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La Curiosidad de Melissa

Al cumplir mis 25 años hice un recuento de mi vida y reconocí que había cometido una serie de errores y que quizá era el momento de rectificarme y encontrar el camino correcto y porque no a la mujer adecuada con quien formar un hogar.

A Valeria, mi pareja de entonces, mi decisión pareció no gustarle demasiado; sin embargo, poco o nada me importó y acabe bautizándome en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y para hacer menos largo el nombrecito los llamaré Los Mormones como suelen conocerlos.

Así que la tarde del domingo 03 de Abril de 1994, fui bautizado y me convertí en uno de los mormones que buscan la exaltación de sus almas y la vida eterna en la Gloria Celestial; sin embargo, mi temperamento aventurero y mi suerte con las chicas acabarían pronto con mis planes espirituales.

Esa misma tarde, en la Reunión Sacramental fui propuesto y sostenido como Maestro de Seminarios (son clases diarias sobre doctrina cristiana que se dicta a los jóvenes mormones cuyas edades oscilen entre los 12 y los 17 años de edad); para tal efecto debía trabajar con Melissa, quien era la Maestra del otro grupo de Seminarios.

Melissa era una muchacha muy guapa de tan sólo 19 años; con un cuerpo bastante apetecible y una cara de niña traviesa que desde un primer momento me cautivó. Melissa, era muy querida entre los jóvenes y la tenían por líder y ejemplo debido a su capacidad para hacer amigos; sin embargo, mi llegada trastornó un poco el orden de aquel Barrio de Mormones, pues, mi presencia y participación agradó tanto a las chicas como a los muchachos y aunque en un comienzo esto provocó los celos de Melissa pronto lo asumió cuando todos comenzaron a vernos como una pareja de maestros ejemplares y luego como una pareja perfecta para formar una familia, inclusive yo empecé a creerlo; pero, no todo podía ser perfecto y la mujer de mi vida aún no había llegado.

Desde que comencé a tratar a Melissa descubrí que se caracterizaba por poseer una innata y desarrollada curiosidad que la llevaban a hacer muchas preguntas y a no quedarse satisfecha con ninguna respuesta; además, comprobé sin querer que no era tan recatada en el vestir como muchos suponíamos. Todo comenzó cuando por cuestiones de comodidad decidieron que tanto su clase como la mía debían pasar al turno de las 19 a las 20 horas y tuve la oportunidad de ver que bajo la falda ancha y larga y la blusa holgada que lucía a diario llevaba un polito ajustado y un pantalón de licra que ajustados a su cuerpo revelaban un cuerpo de formas casi perfectas. La primera vez que la vi me dejó sorprendido; pero, ella me explicó que le gustaba vestirse así para que la viesen bonita y que no veía pecado en ello:
- O ¿Crees que hago mal?
. No, pienso que no.
. ¿Se me ve mal?
- No, al contrario, estas muy bien?
- ¿Me encuentras bonita?.
- Pues, si.....estas.....muy bonita
- Y sólo, por curiosidad, ¿Qué es lo que más te gusta de mí?
- No...lo sé –claro que lo sabía; pero, el lugar no era el más adecuado ni
habría tenido el valor para decirle que tenía un par de tetas preciosas y un
trasero de infarto.
- No se porque creo saber que es lo que más te gusta.

Aquella noche se rompió el hielo entre Melissa y yo; y, comencé a dejar de verla sólo como la maestra de la iglesia y empecé a tratarla como al resto de mis amigas. Por ello, el viernes 27 de mayo de 1994, la invité a tomar un helado después de una mañana deportiva que tuvimos con los jóvenes y...
- Sabes –me dijo Melissa- he oído decir que si te besan, después de comer un
helado, se siente diferente porque los labios los tienes adormecidos ¿Crees
que sea cierto?
- Pues, no lo sé, nunca lo había escuchado; pero es cuestión de probar ¿No
crees?
- Puede ser.
- Melissa, ¿Tienes novio?
- No.
- Pero, ¿Has tenido?
- No tampoco.
- Quiere decir ¿Qué tampoco te han besado?
- Aún no..........¿Puedo preguntarte algo?
- Sí, claro.
- ¿Cuando te animarás a besarme? Porque te mueren de ganas ¿o me vas a
decir que no?

Y sin mediar palabra me acerqué a sus labios y la besé aprovechando que el lugar estaba vacío. Al separarnos ella estaba abochornada y sus mejillas estaban encendidas y aunque supe que le había gustado, la interrogué.
- ¿Te ofendí?
- No, para nada; pero, vámonos.

Esa noche telefoneé a su casa y hablamos largo rato y aproveché en decirle que estaba sólo y que Valeria era sólo una amiga con quien salía de vez en cuando porque era mi secretaria; pero, que entre nosotros no había nada. Claro que mentí, pues, Valeria, era mi amante.

Desde aquel día comenzamos a salir y para el sábado 04 de junio ya éramos enamorados a pesar de que continuaba acostándome con Valeria; a quien debo agradecer que nunca me hiciera escándalos ni me reclamase nada.

El sábado 18 de junio del 94' cumplía 20 años y sus padres le celebraron una fiesta a la que no asistí para evitar comprometerme demasiado con su familia. Eso la enojó y la entristeció mucho; así que la invité a un día de campo el sábado siguiente y logré que tuviese más confianza en mí y la saqué un poco de sus ideas religiosas y conversamos sobre el amor, la entrega dentro de una relación, la virginidad, la relaciones prematrimoniales y todo aquello que me preparase el terreno para hacerla mía. Mi labor fue sencilla y pronto desperté su curiosidad por aquellos temas y pensé lo fácil que resulta seducir a una mujer inocente con las hormonas en ebullición.

Después de nuestra extensa y excitante conversación me arriesgué a intentar besos, tocamientos y caricias más osadas que elevaran su erotización y fue sencillo, pues, su cuerpo sin explorar y su innata curiosidad la hacían mas vulnerable a la excitación. Esa tarde conseguí arrancarle más besos y pude tocar sus senitos y piernas a mi antojo aunque por encima de sus ropas. Melissa no se quedó atrás e incluso se animó a coger mi bulto por encima de la bragueta de mis pantalones. Eso me permitió comprobar que la niña tenía ganas; pero, el ambiente religioso de su hogar la tenían reprimida.

Con el transcurrir de los días mis encuentros con Melissa se hicieron más frecuentes y ella se las ingeniaba para lograr que nos quedásemos a solas y dar rienda suelta a su instinto de mujer ahogado hasta entonces. No tardó en dejarme desabotonarle su blusa y coger sus tetitas sobre su sujetador y en subirle la falda para cogerle ese par de piernotas que con el manoseo cada vez se le ponían mejor. La niña cada vez se calentaba más y aunque en un principio no me dejaba ni cogerla por encima de su calzoncito mi experiencia me decía que con un poco de paciencia su sola calentura la harían quitárselo.

Recuerdo que el sábado 25 de julio del 94', cuando caminábamos de regreso a su casa después de asistir a ¡La Fiesta de la Rosa y el Clavel” (que forma parte de las costumbres mormonas), sostuvimos un diálogo mas o menos así:
- Martín ¿Cómo es un pene?
- Pues,..... si quieres te enseño el mío. –lo dije haciendo el ademán de
desabrocharme los pantalones-.
- ¡No! Tonto, deja eso.
- Ya, en serio, ¿No conocer uno?, ¿ni por fotos?
- Claro que si; pero, ¿Es tan duro y caliente como dicen?
- Pues, no se que hayas escuchado; pero, si durante la excitación si es duro y
caliente –bajó la mirada como cavilando lo que escuchaba y continuó-
- ¿Y eso cuando ocurre? –era mi oportunidad para jugar con su curiosidad y
decidí arriesgarme-.
- Cuando se hace el amor...Allí es cuando realmente se endurece y se calienta
para tener fuerza e ingresar en el cuerpo de la mujer –hubo un largo silencio
antes de continuar con su extraño interrogatorio-.
- ¿Me harías el amor?
- Claro que sí, es lo que más deseo en el mundo; pero, sólo cuando tu lo
quieras.
- Si claro; pero, ¿cómo lo haríamos?
- Mmm. Recuerda que mis padres viajan el lunes para pasar las fiestas patrias
en la capital.
- Y ¿Tu me enseñarías a hacerlo? –Yo estaba al borde de la desesperación;
pero, actué con prudencia.
- Por supuesto preciosa.
- Y,,,,,¿No me dolerá?
- Claro que no cariño.

El hecho fue que su propio deseo y curiosidad –manipulados por mí- la llevaron hasta mi cama la noche del lunes 27 de julio de 1996; en que, con la excusa de que iríamos a una velada artística por el CLXXV Aniversario de la Independencia Peruana, conseguimos que sus padres nos diese permiso desde las 19 horas hasta pasada la media noche.

Cuando llegué a su casa me sentí muy nervioso, no encontraba que decirles a sus padres mientras la esperaba y aquellos 5 o 7 minutos me resultaron eternos. Sus padres se mostraron muy atentos conmigo; mientras yo sentía que estaba traicionando su confianza; sin embargo, la oportunidad de volver a gozar de los placeres de una virgen era superior a mí y acabe comportándome como un hipócrita canalla.

Cuando la vimos aparecer en la sala lucía guapísima. Llevaba una blusa crema bajo un vestido largo de color marrón con botones al frente y sujeto a su estrecha cintura por una correa ancha que le hacía resaltar su erguido busto y sus amplias y voluptuosas caderas. Yo no disimulé mi agrado y con la bendición de su madre y las recomendaciones de su padre salimos del lugar.

La conciencia me remordía y cuando estaba a punto de persuadirla de cambiar de planes me dio un beso apasionado mientras piloteaba mi automóvil y cogiéndome de la mano susurró en mi oído –“Maneja mas de prisa que me muero por estar en tus brazos”-. Aquella declaración echó por tierra mis remordimientos y hundí el pié en el acelerador hasta llegar a mi casa y entramos sin ser advertidos por algún vecino indiscreto.

Apenas hubimos llegado a mi casa ella se colgó de mi cuello y me ofreció sus rojitos labios que en pocas semanas habían aprendido a besar con gran pasión. Me miró a los ojos y a tirones me condujo hasta mi recámara en donde repitió el beso aunque esta vez sus manos soltaron mi cuello y recorrieron mi espalda con apretujones demostrándome su calentura. Mis manos imitaron a las suyas y así fui descendiendo hasta tener entre cada una de mis manos a sus carnosas nalgas que en cuestión de minutos serían mías. Al notar a mi pene empujando a su vientre; reaccionó y me exigió -“Quiero verlo ahora”- e intentando no perder el control de las cosas añadí –“Todo a su tiempo, encanto, todo a su tiempo”- dicho esto la recosté sobre la cama y mientras la besaba fui deshaciéndome cada uno de los botones de su largo vestido hasta que me la encontré casi desnuda. Ella me ayudó con la blusa y mientras eso ocurría me despojé de mis ropas quedándome sólo en bóxer. La erección de mi pene era mas que evidente y ella cogió mi bulto y lo masajeo ligeramente mientras yo desataba el broche de su brazier. Bajo ese estado de excitación mi miembro reclamaba espacio y lo liberé al tiempo que Melissa se quitaba el calzoncito acostada frente a mí en un movimiento que me pareció de gimnasia. Terminado este ritual y en medio de una ricilla erótica Melissa rodó sobre la cama y mostrándome la espalda y su abultado traserito me interrogó –“¿Te gusta?”-; y, sin intentar respuesta me acosté sobre ella colocando mi herramienta erecta y dura entre sus protuberante y virginales nalgas:
- Hey, tranquilo, ¿Qué haces?
Yo no le respondí y comencé a besar y a manosear esa piel delicada oculta hasta para el Sol y descubierta esa noche para mí.

Sólo fueron unos cortos instantes en esa pose antes de que se zafase y me pusiese boca arriba para iniciar una sesión de sexo oral que realmente no me la esperaba. Su destreza para hacerlo me hizo dudar de su virginidad; pero, en a ese momento sólo había que gozar y así lo hice. Sus labios succionaban la enrojecida cabeza de mi miembro y con sus manitas acariciaba mis cargados huevos. Lentamente fue introduciendo en su boquita mi aparato llegando a desaparecer en ella mas de la mitad. La manera en que recorría mi tronco de carne con su lengüita era formidable y cuando me tenía a su merced inició una masturbación manual que me llevó a una tremenda eyaculación.

Mi semen corrió desde su cara hasta sus senos y con sus manos untó su cuerpo como si se tratase de una crema. No dejé pasar ni un momento y la acosté en la cama para situarme entre sus piernas y recorrí con mi lengua cada rincón de su palpitante conchita; hasta que inundó mi rostro con sus jugos de mujer.

El cuerpo y la sensualidad de Melissa me provocaron pronto una nueva erección tan vigorosa como la anterior y mi “hambre” por ella se multiplicó mucho mas.

Yo estaba sobre ella en mi cama y sin que yo se lo pidiese abrió sus piernesitas y las cruzó sobre mis caderas invitándome a penetrarla, pues, empezó a empujarme hacia ella; así que, sin pensarlo dos veces le clave mi varga de un sólo empujón y al hacerlo un “¡AYYYyyyy.......!” agudo y ensordecedor llenaron mi recámara. Yo la mire a los ojos y descubrí que de ellos corrían copiosas lágrimas por sus mejillas y sin saber que hacer traté de retirarme; pero, su suplicante “No te muevas, por favor” me hizo desistir. Mientras estaba quieto comprendí que en verdad al llegar a mi cama estaba virgen y que por primera vez en mi vida no sabía que hacer.

Empecé a besarla tiernamente; pero, su llanto, el temblor de sus piernas y las contracciones de su vagina no cesaron con facilidad. Su recuperación fue muy lenta y cuando creí prudente le advertí: -“Me moveré despacio ¿De acuerdo?”- y un ligero movimiento de su cabeza me dieron el asentimiento.

Poco a poco empecé a bombear a aquel coñito adolorido mientras que mis manos y labios iniciaron una tremenda descarga de caricias que finalmente le devolvieron el placer hasta empezar a sustituir los sollozos por los gemidos de placer. Cuando ella empezó a menear sus caderas supe que todo había vuelto a la normalidad y ambos terminamos en un tremendo orgasmo que nos dejo rendidos en el lecho.

Al sacar mi miembro, aún erecto de su joven y recién desflorado conejito, estaba ensangrentado y de entre sus blanco muslitos ligeramente separados brotaba como la espuma de las olas mi semen todavía caliente mezclado con la sangre de su himen roto apenas unos minutos antes.

Ella se baño primero y cuando la llevaba a su casa me dijo que le dolían la cintura y las caderas y que al caminar le ardía su cosita.

Una semana después repetimos nuestro encuentro; pero, en esa ocasión sólo le di placer. Después de algunos encuentros más los remordimientos hicieron presa de Melissa e inició “el largo camino del arrepentimiento” en el que implicaba terminar conmigo.

Antes de que terminase el año se fue de misión por dos años y tiempo después supe que se casó con un misionero italiano a quien debió no importarle su pasado.

Por entonces tenía ya 26 años y la soledad y el vacío eran los únicos que me acompañaban. FOTOS

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