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Las Brujas - 5ª Parte

Yo seguía viviendo solo. Ónix continuaba en el hotel, porque se lo pagaba su universidad. A veces dormíamos juntos ahí, a veces en mi casa. Algunas noches, sobre todo cuando ella estaba más ocupada por su trabajo, no nos veíamos.
Una tarde sonó el teléfono en mi casa.
--Bueno.
--Hola, guapo.
Reconocí la voz de Roxana.
--Hola Rox. ¿Cómo estás?
--Mmmhhh... triste.
--¿Por qué?
--Invítame un café y te platico.
Hicimos una cita para esa misma noche en una cafetería de Polanco, cerca de su casa.
Llegué antes que ella y pedí un expreso doble. Cuando ella llegó, me quitó la respiración: pese a que era una fría noche de enero en mi ciudad, Rox vestía una minifalda negra (cuando digo minifalda, me refiero a que apenas le alcanzaba a tapar las nalgas), con medias negras y zapatillas de tacón alto. Su blusa era negra también, pero de una tela muy ligera, tras de la cual se adivinaban sus tetas sin sostén. Por supuesto que tenía los pezones erectos.
Y venía sonriente... nada de tristeza había en ella.
Me puse de pie cuando llegó y traté de saludarla con un beso en la mejilla, pero ella movió un poco la cara y el beso se lo di en la boca, que ella dejó entreabierta.
No hice ningún comentario al respecto y nos sentamos.
--¿Y bien, Roxana? -le pregunté luego de que ella pidiera su capuchino-- ¿Qué tienes? ¿Por qué estás triste?
Ella dudó un poco antes de responder:
--Por ti.
--¿Por qué por mí? -me sorprendí.
--Porque no me pelas... -dijo, y me guiñó un ojo.
--Francamente, Roxana, no te entiendo.
--¿No me entiendes? Después de lo rico que cogimos aquella noche, yo esperaba que por lo menos me hablaras por teléfono. ¿No te gustó cómo lo hicimos?
--¡Claro que me gustó!
--¿No te gustó cómo te apreté el pito con la vagina? ¿No te gustó el sabor de mi clítoris? ¿No te gustó cómo te la mamé?
--Espera, espera. Por supuesto que me gustó todo eso...
--Entonces, ¿no te gusto yo? ¿Estoy muy fea?
--No sé a dónde quieres llegar, Roxana...
--Me gusta más que me digas Rox.
--...Tú sabes que eres guapísima y sabes que me encantó cómo cogimos... pero pensé que sólo me estaban dando el "visto bueno" para Ónix.
--¿No sentiste algo especial por mí?
En ese momento recordé las miradas cargadas de significados que Roxana me había lanzado toda esa noche. También recordé el bienestar que me invadía cuando ella se me acercaba.
--Pues... sí. La verdad es que sí.
--¿Y no entiendes?
--¿Qué es lo que quieres que entienda?
--Que tú y yo estamos hechos la una para el otro... que me gustas mucho y que yo te gusto a ti...
Me quedé perplejo, analizando las palabras de Roxana.
--¿Me estás proponiendo...
--¡Sí! -respondió antes de que yo acabara de preguntar.
--¿Y Ónix? ¿No es tu amiga?
--Sí. Es mi amiga y mi colega. Pero no puedo evitar sentir lo que siento... además, en unos meses ella se va a regresar a Portugal.
--Tienes razón -dije.
Pero yo sentía que algo no estaba bien. Me estaba ocurriendo lo mismo que el día que conocí a Ónix. Mis ideas, mis dudas, se quedaban encerradas en un lugar inaccesible de mi cerebro. Empecé a sentirme manejado, pero no podía protestar ni podía evitarlo.
Tomamos nuestros cafés y hablamos de cualquier cosa. Cuando pedí la cuenta Roxana me dijo:
--¿Me das un aventón a la casa?
--Vámonos.
Nos subimos al carro y me dio indicaciones para llegar a su casa, un departamento de lujo en la colonia Anzures.
Dejé el auto en el estacionamiento del edificio y subimos a su departamento. Yo la acompañaba automáticamente, ajeno a mi voluntad. Pero debo decir que no me desagradaba la compañía de esta beldad.
Nada más entrar a su casa, nos trenzamos en un beso, un rico y ardiente beso.
Abrazados y besándonos, poco a poco nos movimos, guiado por ella, hacia su recámara. Nos seguimos besando al pie de su cama y nos desvestimos lenta y mutuamente. Ahora, sin las distracciones de la orgía de la otra noche, pude dedicarme por completo y a fondo a esta caliente hembra.
Desnudos, nos dejamos caer sobre la cama. Una de mis manos ya estaba entre sus piernas y la otra aprisionaba uno de sus pechos. Nuestras bocas estaban pegadas. Ella, a dos manos, masajeaba mi erecto pene.
Nos fajamos así unos minutos. Luego, separé sus gloriosos muslos y metí la cara en su triángulo divino. Primero, con los dedos empecé a quitarle los pelos que, por el flujo, se le pegaban a los labios vaginales; luego aspiré con fruición su olor afrodisiaco que llenó mis pulmones y mi cerebro con la más deliciosa intoxicación.
Antes de empezar a mamarla, literalmente metí mi nariz entre sus labios vaginales. Quería impregnarme de ella, de su olor. Roxana suspiró con fuerza.
Luego pasé mis manos bajo su cuerpo y aferré una nalga en cada una. Así me gusta afianzarme para mamar. Ya entonces pegué mi boca a su vulva y le di una primera, profunda y larga lamida. Degusté su sabor ligeramente ácido, pero rico como pocos. Ella gemía quedamente.
Una vez que mis cinco sentidos se llenaron de Roxana, me puse a mamar, esmerándome al máximo, poniendo en práctica todos los trucos aprendidos en veinte años de ejercicios sexuales.
Hacía buches de saliva que empujaba a su vagina y luego recuperaba para volver a metérsela y recuperarla... lamía de arriba hacia abajo su entrada vaginal... metía la lengua, como si se tratara de una verga en miniatura... aprisionaba entre mis labios su clítoris, al que le daba lamidas y más lamidas, mientras mis manos masajeaban sus portentosos glúteos. Roxana gemía cada vez más fuerte y envolvió mi cuello con sus pantorrillas. Dejé de sobar una de sus nalgas y dirigí mi índice derecho a su vagina.
Se lo metí despacio, poco a poco, mientras retiraba mi boca y buscaba con la mirada el rostro de Roxana. No lo pude ver, pues ella tenía la cabeza echada hacia atrás y sus tetas eran las que quedaban en mi línea de visión.
Mi dedo entró en su vagina. Recordé entonces todo lo que había leído y escuchado sobre el punto G y decidí buscarlo. Y una vez más mis pensamientos fueron leídos...
--¿Buscas el punto G? -preguntó Roxana entre jadeos.
--Sí.
Y, como por arte de magia (¡otra vez!), sentí en la punta del dedo esa protuberancia carnosa que era el punto G. Me dediqué a estimularlo y, al mismo tiempo, besaba la parte interna de los muslos de Roxana.
Sus gemidos subieron en intensidad. Mis sentidos estaban placenteramente saturados de ella. Mis movimientos se hicieron más rápidos y logré que la hermosa mujer llegara al orgasmo.
Para quienes no han vivido esta experiencia increíble, déjenme contarles que el orgasmo del punto G es más intenso que el vaginal o el clitoriano y tiene la peculiaridad de que provoca en las mujeres una eyaculación. Sí, una eyaculación incluso mucho más abundante que cualquier eyaculación masculina.
El líquido que eyaculó Roxana en abundancia me salpicó la cara y el cuello y aun se escurrió a la cama, donde dejó una gran mancha de humedad.
Su sabor (por supuesto que me lo bebí) era dulzón y su olor, más penetrante que el de una vagina lubricada.
El orgasmo-eyaculación de Roxana vino acompañado de un fuerte gemido y del endurecimiento súbito de sus músculos. Ella se retorció, como acalambrada, mientras duraba su momento máximo de placer.
Luego quedó derrengada sobre la cama.
Mientras tanto, mi pito estaba parado y reclamaba algo de acción. Así que me acomodé entre sus piernas, que seguían bien abiertas, y acomodé la cabeza de mi verga en la entrada de la vagina. Me quedé así unos segundos, viendo la cara de placer de Roxana.
--¿Qué esperas, papito? -dijo con voz de gata en celo.
Se la clavé de un solo golpe. Sus ojos y su boca se abrieron al recibir la estocada y gritó un largo "sííííííí" que a mis oídos sonó como música celestial.
Comencé a bombear adentro y afuera del cuerpo de Roxana. Cada empuje mío era acompañado de un pugido de ella. Tomé su pierna derecha y la acomodé sobre mi hombro izquierdo y, sin dejar de bombearla, le daba chupetones y lamidas en la rodilla y el muslo.
Después se me antojó cambiar de posición. La acosté de lado y yo me puse detrás de ella, también de lado. La penetré en la postura que se llama "cuchara" y seguimos cogiendo, mientras ella volteaba la cabeza hacia atrás para ofrecerme la lengua, que yo chupaba y lamía con deleite.
Después, sin desensartarnos, la hice quedar acostada boca abajo y yo encima de ella la seguía penetrando. Poco a poco ella se apoyó en las rodillas y en las manos y quedamos cogiendo de a perrito.
El incesante metisaca tuvo su efecto y llegó el momento en que nos venimos. Juntos. Pareciera que estas brujas se sintonizaban mentalmente conmigo. Cuando yo terminaba, ellas terminaban. Era un placer fornicar con ellas.
Quedamos agotados y derrengados, ella boca abajo y yo encima. Pero, por sus artes brujeriles, mi verga no hallaba reposo. Se me volvió a parar casi de inmediato.
Sin moverla, bajé por su cuerpo y metí la cara en la raya de sus nalgas. Con las manos separé sus glúteos y con la lengua busqué el agujero de su ano. Al tocar con la punta de la lengua su entrada posterior, Roxana se sacudió como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
--Sííííí... que ricooooo
Pero se incorporó de un salto y me dijo: "Espérame un momento". Luego se dirigió a su cómoda y empezó a buscar en los cajones. Luego regresó sonriente a la cama con un frasco de lubricante en una mano y un enorme consolador en la otra. Su sonrisa era pícara y chispeante.
--Vamos a necesitar esto -dijo.
Se puso lubricante en la mano y empuñó mi verga para embarrarla a conciencia. Después repitió el procedimiento con el consolador y luego me tendió el frasco y me pidió que le lubricara el ano.
Así lo hice. Llené mi índice con lubricante y, cuando ella se acomodó en cuatro, se lo metí despacio en el ojete y se lo lubriqué, mientras ella se metía en la vagina el consolador.
Seguí jugando con mi dedo en su ano hasta que ella me pidió que la penetrara. Me acomodé tras ella, me agarré a sus caderas y, guiada por su mano, mi verga comenzó a taladrarle el trasero.
¡Qué delicia de ano! ¡Cuánto placer me dio! Su esfínter estaba muy apretado y aprisionó fuertemente la cabeza de mi instrumento.
Empecé a presionar hacia adentro y Roxana gimió de placer. Luego, su agujero posterior se dilató un poco y mi verga entró por completo. ¡Era un delirio estar metido en su culo!
Nos quedamos quietos unos instantes, simplemente disfrutando de la penetración, que para ella era doble.
--¡La tienes grande y rica, papito! -dijo y volteó la cara para besarnos.
Nos dimos las lenguas golosamente y ella empezó a apretar los músculos del culo, para hacerme un perrito anal. Me tomó por sorpresa, y fue tan rico sentir eso, que poco faltó para que me viniera...
No sólo se trataba de sentir el miembro deliciosamente apretado y masajeado en su recto, sino que podía sentir la presión que ejercía en su interior el consolador, lo que multiplicaba mis sensaciones placenteras.
Me dejé consentir. No me moví y le dejé todo el trabajo muscular a Roxana.
--¿No te cansas? -le pregunté.
--Un poco... Pero quiero... hacerlo así... ¿no te... gusta? -respondió entre gemidos.
--Síííííí... -gemí yo también.
Les juro que nunca antes había cogido de ese modo hasta el final. No hice nada más que aferrarme a su culo y, ocasionalmente, masajearle las tetas a la hembra fogosa que, debajo de mí, igualmente inmóvil, contraía y aflojaba sus músculos.
Al cabo de un cuarto de hora, sus contracciones se hicieron más y más rápidas y nuestros jadeos aumentaron en intensidad. Finalmente llegamos al orgasmo los dos, al mismo tiempo.
Y después de venirnos nos quedamos quietos, en la misma posición, recuperando el aliento.
Pero, finalmente, mi pito perdió la erección y se salió de su alojamiento provisional.
Me retiré un poco sólo para admirar el espectáculo: Roxana estaba en cuatro sobre su cama, con las piernas separadas y respirando agitadamente; de su vagina sobresalía la mitad inferior del consolador, ya que la otra parte aún estaba adentro; su ano se veía dilatado y de él escurrían hilillos de semen. Esa imagen ha quedado grabada en mi memoria, hasta la fecha, como una de las más eróticas que haya visto.
La magia del momento se rompió cuando sonó el teléfono. Timbró una vez... y dos... y tres... y Roxana no se movía, así que respondí yo.
--Diga...
Pero la única respuesta que obtuve fue el silencio de quien quiera que estuviera del otro lado de la línea. Luego la comunicación se cortó y colgué el auricular.
--¿Quién era? -preguntó Roxana, extrañada, mientras retiraba el consolador de su vagina.
--Nadie… colgaron.
Entonces ella se incorporó de un salto, con expresión de angustia.
--¡Era Ónix! ¡Seguro que fue ella!
--¡No mames!
--Estoy segura…
Yo creo que palidecí, porque Roxana me abrazó con dulzura:
--No te preocupes… a lo mejor me equivoco -dijo, pero sin mucho convencimiento.
Nos quedamos abrazados y en silencio, mientras yo pensaba que Ónix se iba a enojar mucho conmigo, y quién sabe qué sería capaz de hacer.
--Carlos... -susurró Roxana en mi oído.
--Dime.
--Te quiero mucho... no dejes que Ónix nos separe.
No supe qué responder.

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