Inicio » Relatos de Confesiones » La Madre de Estela

La Madre de Estela

Luego de ese fin de semana maravilloso en que inicié mi relación amorosa con Estela, decidimos vivir juntos en su departamento a pedido de su madre. Elsa conservaba así a su hija bajo el mismo techo, haciéndole compañía para no quedar sola y nosotros aprovecharíamos las comodidades que poseían. Nos cedió el dormitorio principal y se trasladó a otro más pequeño. Elsa se veía feliz, y se deshizo en expresiones de alegría y cumplidos agradeciendo a Dios por el inicio de nuestra convivencia.
Elsa se comprometió a no ser un estorbo, ni inmiscuirse en nuestras relaciones, y desde el primer momento cumplió con su palabra. Me convenció que era una suegra muy moderna.Yo me acostumbré a usar y pasearme con los boxer con absoluta libertad sin tener vergüenza, pues según Elsa debía sentirme como en casa. Estela también usaba baby-doll y su cuerpo escultural más de una vez hicieron, sin reparar en la presencia de mi “suegra”, que nos prodigásemos besos y caricias terminando en la cama con la complacencia de Elsa que con palabras intencionadas nos incitaba a festejar nuestra calentura y el amor que según ella envidiaba.
Elsa era una mujer madura, que conservaba su lozanía a pesar de algunas estrías y arrugas que trataba de disimular. Había trabajado como enfermera hasta que se jubiló. Tenía alrededor de 60 años, y había tenido a su hija a los 25. Había enviudado hacía tiempo y nunca quiso rehacer su vida amorosa. Estela era toda su preocupación, pero en una actitud muy egoísta de su parte nunca vio con buenos ojos una relación sentimental que la apartase de ella. Eso justificaba su consentimiento de la relación de Estela con un hombre casado, sabiendo que Carlos no se iba a separar de su legítima esposa. Cuando rompieron el compromiso y aparecí yo aquel día a visitarlos, me confesó que Díos la había iluminado esa tarde y había pensado que yo era el hombre para su hija. Era separado, vivía solo sin compromisos y podía compartir el departamento que les resultaba demasiado grande para ellas dos solas.
Elsa solía usar en casa una remera y un short, que insinuaban sus senos aún firmes y dos magníficas piernas de las que hacía alarde. En realidad tenía razón y yo me encargaba de elogiarla cada vez que se vestía tan liviana de ropas y las mostraba con orgullo.
Siempre que se daba la oportunidad en presencia de su hija me preguntaba intencionadamente si ella todavía podía encontrar un hombre que la desease ya que se sentía aún capaz de satisfacerlo sexualmente. Yo con ironía le contestaba que “Estoy seguro que a mi me haría gozar, y a muchos más también”. Estela terminaba abruptamente con la conversación. “mamá no seas zafada, que me haces ruborizar”.
“Vos por que estás bien atendida y no comprendes que una mujer como yo también tiene necesidades”, concluía Elsa.
Una noche de verano, Estela me pidió dejar la puerta del dormitorio entreabierta debido al calor. Nos dispusimos a hacer el amor y tuvimos una velada intensa. En un momento en que yo de espaldas era montado por Estela que cabalgaba entre jadeos y suspiros, observé a Elsa espiando de costado la cogida brutal que estábamos gozando con su hija. Tenía una mano sobre su pelvis y se acariciaba la vulva a través de la bombacha, y con la otra llevándola a sus labios me pidió silencio a la distancia. A pesar de la penumbra vi como se masturbaba y me incitaba a continuar disfrutando con mi mujer.
Fue un estímulo extra y proseguí con Estela que se deshacía en palabras y gemidos sin percatarse de la presencia de su madre. Yo no podía apartar la mirada de mi suegra, quien en un momento dado se despidió con un beso silencioso desde sus labios, y se retiró sin hacer ruido. Fue una noche maravillosa y excitante, y la cogí a Estela de todas formas hasta que nos dormimos exhaustos abrazados y felices.
A la mañana siguiente desayunamos juntos, y mientras Estela llevaba la vajilla a lavar, Elsa me preguntó si su hija se había dado cuenta de su presencia observándonos. La tranquilicé y le dije que estaba tan entusiasmada cogiendo que no se había imaginado nada, en cambio yo me había excitado sobremanera fantaseando con estar cogiendo con ellas dos.
Días después, Estela fue a cenar con unas amigas, y quedamos su madre y yo solos. Estaba con la remera y el short como era su costumbre y haciéndole una chanza le sugerí que se pusiese los zapatos rojos de tacos altos que seguramente la harían muy sexy, pero sería muy peligroso pues me excitarían y no respondía por mis actos.
Tomé una ducha, me perfumé y cuando salí del baño me sorprendí. Elsa estaba de pié frente a mi tal como yo le había sugerido en una actitud desafiante. Un deshabillé que insinuaba sus todavía magnificas formas ocultaba su desnudez, y los zapatos rojos de tacos altos realzaban sus torneadas piernas. Dudé por un instante y Elsa apuró mi decisión. Dejó caer el deshabillé, quedando desnuda. El único atuendo eran los zapatos.
“¿Todavía me conservo deseable?” me preguntó insinuante.
Yo la imité y me despojé del slip. “Por supuesto y te voy a disfrutar”, le dije.
Mi miembro se endureció y Elsa luego de besarme se arrodilló y lo tomó, lo llevó a su boca y me practicó una mamada fenomenal. Nos recostamos en el diván que previamente había cubierto con una sábana, y continuó con las caricias, hasta que en un susurró le imploré que dejase pues iba a acabar en su boca.
“Hazlo no te preocupes, me encanta”. Me estimulo Elsa.
Fue en ese instante que me corrí y eyaculé dentro de su boca. Se atragantó, pero no dejó derramar ni una gota. Luego limpió mi verga lamiéndola sabiamente, y sin darme respiro me masturbó hasta lograr una nueva erección. La coloqué de espaldas y la penetré salvajemente. Entraba y salía de su vagina sin reparar en sus gemidos y el pedido de ser más suave. “Por Dios Hugo, me estás matando con esa pija enorme”. “Hace años que nadie visita mi concha”. “Mmmmmhhh, aaaaaahhhhh, mmmmmhhhhh, aaaaahhhhh”, “Asssí mi macho, mmmmhhhh, aaaahhjh,, no me hagas caso, que gozo como una yegua”. “Dame más, dame todo, llenáme la concha con tu leche”.
“Si mi suegrita puta”. “Allá voy aaaahhhh”.
Llené a Elsa de semen y terminamos abrazados y recostados en el diván. Mientras acariciaba sus tetas y jugaba con sus oscuros y largos pezones, me confesó que me deseaba desde la noche que nos había observado desde la penumbra como había hecho gozar a su hija.
En un momento dado todavía influenciados por el momento vivido le pregunté si de ahora en más las cosas cambiarían con Estela, pues no quería perderlas a ninguna de las dos, y ella mirándome a los ojos, me susurró al oído “Tonto, seguro que no”. “Te animas a compartirnos”.
“A hacer un trío, y vivir intensamente el sexo”, le pregunté.
“Sí, si lo aceptas yo me encargo de convencer a mi hija, que conociéndola no se va a negar”.
Fue una noche mágica y cuando volvió mi mujer no pude menos que elogiar la cena y la atención de su madre que esperaba cumpliese su palabra.
Munjol. hjlmmo@ubbi.com


Munjol FOTOS

Este artículo no tiene comentarios.

Escribe un comentario







Código de Validación:

Introduzca el Código de Validación:




Estadisticas Usuarios

  • Online: 40

Categorias

Articulos Relacionados

Articulos Mas Vistos

Nuevos Comentarios

Recomienda Superrelatos a Tus Amigos

Tu Nombre:

Correo de Amigo:

Código de Validación:

Introduzca el Código de Validación: