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Encuentro en el Dakar

El sol sumaba calor al medio día del 3 de enero de 2009 en el medio del campo. Hacia ya un rato que los vehículos del Dakar pasaban por la callecita de tierra. Nuestra posición era estratégica por la curva y contra curva a menos de 100 metros. 

Las camionetas y autos habían quedado en el monte, a unos 500 metros campo adentro. Unos cuantos cientos de vecinos nos habíamos juntado para ver la competencia inédita en nuestras tierras. Y ahí estábamos. Todos. El y yo. 1,70; blanco y medio rubio. Cuerpo macizo y facciones de nene. Pantalones cortos y torso desnudo. Poco bello y piel tostada. Así estaba él, con sus treinta y dos años.

Para describirme yo tendría que agregarle diez centímetros más y también 15 kilos de músculo, porque el gimnasio ha hecho lo suyo en mi cuerpo. Nos cruzamos algunas veces, pero como si fuéramos totalmente extraños ni nos miramos. Algún vecino podría pensar que estábamos enemistados. Pero no. Hacia 10 años que no nos veíamos. Y la última vez fue en la casa quinta de unos amigos.

Cruzó la calle y desde el otro lado del alambrado me comía con los ojos. Yo hacia lo propio. El tiempo, o las ganas, hacían en él un trabajo de perfeccionamiento increíble. Era el macho más atractivo del planeta, pero andaba con su mujer e hijos. Yo con mi cuñado y unos amigos. Después de 200 vehículos que nos taparon de tierra decidí ir hasta el auto para buscar bebidas frías que quedaron en la conservadora. Realmente no sabía que él estaba en el montecito también. Fue una casualidad y lo que pasó una causalidad propia de dos fuerzas que se atraen. 

Yo estaba con el baúl abierto y el se acerca desde atrás. Un dialogo breve y recorrernos con los ojos, desearnos… Miramos si había gente cerca pero era peligroso. Ahí nomás, a unos pocos metros, el lote de girasoles nos protegería de miradas indiscretas. Yo salí primero. El espero unos minutos. Cuando me alcanzó yo ya estaba a full. Nos comimos las bocas y la calentura se apoderó de nosotros. Realmente estaba fuerte y no recordaba casi la dureza de su verga en mi boca. Gemía mientras se dejaba chupar y acariciar. Su verga no entraba solo en mi boca, sino en mi garganta. 

Estuvimos disfrutando algún rato. Después me levanto y bajo por mi pija. Un verdadero maestro. Jugaba con la cabeza y las bolas, y el mismo se golpeaba la boca y la cara. Ni forros teníamos en esta situación inesperada. Asi es que solo poniamos nuestros miembros en la puerta del ano ... y eso desespera. Los dos queriamos penetrarnos, pero ninguno queria correr riesgos. Yo apretaba mis piernas para que el metiera su pedazo por ahi, y el daba fuertes envestidas. 

Lo que si nuestros dedos  entraron por donde las vergas no podían. dos, tres dedos... sentir su boca en mi boca mientras mis dedos entran en su culito me enloquece. Acabamos pajeandonos y acordando el próximo encuentro en la noche. Esa noche fue realmente distinta. Estábamos esperando el encuentro, y se notaba en la calentura, pero ya les contaré. Saludos.



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