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Las Brujas - 2ª Parte

Durante los siguientes dos días no salimos del cuarto de hotel. Cogíamos y pedíamos comida y bebida al room service. Y volvíamos a coger y a coger y a coger....
Pero vamos por partes.
Como decía, nos abrazamos y caímos juntos en la cama.
Mis manos exploraron por primera vez su anatomía mientras ella me desnudaba. Besos, lamidas y mordiditas cachondas iban y venían por nuestras caras, cuellos, orejas.
Quedé recostado de espaldas y ella se ahorcajó sobre mí, lo que me permitió amasar a placer sus pechos mientras ella me desabrochaba chamarra y camisa. Me incorporé lo suficiente para quitarme ambas prendas y volví a dejarme caer.
Ónix, entonces, comenzó a marcar un camino con los labios y la lengua: desde mi boca empezó a bajar dando besos y lametones por mi mentón, el cuello y el pecho, deteniéndose prolijamente en las tetillas, a las que dedicó chupetones alucinantes, mientras desabrochaba mi cinturón y empezaba a bajarme, todo al mismo tiempo, pantalón y boxers.
Solté sus pechos y me dediqué a sobar y apretar sus nalgas, cuya firmeza me enardecía. Ónix bajó aún más su cuerpo para descalzarme y desnudarme por completo. Después volvió a montarse sobre mí y comenzamos a besarnos con ardor mientras frotábamos nuestros pubis; una de mis manos se apoderó de una de sus nalgas y deslicé la otra, por atrás, hasta la confluencia de sus piernas.
De ese modo acomodé mi pito, otra vez erecto, en la raya de sus nalgas. El movimiento acompasado de nuestros pubis hacía que mi verga rozara los labios de su vulva y su ano al mismo tiempo. Mientras tanto, nos besábamos interminablemente, intercambiando alientos y salivas.
Ella estiró la mano hacia atrás y volvió a aferrar mi verga, de modo que me estaba chaqueteando también... todo al mismo tiempo.
Yo llevé mi mano a su boca, que aún estaba pegada a la mía, y le pedí:
--Chúpame el dedo -mientras ponía frente a ella mi índice derecho.
Ella puso los ojos en blanco y se lanzó a chuparme el dedo, exactamente igual que si estuviera mamando un pito. Hacía los mismos movimientos de atrás hacia delante con la cabeza y le daba esos ricos trabajos de lengua a la punta.
Tras unos momentos de ese trabajo bucal, retiré la mano y la llevé hacia su culo, buscando con el dedo su ano.
--¡Eres un guarro! -me dijo sin asomo de disgusto- ¿Quieres encularme, verdad?
--Sí, mamacita. Es lo que más quiero en este momento.
Ella me dedicó una mirada ardiente y traviesa y accedió.
--Está bien, ¡guarro! Pero primero déjame lubricarla.
Y, sin desmontarse por completo de mí, se dio la vuelta y empezó, otra vez, a chuparme la verga. Pero ahora su panocha me quedó frente a la cara y sentí, como si fuera el más fino de los perfumes franceses, su olor de hembra caliente.
Su coño era un monumento a la belleza erótica. No estaba depilado (¡qué bueno!) y una espesa mata de vello lo rodeaba hasta perderse en un fino hilo que moría en el perineo. Los labios mayores, de un rosa intenso, afloraban fuera de la vulva y todo ello estaba coronado por un clítoris diminuto, un botoncito que invitaba a besarlo con ternura.
Me lancé a mamarle la panocha mientras ella se despachaba mi pito con alegría sinigual.
Tratando de imitar su habilidad lingual, comencé por darle lametones aquí y allá... en los labios mayores, un toquecito al clítoris, exactamente en la entrada de la vagina, y, traviesamente, deslizaba yo la lengua hasta su ano, que al sentirme se apretaba un poco, casi diría yo que haciéndome guiños.
--¡Ay, guarro! ¡Sigue... me matas de gusto!
Nuevamente la idea de ponerme un condón empezó a abrirse paso en mi mente, pero nuevamente la idea desapareció, ajena a mi voluntad, sin dejar rastro.
--Si me vas a encular, lámeme bien el ano... ensalívalo, cariño -suplicó.
Obediente y gustoso me dediqué entonces al hoyito apretado y hermoso por el que muchos hombres suspiramos. Lo ataqué a lengüetazos, le dediqué lamidas lentas, metí la punta de la lengua en ese hoyito que simplemente se dilataba para cederme el paso... le escupí abundantemente...
Ella, siempre llevando el control de la situación, se desmontó de encima de mi y se acomodó en cuatro sobre la cama.
--¡Venga, cariño! Estoy lista...
Mi verga, erecta y bien ensalivada, palpitaba... y más todavía cuando la vi acomodada para recibirme. Me coloqué detrás de ella, de rodillas sobre la cama, y apunté la punta de mi aparato a su apetecible culito. Nada más tocarlo con la punta del miembro, su ano se dilató lo suficiente como para albergar la cabeza del pito.
Comencé a hacer presión para meterlo... y el ano se abrió suavemente. No diría que se la metí, más bien sentí que su intestino me jalaba hacia adentro.
--¡Mmmmhhhh..! ¡Ricoooooooo..!
Yo gemía de placer al sentir ese abrazo cálido, húmedo y apretado en mi verga, de la que sólo la mitad había entrado.
--¡No tengas miedo, guarro! ¡Fóllame... fóllame con ganas!
Me afiancé bien en sus caderas y de un solo empuje se la dejé ir hasta el fondo... mis huevos chocaron con su vulva.
--¡Muévete, mamacita! -le dije, sin reparar en lo obvio y corriente de la frase.
--¡Ayyyyy... corazón! ¡Qué ricooooooo..!
Y ahí empezamos el mete y saca. Estuve bombeándola un buen rato mientras ella gemía, gritaba, aullaba y se movía... ¡cómo se movía! No sólo empujaba hacia atrás su culo para ir al encuentro de mis envites, sino que le imprimió a sus caderas un movimiento circular. La combinación de ambos me hacía gemir de gusto.
Generalmente yo tengo un aguante normal. No soy un supercogedor que puede retrasar su eyaculación al infinito, pero tampoco soy eyaculador precoz. Pero algo ocurrió con Ónix: a pesar de lo cachondo de la situación, a pesar de la cogida tan buena que le estaba dando, duré mucho tiempo con el pito endurecido al máximo y bombeando sin cansarme. No tomé el tiempo (¿a quién le interesa ver el reloj cuando está cogiendo?), pero puedo calcular que durante veinte minutos disfruté metiendo y sacando el miembro de su precioso ano.
Pero no crean que fueron veinte minutos de repetir el mismo movimiento y ya... No. La posición fue variando poco a poco. Primero, Ónix dejó caer su cuerpo completamente sobre la cama, de modo que quedé encima de ella, como en la posición del misionero, pero por detrás. Esa no nos satisfizo, porque el volumen de las nalgas impedía que mi pito entrara por completo en su culo. Entonces optó por ladearse. Quedó recostada sobre su lado izquierdo, y adoptó la posición fetal, mientras yo caía también sobre mi izquierda, hasta apoyarme en la cama. Estos cambios, por supuesto, se hicieron sin que desenchufara mi pito de su culo.
Después me hizo acostarme de espaldas y ella quedó encima de mí, a horcajadas, dándome la espalda. Y ahí vino lo increíble: no sé bien cómo lo hizo, pero se fue girando sobre mi pito, sin dejar de cabalgarme, hasta quedar de frente a mí... pero aún ensartada por el culo.
Y todavía nos movimos más. Empujé su torso hacia atrás mientras yo incorporaba la mitad superior de mi cuerpo. Era increíble: yo, sentado y enculándola. Ella, con la espalda pegada a la cama y sus piernas pasadas sobre mis hombros. Aproveché, además para masajearle esos pechitos enloquecedores y para buscar con los dedos su clítoris. Una vez que lo encontré, no lo solté.
Toda esta prolongada gimnasia erótica nos había hecho sudar abundantemente. Sus piernas, que estaban sobre mis hombros, escurrían de sudor y yo no pude evitar la tentación de empezar a lamerlas y a chuparlas, para beberme esa salada secreción de mi pareja.
Ella entonces movió uno de sus pies y lo puso frente a mi cara. Me dediqué a chuparle uno por uno los dedos del pie. Nada más cachondo se me podía ocurrir en ese momento.
Pero ya era demasiado para los dos. El bombeo en su culo, el masaje a su clítoris, el manoseo de sus tetas y las chupadas a sus dedos desencadenaron el orgasmo de Ónix. Y, curiosamente, ese orgasmo desencadenó el mío, tan largamente pospuesto.
--¡Me vengo, Carlos, me vengo! -alcanzó a balbucear antes de que su cuerpo se crispara, vibrara y luego se desmadejara junto con un prolongado gemido.
Yo solté entonces las compuertas y descargué chorros y chorros de semen. ¿De dónde salió tanto?, me preguntaba yo.
Nuestro orgasmo simultáneo duró lo que me pareció una eternidad. Luego de ello, quedamos desmadejados sobre la cama, ya para entonces revuelta y llena de fluidos corporales.
Poco a poco recuperamos el aliento y nos acurrucamos, bien abrazados, como una pareja de enamorados, haciéndonos arrumacos y caricias; y luego nos quedamos dormidos.
El día siguiente desperté como al mediodía; estaba solo en la cama pero oí el ruido de la regadera. Ónix se estaba bañando. Me levanté y entré al baño.
--Hola, Ónix. Perdona que entre, pero tengo que orinar.
El baño estaba lleno de vapor y Ónix estaba detrás de la puerta corrediza de la regadera. Cuando me oyó corrió un poco la puerta y asomó la cabeza.
--Adelante, mi amor. Haz lo que tengas que hacer -dijo, y me lanzó un beso-y luego te vienes aquí, conmigo, ¿vale?
Todo el cansancio y la cruda de la noche anterior desaparecieron en un instante, como por encanto (¡por encanto!)
Oriné y me metí a la regadera con ella, que me recibió con un abrazo y un beso cachondo. Luego empezó a enjabonarme concienzudamente.
--Quédate quieto-dijo -déjame hacer a mí.
Me lavó la cabeza, la cara con caricias muy suaves, el cuello, los brazos y las axilas. Luego se entretuvo en mi pecho y le dio un buen tratamiento a mis tetillas. Las enjabonaba, las enjuagaba y luego las lamía y las chupaba, todo bajo el chorro del agua. Y repetía el proceso una y otra vez.
Inevitablemente la verga se me paró.
Traté de acariciarle la panocha, pero me detuvo: "Deja, deja. Me toca a mí".
Me enjabonó después la espalda y bajó a las nalgas, las que masajeó a placer. Luego, detrás de mí, se hincó, me separó las nalgas y buscó mi ojete con la boca. Yo me aparté:
--¡No! Eso no me gusta, Ónix.
--¿Cómo de que no, guarrito? Déjame hacer y vas a ver cómo te va a gustar.
--¡De veras no! No quiero.
Se incorporó y me hizo dar vuelta, hasta quedar frente a frente. Nos miramos a los ojos... ella estaba seria.
--Mira... si vas a ser mi novio tienes que dejarme cumplir algunos caprichitos, ¿eh?
"¿Novio?", pensé, "¿a qué hora me le declaré?" Pero una vez más, las protestas que se empezaban a formar en mi mente desaparecieron. No pude decir nada. Ni pude evitar lo que ella hizo.
Volvió a ponerse detrás de mí, se hincó, me separó las nalgas y empezó a lamerme el ano.
Yo no soy homosexual. No me gustan los hombres. Y nunca había jugueteado con mi ojete. Pero lo que me hizo Ónix fue indescriptible: lamía y chupaba mi ano, lo ensalivaba, metía la punta de su lengua y la hacía girar... me hizo sentir placer, un placer que hasta entonces era insospechado para mí.
Tan hábiles fueron sus jueguitos de lengua en mi ano, que sin necesidad de tocarme llegué al éxtasis y empecé a eyacular.
Me temblaron las piernas mientras mi verga expulsaba semen y Ónix se reía:
--¡Ya lo ves..! ¿No me dirás que no te gustó, verdad?
--¡Ónix, qué onda... qué me hiciste! Me vine sin tocarme.
Ella reía con picardía.
--Te voy a compensar, guarrito.
Sin dejar de estar hincada me hizo dar media vuelta y tomó mi verga entre sus manos. La enjabonó, la enjuagó y volvió a darme una mamada espectacular.
Me detuve de la jabonera y de las llaves del agua para no caer, porque la magistral boca de la portuguesa me transportaba al paraíso.
Mamaba como un bebé prendido de la teta. Mamaba como si quisiera exprimir hasta la última gota de semen de mis testículos. Mamaba como sólo las diosas deben mamar.
Pero yo, por más parada que la tuviera, me sentía seco. Eso no la detuvo. Mientras con una mano sostenía la base de mi pito para mamarlo mejor, con la otra empezó a buscar la raja entre mis nalgas. Adiviné lo que pretendía, pero no me pude oponer.
Dio con el hoyito de mi ano y empezó a meterme un dedo. Debo confesar que no me dolió, aunque sentía su índice metido en mi culo casi por completo.
Y ocurrió lo que había ocurrido sólo unos minutos antes. El estímulo en mi ano (y supongo que en mi próstata) me provocó un nuevo orgasmo y una muy copiosa eyaculación.
Ónix, golosa, se tragó todo mi semen y luego lamió y relamió mi pene. Se puso de pie y volvió a besarme con el sabor de mi propio semen.
--¿Qué tal? ¿Te gustó?
--¡Ufff... eres lo máximo!
Nos secamos, nos vestimos y pedimos del desayuno al room service. Cuando terminamos le dije:
--A ver, Ónix... hay unas cosas que me parecen extrañas.
--¿Cuáles?
--¿Cómo está eso de que eres bruja..?
--Pues sí, aunque te parezca raro... soy bruja.
Mi cara de escéptico empedernido la hizo reír.
--¡Ja, ja, ja! ¿Cómo quieres que te lo demuestre?
--Pues... no sé... supongo que haciendo alguna brujería...
--¿Cómo cuál?
--A ver... cámbiate de ropa nada más tronando los dedos...
--¡No mames! -respondió, haciendo alarde de su manejo de los modismos mexicanos-Eso déjalo para las películas.
--Bueno... ayer dijiste que habías detenido el tiempo, ¿no? Vuélvelo a hacer...
Ónix tronó los dedos y dijo: "Ya".
--¡No mames! -le reviré.
--Sí mamo y te consta. Pero puedes comprobar que detuve el tiempo. Sal de la habitación y cerciórate.
Así lo hice. Salí de la habitación y caminé por el pasillo hasta donde vi una puerta abierta. Era la puerta de otro cuarto. Me asomé y lo que vi me dejó helado: una camarera estaba aspirando la alfombra... pero estaba detenida, así, encorvada... completamente detenida y la aspiradora, pese a que estaba conectada y tenía el botón en la posición de encendido, no funcionaba ni emitía ningún ruido...
Francamente sentí miedo. ¿Sería verdad lo que estaba viendo? ¿Ónix era bruja?
Me acerqué a la camarera y la toqué... con miedo, con precaución, sólo estirando el dedo hasta ponerlo en su brazo. Así pude constatar que estaba viva y era real, pero estaba completamente detenida.
Yo estaba temblando de miedo. Salí a toda prisa de esa habitación, seguí por el pasillo hasta dar vuelta y lo que vi ahí confirmó mis peores temores.
Un huésped y un botones cargando un par de maletas estaban detenidos a mitad del pasillo, como si estuvieran caminando.
Además, miré mi reloj. Estaba detenido... o apagado. La pantalla de cuarzo no mostraba nada.
Traté de controlar mis temblores y regresé a nuestra habitación, donde Ónix, con total despreocupación, se cepillaba el cabello. Me miró en el espejo y sonrió:
--¿Convencido, mi amor?
Luego tronó de nuevo los dedos y en ese momento empecé a escuchar el ruido de la aspiradora de la camarera de la otra habitación. Me asomé al pasillo y, al cabo de unos segundos, vi aparecer al huésped y al botones, caminando con toda normalidad.
Cerré la puerta de la habitación y me quedé parado ahí, sin poder decir o hacer nada.
Pero cuando Ónix se volteó hacia mí, lentamente, y empezó a acercarse, la calma me invadió. Me tranquilicé, mis temores desaparecieron, dejé de temblar y hasta empecé a sonreír.
--Tranquilo, cariño. No pasa nada... -susurró Ónix en mi oído.
--Es que me cuesta mucho trabajo aceptar algo así... yo siempre he sido escéptico.
--¿No te has preguntado por qué no quisiste usar condón, tú que siempre lo usas?
--¿Por qué?
--Porque yo te obligué a pensar así. Pero no te preocupes. Yo estoy sana y sé que tú estás sano. Es más... yo puedo saber, sólo con verla, si una persona tiene sida o gonorrea o cualquier enfermedad infecciosa.
--Está bien. Supongamos que te creo y que acepto la situación... ¿por qué me revelas tu secreto?
--Porque te amo.
--Whaaaaattt?
--Vamos... no te burles. Te amo. Es verdad.
--Pero si nos acabamos de conocer...
--Pero ya sabes que yo soy especial. Desde que tu hermana me habló de ti, supe que eras el hombre de mi vida. Lo supe, no lo sospeché. Lo supe.
Cuando empezaba a pensar cómo decirle que eso era imposible, que yo apenas la conocía... volví a sentir una enorme paz mental y escuché mi propia voz, como si fuera la de otro, decir:
--Yo también te amo.
Entonces me besó. Me dio un beso largo, profundo, caliente, pero lleno de amor.
Empezamos a acariciarnos mientras seguíamos besándonos y aproximándonos a la cama. Caímos en ella y empezamos a quitarnos otra vez la ropa. Yo a ella y ella a mí.
--Me la has metido y te has corrido en mi boca y en mi culo -me dijo Ónix, entre beso y beso, caricia y caricia -¿no te apetece mi coño?
--Por supuesto que sí -le dije, casi babeando.
Quedamos desnudos sobre la cama. Yo, besándola y sobando sus tetas. Ella aferrada con una mano a mi verga y, con la otra, pellizcándome suavemente las tetillas.
Me concentré, entonces en sus pezones. Lamía, chupaba, mordisqueaba uno y luego el otro. Los pezones se le pusieron muy duros.
--Sigue así, con mis pezones. Vas a hacerme terminar, cariño.
--¿Podrías llegar al orgasmo si me dedico sólo a tus pezones?
--Hagamos la prueba.
Y lo hicimos. La hice acostarse de espaldas y durante más de veinte minutos lamí, chupé y mordisqueé sus pezones, mientras mis manos amasaban las bases de sus tetas. Empezaba a sentirme agotado, con las mandíbulas adoloridas, cuando Ónix anunció la inminencia de su orgasmo.
--¡Sí, sí.... yaaaaa! ¡Sigue, cabrón, que me vengooooo!
Le di unas cuantas chupadas más, casi con furia, y sentí el cuerpo de la diosa portuguesa convulsionarse y temblar.
--¡Me vengooooooo!
Caímos agotados. Ella reponiéndose del orgasmo y yo, con la boca acalambrada...
Pero no hubo mucho tiempo para descansar. Ónix se agachó y se zampó mi verga. Otra mamada de campeonato. Era increíble cómo podía mover la lengua por todas partes teniendo mi pito metido en la boca.
Se la sacó de la boca y se montó a horcajadas sobre mí.
--¡Métemela, amor!
La cogí con la derecha y con la izquierda separé los labios de su vulva. Apunté y le dejé ensartada la cabeza. Ella entonces empezó a bajar muy despacio, haciéndome sentir poco a poco el maravilloso calor y la excitante humedad de su vagina. Su cara era un poema a la cachondería. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, con las ventanas de la nariz dilatadas, se fue sentando en mi pito hasta quedar completamente ensartada.
Una vez ahí, dueña del trono, soltó el aire en un prolongado suspiro. Abrió los ojos, me miró y dijo:
--¡Te vas a sentir en la gloria, guarro!
Dicho y hecho. Me sentí en la gloria. Su vagina, apretada y caliente, me rodeaba el pene como un guante de placer. ¡Y los movimientos que Ónix hacía! Le imprimió a sus caderas un vaivén, hacia delante y hacia atrás, al mismo tiempo que rotaba el pubis. Pensé que no iba a poder aguantar mucho mi eyaculación cuando, además, empezó a apretar los músculos de la vagina, en lo que comúnmente se conoce como "el perrito".
Yo no me movía. Dejé que ella hiciera todo el gasto. Lo estaba disfrutando como loco. Lo único que hice fue prenderme con la boca a uno de sus pezones y mamé como un crío.
Ónix me cabalgó, se movió como licuadora, me besó, subió y bajó y hasta me escupió en la boca (no es tan feo como suena. Simplemente dejaba abierta la boca y ella, encima de mí, dejaba escurrir la saliva suavemente de su boca a la mía. Si ustedes no han hecho algo así, se los recomiendo. Es la bebida más dulce y erótica que he probado) durante al menos media hora (y eso que yo nunca duro tanto).
Cuando ella empezó a jadear más sonoramente y a acelerar sus movimientos, supe que iba a terminar y dejé libres las compuertas de mi verga. Nos vinimos al unísono y le lancé unos diez chorros de mi leche hasta el fondo de la vagina. Tanta fue la cantidad, que el semen empezó a rezumar de su interior, chorreando y embarrando sus muslos y mi pubis.
Rápidamente se desmontó y empezó a chupar y a lamer el semen que me había caído encima. No pudo hacer menos que devolverle el favor. Me acomodé encima de ella para formar el número mágico y le limpié los muslos y la panocha de mi propia emisión.
Entre la noche anterior y ese mediodía, había poseído a esa diosa por la boca, el culo y la vagina. Como dicen en mi tierra: "Chico, grande y mameluco".
--¡Mi amor! ¡No me equivoqué al elegirte! ¡Eres mi campeón!
--Tú, mi vida, eres lo máximo -le dije, completamente doblegado a su voluntad.
--Vas a ver que seremos muy felices. Tu bruja te va a dar todo lo que quieras y más...
Y, como dije al principio de este capítulo, todo ese día y el siguiente no hicimos otra cosa más que coger y coger y coger...

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