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Un Sublime Amor Maternal

Ya era yo un chaval casi acabado mi paso por la adolescencia cuando un día jugando al fútbol con los amigos tuve la mala suerte de romperme el brazo derecho en una desafortunada caída. Pasé por el hospital y me intervinieron en una operación que consistió en ponerme un clavo que sujetaría el húmero hasta que el hueso soldase. Me escayolaron aparatosamente todo el brazo y me mandaron a casa. La recuperación llevaría unos meses.


Nada más salir del hospital mi padre anunció que salía de la ciudad por uno de sus interminables viajes de negocios. Así que mamá, mi pequeña hermana Cristi y yo nos quedamos solos. Amigos y familiares vinieron a visitarme a ver como me iba con mi fractura de brazo. Sobre todo les gustaba venir a mis amigos Alonso y Goyo, pero era porque siempre supe que les gustaba mi madre. A mi eso no me molestaba. A veces, no sé porqué, los imaginaba a los dos forzando a mi madre para tener sexo con ellos; ella se resistía al principio pero después accedía de buen grado a hacer todo lo que ellos quisieran. Los dos jóvenes imberbes se maravillaban al ver cómo toda una mujer, de enormes tetas, buen cuerpo y culo potente se ponía a chuparles la polla a ambos y luego a uno después del otro dejaba que le perforaran el coño en un coito feroz. Sin embargo esto solo eran imaginaciones mías. Supongo que yo veía a mi madre en esas situaciones por un viejo recuerdo que guardaba: Cuando era niño, en uno de los viajes de papá, llegó a casa mi tio Tomás, hermano gemelo de mi padre y soltero empedernido.

Yo estaba jugando con unos cochecitos que él me acababa de regalar y me entretuve un rato hasta que oí unos gemidos. Fui silenciosamente hacia el lugar del que provenían, el dormitorio de mamá. Aunque la puerta estaba cerrada, había una cerradura desde la que se podía mirar. A esa edad no supe interpretar lo que vi, aunque siempre se puede intuir algo. Mi tío, con los pantalones bajados hacía un extraño esfuerzo entre las piernas desnudas de mi madre, que se hallaba tumbada en la cama. Juntaban sus bocas y sus rostros no sabía si eran de dolor, esfuerzo o placer. La escena se prolongaba y se iba haciendo entre violenta y frenética; mi madre rodeaba la cintura del tío con sus piernas y aruñaba su espalda con las uñas. Me retiré, no vi más; después no dije nada, supe que se trataba de algo que debía callar.

Pero aquello me gustó. Por eso creo que me gustaba imaginar a mamá con mis amigos, por morbo. Además, a lo largo de los años creo que no fue sólo el tío Tomás quien se cepilló a mamá en ausencia de papá. Por ejemplo, Fernando, el vecino soltero del sexto venía demasiado a pedir azúcar prestado cuando mi padre no estaba. No lo vi follando con mamá pero sí creí ver una vez como le tocaba las tetas con el consentimiento de ella. Con Pedro, el de la frutería, también tenía mamá mucha complicidad, además se sabía de él en todo el barrio que le ponía siempre que podía los cuernos a su mujer. Cuando acompañaba de pequeño a la frutería a mamá, Pedro le vendía plátanos o pepinos y al entregárselos decía discretamente: ¡Toma, pero que sepas que hay un pepino que es más sabroso que estos! Yo era pequeño y no lo entendía, luego lo comprendí, pero es que resulta que en una ocasión vi, a través de la cerradura del dormitorio de mamá, cómo ella, se clavaba entre las piernas uno de aquellos pepinos que le había vendido el frutero. Y cosas así, cientos.


Bueno, pero el motivo por el que cuento todo esto es por aquellos días en los que estuve de reposo en casa con el brazo roto. Cuando hube de ducharme vi que era imposible pues yo solo no iba a poder. Mamá me sugirió que llenase la bañera y me metiese en ella. Mamá me ayudaría a bañarme tal y como lo hacía cuando yo era pequeño. Le dije que me daba vergüenza pero ella río. Me metí entonces a bañarme y ella se aproximó con la esponja para frotarme todo el cuerpo ante alguna protesta mía. ¡Te estado viendo desnudo toda la vida, ahora no pasa nada! –me decía-. Intenté relajarme un poco, ella misma me dijo que estaba tenso con lo del brazo y que me podía hacer daño dentro de la bañera si me ponía nervioso. Siguió frotando por todo mi cuerpo, el agua y la espuma me cubrían pero ella no dejó de frotar entre mis piernas y todo, por lo que al relajarme experimenté una erección y ella lo hubo de notar pues no dejaba de pasar la esponja y su otra mano libre por allí.

Me tenía que incorporar y taparme con una toalla, pero tenía la polla como un garrote tieso y me daba vergüenza. Ella dijo que me pusiera de pie que me ayudaría a secarme, pero yo me negaba, así que casi me obligó a levantarme y mostrarle todo. Dije para mis adentros: ¡Tu lo has querido!, y me puse de pie casi de un salto, cuando mamá todavía estaba inclinada sobre la bañera, por lo que mi pene quedo prácticamente a la altura de sus ojos. Ella sólo exclamó: ¡Vaya, mi niño ya es todo un hombre!, y procedió a secarme sin que mi erección bajase. La cosa no pasó de ahí pero mamá hubo de verme con los ojos cerrados mientras disfrutaba de cómo pasaban sus manos con la toalla por todo mi cuerpo. Después me fui a dormir terriblemente excitado y con ganas de hacerme una paja; a duras penas pude meneármela porque yo era diestro y con el brazo roto no podía, así que lo hice con la mano izquierda y logré correrme con cierto esfuerzo.


Pasaron un par de días y tocaba bañarme otra vez. Mamá acudió a ayudarme y volvió a frotarme con la esponja. En esta ocasión se recreó, lo hizo despacio, y yo diría que con cierta malicia. Volví a empalmarme, pero esta vez mi glande se vio sobresalir de la espuma y mamá se dio cuenta; seguía frotando.


- Mamá, estos días y con el brazo roto...- le dije-.

- ¿Cómo dices? No entiendo.

- Mamá, por favor...- supliqué.

- No te entiendo hijo mío –dijo-.


Ella entendía perfectamente, pero me estaba haciendo sufrir. Quería que se lo pidiese, que se lo indicara con las palabras exactas, así que me encolericé un poco y le solté:


- Mamá, no me puedo masturbar.

- ¿Y que significa eso?

- He pensado que tú...

- ¿Quieres que yo te haga una paja?


Oírle aquella expresión, la palabra "paja" me excitó tanto que por poco me lanzo a morderle las tetas, pero me contuve. Sin embargo, ella misma se desabrochó la blusa cuando comenzó a masturbarme lentamente sin yo haber dicho nada. Me estaba haciendo una paja deliciosa y me invitaba al mismo tiempo a meterle mano en las tetas. Lo hice y minutos después me corrí brutalmente. Mamá era una putita que comenzó aquel día a dar placer a su hijo. Continuará...

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juan on

Vamos es el mejor relato que he escuchado de incesto.debo confesarte que me fascinan esos relatos si puedes mándame a ese email todos los relatos que tengas, sigue así que vas super bien. Me voy hacer una paja con esa historia chao.

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