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La Sumision

Soy médico obstetra y ginecólogo y un día concurrió a la consulta una hermosa mujer joven recién casada que presentaba su primer embarazo. Sus facciones delicadas, su manera sensual de expresarse me impactaron desde su primera consulta.

Era trigueña, de ojos oscuros y mirada insinuante. Su cuerpo armonioso de caderas estrechas y pechos generosos rematados por pezones oscuros, la mostraban magnífica. Su vientre plano y las piernas torneadas, de rodillas y tobillos finos, despertaron una atracción hacia esa mujer como jamás me había pasado antes en mi profesión. Traté de abstraerme a sus encantos pero me fue imposible.

Sus visitas periódicas no hacían más que aumentar el atractivo por esa hembra a punto de ser madre por primera vez. Al revisarla no dejaba de sentir esa piel tersa y joven que se preparaba para su primer parto. Palpar, contemplar y oler su pelvis y la vulva siempre prolijamente depilada para cada encuentro y el perfume de esa hembra en celo me embriagaba y no tarde en encontrar el momento propicio para insinuarle las sensaciones que despertaban en mi su físico y su figura, cuando concurrió sin su esposo. Observé como se sonrojaba y la noté incómoda, por lo que le pedí disculpas por mi sinceridad, pero Marta con un mohín, le resto importancia a mis palabras.

Todo transcurrió normal hasta el parto que se produjo sin contratiempos del que nació una hermosa niña. Los controles seguidos a los que cité a la madre, fueron cumplidos con estricta rigurosidad hasta su alta definitiva. Ese día, para festejar la invité a tomar un copetín en el bar de la esquina, pero Ella se excusó y adujo un compromiso previo con su esposo que la esperaba a la salida, comprometiéndose para otra oportunidad.

No creí que tendría más noticias de Marta, pero me equivoqué. Llamó a mi consultorio antes del mes y pidió un turno con mi secretaria.

Ese día llegó y al encontrarnos solos me solicitó un examen ginecológico para saber si tenía algún impedimento pues sus relaciones sexuales no eran como antes de su embarazo. Era una excusa, pues mientras le palpaba los senos, sentí como se agitaba y aceleraba su respiración, y al practicarle el tacto vaginal comprobé la humedad que fluía de su vagina y observé como entrecerraba sus ojos y movía sus piernas sujetas a la camilla. La desaté y me pidió pasar al baño. Cuando retornó, le expliqué que todo estaba en orden y que lo único que le faltaba era un estímulo adecuado. Era lo que esperaba, me dijo.

Sin darle tiempo a defenderse la abracé y busqué su boca sensual que se abrió generosa para recibirme. Nuestras lenguas se fundieron y yo la atraje hacia mi cuerpo. Me rogó de no continuar allí pues mi secretaria podía sospechar. Entonces la invité a un hotel alojamiento cercano. Se negó al principio pero al ver mi decisión, finalmente aceptó. Lo deseaba. En camino al hotel me confesó que se había enamorado desde que me conoció y que jamás había estado con otro hombre excepto su marido, que desde los quince años la había poseído. Yo iba a ser su primer amante.

Ese día comprobé que tenía mucho que aprender y yo sería su instructor. Era dócil y generosa, podría disfrutar de los placeres sexuales como nunca antes. Le encantaba entregarse y gozar con ese cuerpo bello ardiente de deseo.

La poseía cada vez que podía escapar de mis obligaciones. Marta siempre encontraba la excusa adecuada para tener relaciones y yo generalmente con la complicidad de mi secretaria hallaba el hueco para gozar de esa madre magnífica. Practicábamos el amor en mi consultorio en los hoteles hasta que alquilé un departamento en el barrio norte.

Me encantaba jugar y fantasear con Ella, cada vez la conocía más y sabía de sus preferencias sexuales. A veces la depilaba en la bañera y le suavizaba la piel con cremas aromáticas. Le introducía el pene por la vagina y el ano que fue haciéndose más y más complaciente. Me encantaba sacarle fotos en distintas posturas y situaciones, hasta que decidí filmarla utilizando varios consoladores de gran tamaño. No se opuso, yo ejercía sobre Marta un gran poder de sumisión de su parte y siempre lograba mis deseos, pero cuando los vio se asustó y me suplicó que no los utilizara pues no los soportaría. La tranquilicé diciéndole que la conocía muy bien como ginecólogo y que iba a disfrutarlo y asombrarse de la capacidad de su concha y su culo al ver las fotos y la filmación. Acaso no había fantaseado, como me había confiado, ser una actriz porno alguna vez.

Finalmente la convencí y me puse manos a la obra. La induje a comportarse como tal y le acerqué los consoladores para que los utilizase.

Me asombró la inspiración para mostrarse ante la cámara. Se movía voluptuosamente y abría sus glúteos con sabiduría. Cubrió los consoladores de vaselina y comenzó con un juego rotatorio sobre la vulva que complaciente y húmeda se fue abriendo. Primero se introdujo uno normal pero luego uno enorme que yo había comprado de gran grosor. Luego fue otro que llevó a su boca y mamó, mientras jadeaba de placer. Luego el orificio anal abierto y filmado a corta distancia hizo que no aguantara más y la cogiera como nunca llenándola de semen por todos sus orificios y esparciéndole el resto en su cara para terminar limpiándome el miembro con pasión y deleite como Marta tan bien sabía hacer.

Fue una velada inolvidable que repetimos muchas veces por el placer que nos proporcionaba, el vernos en las fotos y la pantalla remedando a lo que veíamos en los filmes pornográficos que varias veces alquilamos. No teníamos motivos para envidiarlos.

Fue una hermosa y generosa amante hasta que todo terminó años más tarde cuando conoció a otro hombre que le ofreció lo que yo no podía pues no estaba dispuesto a concluir mi matrimonio.

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