaban mis nalgas. Mónica retiró las suyas permitiendo a su novio la total posesión de mis glúteos. Parecía increíble, pero sus manos eran más suaves incluso que las de Mónica, que se había separado ligeramente de mi, lo justo para sacarse mi babeante cipote de su coño. Como respuesta, alargué mis brazos acariciando la espalda del japonés con uno y su hermoso y duro culo con el otro. Mónica ladeó su linda cabecita y quedamos cara a cara el asiático y yo, mirándonos por unos instantes. Sin palabras de por medio, nos fundimos en un beso, chocando con nuestras lenguas, momento que aprovechó la chica para escabullirse de entre nosotros. Quedamos así pegados un rato, hasta que nos tumbamos sobre la cama para seguir descubriendo nuestro cuerpo. Lamí su piel amarilla por todos sus rincones, con especial atención a sus tetillas, duras y paradas, como saludándome con sus pezoncitos. Él me correspondía del mismo modo mientras, a nuestro lado, Mónica se metía el nabo de látex en su vagina y nos animaba a seguir.
El japonesito se las arregló para quedar encima de mí y se fue deslizando hacia el nabo tieso que yo le ofrecía. Mirándolo con cierta curiosidad, se llevó el glande a los labios y me estampó un beso delicioso. Su inexperiencia quedaba compensada por la enorme delicadeza que ponía en su tarea chupadora. Asesorado por Mónica, repasó con la lengua toda la barra hasta llegar a los huevos y volver a subir. Mi hermanastra se tumbó a su lado y se unió a la mamada, uno me comía el glande y el otro se dedicaba a los huevos. Ya me encontraba en la gloria, deseando que no terminase nunca aquella doble mamada, pero fui incapaz de resistir. Sin aviso alguno, solté una andanada de leche en la cara de mis dos amantes. Kazuki se llevó la mayor parte, alcanzado en la boca y nariz, mi hermanastra sólo tuvo tiempo de embadurnar sus mejillas con los últimos trallazos. Enseguida empezaron a besarse como locos, furiosamente, pugnando por cada goterón de semen que les había regalado.
Sin dejar de besuquearse, sentí cómo un dedo hurgaba en mi pozo íntimo, entrando y saliendo lentamente. Pronto fueron dos los intrusos que abrían mi esfínter de forma casi dolorosa. Los dos novios me miraron maliciosamente, con sus caritas brillantes aún por el tratamiento anterior, y se regodeaban viendo mi rostro ansioso. Mónica tomo el control y me levantó las piernas hasta que casi chocaron con mis hombros. El guapísimo asiático comprendió de inmediato las intenciones de la putita y, lentamente pero sin pausa, me ensartó en su polla. Kazuki y yo nos miramos fugazmente mientras él comenzaba a entrecerrar sus rasgados ojitos. La expresión de profundo placer que mostraba me excitó aún más que la dura y vibrante polla clavada en mi ano. Sus lentos movimientos folladores no se hicieron esperar y nuestras respiraciones se acompasaron enseguida. Por mi parte, al ver mi pene de nuevo erguido, opté por hacerme una paja al compás de la jodienda. Mónica se puso detrás de él y le lamió el culo. El muy cabrón llegó a pararse para facilitar las cosas a la chica, aunque reanudó su tarea a instancias de mis súplicas. La caliente hermanita, se incorporó y, acariciando el pecho de su amado con una mano, le clavó el dildo con la otra. La muy puta, según contó luego, sólo le había entrado la mitad al japonés, reservando la otra parte para su propio goce. Comenzó a chocar su pubis con el precioso trasero amarillo, follando a Kazuki que me transmitía cada embolada. Un polvo glorioso, allí estábamos yo enculado por el más guapo de mis amantes, él follado por mi hermanastra y ésta jodiéndose con la mitad del consolador. Por un rato jodimos alocadamente hasta que empezamos a corrernos. El primero, curiosamente, volví a ser yo. La leche bañó tanto mi pecho como el de Kazuki, que se vino casi a continuación. Se soltó dentro de mi recto, que acogió el caliente líquido acompañado por una descarga de placer para dejarse caer sobre mí. Seguidamente, ayudada por nuestros gritos, Mónica se corrió lánguidamente cayendo rendida a nuestro lado con la polla de látex saliendo de su coño mojado y pegajoso. Sólo escuché el suspiro de Kazuki al perder el tapón que ocupaba su culo hasta instantes antes mientras algo del cremoso regalo del japonés rezumaba por mi abierto culo.
Al cabo de unas horas me despertó mi querida hermanastra. Acariciaba mis tetillas, pellizcando los pezones hasta que entreabrí los ojos. Vi que también había dado a mi polla un tratamiento especial, ya que se encontraba apuntando al techo de nuevo. En cuanto me desperecé hizo lo mismo con su novio, sólo que me ordenó a mí ocuparme de su sexo. Tomé la fláccida tranca entre mis manos y la descapullé suavemente dejando el glande al descubierto. Lo besé tiernamente y el japonés respondió con un respingo. Seguí manoseando el falito de Kazuki hasta que adquirió una consistencia importante sin llegar a estar totalmente erecto. Mónica no perdía detalle y, tomando una mano del aún bello durmiente, se la acercó al coño. Se estaba haciendo una paja monumental con la mano de Kazuki, hasta el punto que llegó a meterse cuatro dedos. Sudorosa y jadeante, me exigió que despertase al efebo asiatico. Delicadamente y sin dejar de prestar atención a su polla, agité un poco su pecho. Viendo que aquello no surtía efecto, me decidí a levantar un poco su culo y, con el ano a la vista, le enterré un dedo en él. Kazuki gimió un poquito pero no despertó. Animado por Mónica, que no cesaba de pajearse, metí otro dedo en el tierno esfínter y comencé a follarle. Esta vez sí salió de su letargo.
Nos miró como extrañado al principio, como si no recordase ya el nuevo estatus al que había llegado nuestra reciente relación a tres. A los pocos segundos despertó por completo y, sin siquiera mirar a Mónica, me dio un beso con lengua impresionante. Seguidamente, se volvió hacia su novia, a la que ya el coño le chorreaba a mares, y repitió la ceremonia. Mónica, sin poder resistirlo más, me apartó de forma un tanto brusca y, sin contemplaciones, se clavó en la estaca del japonés. Se puso a horcajadas sobre el chico y bajó hasta que su pubis chocó con el vientre de Kazuki soltando un grito desgarrador. Inició una alocada secuencia de sube y baja a lo largo de la tranca, ya tiesa, del oriental acompañándola con grandes jadeos.
Mi excitación había crecido para entonces tanto como la de los dos amantes. De forma un tanto apresurada, me afané en llenar la boquita de Kazuki con mi polla. Se la acerqué a sus húmedos labios y él, girando levemente la cabeza, los entreabrió. No hizo esfuerzo alguno para tragar el falo que le ofrecía, sino que me invitó a metérselo por mí mismo. Suavemente, con gran lentitud, empujé hacia la mojada cueva. Sentí mi glande apoyado en su lengua que comenzaba a abrazarlo. Dejé que jugase con él mientras la amazona de Mónica, sin parar de follarse, no perdía detalle de lo que acontecía, recordándonos en voz alta lo maricones que éramos. Aquello me ponía aún más cachondo de lo que ya estaba, me venían ganas de enchufarle todo el nabo a mi nuevo amante, pero logré contenerme. En lugar de eso, viendo que mi hermanastra se hallaba próxima al orgasmo, aproveché para zafarme de Kazuki y me puse tras de mi amada hermanita. La tumbé ligeramente hacia delante, cayendo ella sobre el guapo japonés y, de paso, ofreciéndome su prieto esfínter. Sin más preámbulo que una lubricadita rápida, le endosé mi polla buscando el roce con la de Kazuki. Cuando llegué al fondo, entre los gritos y jadeos de la zorra de Mónica, mi glande me transmitió el contacto con el nabo asiático a través de la fina pared que nos separaba. Fue como si una descarga eléctrica nos estuviese sacudiendo. Nuestro ritmo se incrementó mientras mi hermanastra orgasmaba sin parar, vertiendo su flujo sobre el vientre de Kazuki. Mordíamos a la niña como posesos, él en sus tetas y yo en su cuello, aproximándonos a la más salvaje de las corridas que recordábamos en tiempo. El hermoso amarillo puso sus ojos en blanco y, con un sonoro bufido se vació en el coño de Mónica que lo agradeció con varios grititos de placer. Poco después, sacando mi mástil del esfínter femenino, le esparcí mi leche por su espalda mientras me aferraba a sus tetas. Mónica se derrumbó junto a nosotros, destrozada al tiempo que los dos nos afanábamos en chupar mi semen que correteaba por su espalda.
A partir de aquel día, nuestra relación a tres fue consolidándose, hasta el punto que, incluso con el consentimiento de nuestra madre, nos mudamos definitivamente a la casa en donde todo empezó.

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