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Madame Betty

 Conocí a Madame Betty cuando tenía yo quince años y un tío conocedor se encargó de mi iniciación sexual.

Eran los años 60 del siglo pasado y nosotros, a contramano de lo que sucedía en el mundo con el hippismo y el amor libre, todavía para echarnos un polvo, y sobre todo el primero, teníamos que vivir una verdadera odisea.

Yo era un privilegiado. Mi tío Jaime frecuentaba la noche y conocía todos los prostíbulos clandestinos que existían en la ciudad.

El decidió que el mejor lugar para tal acontecimiento era lo de Madam Betty, una mujerota 20 años más jóven que en la foto, que manejaba una casa con cinco chicas en pleno Parque Patricios, barrio bravo en esa época.

Recuerdo que llegué nerviosisimo y emocionado. Madam Betty lo saludó afectuosamente a mi tío y a mi me dió un beso en la mejilla.

–¿Nervioso? Tranquilizate que aquí te van a hacer sólo cosas lindas –me dijo y magicamente me empecé a sentir mas calmo– enseguida se desocupa Zulema que es especial para estas ocasiones. ¿Vos esperás a Rosa, no?

Mi tió asintió y pasamos a una especie de living donde Madam Betty le sirvió un wisky y a mi una coca.

Al rato apareció Zulema que acompañó hasta la puerta al hombre que había estado con ella.

Cuando volvió saludó a mi tio y luego de hablar por lo bajo con Madam Betty me llevó hasta su habitación.

La casa era una común casa de familia, sin lujos pero bien mantenida y la habitación de Zulema estaba acorde con el resto. Era el cuarto de una chica común con todos los elementos personales que le daban cierta calidez, fotos colgadas, seguramente de familiares, muñecas y una extraordinaria radio capilla, que me enteré luego, había sido de su padre.

–Esperame un segundo que voy a refrescarme. –me dijo y volvió a salir del cuarto.

Al rato volvió con el pelo arreglado, mejillas rosadas y un suave aroma a frescura que inundó el cuarto.

Me abrazó y comenzó a besarme, luego aflojó su bata y pude ver unos pechos enormes y blancos que me perturbaron con repercusiones en mi entrepierna.

Ella se dió cuenta que mi pija ya estaba dura y me abrió el pantalón para dejarla libre.

Ya afuera ella la tomó en su mano y comenzó a acariciarla. Luego me hizo sentar en la cama y ella se arrodilló frente a mí metiendoselá en la boca.

Casi me muero, al contacto de su boca, mi pija tomó envión y profundizó su dureza y creó que hasta el tamaño.

Sus labios y su lengua eran una caricia sobre mi pija que hizo, poco a poco, elevar mi temperatura hasta que, como el agua, herví y comencé a echar chorros de leche que recogió en su boca, tragandoselá con cara de satisfacción.

Frustrado por la exiguedad de mi debut, me levante decidido a salir del cuarto.

–¿Donde vas chiquilin? La fiesta no terminó, recién empieza.

Dijo esto dejando caer su bata, mostrando toda su belleza, que al gusto de hoy sería considerada demasiado exhuberante, pero que a mí en ese momento me dejó boquiabierto.

Me saco toda la ropa y nos recostamos en la cama donde comenzamos hablar de cosas mientras ella me hacía y me solicitaba pequeñas caricias.

Me ponía sus pezones entre los labios o metía mi cabeza entre sus tetas que asombrosamente la cobijaban con comodidad.

Enseguida estuve al palo de nuevo, me la volvió a besar pero cuando me la miré tenía puesto un preservativo.

Se acomodó y me guió hasta que logré penetrarla. Con sabiduría fué guiando la intensidad de mis movimientos, mientras me besaba suavemente el cuello y las orejas.

Cuando notó que estaba cerca de acabar intensifico sus movimientos y los mios hasta que caí en un pozo profundo, perdiendo todos mis sentidos y recobrandolós en un estado de placidez como nunca había experimentado.

Nos quedamos abrazados hasta que sentí que mi pija, ya flaccida abandonaba la placentera vagina que hasta ese momento la había cobijado.

Me sacó el preservativo que envolvió en papel higiénico y con la boca me limpió la pija de todo resto de semen y luego me la secó con una toalla.

Yo me iba a preparar para irme cuando me dijo:

–¿No te animás a echarte otro polvito? Sos tan dulce que te comería todo, todo es por el mismo precio. Quedate que no te vas a arrepentir, quiero que me hagas el culo.

Ni que decir que a esa altura me consideraba y sentía el cogedor de américa, así que no me hice rogar.

La verdad es que me sentía tan cómodo que me hubiera quedado a vivir allí.

Sólo me costó un poco más, no mucho, estar listo de nuevo.

Otra vez, con maestría me puso el preservativo y poniendosé de rodillas hizo que la penetrara de atrás mientras observaba en monumental culo que chocaba contra mi panza.

En determinado momento me pidió que le metiera un dedo en el ojete y a mi se me abrió el cielo.

Poco a poco fué dilatandolo y cuando estuvo lista me hizo penetrarla con la verga en ese momento, redura.

Yo estaba fuera de mí y freneticamente, como ella me pidió se la metí y saqué hasta que sentí que me explotaban los huevos y largaban todo su contenído y aún más, se me iba el alma por la pija.

Cuando se la saqué, ya empequeñecida por el esfuerzo, volvió a repetir la ceremonia de limpieza y me dijo:

–¿Te gusto chiquilín?

–Me encantó, nunca pensé que coger era tan lindo. Desde hoy voy a coger lo más que pueda.

Visto en perspectiva fue un debut sensacional y guardo emotivos recuerdos de él. Zulema era una mujer amable, comprensiva y nada arrolladora, a pesar del cuerpo que tenía, era ese tipo de mujer que hace sentir bien a todo hombre que este con ella, ya sea por amor o por dinero.ß

A partir de ese día, atesoraba moneda sobre moneda hasta conseguir la cantidad necesaria para el viaje y la paga de Zulema.

Siempre me las arregle para visitarla, al menos, una vez por mes.

Una vez estuve dos meses sin ir porque andaba atrás de una vecinita de la que no conseguí nada.

Cuando volví me enteré con tristeza que Zulema se había casado y no trabajaba más en la casa.

–Yo se que la vas a sentir, pero vas a ver que Normita te va a consolar de la pérdida.

Como dijo Madam Betty Normita calmó mis penas y las efusiones de mi pija.

Cuando empecé a noviar y a mojar por otro lado mis visitas se fueron espaciando hasta que Madam Betty cerró la casa al cumplir los 60 años para vivir de rentas y gozar de un merecido descanso.

Yo ya era fotógrafo profesional cuando, veinte años después de mi debut, le saqué entre otras, la foto que ilustra este relato. Ella tenía 55 años pero aún recuerdo el polvo que nos echamos, producto de la calentura que nos produjo la sesión fotográfica. Ya habíamos tenido anteriores encuentros pero ese fue memorable. Era indudablemente una maestra que dominaba todos los secretos para gozar y hacer gozar una buena cojida.

La perdí de vista y al tiempo localicé su nueva dirección y la fuí a visitar.

Era una coqueta anciana de 75 años que aún conservaba algo de su emanación sexual, que hacía que los hombres repararan en ella.

–Madam Betty, que gusto verla –dije abrazándola.

–No querido, ya no soy Madam Betty, ahora simplemente soy Doña Beatriz, para mi tambièn es muy agradable volver a verte. ¿Que contás?

Más o menos le conté mi vida de los últimos años, mi casamiento, mi separación, mi trabajo.

–Y yo aquí, totalmente retirada. Te comento que a veces me gustaría echarme un polvito pero los viejos de mi edad sólo hablan de enfermedades y un jovencito, salvo que sea un depravado con los que no quiero saber nada, no se va a andar fijando en mí

–Nunca va a perder su buen humor ¿eh?

–Algún día lo perderé pero tené por seguro que no va a ser por mi voluntad.

Recordamos los viejos tiempos de la casa. Me dijo que seguía viendo a muchas chicas de las que habían trabajado con ella, con las que visitaban frecuentemente.

–Zulema es abuela, no te imaginás lo choca que está. Quedó viuda y ahora vive con una de sus nietas, la mayor.

Le pregunté a que consideraba que se debía que aún en el barrio dijeran “Esa era la casa de Madam Betty” hasta con orgullo.

–Lo que pasó fue que la mía era una casa más del barrio, todos sabían que era un quilombo pero nadie se sentía molesto, porque tanto yo como todas las chicas que pasaron por mi casa siempre fuimos buenas vecinas. Nunca, pero nunca en mi casa hubo ningún escandalo ni escena que llamara la atención de los vecinos y eso que había noches donde eran tantos las personas que venían que yo me tenía que poner a atender al ritmo de las chicas. Me acuerdo de una noche en especial que entre las seis atendimos a más de 200 hombres, esa noche yo hice 36 servicios de todo tipo y te puedo asegurar que todos se fueron plenamente satisfechos.

A mi todos los comerciantes del barrio me decían señora Betty, aunque a la noche vinieran a echarse un polvo con mis chicas. No te imaginas las veces que se me acercó alguna mujer y me decía, Betty tengo un hijo en edad de debutar y me gustaría que lo hiciera en su casa en lugar de andar por cualquier lado, y yo me encargaba y ella estaba tranquila. Vos lo sabes bien porque fuiste uno de los tantos que le vieron la cara a Dios por primera vez en mi casa.

–Nunca lo olvidaría, por supuesto. ¿Y como se arreglaba para no tener problemas si se corrompían, entre comillas, tantos jóvenes en su casa, le costaba mucho mantener tranquila a la policía.?

–En principio a mi casa nadie venía contra su voluntad, y segundo, nunca le dí un peso a la policía. Y es más cuando alguno venía, de civil, en mi casa pagaba como cualquier hijo de vecina, a lo sumo se le fiaba hasta fin de mes y si cuando cobraba no venía a pagar, no entraba nunca más.

Una vez cayó el comisario, a quien conocía sólo por mentas. Me dije, Betty se te acabó la buena estrella, este viene por la coima.

Me equivoqué de cabo a rabo, cuando le suguerí algo, ofendido me contestó que me equívocaba con respecto a él, que en el fondo me estaba agradecido y se sentía en deuda conmigo porque yo cumplía una tarea de apoyo a su trabajo.

Nunca había tenido ninguna denuncia contra mí, la presencia de mi casa hacía que el barrio no fuera invadido por callejeras que siempre le complicaban la vida a cualquier comisaría, tampoco había actos de violencia porque los hombres estaban todos bien cogidos, los solteros por mis chicas y los casados que no frecuentaban mi casa, por sus esposas que se esmeraban para eliminar la competencia que ejercian las chicas. Que el sólo venía a ver si le podíamos organizar una fiestita para festejar la despedida de soltero de un amigo, que ya grande, había decidido casarse. Se hizo la despedida en mi casa, pagaron religiosamente, quedaron recontra satisfechos y algunos de sus amigos volvieron pero el no apareció más. Sólo vino a despedirse, cuando lo pasaron a retiro. Ahí si que vislumbre que podían empezar los problemas. Hablé con las chicas y de común acuerdo decidimos cerrar la casa. No te imaginas es desfile que se organizó, todos los vecinos, hombres y mujeres, vinieron a despedirse y a decirme que me iban a extrañar. Que reeviera mi decisión, que ya el barrio no sería lo mismo. Tenían razón ya no es lo mismo vivir allí. Parece mentira lo que puede influenciar un quilombo bien organizado.

La dejé con la promesa, que religiosamente iba a cumplir, de volver a verla asiduamente.

Lamentablemente esas visitas fueron pocas. Apenas cruzado el nuevo siglo, un día perdió el buen humor y no por voluntad de ella. Se fue dejando en todos los que la conocimos recuerdos placenteros y una gran congoja.

El cortejo estaba formado por más de 150 coches que la acompañamos hasta la Chacarita. No faltó nadie más que los que se fueron antes que ella.

La empresa funeraria, conocedora de su historia, no aceptó ni un centavo de lo que costó el servicio.

En su testamento dejó todos sus bienes, que no eran pocos realmente, para ayudar a las madres solteras y adolescentes.

Casualmente en la mítica casa donde tantos hombres descargaron sus tensiones y fueron felices, hoy corren y juegan chiquitos que a veces son muy poco más pequeños que sus madres, seguros, aunque no lo sepan, de que gracias a Madam Betty su vida no será tan desafortunada.

Pedro W FOTOS

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