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Solamente Tu

Hoy me he decidido. Ha sido muy difícil para mí. Los primeros pasos, nada más salir a la calle, los estoy dando llorando a lágrima viva. No puedo hacerme a la idea. No puedo.
Acabo de cruzar la carretera ( ¡ la maldita carretera ! ), prácticamente sin mirar. Como si desease … He tenido la suerte ( ¿ suerte? ) de que no transite ningún vehículo en estos momentos. Ya no sé ni lo que quiero. ¿ Me estaré volviendo loca ?.
Comienzo un trotecillo ligero y, poco a poco, se ahuyentan los malos pensamientos. Corro cada vez más rápidamente, internándome por el angosto sendero que transcurre a través del espeso pinar.
Solamente oigo mi respiración. El vaho del aliento me precede. Debe hacer frío, aunque no lo noto. El cielo gris está descargando, suavemente, sin ruido, una fina llovizna que se mezcla con mis lágrimas y va empapando la blanca camiseta de deporte. No llevo ropa interior. Sabes que nunca me la he puesto para correr. Me gusta sentir el bamboleo de mis pechos, libres y saltarines, así como la frescura de la brisa azotando mi semidesnuda entrepierna.
¿Recuerdas las veces que – ebrios de felicidad – corríamos los dos, completamente desnudos por este mismo sendero ? . ¡ Cómo reíamos, tratando de alcanzarnos uno al otro, jugando a la ninfa y el fauno !.
Ya estoy llegando a nuestro sitio secreto. Al pequeño claro donde crece el inmenso, añoso , espléndido pino.
Me detengo junto a él. La lluvia me ha empapado completamente y la liviana ropa se adhiere a mi piel. Sería un bonito espectáculo para quienes me viesen ahora. No se encuentra uno , todos los días, a una rubia de aspecto aristocrático, con senos firmes y caderas espléndidas, corriendo - prácticamente en cueros - bajo una lluvia fina y fría. Una catarata silenciosa que hace humear la tierra reseca, y levanta el aroma de todas las plantas en una sinfonía de olores otoñales.
Cierro los ojos y rozo con la yema de los dedos el tronco del árbol. Encuentro nuestras iniciales talladas, el corazón partido por la flecha … y los recuerdos. Los recuerdos que se agolpan en mi mente, se anudan en mi garganta y me hacen estallar – otra vez – en sollozos incontenibles. En sollozos que derivan en aullidos, en quejas contra el infausto destino… Me derrumbo, me abrazo al tronco besando tu nombre, recordando tu fortaleza, tu vigor inaudito, cuando me clavabas contra ese mismo árbol, sosteniéndome en peso, a pulso de tus brazos espléndidos, mientras me besabas con tu boca de labios gruesos, sabios, delicados… Recordando todo lo que he perdido.
Mis pezones rozan la corteza rugosa, aplastándose contra ella. Los recuerdos me han vuelto a encender un fuego intensísimo en la entrepierna, que me chorrea totalmente empapada de agua de lluvia y flujos íntimos. Con los brazos extendidos no abarco todo el grosor, así que voy dando la vuelta, restregándome como una osa , sintiendo el pálpito sexual de una fiera. En la parte de atrás del tronco, está – todavía – la obra de arte que tu tallaste : el duplicado exacto de tu verga, en la punta de una rama de medio metro. Ahí la tengo. Esperándome. Aguardando que la use para mitigar mis penas … o que desaparezcan para siempre.
La altura es perfecta para mí. Me despojo de los pantaloncitos cortos de deporte, para poder abrir las piernas a mi antojo. Vuelvo a cerrar los ojos. Inspiro el aroma intenso a pino que entra por mis fosas nasales. Los pezones me chillan transparentándose bajo la tela de la camiseta. Los noto, durísimos, entre las yemas de los dedos. Aprieto y me lo agradecen. Dos corrientes eléctricas surcan mi piel, naciendo de cada uno de los pezones y chocando – como la punta de una flecha – en el botón de mi clítoris. La zona púbica arde de inmediato. Las llamas invisibles arrasan los vellos, mutándolos en zarzas que llamean sin llegar a consumirse, y se deslizan – raudas – cruzando mi grieta de parte a parte y escondiéndose en las lóbregas interioridades de mi solitaria cueva. Un rescoldo de brasas queda muy dentro, rondando la zona uterina. Mis dedos escarban, chapoteando en el pozo sonrosado, pero sin llegar hasta donde el incendio consume mi carne. Noto, fortuitamente, un roce gratificante en el exterior de mi vulva. Abro los ojos y veo, cimbreante ante mí, tu verga. Tallada en madera, sí, pero tuya. Hecha a tu imagen y semejanza. Con cada protuberancia, con cada vena, con cada rugosidad recreada por tu sensibilidad de artista. Y la agarro con una mano, mientras con la otra separo los labios que boquean de hambre. Y comienzo a alimentarlos, metiendo una porción de esta gloria bendita, cada vez más hondo, y más , y más. Hasta que recuerdo los sacrificios rituales japoneses, con el hara-kiri que pone punto y final a sus desdichas .Y con el orgasmo retumbándome en el bajo vientre, con el flujo cremoso resbalando por mi entrepierna, pienso en dar el postrer abrazo, en empalarme totalmente en tu falo-rama y agonizar teniéndote muy dentro de mí

Olor a pino, a resina, a bosque. Todo eso llevo conmigo. En nuestra alcoba brilla el metal de tu silla de ruedas. La impoluta sábana te cubre hasta la cintura. El torso, espléndido, lo llevas sudoroso. Tus bíceps siguen siendo tan formidables como antes del accidente, sino más. Sonríes al verme. Intentas decirme algo, pero pongo mi dedo sobre tu boca. Me desnudo en un santiamén . Trepo sobre tu tórax , ofreciéndote mi sexo a escasos centímetros de tu cara. Titubeas. Sufro unos instantes agónicos… hasta que noto tus fuertes manos agarrando las esferas lunares de mis nalgas, atrayéndome contra tu cara, contra tu boca. Muerdes mi coño empapado. Tus dedos buscan la entrada de mi ano y lo acarician circularmente. Lames mi sexo de arriba abajo, de abajo arriba, siguiendo el surco entreabierto. Me dejo caer hacia atrás. Aguantas mi peso, bien agarrado a mi cintura, mi coño aplastando tu boca y tu nariz. Mis manos tantean entre tus muslos. Te quedas rígido, sabiendo que "eso" no puedes ofrecérmelo. Tus ojos pierden brillo. Ya no sonríes.
Sin embargo, sigo en mis trece. Bajo de la cama y aparto la sábana que te cubre. Entre tus fuertes muslos ( inservibles ahora ) duerme tu colgajo fláccido, el original – muerto- de la obra de arte que tallaste en el bosque. Me agacho y te enseño la rama. La que estuve en un tris de usar para quitarme la vida. La coges. Hueles la punta y la lames. Sabes , perfectamente, que ese olor es "mi" olor. Mi sabor . Me miras a los ojos y comienzas a doblar la rama. La frente te brilla con el sudor del esfuerzo. Los músculos se tensan, la madera cruje … Ya está partida. La has dejado exactamente de tu medida, quizá un poco más. La sujetas con las dos manos y te la pones sobre el pubis, erecta hacia arriba, como una prolongación – en madera – de la carne original. Y me haces un gesto, me invitas provocativo, al igual que tantas otras veces. Y subo, y me acuclillo sobre ti, y me ensarto lentamente….
La cama chirría como siempre. Yo brinco sobre ti como siempre. Amaso mis pechos como siempre. Froto mi clítoris como siempre. Como siempre. Como si nada hubiese sucedido.
Tus ojos están empañados. Me inclino hacia delante, sorbiendo tus lágrimas, secándolas con mis labios ardientes. Y sufro por ti. Y lloro por ti.
Pero tú me chistas y me consuelas. Besas mi cara y mi cuello. Y mientras introduces, sin cesar, tu verga de madera en mi coño abierto como una granada, mientras mi sexo babea sobre tus dedos crispados, me dices lo feliz que te sientes por poder darme placer, por servir para algo, por satisfacerme sin importar la forma. FOTOS

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