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Demasiado Timida para Oponerme - 11ª Parte

Hay momentos en que por más que intento evocar la imagen del rostro de Armando, mi amado esposo, esta se me aparece borrosa o muy diluida, sin nitidez alguna. Yo atribuyo eso a cierta falta de concentración que tengo en esos momentos, que suelen ocurrir cuando algún hombre intenta abusar de mí. Por supuesto que sin éxito, porque no hay modo en que una mujer enamorada traicione a su esposo. Incluso cuando el atrevido acosador logra meter su tranca en las intimidades de una, el espíritu puede permanecer impasible en el limbo al que vamos las mujeres fieles en estos casos que, de otro modo, podrían ser comprometidos. Cuando el irrespetuoso comienza a mover su tranca, mientras masajea mis tetones y a veces hasta besándome de lengua, es cuando yo centro mi espíritu en la imagen del rostro de mi marido y con los ojos elevados al cielo, encomiendo mi alma a Dios. Con la imagen de Dios en su infinita gloria no tengo mayores problemas, ya que se trata de una imagen abstracta, así que cualquier cosa que imagine está bien. Pero con la imagen de Armando, de su rostro, sí que suelo tener dificultades. Las caricias y las fricciones tienen un efecto deletéreo sobre mi capacidad de concentración. Y eso no está bien. Una mujer enamorada de su esposo tiene que mantener siempre la imagen de él en su mente. Pero en esas circunstancias mi mente se vuelve algo errática. Y en vez del rostro de Armando, me aparece su polla, que siempre pierde en comparación con el tamaño de la que se está moviendo dentro mío. Y si el movimiento es entusiasta, como suele serlo, y la comparación deja muy en desventaja a mi Armando, entonces suelo inexplicablemente correrme, en medio de la serruchada implacable que me están aplicando.
A veces he pensado que no está bien que yo me corra, y tantas veces. Pero ¿qué puedo hacer yo cuando el hombre me tiene firmemente sujeta y se da a culearme con tanta energía? ¿Decirle que se detenga? Es difícil hablar coherentemente cuando una está jadeando y gimiendo. Además lo hice, o al menos lo intenté, y nada. ¿Retar al irrespetuoso? Ni caso. Las veces que lo intenté solo recibí la indiferencia como respuesta. ¿Explicarle al atrevido que soy una mujer enamorada de su esposo y que no es bueno que me haga eso que me está haciendo? Inútil, hasta contraproducente. Por lo general lo único que consigo es que el atropello se vuelva más intenso. Y, a todo esto, mi cuerpo suele estar muy sensibilizado, y sentirme tan atropellada y con tantas ganas, hace que se me produzcan orgasmos, tremendos orgasmos, mientras mi mente trata de mantener una imagen coherente de mi marido, de Dios, o de algo, lo que fuere. Y a esas alturas, la tenaz oposición que manifiesto al principio, se relaja un poco, porque los orgasmos me dejan un poco lánguida. Y entonces el depredador continúa tranquilo con su abuso tanto como se le dé la gana. Y yo, resignada, sucumbo a los orgasmos, uno tras otro.
Fue por esto que decidí buscarle un remedio a la situación, ¿pero cómo? Llevar una fotito de Armando no sirve, ya que en esos momentos no logro que mis manos logren asir nada con firmeza, a menos que puedan cerrarse alrededor de lo que aferran, con toda la palma y los dedos. Pero eso, en el caso de una foto, equivaldría a estrujarla. Y me devanaba los sesos buscando una solución cuando el Señor me iluminó: ¡le pediría a mi esposo que se quede cerca en esos momentos, para poder verle la cara y así mantenerla firmemente en mi espíritu! El problema es saber cuando ocurrirá uno de esos momentos. Por más que me ocurren muy seguido nunca he tenido a mano la cara de mi esposo, para concentrarme en ella. ¡Pero ahora tenía una oportunidad única!
Carlos, el hombre de la carpa de al lado, solía pasarme crema protectora por el cuerpo, ya que no hay modo de convencer a Armando para eso. Y de forma imperceptible, la pasada de crema se fue tornando en un masaje de todo el cuerpo, incluidos los huecos más profundos, ya que Carlos insistió en untarme con crema el interior de la vagina, para lo cual usó su generosa tranca. Y claro, en esas circunstancias es que me cuesta concentrarme y me pasa todo lo que acabo de describir, si bien Carlos no es ningún abusador, sino un vecino muy servicial. Pero igual me costaba en ciertos momentos visualizar la imagen de mi esposo para evitar caer en tentaciones, esas tentaciones de la carne que una esposa fiel evita a toda costa.
Carlos me había prometido untar mi trasero por dentro, para lo cual usaría su gran pene, claro, para llegar más profundo. Y yo sabía que eso podía ponerme en problemas, como a cualquier esposa fiel que estuviera en mi lugar. Así que más que nunca iba a necesitar tener el rostro de mi amado esposo a mano. Pero por las dudas le pregunté: “Armando, mañana en la playa, ¿No quisieras ponerme la crema en el cuerpo?” “Ya sabés que detesto hacer eso, mi amor. Que te la ponga el vecino de carpa. ¿Cómo se llamaba?” “Carlos, mi cielo.” “Bueno, me dijiste que te la puso muy bien, ¿no?” “Sí, mi amor, me la puso muy bien...” “Entonces dejalo a él, si le gusta ponértela, dejalo que te la ponga.” “Bueno, mi amor” le contesté obediente. Pero mi esposo ya se había dormido.
Así que me quedé revisando mentalmente los acontecimientos del día siguiente, tal como pensaba que ocurrirían. Armando tomando sol en nuestra carpa, y yo asomando la cara por un hueco en la lona que, en la carpa de Carlos, separa el frente de la trastienda, mientras Carlos se afanaría en el masaje a mi cuerpo, ano incluido. Y yo podría concentrarme en la cara de mi esposo, ya que la tendría siempre a la vista. Imaginé la situación una y otra vez y me puse tan contenta que tuve que acariciarme muchas veces, para poder dormirme.
Por la mañana salté de la cama, eufórica de energía y entusiasmo. Y prácticamente a la fuerza viva, arrastré a mi Armando hasta la playa. Una vocesita interna me preguntaba por qué, si sabía lo que me iba a pasar en la carpa de al lado, igual le pediría a Carlos que me pusiera la crema. Pero a) la protección de la piel es imprescindible, y si mi marido no quería ponérmela, bueno, alguien tendría que ponérmela; b) Carlos es muy entusiasta, y en su entusiasmo es muy avasallante, así que no hay modo de pararlo, por lo que me resigno de antemano a que pase lo que tenga que pasar; y c) ¡esta vez sería por un experimento muy importante para mi fidelidad!
Pero la mujer propone y Dios dispone. Para mi decepción, nuestro vecino había faltado a la playa. Mi proyecto de experimentación se había caido al suelo. Armando me propuso que fuéramos al agua, pero yo no tenía ánimos de modo que me quedé sentada, muy abatida, mientras él se iba al mar saltando con grandes zancadas por la arena caliente.
De cualquier modo no estaba dispuesta a aceptar que el desánimo me dominara. Así que me saqué la faldita quedándome con mi tanga de hilo dental, ninguna prenda superior salvo la remerita de tela fina que deja respirar a mis tetones, aunque marca mucho mis pezones. Y mis tacos aguja. Esta decisión, y las miradas de los hombres que estaban en los alrededores, me devolvieron mi buen humor. Y como premiándome por mi actitud, Dios vino en mi ayuda: un grupo de muchachos, viendo que la carpa de al lado estaba vacía se apoderaron de ella. Eran cuatro, de aspecto muy viril todos ellos, y comenzaron a mirarme con ganas, con muchas ganas, diría yo. Elevé mis ojos al Señor, agradeciéndole la prontitud de su apoyo, y prometiéndole hacerme cargo de la parte que me tocaba, para aprovecharla.
“¡Muchachos, ¿alguno de ustedes sería tan amable de pasarme la crema protectora?!” pregunté con voz cantarina, sacando un poco la cola y avanzando mis tetones en un gesto pícaro.
La reacción fue divertida: los muchachos se amontonaron unos sobre otros, procurando los que quedaban detrás, pasar adelante, mientras estiraban su manos hacia mí, gritando “¡Yo, yo!” No pude menos que reírme. “¡Bueno, está bien, podrán pasarme crema todos...!” dije conciliadora.
Eran chicos muy atractivos, en verdad. El más alto era un flaco, puro músculo y tendones, de piel muy morena. Le seguía en estatura un rubio gordito, bastante peludo. Un poco menos alto, pero de buena estatura todavía, venía un morochito muy tostado, de muslos fuertes y por último, el más bajo, con un terrible cuerpo de pesista con músculos hasta en los músculos.
“Muchachos” dije caminando hacia la carpa de al lado con mis tacos aguja, que no son muy adecuados para la arena, por lo cual hacía que mis cosas se bambolearan más que de costumbre, “me van a poner la crema detrás de la lona que divide la carpa, así la gente no me ve sin la ropa, ya que me gusta que la crema cubra cada centímetro cuadrado de mi cuerpito...”
Y los guié a la trastienda de la carpa. De modo que esta parecía vacía, vista desde la playa, y nadie habría supuesto que ahí estaba yo con los cuatro muchachones. Estábamos un poco apretados, en verdad, pero no me resultó desagradable, sino todo lo contrario. “Todavía no empecemos”, les pedí, “esperemos a que vuelva mi marido” Esto causó un poco de alarma, pero les expliqué que era para poder verlo mientras me ponían la crema. Yo había observado que a la altura de mi cara, la lona divisoria tenía un breve tajo por el cual podría asomar el rostro. Lo probé y funcionaba. “¿Y cuando empezamos?” dijo uno de los muchachos con la voz ronca. “Pronto” dije para tranquilizarlo. “Entretanto me voy a desnudar, para que puedan ponerme la crema por todas partes.” Y me saqué la tanguita y la remera, escuchando algunos jadeos tipo rugido en correspondencia. Y asomé la carita, vigilando la playa, con los muchachos detrás, bastante cerquita. Tanto que no pude dejar de sentir el bulto de uno de ellos, rozando mis nalgas. No puedo culparlo, con mi voluptuoso cuerpo a centímetros del suyo, el muchacho había tenido una respuesta involuntaria espontánea. Y sentí una mano poniéndome crema en una teta. “Todavía noo...” le reconvine al dueño de la mano “... esperemos a que retorne mi... ¡ahí vuelve!” grité al ver a mi Armando retornando a la carpa. La mano que encremaba mi tetón se puso a jugar con el pitón. Pero no tenía motivos para recriminarle nada, al fin de cuentas mi marido había vuelto. “¡Hola, cariño!” le grité a mi esposo para llamarle la atención. Miró un poco desconcertado hasta que localizó mi carita asomando por el agujero en la lona. Entretanto, el dueño del bulto había decidido liberarlo de su encierro, lo que le debe de haber representado un gran alivio, a juzgar por el estado de erección que sentí contra mis nalgas. Yo seguía asomada por la pequeña ventanita en la lona, “¡No te duermas, querido, que quiero que me mires mientras me ponen la crema!” La voz se me entrecortó un poquito, porque una nueva mano se había apoderado del tetón libre, comenzando a encremarlo. Y cuando bajé mi mano di con una gruesa tranca a la que mi mano se prendió como por instinto, seguramente porque estaba un poco nerviosa. Una súbita intuición hizo que bajara la otra mano, y se encontró con otra poronga sumamente enhiesta, como invitando a ser aferrada. Mi mano respondió con ganas a la invitación. “¿Lo pasaste bien en el agua?” dije para mantener la mirada de Armando fija en mí. Pero mi oración terminó en un gemido, ya que uno de los muchachos se había colado entre mis piernas, y había comenzado a besar la puerta de mi intimidad. Entretanto, el de la polla detrás mío comenzó a restregármela en la raya que separa mis nalgas. Se me escapó otro gemido involuntario. “¿Qué?” gritó Armando, que no había entendido mi frase anterior. “Te pre... guntaba... si lo pasas...te bi... en en el a... gua...” El chico que estaba lamiendo mi vagina se estaba concentrando en mi clítoris, con tremendos resultados. El de atrás había separado mis glúteos y me estaba restregando su tranca en la puerta del ano. Mis tetones estaban recibiendo un tratamiento de realeza. Y uno, supongo que el de atrás, me estaba dando chupones en el cuello. “¿Estás recibiendo un buen masaje...?” preguntó Armando. En eso siento que la caliente tranca del muchacho de atrás comenzaba a abrirse camino en mi culo. Embadurnada en crema, como estaba, no le costó mucho trabajo hacerlo. “¡Síi!¡Es... toy reci... bien... do crema por... to... das par...teess...!” Mis manos se estaban aferrando con fuerza a las pollas que habían tenido la fortuna de encontrar, y de modo totalmente espontáneo las estaban pajeando. En ese momento advertí que estaba un poquito excitada. Así que mientras sentía la tranca haciendo pequeñas entradas y salidas en mi abierto ojete, me encomendé a la protección divina para poder superar este difícil trance para una esposa fiel. Por suerte la cara de Armando estaba a la vista, de modo que no tenía que hacer esfuerzos de concentración para imaginármela, pero tenía la visión un poquito turbia, de modo que igual tuve que esforzarme. “¿Estuviste tomando sol? ¡Tenés la cara muy colorada!” El muchachón de atrás estaba moviendo tu enorme tranca con vaivenes cada vez más largos y enérgicos.Y yo tenía gemidos cada vez más largos. “¿Quée?” le grité a Armando para no tener que pensar una respuesta. “¡Que si tomaste mucho sol!” Pero yo me estaba corriendo y, aunque registré las palabras, no las entendí muy bien. Casi enseguida el muchachón me llenó el culo de leche y volví a correrme, de modo que me faltaba el aire para contestar la pregunta de Armando. Además el chico que tenía abajo estaba lamiendo con tanto cariño que volvió a elevarme a las alturas. Cuando el que tenía en el culo sacó su chorreante nabo, otro ocupó su lugar, agarrándose con fuerza de mis tetones y enterrándome su nabo hasta los cojones, para comenzar enseguida un mete y saca enloquecedor. “¿Te sentís bien?” gritó Armando. “Sí... ¿por...?” contesté con la voz extrañamente ronca. El chico que tenía adentro se estaba moviendo con tanta energía que a cada empujón sentía sus vellos púbicos contra el ojete. esto fue demasiado para mí, y me corrí en medio de jadeos y estertores. “¡Porque estás muy colorada y agitada!” “Es el... ca... lor... mi... cie... looo...” balbuceé mientras sentía una nueva inyección de semen en el culo. “¡Tenés los ojos bizcos!” comentó Armando con algo de alarma en la voz. “¡¡Dios mío, ayúdame!!” le rogué al Señor. Pero no me debe haber entendido bien, porque la única respuesta a mi ruego fue un nuevo cambio: el chico que tenía abajo se puso atrás y comenzó a frotarme la vagina con su tranca. Era el más bajito, por la facilidad con que llegó sin agacharse. Y luego de frotarla un poco contra los labios externos procedió a ensartarme. Aferró mi culo con ambas manos y me dio un paseo en la vagina de esos que no se olvidan. Sus manos eran tremendamente fuertes, pero su pija debía usarla para levantar pesas, por lo gorda y fuerte que estaba. ¡Es cierto lo que dicen de los petizos! Pensé, tratando de articular un pensamiento, pero ese fue el único que me vino. ¡Suerte que todo era un experimento para probar la eficacia de tener la cara de mi marido a la vista, sino hubiera sido infidelidad! Porque debo confesar que un poquito me estaba gustando el entusiasmo con que los chicos me festejaban. No tanto como para ser infiel, pero sí lo bastante como para hacerme correr una vez tras otra, de un modo incontenible.
Bueno, que me pasaron entre todos un par de veces cada uno, mientras yo, con los ojos vidriosos le dedicaba una sonrisa boba a mi Armando,, sin saber ya si lo veía o no lo veía. Lo que sabía era que Dios estaba conmigo protegiéndome. Debía estarlo, porque lo estaba pasando bomba.
Finalmente saqué la carita del hueco en la lona, y me puse en cuatro patas con el rubio ensartándome por el culo y los otros chicos dándome a chupar sus enhiestas pollas. ¡Lo que es la juventud! ¡Tres o cuatro acabadas cada uno, mientras que mi marido, después de una estaba listo! Este pensamiento me provocó una corriente de simpatía hacia los muchachones y de piedad hacia mi Armando, tan intensa que me corrí de vuelta. Ahí fue cuando me derrumbé boca abajo, con el rubio arriba mío y su tremenda poronga dándome empujones muy seguiditos, cada vez más seguiditos. Hasta que me desvanecí. Creo que los chicos continuaron usando y abusando de mí, porque cuando reaccioné era otro el que me tenía ensartada, y otras las porongas que se frotaban contra mi boca. Lamí y chupé lo que pude, mientras volvía a quedarme dormida.
Cuando salí de la trastienda de la carpa, mi paso era vacilante y tambaleante, seguramente por los tacones aguja, y tenía gusto a semen en la boca, y semen en el culo y en la concha, que habían sido usados muchas veces, ya que me escocían un poco.
Cuando me derrumbé en el sillón de mimbre de nuestra carpa, noté que tenía gruesas manchas de semen sobre los muslos, el bajo vientre y la cara. Procedí a extenderlas por la piel, como si fuesen manchas de crema protectora.
“¿Pero ese hombre no sabe extenderte bien la crema?” (él creía que el que estaba en la trastienda de la carpa de al lado era Carlos, nuestro vecino, ya que yo le había pedido a los chicos que no salieran hasta que nos fuéramos mi marido y yo).”Es que me puso demasiada crema para dejarme bien protegida, mi cielo.” Y me quedé profundamente dormida, de tan rendida que estaba.
Pero lo importante, pensé antes de entrar a los brazos de Morfeo, es que el experimento había sido un éxito: tener la cara de mi esposo a la vista, mientras me estaban follando y haciéndome todo tipo de cosas, había sido una solución para evitar pensamientos y sensaciones infieles. Iba por el buen camino.
¡Las cosas que una hace por amor...!

Tengo todavía que contarte de la vez en que fui al médico para un exámen de mamas y de mis sesiones de confesionario con el padre asmático. Pero entretanto me gustaría que me escribas tus comentarios sobre este relato a bajosinstintos4@hotmail.com. Recuerda que no debes pedirme fotos, ni citas ni chateos, ya que no sería correcto para una esposa fiel acceder a esas cosas con desconocidos. Pero me encantará recibir tus elogios a mi conducta virtuosa.

NOTICIA: Para los interesados en hacer sus propias narraciones eróticas, les comunico que escribiéndome a bajosinstintos4@yahoo.com.ar pueden obtener gratuitamente y sin compromiso el primer módulo de mi taller virtual de narrativa erótica. Son seis módulos, la recepción del primero no implica obligación alguna de tomar los cinco restantes, que tienen un costo de 10 dólares cada uno. Eso sí: debes tener cuenta en yahoo o en argentina.com, ya que tienen una buena capacidad de almacenamiento.






Bajos Instintos 4 FOTOS

1

Camilo on

Muy buena serie de relatos quisiera leer mas acerca de esta serie de la tímida donde puedo?

2

administrador on

Es facil Camilo, escribe en el buscador del portal arriba a la derecha la frase: Demasiado Timida para Oponerme y te saldran los 17 relatos de esta serie con sus respectivos enlaces. Saludos.

3

Carlitos on

Querida estoy ansioso por seguir leyendo tu saga de relatos, hasta cuando tengo que esperar?

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