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Color Noche

No es fácil en absoluto realizar algunas fantasías. Por eso, cuando se te presenta la oportunidad de poner en práctica alguno de tus más oscuros e inconfesables deseos eróticos, no hay que dudar, sino poner todo tu empeño en esa posibilidad.

Mi fantasía es bastante común: me gusta, me obsesiona fornicar con una mujer enfundada de los pies a la cabeza en cuero, látex u otros materiales fetichistas. He gastado una fortuna en revistas especializadas sobre el tema y cada vez que veo una chica vestida de esa guisa, me pongo como una moto. Pero sólo son fotografías. Quería sexo real con una de esas bellezas. Y por más que buscaba la persona que satisficiera mi anhelo, encontraba únicamente profesionales interesadas en sacarme los cuartos, ninguna fetichista genuina de la piel y los demás materiales.

Un buen día, ojeando por enésima vez las páginas de "Tacones Altos", reparé en un anuncio al que antes no prestaba atención. Decía: "señorita particular ofrece el tacto sensual de una piel muy especial." Venía un número de teléfono.

Pensé: "Por probar no va a pasar nada." y le llamé. No recuerdo claramente la conversación que tuve con aquella mujer, pero después de cerciorarme de que su fantasía era la de exhibirse a hombres en conjuntos "bizarre", punto en el que insistió varias veces, haciéndome comprender que ella tenía un interés sexual cierto en el asunto, concertamos una cita para esa misma tarde, en su casa.

No sabía qué hacer ni dónde meterme. Suele pasar que, justo antes de conseguir lo que tanto hemos deseado, seamos presa del pánico. Por fortuna reuní las suficientes energías para presentarme ante la puerta de mi futura amante.

Estaba abierta. Di un par de pasos y pisé un papel. Me agaché, lo recogí y leí: "¡Hola! Pasa al salón. Enseguida voy, pero no mires hasta que te lo diga."

El sudor me bajaba desde la frente hasta los zapatos. La excitación me ahogaba. Atravesé el pasillo hasta el salón. Había una tarima dos escalones por encima del nivel del piso, como un escenario redondo. Seguramente allí era donde se desarrollaría la "performance".

Cerré los ojos con fuerza cuando detrás de mí oí unos tacones acercarse. Ella estaba allí, a escasos metros. Ella, fusionada con una maravilloso traje que me provocaría el más increíble orgasmo. ¿Cómo sería? Me moría por girarme y abrir los ojos para saberlo, pero me contuve.

Su aliento me puso de punta los pelos de la nuca. Habló:

Bienvenido, cariño. –

Necesitaba darme la vuelta y abrazarla, sentir el tacto de su piel. Pero el instinto me aconsejaba no desobedecerla.

Si me ves antes de que yo lo disponga, se acaba de inmediato el juego, ¿comprendido? –

Sí, por supuesto. –

Lo dije con una seguridad que no tenía, con ansia.

El tiempo pasaba despacio y nada ocurría. A través de la ventana y de mis párpados cerrados se filtraba la luz del sol al atardecer. Y de repente algo la obstruyo. Algo que se movía. ¡Era ella, que estaba delante de mí! No lo resistí más y abrí los ojos. No fue una decepción, pero sí un error. Lo único que había delante de mi cara era su mano, una deliciosa mano seguida de un brazo no menos delicioso recubiertos de un ajustadísimo guante de charol negro que brillaba y reflejaba la luz. Imaginé esa mano masturbándome y la seguí con la mirada. Ella comprendió que había fallado y me regañó:

Tramposo. Te prohibí que los abrieras. Se acabó. –

No me di la vuelta, volví a apretar los párpados y me quedé muy quieto, sintiéndome culpable de una gran debilidad. Los tacones se alejaron. Se iban para siempre. Y yo quería una segunda oportunidad.

¡Lo siento! No volverá a ocurrir. –

El eco de los tacones se apagó con el tiempo y reinó el silencio un tiempo. ¿Seguía en la habitación? Rogué para que así fuera. Por fin habló otra vez:

Parece que estás dispuesto a obedecer, ¿eh? –

Desde luego, lo que sea. –

No toleraré otro descuido. –

No habrá ningún otro descuido. –

¡Por supuesto! Me aseguraré de ello. –

Volvió junto a mí. Pero esta vez venía provista de algo. Una venda negra infranqueable para mis ojos. Me la ató y uno de sus brazos me rozó el carrillo. Me estremecí de gusto al sentir la textura del charol.

Te voy a desnudar. Parece que lo necesitas. –

Era verdad. La ropa me incomodaba para sentir la suya directamente sobre mi cuerpo y mi pene en erección reclamaba más libertad de movimientos. Sus hábiles manos me despojaron en poco tiempo de mi indumentaria. Fue una experiencia inolvidable, porque hubo muchos momentos en que mi piel entró en contacto con la suya. Casa vez que esto pasaba, un escalofrío renovaba mi excitación y agrandaba el tamaño de la polla con oleadas de sangre caliente.

Me entró una duda. ¿Estaría toda ella cubierta por el sublime charol, o alguna parte de su cuerpo sería visible? Sí así era, se trataría de partes exquisitas, islas en el mar negro.

Y por lo menos la boca estaba libre. Carmín. Era carmín el gusto que me quedó después de que me besó en la boca. Su lengua caliente me exploró y masturbó a la mía con un interminable beso de tornillo. Conseguí salir de la parálisis que me atenazaba y junté mi cara con la suya. ¡Llevaba una máscara! Mi nariz chocó con una barrera uniforme de cuero y mis mejillas, recién afeitadas, no se trabaron al deslizarse por su rostro. Pude determinar que toda la cara menos la boca y seguramente los ojos estaba perfectamente cubierta. Unas costuras muy bien disimuladas fue el único detalle anómalo en la superficie de la piel.

Lentamente fuimos creando una composición. Yo tocaba y ella movía su cuerpo, bastante más pequeño que el mío, ofreciéndome puntos estratégicos que acariciar. Las yemas se me saturaron de suavidad y, cegado en los ojos, vi con ellas todo el contorno de mi amante. Pechos esféricos apretados por el traje, trasero maravilloso infinitamente liso, botas eternas rematadas por un tacón rígido y duro, pubis cálido bajo el cuero, deditos finos envueltos en una capa tan delgada que no parecía una prenda sino una segunda epidermis.

A mis manos las sustituyó mi boca. Labios y lengua paladearon el ansiado sabor de mi fetiche. Y con cada beso, con cada lamida, añadía al puzzle de mi mete una nueva pieza de una divina figura.

Es suficiente. Me has tocado muy bien. ¿Es tu primera vez? –

Sí, ¿te ha gustado? –

Sólo quienes comprenden el verdadero placer que da el cuero podrían apreciarlo como tú lo has hecho. –

Me gustaban esos halagos. Me hacían sentirme seguro en la oscuridad. Y cuando se hizo la luz, mi imaginación me demostró qué hábil era. Detrás de la venda mi amante era exactamente como me la había imaginado con el tacto.

Había un par de cosas que no percibí. Las botas se cerraban con cordones en zigzag, y no alternados, como pensé en un primer momento. Y sobre la frente de la máscara había algo pintado con rojo, una especie de sol. Aparte de eso, era exactamente como en mi mente la vi.

El charol negro no permitía muchas variaciones cromáticas. Quitando el sol de la frente, la marca de mi amante, la rosa del carmín en sus labios y el azul profundo de los ojos, el negro dominaba su cuerpo. Un negro como alquitrán, brillante. Cada curva de la silueta devolvía mil reflejos blancos bellísimos.

De rodillas. Ya estás bastante excitado. –

Los genitales no soportarían mucho más la presión. Se colapsarían. Me senté obediente sobre mis muslos y esperé el espectáculo.

Empezó a evolucionar para su público, esto es, yo. Adoptó posturas insinuantes, eróticas, exóticas, sensuales, agresivas, excitantes, dominantes, sumisas, sobre la tarima para embelesarme. Es evidente que lo consiguió. Los cuadros, las figuras que compuso, estaban estudiadas al milímetro para que yo apreciase la delicada línea del cuero, sus posibilidades de torsión y luminosidad, el absoluto de aquel color sobre la nimiedad de mi sexo, a punto de eyacular. A cuatro patas, desafiante perra con mirada lujuriosa. Clavando su tacón en mi pierna, gobernanta segura. Tumbada con las piernas abiertas hasta el límite, doncella desflorada preñada por la pasión. ¡Qué sé yo!

Y el punto final, el remate de la obra maestra. Se tiró sobre mi bajo vientre, tragó el pene y me hizo la felación más fantástica que nunca haya visto. Creía al verla que el cuero me devoraba, que el charol me succionaba el orgasmo y ese cuerpo admirado del que desde aquel momento seré fiel devoto y adorador reclamaba como propios mi semen y mis sueños. FOTOS

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