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Ginna, la Pasion por Internet - 4ª Parte

Historia real que se escribe de acuerdo a como se van desenvolviendo los acontecimientos pero cuya publicación debió suspenderse un año, por precaución. Los nombres de los protagonistas se han cambiado por razones obvias.


Escondida en el baño, Miki dio cumplimiento a lo que le pidiera Salvador: después de masturbarse con sus piernas, pasando un muslo sobre el otro y así refregando su vulva, en tanto con un gesto de ausencia seguía atendiendo al público que acudía a ella a hacer consultas, le pidió que fuera al baño ahí terminara la labor y se masturbara hasta acabar, en medio de la jornada de trabajo, con el peligro de ser sorprendida en cualquier momento si alguna compañera de oficina entraba y la sorprendía en actividades tan particulares.

Una de sus manos buscó afanosa la suavidad de su seno, el que acarició con la misma dulzura que lo hacía cuando tocaba los pechos de otra mujer. Pero esta sensación que le transmitía su propia piel era nueva y excitante para ella, como si esa carne que se deslizaba bajo sus dedos fuera de otra.

Con los ojos cerrados, Miki pensaba y se dejaba hacer, tal como si fueran dos personas compartiendo un mismo cuerpo, una pensando en la extraña situación que Salvador la estaba haciendo vivir y la otra disfrutando de un cuerpo de mujer, lo que tanto la atraía de un tiempo a esta parte, pero ese cuerpo era el suyo propio.

Salvador, Salvador. Un hombre desconocido, casi imaginario. Alguien al que sabía que nunca conocería físicamente pero que hoy le estaba dando a conocer nuevas dimensiones en el campo del erotismo, haciéndola replantearse su sexualidad. Y todo ello a miles de kilómetros de distancia.

Sí, replantearse y decidir. Decidir el camino a seguir en esta bisexualidad que había adoptado después de su fracaso matrimonial. Una bisexualidad que nunca antes tomó en serio, que sólo eran aventuras fugaces pero que ahora le hacía pensar en ella como una opción válida para encauzar su libido.

Su mano se entretuvo un momento en uno de sus pezones, tirándolo con suavidad, soltándolo y acariciándolo, para luego pasar a su otro seno y repetir la misma acción, con lentitud, disfrutando cada movimiento de su mano en esos montes de blanca piel que tanto deseo despertaban a los hombres que la veían pasar con sus vestidos provocadores, consciente de la atracción que ejercía en los varones su silueta de modelo, su porte, su bello rostro y esos senos que invitan a ser acariciados. Incluso las miradas de deseo de sus compañeros de trabajo en el banco la divertían y al mismo tiempo la satisfacía esa especie de venganza personal con el resto de los hombres por lo que le hizo su esposo, al hacerles creer que la conquistaban para después de despreciarlos cuando pretendían obtener sus favores.

Claro que habían días en que su cuerpo le exigía una satisfacción concreta, física, esa que otra mujer no podría darle y acudía a la ayuda de un amigo que usaba para aliviar su carga sexual, pero sin involucrarse sentimentalmente con él, cosa que él aceptaba gustoso dada su condición de hombre casado. De esta manera lograba satisfacer sus apetitos obviando la molestia de pasar de hombre en hombre.

Pero su libido la llevaba a buscar ocasionalmente mujeres que conquistar, a las cuales poder subyugar con su encanto, con su figura y su personalidad. Había tenido varios encuentros de este tipo pero no se consideraba una lesbiana. Para ella era otra faceta de su personalidad conquistadora que le llevaba a experimentar nuevas sensaciones que los hombres no podían regalarle. Buscaba en otras mujeres una salida a sus deseos sin tener que rendirse a los hombres, que para ella eran una extensión de su ex esposo, los que no merecían compartir sus sentimientos. Podían compartir su lecho ocasionalmente, pero jamás su corazón. Y para evitar caer en las redes del amor buscaba un paliativo en los brazos de otras mujeres.

Cuando estaba con otra mujer deseaba que ambas tuvieran la misma participación en sus escarceos amorosos y exceptuando un par de fracasos en este sentido, hasta ahora había logrado que sus encuentros ocasionales con otras hembras fueran un juego en que ambas partes participaban por igual, en que ella sentía el deseo de la otra por tocar sus senos, sus piernas, su sexo, por besarla y dar libertad a los deseos reprimidos. E invariablemente esa relación efímera terminaba en una buena amistad que podían compartir sin sentimientos de culpa, especialmente por su actitud de mujer de mundo acostumbrada a manejarse en situaciones difíciles.

Pero ahora sentía que esas aventuras esporádicas, que nunca dejaron huella en ella aparte de un suave recuerdo de instantes sexuales vividos desde otra perspectiva y que la satisficieron plenamente, ahora las veía como el preludio de algo que se estaba larvado en su subconsciente.

Y todo ello desde que conoció a Ginna y por ella a Salvador.

Su mano abandonó el terreno que estaba explorando y empezó a descender por su vientre, deteniéndose a acariciarlo lentamente, como haciendo esperar el objetivo que le esperaba más abajo, donde su vulva empezaba a inquietarse por la demora de esa mano que esperaba ansiosamente.

Recordó cuando conoció a Ginna, la esposa de un cliente del banco, en una fiesta de convivencia en que su imagen la atrajo de inmediato. Era el tipo de mujer con la que le gustaría tener un "tet a tet", a la que besaría desde su hermoso rostro enmarcado en ese pelo castaño, liso, que llegaba más abajo de su hombro, para continuar por su cuello delgado que remataba un cuerpo increíblemente deseable, en que resaltaban sus senos turgentes, altaneros en su porte y desafiantes en su erección sin ayuda de los artilugios que se utilizan hoy para insinuar lo que no se posee. Y esas piernas, que invitaban a besarlas desde los dedos de los pies hasta llegar a ese par de muslos que se insinuaban bajo el vestido delgado que llevaba. Y el broche de oro, ese paquetito que para una mirada experta como la suya se mostraba deliciosamente tentador, invitando a ser besado, acariciado.

Todos estos pensamientos recorrían aceleradamente por su cabeza mientras con una sonrisa formal conversaban de las banalidades propias de ese tipo de encuentros sociales. Ginna se mostró muy amable y ambas sintieron que había empatía entre ambas, pero cada cual la percibió de diferente manera: para su nueva amiga era la posibilidad de intimar con alguien que pudiera servirle de confidente y para ella era una nueva posibilidad de ir a la cama con otra mujer.

Finalmente su mano alcanzó la mata de pelo rizado que rodeaba esa zona tan fría para los hombres después de su separación pero que hoy se mostraba inquieta por que la usaran, la masajearan, le extrajeran los líquidos que tan celosamente guardaba y que solamente en ocasiones de urgencia permitía que una verga la invadiera.

Recordaba que su amistad con Ginna se fue cimentando en la confidencialidad que esta muchacha (bueno eran casi de la misma edad pero prefería llamarla para si misma como muchacha, por la connotación erótica que esa palabra tenía para ella), que le contó de su fracaso matrimonial en lo sexual, de sus ansias reprimidas por un esposo sin imaginación en la cama y al cual la idea del sexo era obtener su satisfacción personal solamente. Ella escuchaba las cuitas de Ginna y pensaba que el campo cada día se iba haciendo más propicio para obtener el cuerpo de esa chiquilla que andaba buscando algo que la satisficiera. Y ella sabía muy bien cuanto podría satisfacerla.

Un día de confidencias en un café, Ginna se mostró inquieta por algo que rondaba en su mente y que ella captó de inmediato. Hábilmente llevó la conversación hasta que su amiga se sintió en confianza como para contarle de Salvador, un hombre que había conocido por medio de Internet, después de leer un relato erótico (del cual se guardó muy bien de decir su trama) que la había excitado. Ella le había escrito y ese autor desconocido le había respondido y estaban intercambiando correspondencia de un tiempo a esta parte. Y ese hombre había resultado ser un ser sensible a sus frustraciones y le había aconsejado adecuadamente, según ella creía. Pero las cosas habían desembocado a un intercambio erótico entre ambos y ahora ella lo sentía como un amante con el cual podía hacer cosas que nunca haría con su esposo.

Salvador era su amante virtual, que por medio de sus cartas le había dado a conocer otras fronteras de su sexualidad, la que había descubierto sin que ella se percatase.

Ya hacía varios minutos que su mano recorría la región peluda de sus entre piernas, deteniéndose a pasar dos dedos a lo largo de su abertura vertical. Los labios se hincharon con el masaje y sintió que la inquietud la inundaba y la humedad que invadía su caverna era la señal de que necesitaba que su clítoris fuera visitado por sus dedos. Unió tres dedos de su otra mano y los llevó a su boca, la que empezó a besarlos a lo largo, semejando los besos a una verga imaginaria, la de Salvador.

Ginna la fue poniendo al tanto respecto del avance de su intercambio erótico con ese desconocido que se le fue haciendo familiar y que captara su atención cuando leyó algunas de las cartas que había escrito, en que insinuaba situaciones para que Ginna llevara cabo en la soledad de su pieza o incluso frente al computador. Y el tenor de esas cartas era tan excitante que la curiosidad que en un principio la llevó a memorizar su dirección e-mail cuando leyera una de sus cartas, se convirtió en un deseo irrefrenable de ponerse en contacto con ese hombre para comprobar por sí misma lo mismo que su amiga.

Y le escribió. Y el le respondió.

Le confesó que se dirigía a él por curiosidad, porque había leído su relato y algunos párrafos de cartas de su amiga, la que no sabía lo que estaba haciendo. Y también le puso al tanto de su deseo de poseer a Ginna.

Sabía que él comprendería y se sentiría atraído por esta nueva faceta de su relación con Ginna. Y no se equivocó, pues Salvador le respondió con delicadeza y le ofreció ayudarla a conquistar a su amiga.

Todo el proceso de conquista y dejarse conquistar tramado entre ella y Salvador se llevó a cabo con calma, dejando en manos de Ginna las acciones a tomar, dejándose para sí el rol de hembra conquistada por esa bella muchacha que estaba despertando a un mundo nuevo de sexualidad, de la mano de ese hombre en quien había encontrado un excelente aliado, sin pensar que ella también sucumbiría en ese juego.

Finalmente su dedo alcanzó su clítoris, y éste respondió inmediatamente al estímulo, en tanto chupaba los tres dedos que hacían las veces de una verga. Y seguía chupando sus dedos mucho rato después de haber eyaculado copiosamente sobre el piso.

Después de un rato salió del baño, con su bikini en el bolsillo y dispuesta a escribirle a su desconocido amigo y aliado para contarle que su pedido había sido cumplido a satisfacción y que esperaba nuevas instrucciones.


Salvador

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