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El perfecto desconocido, el desconocido perfecto

Hola: Primero quiero aclarar que el mail que estoy usando no es mi cuenta habitual, es mía pero no es la habitual porque esa tiene mi nombre y apellido, soy mamá de un adolescente de 18 años y no me gustaría que viera que su madre escribe estos relatos.

Escribí dos, el que envío es el que considero que quedó "mejor", pero también me gustaría saber la opinión de quién conoce un poco más el paño. Aclaro todo esto porque estuve leyendo antes de decidirme, los comentarios del administrador sobre los relatos de mal gusto, etc. Soy nueva en esto y es una especie de "experimento", así que agradecería comentarios cosntructivos (sean buenos o malos). Gracias... Va el relato:

 

Hace seis meses que se fue de casa. La tarde está lenta y pesada. Llevo desde entonces sin tener sexo excepto conmigo misma. Ya no me satisface masturbarme, me falta el resto, me falta sentir como me penetra un pene firme y caliente. Me estoy asfixiando en mi apartamento, doy vueltas como una leona enjaulada. Enciendo la tele, la apago, busco entre mi música, no encuentro nada que quiera escuchar. Reviso la biblioteca dos veces, tres… al final, cansada, sólo por hacer algo que me despeje y me haga pensar en otra cosa que no sea el sexo, saco un libro que hace años había leído y me había gustado mucho, uno de esos libros que uno siente que hay que leer años más tarde porque seguramente le encontrará nuevos sentidos. Con el libro en la mano, me cuelgo el bolso en el hombro y salgo a dar un paseo. Al llegar al parque decido sentarme en un banco a releer ese viejo libro. Voy por la página veintidós cuando algo me perturba. Una figura se acerca lentamente hacia el banco en el que me encuentro sentada. La tarde ya ha caído y pocas son las sombras que permanecen. Intentando disimular que levanto la vista de las páginas, observo de reojo al extraño hombre que se me acerca y se sienta a mi lado aunque un tanto alejado. Devuelvo la vista al libro como si tal presencia no me hubiese afectado, pero había descubierto cada rasgo de aquel desconocido en aquella mirada esquiva que le había dirigido. El hombre era algo extraño pero me resultaba extremadamente atractivo. De aspecto joven aunque serio, bien vestido, cabello rubio oscuro y largo hasta los hombros apenas ondulado. Sus ojos negros como infinitos, mirada inocente, yo diría que incluso triste y una delicada timidez que se desnudaba en ellos, alto, de espalda ancha, manos en los bolsillos y un enorme abultamiento en la bragueta de su pantalón. Lentamente empezó a mirar hacia donde yo me encontraba, rápidamente eché otro vistazo de reojo, parecía mirar el libro que yo sujetaba en mis manos. Poco a poco se fue acercando, mi corazón latía con mucha fuerza pero no era capaz de levantarme y salir de allí. Lo dejé acercarse hasta que pude sentir el calor de su cuerpo pegado al mío, leyendo el libro. No pude evitar mirarle, levanté la cabeza de las páginas y giré la cabeza hacia él, me miró, sonrió y volvió a leer. El corazón casi se me sale del pecho cuando me miró, en ese mismo momento deseé a ese hombre con todas mis ganas, con todo mi cuerpo, con el alma. Su brazo fue rodeando mi cuello por detrás como en un abrazo, yo estaba completamente rígida y pensando que mi corazón iba a estallar por los nervios. Su otro brazo se acercó al libro, su mano tomó uno de los bordes del libro y cuando creí que aquello ya era demasiado extraño, la mano que sujetaba el libro siguió camino por debajo y se acercó a mi entrepierna. Suspiré, me agité, quise levantarme y salir corriendo, darle un bofetón, pero no pude… en realidad miento… no quise, no quise levantarme y salir corriendo, ni darle un bofetón, quería que siguiera, que fuera más allá. Volví a mirarle y él sabía por mi mirada que estaba muerta de miedo pero también de deseo, me devolvió la mirada y una nueva sonrisa, así que bajé otra vez la cabeza con vergüenza pero entregada a disfrutar ese extraño encuentro. Sus dedos se deslizaron hasta mi cintura y se colaron por el borde del pantalón, aquello estaba muy justo con su mano dentro y me desabroché el botón y bajé la cremallera. Sus dedos más libres se metieron entonces por debajo de mi ropa interior y alcanzaron mi pubis. Despacio me acariciaba, tocando mi clítoris lentamente, yo estaba tan mojada que sus dedos resbalaban hasta la entrada de mi vagina con increíble facilidad. Volví a levantar la vista hacia él, ya no tenía miedo, ni sentía vergüenza, me sentía un demonio de lujuria impetuoso, ardiente… Me miró y arrebatadamente nos besamos en un impulso violento, furioso, delicioso. Detuve bruscamente su mano en mi pantalón, la saqué y tiré de ella mientras me levantaba. Caminamos a tientas hasta mi apartamento mientras nos tocábamos y nos besábamos. Sentir su enorme miembro por debajo de su pantalón, tocar ese bulto duro que no cabía en mi mano me estaba desesperando, tenía que sentirlo adentro, tenía que mojarlo con mi jugo y dejar que me llenara con el suyo. En el ascensor me levantó del suelo y mis piernas rodearon su cintura, su lengua jugaba con la mía, dentro de nuestras bocas, en mi cuello, en el suyo, con sus dedos aún con mi olor dentro de mi boca, sus dedos estaban deliciosos mientras los chupaba pensando que aquello que sentía por debajo de las ropas de los dos, aquel bulto que me hacía sentir a pesar de la ropa que me estaba penetrando, sería mucho más delicioso de chupar. No sé ni cómo abrí la puerta del apartamento, pero apenas cerrada por dentro, mi pantalón ya no estaba sobre mi piel y en un entrevero de cuerpos, de piernas y manos, de pieles mojadas y dulces mientras estábamos ya cerca del comedor advertí que su pantalón había desaparecido también. El pasillo era un reguero de ropa que no era más que las bajas necesarias de aquel campo de batalla lujuriosa. En un gesto brusco, con una fuerza tajante y decidida pero sin ningún rasgo de violencia, me giró y me puso de espaldas, la embestida fue brutal, y deliciosa… me sujetaba del pelo contra la mesa mientras me seguía embistiendo fuerte y me penetraba una y otra vez con aquel pene de tamaño colosal que yo ni siquiera había podido ver ni saborear. Grité de placer y desesperación, cuanto más placer sentía más quería, nada importaban los vecinos, que se murieran de envidia oyéndome gritar así, escuchándonos gemir a gritos. Volvió a girarme frente a él y apretó mis pechos con firmeza y masajeó con sus dedos mis pezones, bajó con su boca hasta ellos y su lengua me los mojó suavemente mientras con la misma firmeza seguía sosteniendo mi pecho llevándolo más adentro en su boca. Luego so otra mano se apoyó en mi hombro y con delicadeza me empujaba hacia abajo… Ahhhh sabía lo que me estaba pidiendo y yo lo estaba deseando. Me hinqué de rodillas en el suelo y tomé entre mis manos aquel deseado pene. Jugué con mi lengua en su cabeza mojada y tibia y lo devoré, metiéndolo hasta donde entró en mi boca, lo chupé un buen rato, lo succioné como una ventosa para sentirlo cada vez más grande y duro mientras él movía mi cabeza dentro y fuera con sus manos sujetando fuertemente mi pelo. Yo sentía que iba a explotar así que subí en un gesto brusco y rápido y me senté en el borde la mesa, con mis manos agarré con fuerza sus nalgas y lo empujé hacia mí. Volvió a penetrarme y aquello era pura gloria, yo apretaba sus nalgas contra mí cada vez más para sentir su pene más dentro de mí. Todavía no sé cómo mi vagina pudo comerse todo ese pene. Esta vez iba más lento, era suave, delicado, hasta podría decir que tierno. Nos mirábamos a los ojos, mordíamos nuestros propios labios mientras nos mirábamos y danzábamos aquella danza del sexo irrefrenable, irresistible… Las miradas diabólicas entre sonrisas morbosas llenas… llenas de goce. Volvió a girarme poniéndome de nuevo en la primera posición en que me había penetrado y siguió moviéndose dentro de mí, yo ya había perdido la cuenta de los orgasmos y deseaba verlo acabar a él, escuchar su orgasmo y saber que él había sentido al menos la mitad de placer que yo. Empezó a acelerar su ritmo al penetrarme, cada vez se hacía más fuerte y rápido, tuve otro orgasmo que estalló en un grito y él gritó también. La respiración agitada de los dos era lo único que se escuchaba junto algún quejido de placer todavía contenido y todavía tangible. Nos tiramos desnudos en el sofá, me abrazó por detrás y tiré de una manta para cubrirnos. No habíamos cruzado palabra, cerré los ojos cansada y escuché su voz. Le miré y sonreía. Descansa ahora, en un rato te vuelvo a despertar, no voy a dejarte salir durante días. 

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