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Una Reparacion muy Caliente

Desde hace tres años vivo con mis padres y hermanos en una bonita urbanización al sur de Madrid, fuera del casco urbano. Son chalets adosados, la mayoría ocupados por familias de funcionarios medios, universitarios y obreros especializados o con negocios propios. No tienen el lujo de las zonas ricas que han crecido al norte y al este de la capital, pero son amplios, coquetos y con bonitos jardines. Me dicen que antes esto era como vivir en el campo, pero ahora se han multiplicado las carreteras, los autobuses, incluso ha llegado el metro, y abundan los centros comerciales. Hay de todo a mano, y muy buenas comunicaciones para llegar a cualquier parte de Madrid. El único “pero” es que han proliferado las “tribus urbanas”, algunas muy violentas. Hay cabezas rapadas locales, pero también hay bandas de polacos, rumanos, colombianos, peruanos, chilenos y otros. Se pelean entre ellos, a veces con heridos e incluso últimamente hubo algún tiroteo.

En lo único que todas las tribus parecen de acuerdo es en acosar a las chicas jóvenes y maltratar a los gays, que somos muchos en la zona, pero que preferimos irnos a ligar dentro de Madrid, a zonas como Chueca, donde nos sentimos más protegidos. Aquí no es que los cabezas rapadas y las demás bandas hagan ascos a darnos buenos revolcones a los gays, y sobre todo a los travestis, que les vuelven locos, pero es que luego terminan la juerga pegándonos. Yo tengo ahora 22 años, y para evitarme problemas, cuando voy de ligue, salgo de casa muy normalito, y en un bolso tipo mochila al hombro llevo las ropas que me voy a poner. Me cambio en los servicios de algún bar, ya dentro de Madrid, y vuelvo a cambiarme antes de coger el metro o autobús de regreso.

Nunca había tenido problemas, mientras que a otros amigos gay, también vecinos de la zona, más tercos en salir de casa ya con ropas muy ajustadas y “cantosas”, shorts, camisetas cortas y todo eso, les habían dado palizas, y algunas veces después de desnudarlos y follarlos a lo bestia. La historia que os voy a contar me pasó este verano, en plena canícula de agosto. Estábamos de vacaciones en Alicante, pero yo me volví unos días para preparar varias cosas de unos exámenes que me habían quedado para septiembre. Así que me encontraba solo en casa y además de estudiar aprovechaba para estar a mi gusto, desnudo, bien depilado el cuerpo y las piernas, ver películas porno gay, hacerme muchas pajas, trabajarme el culo con un enorme consolador de látex, chatear por Internet muchas horas en busca de morbo y ligues y enseñarles por webcam mi cuerpo en las poses más provoconas.

Una noche llevé a casa a otro chico. Habíamos ligado en un bar de Chueca y estaba de diez, fuerte, musculoso, activo y con una polla de buen tamaño y según pude comprobar esa noche, incansable, porque me echó cinco o seis polvos, hasta que le dije que no podía más y nos quedamos dormidos. Por la mañana, yo aún estaba adormilado, me hizo ponerme otra vez boca abajo y me penetró con fuerza. Fue una manera estupenda de despertarme. Después de correrse con ganas, se metió a la ducha y yo me quedé, aún excitado y satisfecho, unos minutos más en la cama, disfrutando del sol que ya entraba por el amplio ventanal abierto y me acariciaba y calentaba el cuerpo. Mi ligue terminó de ducharse, se secó, se vistió, me dio un beso y un azote cariñoso en las nalgas, y se despidió para regresar al centro en el Metro. “Oye, me dijo, no hay agua caliente. No importa con el calor que hace, pero quizá tienes el termo estropeado”.

Mi ligue se marchó y yo me levanté desnudo para comprobar el agua caliente. En efecto, el termo no funcionaba, por más que abrí y cerré las llaves del gas varias veces. Fastidiado, llamé a la compañía y me dijeron que no había averías en la zona, por lo que tenía que ser un problema de mi calentador, y me facilitaron varios teléfonos de reparadores que funcionaban en la zona. Tuve suerte con la primera llamada, porque se ofrecieron a venir esa misma mañana, en un par de horas.

Como no tenía otra cosa que hacer, decidí aprovechar la espera para tomar el sol. El ventanal de mi dormitorio da a una pequeña terraza orientada al sur y muy soleada, en la que tengo una tumbona. Me eché a tomar el sol con un mínimo tanga, no por que se me viera, ya que la terraza queda protegida y no se ve el interior desde la calle, sino porque me gusta la marca del tanga en el bronceado. Me puse aceite bronceador y adormilado dejé pasar el tiempo, ratos boca arriba, ratos boca abajo. Me encanta la caricia del sol en el pecho, el vientre y las nalgas. Estaba casi dormido cuando sonó el timbre. Me levanté de la tumbona, me puse rápidamente lo primero que encontré a mano, unos shorts vaqueros muy cortitos, prácticamente por las ingles, y fui a abrir la puerta. En efecto, eran los técnicos que venían a reparar el termo.

Miraron con cierta sorpresa mi cuerpo embadurnado de aceite y sólo cubierto por el pequeño short. Luego me di cuenta que, además, cuando volví por la noche con mi ligue había olvidado quitarme los pendientes y seguía con las bolitas blancas dando el cante en los lóbulos de mis orejas. Me puse un poco nervioso, porque los operarios no parecían precisamente muy gays, sino todo lo contrario. El más joven, vestido con pantalón y camisa vaquera, llevaba la cabeza rapada, era muy musculoso, con facciones duras y agresivas y un denso bigote negro. La camisa entreabierta dejaba ver el comienzo de un pecho fuerte y cubierto de espeso vello rizado. El mayor era un tipo calvo, con una gran barriga, de unos cincuenta años y aspecto un poco brutal. Balbuceé que estaba tomando el sol y les conduje, un poco tembloroso y avergonzado, hasta el lugar del termo. Luego me fui hacia mi dormitorio, con ánimo de ponerme algo más presentable.

Apenas había entrado a la habitación cuando el jefe, el tipo mayor, me llamó y volví junto a ellos sin tiempo a ponerme nada. Me preguntó cuándo había notado la avería y algunos otros detalles, mientras el joven se subía a una pequeña escalera metálica y comprobaba unas conexiones eléctricas en la parte superior del termo. Me di cuenta que el paquete, bien abultado, del joven quedaba literalmente a la altura de mi cara, sin que pudiera apartarme porque el hombre mayor se había pegado literalmente a mis espaldas, tanto que noté el roce de su cuerpo con mi espalda. Mi nerviosismo iba en aumento y no sabía que hacer. El joven me preguntó si había notado algún cortacircuito en la línea de fuerza y al levantar la cabeza hacia él para decirlo que no, vi que me miraba de arriba abajo mientras paseaba la punta de la lengua por sus labios. Con el mayor descaro puso una mano sobre su paquete y lo acarició por encima del vaquero.

Noté que me estaba poniendo muy excitado y caliente, y ellos lo notaron también, porque el que estaba detrás de mi me puso una mano sobre las nalgas, metió los dedos por el ajustado y cortísimo short y empezó a acariciarme directamente el agujero. Al mismo tiempo, el joven se desabrochó el cinturón y el vaquero, bajó la cremallera y exhibió delante de mi cara el pene, ya casi totalmente tieso, y los huevos. El que tenía detrás me sujetó la cabeza con las manos y me ordenó que abriera la boca y el joven me metió la polla hasta la garganta y me ordenó que se la chupase.

A partir de ese momento todo se aceleró. Mientras el joven, subido en la escalera, metía y sacaba su polla en mi boca, el otro me desabrochó el short y lo hizo caer al suelo, y a continuación hizo lo mismo con el tanga y empezó a meterme los dedos en el culo, mientras yo instintivamente lamía con mi lengua la polla del primero y separaba los muslos y me abría las nalgas con las manos para facilitarle el camino al segundo, que me había agarrado los pechos con las manos y los estrujaba hasta hacerme daño, sobre todo en los pezones. Entonces, el joven sacó su polla de mi boca y dijo que fuéramos a donde había estado tomando el sol. Entramos los tres a mi habitación, salimos a la terraza y allí me follaron una y otra vez durante largo rato, descargando sus chorros de semen en mi boca, en mi culo y sobre todo mi cuerpo. Me excitaba saber que la terraza no se veía desde la calle, pero que cualquiera podía estar viendo la escena desde un piso más alto de los edificios de alrededor, pero a ellos no parecía preocuparles. También es verdad que no se desnudaron en ningún momento, limitándose a sacar sus pollas y huevos para disfrutar de mi cuerpo totalmente desnudo.

Ya cerca de mediodía estábamos agotados. Los dos hombres se colocaron bien la ropa, se guardaron las pollas, cerraron las braguetas y se despidieron. Sobresaltado les pregunté si no arreglaban la avería y el mayor se echó a reír. “Ya está arreglada, sólo había saltado un diferencial. Cuando te duches ahora, que buena falta te hace, ya verás que el agua está calentita. Y además el arreglo es gratis, el del termo y el que te hemos hecho de tu cuerpo. Eres toda una mujercita”. Se fueron y comprobé que era verdad que el termo funcionaba y con todo el rato que habían estado follándome el agua salía ya caliente. Disfruté un montón de la ducha, sintiendo mi cuerpo bien trabajado y en mi culo una agradable mezcla de excitación con un poco de dolor de tantas penetraciones seguidas.

Lo que no imaginaba es que la fiesta de los dos técnicos iba a tener segunda parte. Al anochecer decidí ir al centro, a darme una vuelta por los bares de ambiente. Decidí ponerme el short vaquero que tanto había gustado a mis visitantes, y una camiseta rosa muy escotada, sin mangas y cortita. Entre el short y la camiseta, mi ombligo y buena parte de mi vientre quedaban al aire, lo que me parecía muy sexy. Salí a la calle y me encaminé hacia la cercana estación de Metro. Estaba a medio camino cuando un coche grande y destartalado paró a mi lado y sus ocupantes me llamaron. Eran cuatro cabezas rapadas, con vaqueros, chaquetas de cuero y mucho alarde de cadenas. Enseguida descubrí que uno de ellos era el joven de por la mañana, o sea que me habían estado esperando. Asustado, pensé que ahora no iba a ser tan placentero como por la mañana, que seguramente querían algo más fuerte, quizá doloroso, de mi cuerpo. Sus caras tenían sonrisas al mismo tiempo lascivas y crueles, y el de por la mañana me dijo: “Hola, bonita, es tu noche de suerte, vas a saber lo que son los machos de verdad cuando follan a lo bestia. Sube al coche, guarra”.

Subí al asiento de atrás, apretado entre dos de los encuerados, que inmediatamente echaron mano a mis muslos y mis pechos, y el coche arrancó. Empezaba una noche de locura... FOTOS

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