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Isabel y el Placer

 En el lento pasar de las horas, Isabel sentía consumirse lentamente. El cosquilleo en el estómago había derivado ya para entonces en un calorcillo que reptaba hasta sus pechos, inflamando sus pezones de una forma casi dolorosa. Los sentía tensos y erectos contra el suave satén de su ropa interior. Los tocó temerosa de que su marido pudiera percibir la delatora evidencia de aquel deseo y un rayo serpenteó corriente abajo, haciendo pulsar un latido en las intimidades de sus muslos firmemente apretados.


Qué haces, mujer? – preguntó Ramiro, dejando sobre la mesilla el libro que desde hacia mas de una hora devoraba en lapidario silencio,

Nada – contestó evasiva Isabel – tomaba un poco de fresco en la ventana.

Pues tómalo en otra parte – sentenció el marido – que una mujer decente no se exhibe en la ventana. Cualquiera podría pasar por la calle y pensar que esperas a tu amante – concluyó.

Qué cosas dices! – exclamó Isabel escandalizada, alejándose de la ventana.


La mujer se miró en el espejo del salón. El reflejo le devolvió la delatora mirada de sus propios ojos. Qué cerca estaba Ramiro de tener razón.


Voy a la recámara a refrescarme un poco – dijo a su marido sin obtener ninguna respuesta.


No sabía como había empezado a coquetear con Aníbal. Lo conoció precisamente en aquella ventana. Le veía pasar casi a diario. A veces solo, a veces acompañado de gente. Le gustaron sus ojos oscuros y pobladas cejas. Su andar presuroso y decidido. Su juventud. Se sintió culpable inmediatamente. Le pesaron los casi 20 años de Ramiro le llevaba. Le pesó no estar enamorada de aquel hombre que la mantenía y la llenaba de lujos, y soñó que el lugar de Ramiro lo ocupaba el joven desconocido.


Pronto, el joven notó a la hermosa joven de la ventana. Los paseos de la tarde frente a la ventana se volvieron una religiosa costumbre. Isabel sabía la hora exacta en que pasaría frente a la ventana, y jamás faltaba a la cita. Una mirada de reconocimiento. Poco después una tímida sonrisa y tras algunos días mas, el reconocimiento mutuo con una breve inclinación de cabeza.


Isabel sabía que aquello no era correcto. La moral y la virtud de una mujer casada no era cosa de juego. Recién empezado el siglo, con todos los nuevos inventos de aquel 1900, había algunas cosas que no habían cambiado, por tanto, trató de ser fuerte y se abstuvo de salir a la ventana por unos días. De todos modos espiaba a través de la cortina, complacida de ver al joven recargado en el árbol de la esquina, determinado a esperar hasta verla aparecer. Su espíritu romántico terminó imponiéndose y se rindió al inocente coqueteo.


El joven tuvo el valor de acercarse un día. Se llamaba Aníbal, como el conquistador de los hunos, igual de hermoso y aguerrido, conquistando el corazón de la joven dama.


Estoy perdidamente enamorado – declaró emocionado tomando la mano de Isabel.

Calle – rogó esta, sin retirar la mano – soy una mujer casada.

Lo cual no es impedimento para este amor – dijo el joven en el mejor estilo victoriano.


Isabel cerró la ventana. Los días ganaron poco a poco en atrevimiento. Las calurosas tardes propiciaban que Isabel acalorada abriera un poco el ajustado corpiño. El nacimiento de sus lechosos pechos era una tentadora aparición que Aníbal siempre agradecía. Las cosas iban subiendo de tono y los días pasaban volando en aquel deseo que consumía sus jóvenes cuerpos.


El único tormento era el domingo, el único día de la semana en que Ramiro estaba en casa. Trabajaba toda la semana atendiendo sus múltiples negocios, pero el domingo era sagrado y lo pasaba generalmente en el salón, enfrascado en esas lecturas que parecían no tener fin.


Que estará haciendo Aníbal?, se preguntó Isabel frente al espejo de la recámara. Se tocó los pezones, aun erectos, recordando el día anterior, donde eran los dedos de Aníbal quienes los frotaban a través de la ropa desde la ventana.


Te sientes mejor? – preguntó Ramiro a sus espaldas de pronto.

Si, mucho mejor – balbuceó Isabel recuperando la compostura.

Me alegra – dijo su marido abrazándola desde atrás – porque estas hermosa.


Sus enormes manos se cerraron sobre su talle y comenzaron a reptar hasta sus pechos. No, rogó Isabel para sus adentros, ahora no, por favor.


Pero que sensible estas, mujer – dijo Ramiro al percibir la dureza de sus pezones – apenas si empecé a tocarte y mira como estas – terminó complacido.


Isabel sonrió con timidez. No era un tema que le gustara tratar con su marido. El besó su cuello, buscando ese punto en la nuca especialmente sensible.


Ramiro – se quejó ella – hace mucho calor.

Pues quitémonos la ropa – sugirió él alegremente.

No – protestó ella escandalizada – no a plena luz del día.

Qué tiene? – continuó él metiendo una mano bajo las enaguas – somos marido y mujer, no?

Pero hay horas para eso – dijo Isabel alejándose hacia la cama.

Te equivocas – dijo Ramiro empujándola sobre el suave colchón.


Isabel, boca abajo, sintió como Ramiro le subía las faldas. Todavía trató de protestar, pero sabía que sería inútil. Una vez que Ramiro se excitaba, lo cual afortunadamente ocurría muy pocas veces, no había forma de detenerlo. El hombre continuó subiendo ahora las enaguas, luego el fondo, hasta llegar a la suavidad de sus medias de sedas. Incómoda, Isabel sintió sus labios recorriendo sus pantorrillas, los muslos y finalmente la parte baja de sus nalgas.


Ramiro! – protestó al sentirlo hurgar bajo su ropa interior.


No hubo respuesta. Ramiro le arrancó a tirones las bragas de algodón, dejándola desnuda de la cintura para abajo. La lengua aleteó en su sexo, húmedo a pesar de todo. Isabel, con los ojos cerrados comenzó a fantasear con que era Aníbal quien le hacia aquellas cosas y no Ramiro. Abrió entonces las piernas. La experimentada lengua vibró entre los labios vaginales, subiendo y bajando, aproximándose al sensitivo clítoris. Jadeante, Isabel experimentó un fugaz pero potente orgasmo que trató de disimular lo mejor posible. Las mujeres decentes no debían disfrutar de aquellas cochinadas, le había dicho su madre.


Aun con la ropa puesta, Ramiro se abrió la bragueta y montó a su mujer. La vagina era un chorreante pozo de placer que le acogió con suma facilidad. El pequeño pero firme miembro necesitó apenas un par de sacudidas para explotar con espasmódico placer.


Satisfecho, se recostó contra Isabel y al poco rato se durmió. Isabel se levantó. El vestido era un desastre. Y su matrimonio también, pensó decidida. Si algún escrúpulo le quedaba, en ese momento quedó descartado. Tomó un baño de tina, pensando ya en las horas que faltaban para ver a Aníbal. Había decidido entregarse a su amor y acceder a los deseos del joven enamorado.


Pasa – le dijo al día siguiente – estoy sola.

Pero si siempre lo estas – dijo él entrando por primera vez en la casa.

Tienes razón – dijo ella, coqueta arreglándose los volantes del vestido.

Tu marido no debería dejarte tanto tiempo solita – se acercó él, buscándole los labios.


El beso desató el fuego que ya había empezado a incendiarlos desde hacía semanas. Las finas y alargadas manos de Aníbal buscaron el corpiño como un imán. Desataron cintas, botones y demás trabas, hasta liberar aquellos gloriosos globos de suave y cremoso color.


Eres increíblemente bella – declaró al tener en sus manos los rotundos pechos.


Isabel sonrió complacida. Y sonrió aun más al sentir aquellos labios bajando por el valle de sus pechos hasta atrapar un erecto pezón. Aníbal chupeteó goloso los erguidos botones de carne, deleitándose en mordisquear la rosada y sensible punta al tiempo que sus manos comenzaban a desentrañar los misterios del cuerpo de Isabel.


Te he deseado por tanto tiempo – dijo él quitándole el vestido.

Y yo a ti, amado mío – dijo ella enardecida.

Demuéstralo – pidió él abriéndose los pantalones.


La experiencia de Isabel en materia de penes era extremadamente limitada. De hecho, salvo el de Ramiro, no había visto ningún otro. De pronto sintió la urgente necesidad de comparar ese conocimiento y decidida bajó los pantalones de Aníbal. El erguido, moreno y largo pene del amante le sorprendió sobremanera. No sólo era mucho mas largo que el de su marido, sino también más grueso. Lo tomó en su mano, y comenzó a acariciarlo. Aníbal gimió de placer. De pronto Isabel deseó hacer cualquier cosa para que continuara gimiendo de aquella forma. Tomo los suaves testículos en la mano y los apretó suavemente. Aníbal le mostró como le gustaba ser acariciado, y la complaciente Isabel recorrió con sus blancas manos la morena y erguida protuberancia.


Bésalo – pidió el joven.


Isabel aceptó sin demora, algo que jamás había aceptado hacer con Ramiro, aunque tampoco este se había atrevido a pedírselo. La suave, pero gruesa manguera de carne le llenaba la boca por completo. El intimo aroma de su entrepierna le llenaba las fosas nasales mientras continuaba chupando el pene a lo largo y a lo ancho.


Ven – pidió él – no quiero acabar tan pronto. Aleluya, pensó Isabel, recordando la rapidez de Ramiro.


Aníbal se sentó en el sofá. Aquel mismo sofá en el que Ramiro acostumbraba pasar las horas leyendo. En vez de un libro, Aníbal tenía entre las manos su verga gruesa y tensa. La llamó cariñoso y apasionado, y tomándola por la cintura la jaló hacia él, indicándole que se montara en aquel hermoso juguete. Isabel se montó casi en trance. Completamente desnuda y a plena luz del día. Ni ella misma lo creía. Antes de permitirle descender, Aníbal metió la cara entre sus muslos. Lamió los abundantes flujos de su deseo, limpiando con su ardorosa lengua los pliegues de su intimidad.


Ahora – dijo un poco después.


Isabel bajó la grupa, guiándose por el inflamado glande como si fuera un faro en la bruma. Lo acomodó en la entrada de su vagina y comenzó a descender. Sintió cada centímetro de aquella hermosa verga. Poco a poco fue empalándose, llenándose con aquella estaca de carne que parecía no tener fin, hasta que la sintió completamente dentro. Satisfecha, comenzó a cabalgar, mientras sus nalgas eran sostenidas por las tibias manos del amante, marcándole un ritmo suave e infinitamente placentero.


Tuvo no uno, sino varios orgasmos, mientras Aníbal parecía aguantar sin mayor problema.


Ya, por favor – rogó ella besándole el rostro – he terminado ya cinco veces, no puedo más.

Sus deseos son ordenes, señora – dijo él galantemente.


Se puso de pie, sin romper el abrazo de sus genitales. La acomodó de espaldas sobre la mesa del comedor. El florero de gardenias cayó al piso haciéndose pedazos sin que a ninguno de los dos les importara. Allí, acariciándole los pechos y bombeando con potencia, alcanzó él su orgasmo, mientras Isabel le besaba los labios perdidamente enamorada.


Después de ese primer encuentro, la despedida les resultó casi dolorosa, pero prometieron verse al día siguiente.


Exhausta pero feliz, Isabel le vio partir desde la ventana. Cubrió su desnudez con la cortina, viendo las anchas espaldas de Aníbal perderse calle abajo. Aun no se apartaba de la ventana cuando vio a Ramiro subiendo la calle. En esos extraños juegos del destino, ambos hombres se cruzaron y se saludaron brevemente con una inclinación de sombrero, sin saber lo que ambos compartían.. Aterrorizada, Isabel comenzó a recoger el desorden de ropas en el salón. Se vistió lo mas aprisa posible, mientras su mente era un caos. Porqué venía Ramiro a aquellas horas?, sospecharía algo?, le habría contado alguien de las visitas de un joven en la ventana de su esposa?.


Ramiro llegó y la encontró en el piso, recogiendo los restos del jarrón.


Que pasó? – preguntó al ver el estropicio.

Una torpeza, solo eso – dijo ella azorada – tropecé y tumbé el florero.

Estas bien? – se acercó él – no te lastimaste?

No – dijo ella alejándose de su contacto – no me pasó nada.

Estas segura? – preguntó suave y silbante, como una serpiente.


Isabel vio que Ramiro tenía en las manos sus medias de seda. Habían quedado detrás del sillón. Demasiado tarde para inventar una excusa. Perdió el color en el rostro al verlo acercarse, pero trató de mantener la calma. Tal vez aun pudiera inventar una buena excusa.


Ramiro le alzó las faldas, tomándola por sorpresa. Isabel tardó un par de segundos en reaccionar, tiempo suficiente para que los dedos de su marido llegaran hasta sus piernas desnudas y sin medias.


Hace tanto calor – balbuceó ella.


Los dedos se metieron bajo la ropa interior y encontraron la húmeda y olorosa evidencia. Ramiro sacó los dedos pringosos de semen. Los llevó hasta su nariz, aunque era innecesario. El olor era inconfundible. Le volteó el rostro de una sonora bofetada.


Eres una puta! – le gritó colérico.


Isabel, asustada, trató de alejarse, pero Ramiro la tomó por los cabellos.


Dónde te cogió? – preguntó furioso – sobre la mesa, verdad perra?, por eso se rompió el florero, no?


Isabel no dijo nada. Estaba bloqueada, muda, aterrorizada.


Ramiro la empujó sobre la mesa. Le subió la falda y le arrancó los calzones. Le abrió las piernas sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. El suave vellón de su pubis tenía algunas gotas de semen adheridas entre los castaños rizos. Ramiro acercó el rostro para olerlo. Sus ojos estaban desorbitados. Se abrió la bragueta y se sacó el miembro. Asombrada, Isabel descubrió que su marido, además de furioso, estaba excitado.


Comenzó a acariciarse la verga mientras la obligaba a abrir las piernas. De la vagina, comenzó a escurrir un poco de liquido, una mezcla de semen y jugos vaginales. Ramiro metió un dedo en el orificio vaginal, y lo sacó brillante de humedad. Se lo llevó a la boca, como en trance, y lo lamió. Isabel lo miraba pero no se atrevía a moverse. Ramiro la obligó a separar aun más los muslos. Su vagina estaba ahora completamente abierta, los labios separados, su sexo expuesto. Ramiro enterró el rostro justo allí, y comenzó a lamer la mezcla que emanaba de ella, mientras aceleraba los movimientos de su mano, masturbándose, hasta que la dejó bien limpia. Entonces la jaló de los cabellos, obligándola a hincarse frente a su miembro.


Chúpala, cabrona – le ordenó – como seguramente le chupaste la verga a tu amante.


Isabel se la metió en la boca, en una mezcla de repulsión y deseo. Ramiro la meneó un par de veces dentro de su boca y se vació dentro de ella. Isabel sintió el deseo de vomitar al sentir el acuoso y espeso sabor en su lengua, pero su marido no le permitió hacerlo y no tuvo mas remedio que tragar la cálida sustancia.


Vete a tu cuarto y lávate – le ordenó – ya arreglaremos cuentas mas tarde.


Isabel se pasó toda la tarde encerrada. Angustiada, trataba de pensar en lo que haría Ramiro con ella. Por momentos pensaba que sería capaz hasta de matarla, y luego soñaba con ser perdonada. Se juraba nunca mas ver a Aníbal, y minutos después lloraba por la suerte del amante.


La tarde se hizo noche y se quedó dormida. Ramiro despertó a su lado, y sin ningún comentario se preparó para irse a trabajar como todos los días. En el desayuno todo siguió la acostumbrada rutina. Isabel le llevó a la mesa el café y la pipa, última etapa del ritual matutino.


A qué hora quedaste de verlo? – preguntó Ramiro tranquilamente.


Isabel sintió que el corazón se le detenía. No supo que decir.


Te hice una pregunta! – explotó Ramiro golpeando la mesa.

No pienso volver a verlo – balbuceó ella – te juro que solo ocurrió esta vez y no volverá a pasar – prometió sin poder contener el llanto.

No te creo – respondió él con fingida calma – te ves excitada, caliente, esperando que venga tu amante y te coja de nuevo.

No, Ramiro – dijo ella escandalizada – cómo puedes decir esas cosas?

Demuéstramelo – pidió él – ven acá.


Isabel se acercó hasta la mesa. Ramiro le metió la mano entre las faldas, hurgando bajo la ropa. Esta vez no había humedad alguna. Sus dedos eran casi dolorosos entrando en la reseca vagina.


La tiene grande, verdad? – le preguntó sin sacar los dedos.

Qué cosa – preguntó Isabel molesta por el abusivo ataque a su intimidad, pero sin atreverse a revelar.

No te hagas la tonta – continuó el marido – la verga, de qué tamaño la tiene? – continuó implacable.

Ramiro!, cómo me preguntas eso? – se horrorizó ella.

Contéstame, piruja, - silbó entre dientes, metiéndole con fuerza los dedos en la vagina.

No sé – gimió ella – no me fijé.

No te fijaste – contestó furioso – pero bien que abriste las patas para que te la ensartara. Seguramente la tiene más grande que yo, y por eso te acuestas con él.


Con todo y lo incomodo que era aquel interrogatorio, el estar hablando del pene de Aníbal hizo que Isabel comenzara a excitarse. Los dedos de Ramiro en su vagina no hicieron sino completar el cuadro. Su respiración se hizo entrecortada, el pecho subía y bajaba en su afanosa respiración.


Te calientas solo de pensar en su verga, zorra – continuó Ramiro implacable – dime cómo te cogió.


Renuente, pero entrando en el peligroso juego de su marido, Isabel comenzó.


En tu sillón – confesó ella – me monté sobre él y me metí su cosa.

Muéstrame cómo – pidió Ramiro abriéndose la bragueta.


Isabel tomó su pequeño miembro con la mano y lo puso en la dirección correcta. Ramiro no la dejó sentarse sobre él, pero continuó manipulando su clítoris, manteniéndola al borde del orgasmo, pero sin dejarla alcanzarlo.


Me tengo que ir – dijo de pronto, a pesar de estar tan evidentemente excitado como ella – vendré mas temprano esta tarde.

Si – dijo ella – te estaré esperando – sola, por supuesto – agregó ruborizándose.

Ya veremos – dijo Ramiro, y se marchó.


Isabel pasó el día tratando de recobrar su vida acostumbrada. No podía. Se sentía tensa, excitada y temerosa al mismo tiempo. Finalmente llegó Ramiro, mucho mas temprano que de costumbre, incluso antes de que apareciera Aníbal por la ventana.


A qué hora vendrá tu amante? – preguntó nada mas al llegar.

No te preocupes – dijo ella – no pienso volver a verlo.

Lo verás – dijo él – y yo los veré a ambos.


Isabel no supo que contestar. Minutos después Aníbal tocaba discretamente la ventana.


Abrele – ordenó Ramiro – y ni se te ocurra decir que aquí estoy.


Se escondió tras las pesadas cortinas del salón y temerosa, Isabel le abrió la puerta a su amante.


Qué pálida estas – dijo Aníbal al entrar – aunque eso te hace ver aun más hermosa – dijo galante.


La tomó entre sus brazos y le buscó la lengua con un apasionado beso. Peso a todo, un rayo de deseo surcó el cuerpo de Isabel. Comenzó a responder, olvidándose por momentos de que Ramiro la observaba. Pronto, Aníbal comenzó a quitarle las ropas, mientras se desnudaba también.


Vamos a tu recámara – sugirió él – tendremos más intimidad.


Un suave chiflido tras la cortina, e Isabel entendió que Ramiro no lo aprobaba.


No – dijo ella – no me sentiré cómoda en ese lugar, mejor quedémonos aquí – pidió,

Como tu quieras, mi vida – dijo él volviendo al ataque.


Desnudos, terminaron esta vez sobre el sofá. Allí la tumbó, esta vez boca arriba, y comenzó a besarle todo el cuerpo. Isabel miraba las cortinas, y el suave movimiento de la tela le indicó que su marido se estaba masturbando mientras espiaba lo que Aníbal le hacía. Aquello era indudablemente morboso, pero también a ella le excitaba. Enroscó las piernas en la cintura de Aníbal, atrayéndolo hacia ella. El la penetró potente y firmemente, haciéndola delirar de placer con su bien proporcionada herramienta. Ella lo tomó por las nalgas, induciéndolo a penetrarla más profundamente. Así estuvieron, cogiendo ardorosamente, hasta que ella se vino en un escandaloso orgasmo, y poco después él también.


Todavía permanecieron abrazados un rato. Gozando del intenso placer obtenido.


Quiero quedarme entre tus brazos toda la tarde – dijo Aníbal.


Otro chiflido, e Isabel entendió que Ramiro no estaba de acuerdo.


No, mi amor – dijo ella – debes marcharte ahora, mi marido no tarda en volver.

De acuerdo – dijo él – será como tu quieras.


Aníbal se levantó para buscar sus ropas e Isabel iba a hacer lo mismo. Otro chiflido, y entendió que debía quedarse recostada. Aníbal se despidió de la mujer, aun desnuda sobre el sillón.


Te veré mañana – dijo dándole un ultimo beso.


Apenas la puerta se cerró, Ramiro salió de su escondite. Tenía la cara arrebolada y la bragueta abierta. El miembro mas duro y congestionado que nunca. Respiraba afanoso, con los ojos nublados y desviados. No dijo nada. Se acercó a los blancos muslos, olisqueándola como un perro en brama. Ella separó las piernas, dejándole libre acceso hacia su sexo. El semen de Aníbal empezaba a escurrir de su vagina. Ramiro babeó de deseo al ver la jugosa cavidad rebosante de leche masculina. Comenzó a lamer de abajo hacia arriba. Su lengua lamía la sustancia cual si fuera miel escurriendo de un panal, masturbándose al mismo tiempo. Isabel comenzó a acariciarse el clítoris, mientras su marido continuaba lamiendo el abundante recuerdo que el amante había dejado en su cuerpo, y con los ojos entornados tuvo uno de los mejores orgasmos de su vida. Ramiro terminó también poco después, sudoroso y complacido.


Nada se dijeron al terminar, y tomados de la mano se retiraron a su cuarto a dormir. Al día siguiente, Aníbal se presentó puntual, y Ramiro estaba también listo en su escondrijo. Había pasado la mañana en sus oficinas esperando ansioso la llegada de la tarde. Deseaba ver de nuevo a su mujer siendo poseída por su amante. La sola idea encendía su pasión, pero tanto él como Isabel se llevaron una decepción.


Sólo vengo a despedirme – dijo Aníbal arrebolado de emoción a los pies de Isabel.

Pero cómo – preguntó atónita – porqué?, qué ha sucedido?, ya no me amas?

No, señora mía, si únicamente pienso en ti todo el día – explicó besando sus manos.

Entonces? – preguntó Isabel confusa.

Mi padre agoniza y debo volver para hacerme cargo de los negocios familiares. Ahora mismo.


Y se marchó. Ni siquiera hubo tiempo de una despedida. El matrimonio lo vio partir calle abajo, y junto con él se fueron las esperanzas de ambos y la recién conquistada pasión que los unía. Pero sin saberlo les había dejado el gusto por aquella nueva forma de relacionarse y no pasó mucho tiempo antes de que Ramiro encontrara la solución a su dilema.


He contratado algunos hombres para la remodelación del cuarto de invitados – informó una mañana Ramiro en el desayuno a su mujer – vendrán al mediodía.

No sabía que ese cuarto necesitara reparaciones – comentó Isabel.

Me parece que son tres – continuó Ramiro sin hacer caso de su observación – dos de ellos bastante jóvenes, atléticos y buenos mozos.

En serio? – dijo Isabel comprendiendo de pronto la razón de todo aquello – y el tercero?

Pues es el jefe de la cuadrilla, el de mas experiencia y cuentan por allí que muy dotado – terminó.

Muy dotado para qué? – pregunto Isabel. Se había sentado en la silla más cercana a Ramiro. Las faldas del vestido invitadoramente abiertas, dejando asomar sus blancas y bien torneadas pantorrillas. Ramiro metió la mano en la provocadora abertura de su falda.

Dotado en todos sentidos – dijo éste, con la mano ya viajando por el misterio de su ropa interior.

Será mejor que te apresures – dijo ella poniéndose de pie y dejando al marido mas que encendido de deseo – porque debes ir a la oficina.

Si – aceptó Ramiro – debo ponerme a trabajar. Tal vez pueda darme una vuelta después de la comida, para ver como va el avance de los trabajos – concluyó acariciándose la bragueta y mirando a Isabel de forma significativa.

Procuraré que haya avance – prometió ésta seductora.


Los trabajadores se presentaron a media mañana. Isabel estaba descuidadamente arreglada. A propósito, se dejó puesta una ligera bata de casa, como si se hubiera levantado apenas unos momentos antes de su llegada. El pelo coquetamente revuelto, sin corsé, con los rotundos pechos adivinándose bajo la tenue y satinada tela del salto de cama.


Cuánto lo siento – se disculpó al abrir la puerta – pero mi esposo vendrá hasta muy tarde y olvidé que vendrían hoy a trabajar.

Si quiere volvemos mañana – dijo el mayor de todos, el jefe seguramente, un tipo de poblado bigote negro y oscuros ojos castaños que devoraban su figura mientras hablaba.

No, por favor – corrigió ella rápidamente invitándoles a pasar – mi esposo se molestaría mucho conmigo si no empiezan a trabajar hoy mismo.

Siendo así, comenzaremos – dijo el hombre entrando, seguido por sus dos ayudantes, bastante atractivos y jóvenes.


Isabel los guió hasta la habitación de invitados. La enorme cama con dosel dominaba el centro.


Me encantaría acompañarlos – comentó Isabel mirando la cama y los hombres casi al mismo tiempo – pero estoy completamente sola y ahora debo darme un baño.


Los hombres tragaron saliva.


No se preocupe, señora, nosotros empezamos a trabajar ahora mismo, vaya a hacer sus cosas.


Apenas salió de la habitación y los tres chiflaron y se regocijaron por su buena suerte.


Solita en la casa, pobrecita – dijo uno de los ayudantes, un muchacho delgado y de afilada nariz aguileña.

Con gusto iba a ayudarle en su baño, para tallarle su espaldita – dijo su compañero, un muchacho moreno, de anchos y sensuales labios.

Eso déjenmelo a mí – terció el jefe – que tengo mucha mas experiencia que ustedes – dijo mostrándoles un gordo bulto en sus pantalones.


Los otros dos rieron, mostrándole al jefe que ellos también tenían una buena dosis de experiencia. Entre risas comenzaron a trabajar. Durante media hora siguieron comentando lo bonita que estaba la joven señora, imaginándola sola y desnuda en el baño, y no tardaron en decidir intentar abordarla. El jefe se animó a acercarse a la habitación donde ella se había metido a bañar. La puerta estaba abierta, lo cual era una buena señal. El ruido del agua se escuchaba cada vez mas cerca.


En el baño, Isabel se enjabonaba, de pie en una enorme tina de mármol, mientras su hermoso cuerpo desnudo brillaba húmedo y seductor. Sabía que estaba siendo observada, y con malévola sonrisa se agachó buscando el jabón, sabiendo que de esa forma le regalaba al apuesto jefe un panorama completo de sus blancas nalgas empinadas y abiertas, mostrando impúdicamente la sonrosada media sonrisa de su sexo.


Muchachos, vengan – alertó el jefe con un susurro a sus ayudantes – no lo van a creer.


Los tres se apelotonaron junto a la puerta. La diosa del agua había separado ya un poco las piernas, enjabonándose la vulva con sensuales movimientos. Al instante, los muchachos se excitaron. Desde su escondite, Ramiro no puso sino admirar la notable maestría de su mujercita para enardecer a los hombres. El mismo sentía que iba a explotar de pasión. La vista de su amorosa esposa, de pronto convertida en una hermosa cortesana, asediada por aquellos brutos le estaba volviendo loco. Se preguntó cuánto mas podrían aquellos hombres soportar.


No fue mucho. El jefe de los tres entró en la habitación, y los otros dos le siguieron.


Pero que hacen aquí? – protestó débilmente la doncella del baño.

Nada que no hayas provocado – dijo el jefe, acercándose al borde de la tina.


Isabel se cubrió con la toalla los pechos y el pubis, pero los muchachos la rodearon, y al tratar de cubrirse también la retaguardia, el jefe terminó arrancándole la toalla.


Ya no juegues con nosotros – dijo el jefe – mira nada mas como nos tienes – y le mostró la enorme protuberancia en sus pantalones.


Sin mas palabras la sacaron de la tina y la llevaron hasta la enorme cama matrimonial, no sin un poco de suave forcejeo, que la tolerante Isabel supo lograr sin desanimarlos del todo. Despatarrada en la cama, completamente desnuda y a su merced, esperó el esperado ataque.


El muchacho moreno comenzó a besarla en los labios. Su lengua inquieta entró hasta su garganta, mientras el otro chico se encargaba de los apetecibles pechos, prendiéndose de los erectos pezones. El jefe mientras tanto le abría las piernas, engolosinado con el suave vellón de su pubis. Sus dedos y lengua pronto entraban en la perfumada cueva, para el total deleite de Isabel y Ramiro, que no perdía detalle de toda la acción.


Conforme la iban besando, acariciando y excitando, los tres machos ardientes comenzaron también a desnudarse. El primero en ponerle el tieso rabo en la boca fue el muchacho delgado, con un miembro que hacía juego con su figura, estilizado y largo. Isabel comenzó a lamerlo, mientras el moreno, envidioso, se quitaba la ropa para arrimarle también su oscura lanza.


Pero que fea verga tienes – dijo su amigo burlándose.


Pero Isabel no pensaba lo mismo, porque golosa soltó la del flaco para meterse aquel enorme trozo de chocolate en la boca. Empezó a alternar entre una y otra, hasta que el macizo trozo del jefe estuvo a su alcance. Recta y gruesa, rivalizaba en belleza con la de los muchachos, e Isabel no desairó tan erguido homenaje y se lo metió en la boca. Los chicos aprovecharon para acomodarla en cuatro patas, dejando así su hermosa grupa alzada para sus caricias. El flaco se metió bajo los colgantes senos, mordisqueándolos goloso, como becerro recién nacido, mientras el moreno sondeaba la jugosa vagina con dedos que parecían entrar tan suaves como la mantequilla.


Isabel gemía de placer atacada por tantos flancos.


Está que se derrite – informó el moreno a sus compañeros.

Pues a darle – dijo el jefe posicionándose tras las rotundas nalgas.


Ramiro lo vio enfilándose con la suculenta verga en las manos, apuntando al jugoso chocho abierto de su mujercita. El rostro de Isabel era un poema. Esperaba ansiosa y controlada la primera embestida, y suspiró complacida al sentir como le introducían el enorme rabo.


Se ve que le encanta la verga – fue el ácido comentario y los demás rieron con agrado.


El moreno volvió a meterle el oscuro rabo en la boca, mientras el flaco volvía a succionarle los pechos. Entonces el jefe dejó su sitio al moreno, que rápido le encasquetó el fierro hasta la empuñadura. Isabel acompañó el gesto con un prolongado quejido de placer. Después del moreno, el flaco pidió su turno y después de un rato volvieron a empezar, esta vez con la complaciente Isabel de espaldas, con las hermosas piernas abiertas y la jugosa raja bien dispuesta para el placer de los caballeros. Una tercera ronda, con la hermosa mujer de Ramiro de lado, subiéndola una pierna para tener acceso a su ya muy húmeda vagina, y comenzaron a venirse dentro de su cuerpo, primero uno y luego los demás.


Ella los despidió apenas terminaron, pidiéndoles que continuaran con el trabajo hasta el día siguiente, pues deseaba descansar. Les prometió que habría mas al día siguiente y entonces se marcharon. Ramiro salió del escondite. No hallaba por donde empezar. Había rastros de semen entre sus muslos, sus nalgas y por supuesto su chorreante vagina. Tres descargas descomunales que le habían llenado el sexo hasta el tope. Comenzó a lamer, perdido de deseo y casi sin poder contenerse. Su rápida lengua aunado a todo lo acontecido le dieron a Isabel una cantidad incontable de orgasmos. A Ramiro le hubiera gustado cogérsela también, pero temió que las pequeñas dimensiones de su miembro no la satisfacieran, después de haber gozado con aquellas tres trancas envidiables. Inspirado, le dio la vuelta sobre su estómago. Sus rotundas y blancas nalgas eran un paraíso prohibido, pero habían derribado ya tantos tabúes que uno mas no le importó. Le abrió los glúteos, admirando el rosado y apretado esfínter y se acomodó para penetrarla.


No, Ramiro, eso no, por favor – pidió Isabel.


Ramiro estaba ya mas allá de sus demandas. La penetró. Isabel gimió dolorida, pero estaba tan caliente que rápidamente se acostumbró a la nueva y extraña sensación. Ramiro terminó, conforme a su costumbre, en pocos segundos, y solo entonces se dieron un respiro.


No puedo esperar hasta mañana – dijo Isabel poniéndose de pie trabajosamente.


Ramiro no dijo nada, pero el sólo hecho de pensar que aquello volvería a suceder un día después le enderezó la verga sin poderlo remediar.


Los trabajos de remodelación duraron casi quince días, mismos que fueron plenamente aprovechados por los entusiastas trabajadores, Isabel y su marido. Finalmente terminaron y tuvieron entonces un período de descanso.


Cuando ya las cosas parecían volverse de nuevo aburridas, Ramiro anunció que traería a cenar a un posible cliente de su firma. Isabel rápidamente echó la imaginación a volar. Se imaginó que traería a algún apuesto joven y que con algún pretexto los dejaría solos, para espiarlos desde sus acostumbrados escondites. Para su sorpresa, el socio era casi tan mayor como su marido, con una calva reluciente y una barba canosa y bien recortada. Con profunda y masculina voz se presentó educadamente como el General Bustamante.


Las esperanzas de Isabel se marchitaron durante la perfecta cena. Se habló de temas económicos, sociales y políticos. Ramiro decidió tomar una copa de brandy en el salón e Isabel se disculpó para dejarlos solos.


De ninguna manera, señora mía – dijo el invitado – si usted es el postre de esta velada.


Extrañada, Isabel se dejó conducir hasta el salón del brazo del General. Les sirvió sendas copas a los hombres y a instancias del General se sentó entre los dos hombres.


Me dice mi buen amigo Ramiro que tiene usted un par de piernas fabulosas – dijo sin mas el General.


Isabel miró a Ramiro sin poder dar crédito a sus oídos.


Así es, mi amigo – contestó Ramiro sin ningún empacho – y aquí está la prueba – dijo subiéndole el ruedo de la falda.


Isabel hizo el intento de bajarse el vestido, pero Ramiro se lo impidió. La gruesa y velluda mano del General acarició la torneada pantorrilla. Aquello no era lo que ella esperaba. No delante de su marido. El General siguió subiendo por los satinados y suaves muslos, y las piernas de Isabel se abrieron casi por voluntad propia.


Pero qué cosita más rica han encontrado mis dedos – dijo cariñoso el General.

Y qué es, mi amigo? – preguntó Ramiro casi asomándose entre los faldones.

Una panochita pequeña y jugosa, deseosa de un poco de atención – dijo el otro metiendo ya los dedos entre la ropa interior de Isabel, que solo gimió al sentir el intempestivo contacto de aquellos gruesos dedos.


La falda de Isabel estaba ya hasta la cintura. Ramiro le quitó entonces las bragas de encaje, dejándola completamente desnuda, salvo por las suaves medias de seda.


Abre bien las piernas, querida – dijo el General e Isabel lo complació al instante.

Se ve tan puta abierta de esta forma – dijo Ramiro al ver su vagina completamente abierta, con los labios completamente separados y el brillante clítoris emergiendo entre ellos.


Isabel se sintió terriblemente excitada al oírlo hablar así de ella.


Muéstrame los pechos – pidió el General, pero hablando con Ramiro, no con ella.


Ramiro le abrió el corpiño y sacó los hermosos globos. El General pellizcó los pezones sin dejar por eso de meterle los dedos en la vagina. Isabel gimió descontrolada. Que le hicieran aquellas cosas allí, junto a su complaciente marido le excitaba profundamente.


Esta putilla se muere por tener una verga dentro – dijo el General – así que démosle algo para que se entretenga.


Ante la total sorpresa de Isabel, Ramiro estiró la mano y empezó a maniobrar con la bragueta del General. Metió la mano dentro y sacó su voluminosa verga. Con ella en la mano, empujó la cabeza de Isabel hasta su regazo, obligándola a mamar, mientras él miraba en éxtasis como su mujer abría la boca para tragársela.


Mámasela – susurraba Ramiro – cómetela toda, mi vida.


Isabel no necesitaba mayores indicaciones. El enorme trasto apenas si le cabía en la boca. El maduro general tenía el instrumento más grande que ella hubiera visto hasta el momento. Se la chupó golosamente, lamiendo la gorda punta y el rugoso tronco.


Con una indicación del General, Ramiro separó a Isabel y la puso de pie.


Desnúdala completamente – pidió el hombre con su profunda voz.


Ramiro quitó toda la ropa con desesperante lentitud, hasta dejar a su mujer completamente desnuda. Al terminar le dio vuelta, mostrándole al General toda la belleza de su esposa. El hombre estiró una mano. Sus dedos acariciando el suave monte de Venus. Isabel suspiró al sentir el contacto de sus fuertes dedos. Mientras tanto, Ramiro le quitaba al General las pesadas botas, la casaca y los pantalones, dejándolo también desnudo y con el grueso pene descansando erguido sobre su velludo vientre.


Siéntala aquí – ordenó el general señalando su miembro.


Ramiro tomó a Isabel de las manos y la llevó hasta el portentoso pito. Hizo que abriera sus piernas y tomó la gorda verga con sus propias manos, para ponerla en la dirección correcta. Entonces le indicó a Isabel que bajara lentamente. Acomodó el grueso glande en la unión de sus labios vaginales y se arrodilló a escasos centímetros para observar como la vagina de Isabel se abría poco a poco para darle cabida.


El descenso pareció eterno, y hasta no tenerla toda dentro, Isabel y Ramiro volvieron a respirar.


Muévete – ordenó el General con una palmada en el hermoso trasero.


Isabel comenzó a cabalgar. Ramiro se desnudó entonces, masturbándose con aquella sensual imagen. Los pechos de Isabel brincaban con cadencioso movimiento, hasta que el General los apresaba entre sus dedos o los mordisqueaba con sonoros chupetones. Isabel tuvo un par de orgasmos, con aquella tremenda tranca metida en su sexo y la cosa parecía durar horas.


Tu putita coge delicioso – dictaminó el general.


Le ordenó entonces voltearse. Isabel se detuvo a regañadientes. Se dio la vuelta, presentándole las nalgas al General y acomodándose la verga para metérsela nuevamente.


Primero dale una limpiadita con la lengua – pidió el hombre.


Ramiro presuroso metió la cara entre los muslos, lamiendo el sexo de Isabel, a escasos centímetros de la voluminosa verga. Mientras tanto, el General acariciaba las redondas nalgas, sondeando con sus gruesos dedos el esfínter anal de la hermosa mujer.


La verga del General comenzó a acercarse a la vagina, haciendo espacio entre la lengua de Ramiro que todavía la lamía. Con cierta sorpresa, Ramiro sintió su dureza y exigencia, y terminó haciéndose a un lado. La dura tranca de carne entró nuevamente en el cuerpo de su mujer, dejando fuera solo los pesados y peludos huevos.


Sigue lamiendo lo que puedas – dijo el demandante amigo.


Ramiro lamió los tensos bordes de la vagina, repleta ahora de verga, y en el vaivén de los sexos terminó chupando también el resbaladizo tronco y los húmedos huevos del General.


Después de un tiempo, el General estaba listo para venirse.


Ahora ven acá – dijo a Isabel.


Se puso de pie y le llevó hasta la mesa cercana. Allí la puso boca abajo. Le abrió las nalgas y acomodó la punta de su miembro en su culo.


Dice Ramiro que eres casi virgen por aquí, y quiero regalarte la sensación de una buena verga en tu apretado culito.


Isabel no contestó. Temía y deseaba tenerlo dentro. Cerró los ojos. La verga entró suave y profundamente. El dolor era casi eléctrico. Sus sensibles pechos aplastados contra la mesa, las piernas abiertas, las nalgas dispuestas. Se dejó coger sin oponer mayor resistencia. Ramiro se acomodó debajo. A su boca hambrienta se abría el sexo de Isabel, de pronto vacío pero lleno de secreciones y deseos. Comenzó a mamar, sin perder de vista los embates de la dura verga y el golpeteo furioso de los enormes huevos.


El General soltó potentes chorros de semen, que rápidamente comenzaron a escurrir del violado ano de Isabel. Ramiro estaba listo para recogerlos. Lamió gustoso mientras se masturbaba frenéticamente y acompañó con su orgasmo a uno de los tantos de Isabel.


El General volvió varias veces, y se hizo asiduo visitante a la casa de Ramiro e Isabel. Siempre fue bien recibido por el matrimonio y salía tan contento que no tardó mucho en aparecer de repente con algún discreto amigo que por supuesto Isabel se esmeraba en atender.


Aquellas tardes de tertulia se volvieron secretamente famosas, y en ciertos círculos, el nombre de Isabel se volvió irremediablemente en un entendido sinónimo de placer.




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