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Demasiado Timida para Oponerme - 9ª Parte

Armando, mi marido, ya había partido para la playa junto con su hermana y el novio, antes de que yo me despertara. Mejor, pensé, eso me daría tiempo para desayunar tranquila y sin apresuramientos. Al fin de cuentas una no tiene que fichar un reloj para ir a la playa, así que la playa no tiene carácter imperativo ni de urgencia.
Mientras desayunaba medité sobre si ponerme una faldita o salir, como los otros días, con mi mini-bikini, la que me cubre el culo con una especie de hilo dental que se interna entre mis soberbios glúteos. Decidí que la bikini era más cómoda y una pequeña concesión a mi coquetería, además de los tacos aguja que me alargan las piernas y me elevan el culo, si bien hacen que este y mis pechos tengan un cierto bamboleo muy festejado por los hombres con que me cruzo. Por los pechos no me preocupo pues siempre me los cubro con una fina remerita dos números más chica que mi talla. Pero al no usar la parte de arriba de la bikini hasta llegar a la carpa, mis pezones pueden respirar libremente, si bien se notan quizá demasiado y un poco inadecuadamente para una señora felizmente casada y que no anda buscando nada con nadie que no sea su esposo. Pero ese es un problema para los hombres, no para mí que tengo muy en claro la clase de esposa fiel que soy. Y un poquito de exhibicionismo, debo confesar, me resulta estimulante. Y dejar que la deseen a una un poco no es, de ninguna manera ser infiel.
Así pues, salí taconeando camino a la playa. No muy rápido, claro, pues los tacos aguja no fueron pensados para un andar demasiado veloz.
Pero no me esperaba que, a los pocos pasos, fuera a sentir el hocico de Mujik, el enorme dogo de don Braulio, justo entre mis nalgas, en el lugar donde estas nacen de las piernas. Me sobresalté por la sorpresa, para encontrarme con la sonrisa plena de don Braulio “¡No se preocupe, Julia, tengo a Mujik atado con su correa de cuero!” “¡Hola, don Braulio! ¡No le tengo miedo a Mujik, que por más grandote que sea es casi un cachorro con sus dos años, incapaz de hacerme ningún daño!” dije mientras sentía algunos lengüetones del afectuoso perrito allí, donde acababa de sentirlo.
Don Braulio, tranquilizado por mi comentario, dejó de reprimir al perro, que continuó dándome lenguatazos en la base de los glúteos con el entusiasmo y la inocente espontaneidad de los perros jóvenes. Y así siguió todo el camino, mientras don Braulio y yo sosteníamos nuestra amigable charla de vecinos.
Debíamos vernos un poco raros, yo charlando con el anciano, y el perro lamiéndome el culo sin interrupciones mientras seguíamos caminando. De hecho, todos los hombres que se nos cruzaron me miraron un poco raro, más aún los que venían detrás nuestro.
Primero noté que los pezones se me habían endurecido. Después noté que mi entrepierna se estaba humedeciendo. Luego me comenzó a costar seguir coherentemente la conversación con don Braulio. Y el perro continuaba dale que dale y yo procuraba hacer como que no me daba cuenta, para no poner en apuros a su amo. Pero en cierto momento mi paso se hizo algo tambaleante, tanto que don Braulio tuvo que sostenerme de la cintura con sus fuertes manos, sin que el perrito se detuviera en sus lambetones y mis ojos se pusieron turbios, e inesperadamente me corrí en la calle, a la vista de todo el mundo, y también de don Braulio que tuvo el buen tacto de disimularlo y que me invitó a tomar algo en un bar para que me repusiera, aunque él adujo que era porque estaba un poco cansado y tenía que sentarse. Acepte de buen grado, porque tenía que desmoronarme en algún lado.
En el bar el perrito se acomodó debajo de la mesa y, aprovechando mi incapacidad de resistencia, se dio a lamerme los jugos que corrían por la parte alta de mis muslos, para luego pasar a mi secreta intimidad. Yo estaba de todos los colores, pero don Braulio aparentó no advertirlo y siguió con su charla amable y afectuosa. Así que yo hice otro tanto.
Mujik, por su parte, estaba entregado por completo a su voraz lamida de mi concha, apenas tapada por una telita que me dejaba sentir todos y cada uno de los lambetones. Así que mi respiración había vuelto a acelerarse, y me costaba enfocar la cara de don Braulio que, mientras hablaba, parecía muy interesado en el movimiento de mis tetones, siempre con su gran sonrisa en la cara.
“Le puse “Mujik” en honor a las memorias de una princesa rusa, ya que estos perros son tan dotados como los legendarios mujiks rusos” me explicaba, llevando él el peso de la conversación, ya que pareció advertir que yo, más que unos entrecortados monosílabos y jadeos no estaba en condiciones de responder coherentemente.
Así que con grandes estremecimientos de mi bajo vientre y estómago, me vine de nuevo bajo la escrutadora mirada de don Braulio que seguía sonriéndome afectuosamente.
Y el perro siguió con lo suyo, ahora tenía más jugos que antes y muchos más olores que olfatear, así que siguió lamiéndome, aprovechándose de que a esas alturas yo ya estaba entregada.
Cuando me hizo echar el cuarto polvo, el amo lo sacó de debajo de la mesa. Y entonces pude ver, por su roja cabeza desenfundada que el apodo de “Mujik” le calzaba justito.
Don Braulio, con la excusa de que me necesitaba para llegar a su casa “porque ya no era tan joven” me convenció de que lo acompañara. Y una vez allí me invitó a tomar algo en el jardín, cosa que acepté agradecida, ya que lo necesitaba. En el camino Mujik no hizo intento alguno de continuar con sus simpáticas caricias, pero una vez que me tuvo bajo su techo, su ánimo cambió y le volvieron los ímpetus.
Para cuando el amo volvió con el té con galletitas, me encontró despatarrada sobre el gran sillón de mimbre, bajo el poder de los lengüetazos afectuosos de su perro. “¡Así no, Mujik!” le corrigió, y sacándome la parte inferior de la bikini dejó expuesta mi conchita a la voracidad lamedora del cariñoso perrote. “¡Así podés llegarle bien a la señora...!”
Yo pensé que por suerte no había que fichar para llegar a la playa y elevando los ojos al cielo encomendé al Gran Hacedor mis oraciones pidiéndole que eso que me estaba pasando no pudiera ser calificado de infidelidad.
Don Braulio, muy interesado,se acercó a mirar el trabajo de su perro. Y cuando me vió entregada y con los ojos para arriba, detuvo a Mujik, y levantándome sin ninguna dificultad me puso sobre el césped en cuatro patas, con el culo en pompa. El perro entendió perfectamente la situación y me montó inmediatamente. El gran tamaño de su porongota me conmovió hasta el fondo de mi ser, pero lo que verdaderamente me emocionó fue el modo frenético en que comenzó a moverse. Los orgasmos comenzaron a sucedérseme uno detrás del otro con una velocidad que me los hizo incontables y que me dejaron prácticamente sin aliento. Don Braulio parecía disfrutar de verme cogida tan tremendamente por su perrazo, ya que en el frente de su pantalón se podía notar una enorme prominencia que él acariciaba lentamente. “Es un perrito muy travieso...” me dijo. Y se arrodilló frente a mí, de modo que su bulto quedó a la altura de mis ojos, que aún sin poder enfocar muy bien sabían muy bien lo que tenían frente a ellos. Entonces desenfundó y expuso el nabo más grande que yo hubiera visto. Me lo acercó a los labios “¡Chupe, señora, chupe, se va a sentir mejor!” y me lo metió en la boca que se abrió para engullirlo de un golpe. Me di cuenta de que el anciano, con su larga experiencia de vida, no había tenido dificultad en advertir lo que yo estaba necesitando, y generosamente me lo brindó. Con la terrible serruchada que me estaba dando el perro, fue un alivio tener algo que llevarme a la boca, para descargar ansiedad. Aunque tuve que abrir mucho la boca, y solo pudo entrar la mitad, pero yo hice de tripas corazón y seguí chupando. En eso estaba cuando la tranca del perrito explotó, llenándome con una gran cantidad de potentes chorros. Eso hizo que me corriera con la polla de su amo en la boca. Don Braulio, y me sentí agradecida por su prudencia, sólo le daba leves vaivenes a su pollota dentro de mi boca. Y todo andaba muy bien, hasta que advertí que había quedado atada al perro por su tranca, de modo que el noble pichicho me arrastraba donde quiera que fuera. Al salírsele la tranca de mi boca, don Braulio comprendió la situación y se hizo cargo inmediatamente. Algo le aflojó al perro que le permitió desalojarse de mi intimidad. “¡Gracias..., don Braulio...!” suspiré aliviada. Pero entonces sentí la enorme tranca del viejito tanteándome el agujerito trasero. Y me dije que algo tenía que hacer por este anciano tan gentil y que me había atendido con tanto cuidado. Y lo menos que podía hacer era permitirle un desahogo en mi ano, sin egoísmos de parte mía. El hombre comprendió que tenía mi asentimiento y con sus manos en mis caderas, lentamente me fue enterrando pedacito a pedacito su enorme aparatazo. A medida que me lo iba clavando, noté que me estaba produciendo un placer tan grande que decidí encomendarme nuevamente al Señor y a la imagen del rostro de mi marido, para no incurrir en infidelidad. Porque una cosa es ser amable con un vecino y otra muy distinta es incurrir en infidelidad. A medida que el aparato de don Braulio me iba serruchando mi orto se había abierto de un modo muy complaciente para alojarlo. Con lo de elevar mis preces al Señor no tuve mayor problema, aunque me pareció que mis oraciones eran algo incoherentes, pero es que me costaba mucho concentrarme. En cuanto a visualizar el rostro de Armando tuve ciertas dificultades de concentración también y lo veía bastante borroso, si es que veía algo. Pero así ya no me sentí culpable al correrme con tan tremenda polla abriéndome el ojete, porque había hecho lo que toda esposa fiel y buena vecina habría hecho en mi circunstancia. Así que me dejé correr varias veces hasta que la polla del viejito se hinchó y me llenó el orto de leche.
Cuando me la sacó me derrumbé sobre el pasto hecha un guiñapo. ¡También! ¡Entre el perro y su amo me habrían hecho echar más de veinticinco o treinta polvos!
Don Braulio me levantó en sus brazos con insospechada fuerza y ternura para un hombre de su edad y me depositó en su cama, sacándome la remerita para que estuviera más cómoda. Y después, en un gesto de paternal afecto puso su
caliente boca sobre uno de mis tetones y con sus dedos me acarició suavemente la conchita, mientras pasaba de un pezón al otro. “Así se va a sentir mejor, señora” me dijo con tono protector y su mano libre me apretaba el tetón que no chupaba. Así estuvo más de una hora y tan agradecida me sentí que llevé mi mano a su tranca que se había puesto nuevamente dura y se la acaricié con tanta ternura como la que me estaba dando él. Luego su boca se volvió más apasionada y yo se lo devolví con mi mano. Hasta que el viejito me inundó la superficie del vientre con su leche, espesa y abundante.
Más tarde, ya relajada y reconfortada, me atreví a preguntarle “¿Usted cuantos años tiene, don Braulio?” “Cuarenta y cinco, preciosa” me dijo dándome un beso de lengua en la boca. “Pues está muy bien conservado”, comenté.

Con tanto ajetreo se me había pasado el día en la casa de don Braulio y me pareció que ya no tenía caso ir a la playa. Así que con paso algo tambaleante rumbeé para mi casa, que por suerte estaba cerca. Me despedí del perrito con un beso en su afectuosa trompa y me dejé dar un largo beso de lengua por don Braulio, tan largo que me dejó un poco turulata.
Al llegar a mi casa me derrumbé en la cama y seguí de largo hasta el otro día. Dejé un cartelito sobre la mesa para cuando llegaran mis compañeros: “Por favor, no me despierten, porque hoy tuve un día de perros” Que entendieran lo que quisieran. Pero para mí, “día de perros” ya no significaba lo mismo que antes.

Otro día que había superado exitosamente las pruebas que la vida sometía a mi condición de esposa fiel, pensé mientras me sumergía en el sueño de los justos.

Me encantará recibir tus comentarios sobre mi maravilloso ejemplo de fidelidad marital, pero te recuerdo que: a) no mando fotos; b) no chateo con mis lectores y c) no mando relatos por e-mail ni acepto citas. Me asombra que algunos lectores algo desubicados me pidan cosas como estas. Pero escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com mencionando este relato, por favor, que me gusta recibir las opiniones de mis lectores que son tan respetuosos.


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