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Virgencitos Lujuriosos

Fui un adolescente precoz en eso de la sexualidad, no lo niego, y mi debut estelar ocurrió a los 16 años, pues hasta entonces, puras fintas   Ocurrió una tarde calurosa en que mi familia no estaba. En el traspatio, teníamos una regadera, que se usaba en primavera y verano.   En ese entonces, estaba de vacaciones y anduve jugando desde muy temprano. Decidí bañarme y luego comer algo, al medio día, de lo que me habían dejado en el “refri”, para después salir a dar la vuelta a la plaza principal. A la voz de ya, aventé toda la ropa encima de unas macetas. Estaba desnudo, cuando llegó Luis, un chavo vecino mío, creo que un año mayor que yo. Había olvidado ponerle el cerrojo a la puerta de la calle.   Éramos grandes amigos, nada más, pero nos gustaba ir al cine juntos o pasear en bicicleta. Al verme, rápidamente se despojó también de su ropa.   -Me daré un regaderazo contigo –me dijo.   Y uniendo la acción con la palabra, nos metimos al cuarto de madera, sin techo, que era el baño. Empezamos por pasarnos el jabón, jugando, después el estropajo, sintiendo la frescura del agua escurrir deliciosamente por nuestros cuerpos. Yo, de piel blanca y él, apiñonado, ambos con una piel tersa, natural de la edad. Eso sí, cargados de vitalidad inexplorada. Virgencitos los dos por todos lados.   Cuando nos vimos, la teníamos bien parada. Él se quedó mirando mi macana, como no creyendo lo que veía, pues se me había estirado hasta alcanzar un tamaño más que regular. Luis parecía hipnotizado. No resistió la tentación y empezó a tocarla suavemente. Estaba erecta, muy dura.   Comenzó a subir y bajar el prepucio, lentamente. Era una sensación diferente a masturbarme solo. Se me puso tan tiesa, que parecía estallar. Se movía sola, golpeándome el vientre. Sin que se lo pidiera, Luis se hincó y se la metió en la boca, húmeda y fresca. Inició la locura.   Estuvo buen rato dándole y dándole lengua. Se la sacaba y se la metía, como si estuviera chupando una paleta, mientras agarraba mis huevos y me acariciaba las nalgas, atrayendo mi pelvis hacia su cara y arrojando la respiración igual que un dragón: bien caliente. Levantó la cara, y mirándome a los ojos, me dijo:   -Métemela.   Se puso de rodillas en el piso, yo igual, detrás de él, con el agua escurriendo por nuestros cuerpos. Se la metí. Fue algo increíble. Mi verga se fue abriendo camino, sin prisas, rompiendo los ligamentos de aquella colita tan sabrosa y hasta entonces virgen. Al tenerlo totalmente ensartado, Luis volteó y sonrió, moviendo bien sabroso sus nalguitas, apretando y aflojando el ano, sin dejarla salir.   Empecé a sentir una sensación que subía por todo el cuerpo hasta la cabeza, produciéndome vértigo y temblores al arrojarle mis chorros de leche varias veces, en medio de convulsiones. Él estrangulaba mi pito con fuerza. No pude más y caí sobre su espalda, exhausto, rodando por el piso. Quedé viendo el cielo. Era el momento más feliz de mi vida.   Descansamos unos segundos. De pronto, Luis ya estaba trepado cerca de mi cuello, apoyando las manos en el suelo e introduciendo su pistola en mi boca virgen, moviéndola con rapidez. Yo, con las manos, trataba de detenerla un poco, para que no me ahogara. Él estaba muy excitado y murmuró:   -Me voy a venir.   Jadeó, al arrojar montones de líquido lechoso y dulzón. Me los tragué, no había de otra, pues me dejó insertada su verga mientras se venía. Yo sentía cómo se le agitaba y, por poco, casi se salen por mi nariz.   Para entonces, yo estaba nuevamente bien caliente. Lo volteé de ladito y, separando sus nalgas, se la metí de nuevo. Ahora más tranquilo, haciéndola para un lado y otro, dándole de estocadas, hasta el fondo.   Luis gemía de placer, lo sentí en mi pinga. Levantó la pierna, tocándose el ano para ver si la tenía toda adentro, acariciando mi fusil cada vez que salía. Suplicándome, urgió:   -Ya vente, ya vente, por favor.   Movía y apretaba las nalgas deliciosamente. No sé ni cómo, pero parecía adivinar cuando la tenía a la mitad y apretaba su culo para no dejarla escapar.   Me lo tiré cuatro veces. Terminé débil, con la cabeza dándome vueltas y la del pito, enrojecida e hinchada. Durante varios días tuve molestia con el roce de la truza. Pero… ¡De ahí p'al real! ¡Y eso sin haber tomado clases de educación sexual! Pura intuición.   Mi amigo y yo duramos bastante tiempo dándonos aquellos agasajos, donde fuera y a cualquier hora. La pura lujuria juvenil en todo su esplendor, porque… había de donde…   Juventud, divino tesoro que te vas, para no volver

by Angel Bernal.

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