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Demasiado Timida para Oponerme - 10ª Parte

Los hombres tienen ideas equivocadas sobre la fidelidad femenina. Creen que una mujer para ser fiel debe vestir como una monja, o poco menos.

Hasta mi cura confesor incurre en esa visión errónea. Cada vez que le muestro el culo a través de la ventanilla de confesión, comienza a gemir. Creo que no le gusta que haga eso.

La última vez que me confesé traté de darle mi visión del asunto.

Entré en el confesionario y me di a conocer. Aunque me parece que ya se había dado cuenta de que era yo, a juzgar por sus gemidos. Lógico, ellos pueden vernos a través de la cortinita. Lo que no entiendo es por qué gime, pero siempre gime.

"¿Sigues vistiendo con esas remeritas breves que te marcan los pezones, hija?"

"Sí, padre, ya sabe que me gusta que mis pechos se aireen, y por eso no llevo corpiño." (gemido del padre)

"Pero tu tienes pechos muy grandes, hija mía..."

"Sí, pero bien parados, gracias a Dios, padre" (gemido)

"¡No mezcles a Dios en esto!"

"¡¡Pero Dios fue el que hizo que mis tetonas fueran tan suculentas y mis pezones tan gordos y grandes, padre!!"

("¡Ayy...!") la voz del padre sonó como un gemido apagado, provocándome cierta inquietud. "¿Se encuentra bien, padrecito?"

"... ¿y es... tás vistiendo una de esas fal... ditas cortas que te dejan los muslos al aire...?" Escuché un leve jadeo en su voz, pero como ya había ocurrido en otras confesiones, me pareció normal. El padre debía sufrir una forma de asma, consideraba yo. Lo que se me escapaba era la razón de ese chac chac que se escuchaba del otro lado de la cortinita apenas comenzadas mis confesiones.

"Si, padre, mientras no me siente o me agache..."

"¿n-no...?", gimió el padre con un hilo de voz.

"Sí, porque si me siento, apenas abro un poquito las piernas, se me ve la braguita, si la llevo..."

"¿S-si la-la lle... vas...?" gimió con voz entrecortada por el asma.

"Y si me agacho me queda toda la cola al aire..." No sé por que tengo que repetirle estas cosas que le he explicado tantas veces. Pero siempre es el mismo diálogo.

"¿E-el... cu-culo... al ai... re?"

"A mi me gusta más llamarlo "cola", me parece más delicado, padre. Lo que pasa es que la faldita se me sube, pero no preocupa que me lo vean, porque lo tengo bien bonito, y además uso una tanguita de hilo dental que se me mete entre las nalgas, así que la decencia está protegida..."

Del otro lado no se escuchaba nada. "¿Me escucha, padre?" pregunté alarmada por el silencio. Pero afinando el oído pude escuchar sus jadeos rápidos. El asma lo tenía mal a este hombre.

"...¿Y... e... sos... tacos... a... guja... que... u... sas... siem... pre...?" logró articular el noble confesor. (Chac chac chac...)

"¡Ah sí, padre, yo sin los tacos aguja no voy a ninguna parte!" dije, tratando de aparentar que no me daba cuenta del sufrimiento que le causaba su enfermedad. Si él tenía la entereza de hacer su trabajo con tan dura carga física, ¿quién era yo para avergonzarlo dejando ver que conocía su condición?

"P-pero... hija... mía..." su voz sonaba un poco ronca, pero yo disimulé y continué escuchando. "... yo te he... vis... to caminan... do vestida así, y se te bam... bolea todo..." jadeó. "¡Toda... vía llevo e... sa ima... gen clava... da en mi... retina!" A lo cual siguieron una serie de jadeos rápidos y más chac chacs.

"¡Lo sé, padre, y me encanta!"

"¡P-pero... los hom... bres...!" gimió.

"¡A ellos también les encanta, padre! ¡Viera las cosas que me dicen...!" Otra sucesión de jadeos, gemidos y chac chacs cada vez más rápidos. Ese hombre estaba sufriendo mucho. Continué contándole para distraerlo de su dolor.

Me dicen "¡¡Nena, te estaría cogiendo ese culo hasta el fin de mis días!!" "¡Es un lindo piropo, dentro de todo, ¿no cree, padre?" Del otro lado sólo se escuchaban jadeos.

"... y... y tu ma... rido ¿qué di-dice?" más jadeos.

"Nada, padre. Porque mi esposo confía en mí, además yo no le cuento. Una mujer decente no tiene que andar contando cada paso que da."

"¿De... cen... te? ¡Pero si fornicas con cada hombre que te lo propone!" La ira se ve que le quitaba el asma.

"¡De ninguna manera, padre! ¡Que ellos me forniquen no quiere decir que yo también los fornique a ellos!" exclamé indignada por su falta de comprensión.

"¡Por ejemplo el otro día, los muchachos del callejón...!" Y le conté como dos muchachos me habían abordado por la calle, pidiéndome que les ayudara a encontrar sus documentos que se le habían extraviado en el callejón. (Chac chac chac) Estaba demasiado oscuro y era comprensible que no pudieran encontrarlos. Así que decidí brindarles mi ayuda. (Chac chac chac) Uno era mulato y el otro decididamente negro, pero yo no sentí ningún desprecio por ellos. Para mí el color y la raza no significan nada. Mientras le iba contando, el padre volvió a sus gemidos y jadeos. Se ve que el interés de la historia le hizo abandonar la ira. ("¡¡Ella se lo busca... ella se lo busca...!!") murmuraba por lo bajo. No sé que habrá querido decir, igual continué mi historia.

"¡Y entonces padre, me llevaron al rincón más oscuro del callejón y me pidieron que buscara allí! (Chac chac chac...) ¡Y uno de ellos, para ayudarme, se puso detrás de mí, muy cerca, tan cerca que pude sentir su tranca apoyando mi culo! (Chac-chac-chac-chac) ¡Seguramente, en su buena voluntad de ayudarme, el muchacho no advirtió nuestro contacto...! ¡ yo hice como que no me daba cuenta, para que él no creyera que yo pensaba que tenía malas intenciones...!" Del otro lado de la ventanita del confesionario se escuchaban sollozos apagados.

"¡Y seguramente que no tenía malas intenciones! ¡Pero el contacto con mi culo le produjo un efecto que seguramente no había previsto el pobre muchacho...! ¡Y pronto su bulto se puso muy duro y muy grande! (Chac-chac-chac-chac-chac) ¡Por suerte su amigo no se dio cuenta, pues habría sido un papelón para el mulato, o para el negro, ya que en esa oscuridad no se podía distinguir! ¡La cuestión, padre, es que la tentación pudo más que el decoro en el muchacho, pues de pronto sentí que me levantó la falda hasta la cintura y me puso su tranca desnuda entre las nalgas! (Chac chac chac…) ¡¡¡Qué momento!!! ¡La cosa había tomado un giro imprevisible! ¡Y los documentos no aparecían! El otro muchacho debía estar tomando la búsqueda en serio. ¡pero el que estaba atrás mío se había entusiasmado! ¡Y estaba frotando su tranca contra mi trasero! ¡Yo no sabía si hablar o no hablar! ¡Así que cuando me corrió la tanguita no dije nada! ¡Sus fuertes manos me aferraron el culo y con su palo comenzó a darme frotones en la vagina. (Chac-chac-chac- ("¡qué puta, Dios mío!") chac-chac-chac-chac) En eso siento otras manos que comenzaron a sobar mis melones a través de la remerita! ¡¡¡Era el otro, padre!!! Que, más audaz que su compañero se había tomado el atrevimiento de dar ese paso. Yo me sentí halagada ¡que dos muchachos como esos se entusiasmaran conmigo era algo muy romántico!"

En el otro lado del confesionario se escuchaban sólo jadeos entrecortados.

"El muchacho que tenía atrás no tuvo muchas dificultades en introducirme su enorme virilidad en mi ya por entonces muy jugosa vagina. ¡Y creamé, padre, lo que se dice de los negros es cierto! Suponiendo que fuera el negro..., claro. Y el otro me había levantado la remerita y estaba jugando con mis tetones con verdaderas ganas, que ¡ni mi esposo ponía tanto entusiasmo en jugar con ellos!" (Chac-chac-chac-chac-chac) "¡El problema, padrecito, es que yo me estaba excitando, o casi excitando, lo que para una mujer fiel no está bien a menos que lo haga con su marido! ¡Pero ¿qué podía hacer?! ¡Si los rechazaba iban a pensar que los estaba discriminando, padre! ¡Por otra parte, el que tenía adelante, me plantó su gran trompa en mi boca y comenzó a darme un beso de lengua que me hizo elevar los ojos al cielo! ¡¡¡Y esa fue mi salvación!!! ¡Porque encomendé mi espíritu a Dios, rogándole que no me dejara caer en la tentación, porque una es de carne, padre! Y cuando el muchacho de adelante me hizo agachar poniéndome su gran poronga en la boca, no vacilé en homenajearla con mi lengua, mientras mi alma seguía centrada en Dios. Así que se la succioné realmente con devoción, porque a mí la idea de Dios me sumerge en un estado devocional." (chac-chac-chac-chac-chac-chac) "¡Y centré mi mente en la imagen del rostro de Armando, mi marido, rodeándolo de un halo dorado que representa mi amor absoluto por él. Y cuando la poronga en mi boca comenzó a echar chorros, sentí que la prueba ya había pasado. Y me quedé esperando que la que tenía en mi vagina hiciera lo mismo. Cuando empezó a pulsar y a llenarme la concha de semen, di un suspiro de alivio, bueno en realidad me corrí por segunda vez, feliz de haber salido tan airosa del trance! ¡Tan contenta estaba que no me importó que los muchachos cambiaran de lugar! Cuando siento que mi fidelidad sale triunfante de trances así no me cuesta ser generosa Y creamé padre, en esos momentos me invade una sensación de placer que sólo la puede brindar la fe! ¿No es cierto, padre...?... ¿Padre...?... ¡Padre!" exclamé alarmada por tanto silencio, pero pronto me tranquilicé, al escuchar su repiración cansada del otro lado de la cortinita.

"¡Yo no entiendo por qué les causo ese efecto a los hombres, padre! ¿A usted le parece que mis pechos son para tanto, padrecito?" y me levanté la remerita para que el confesor pudiera ver mis tetones al aire. Del otro lado se escuchó un gemido. A modo de prueba, yo bamboleé mis tetones a izquierda y derecha, varias veces, y hubo varios gemidos en correspondencia, y los chac chac se hicieron más rápidos. Era inútil, el padre seguía siendo crítico con respecto a esas manifestaciones mías. Yo no veía por qué, ya que para mí un padre confesor es como un médico. Aunque ahora que lo pienso, la última vez que fui al médico, al pobre hombre también le comenzaron a pasar cosas raras. "¡Padre, dígame por favor que no es pecado tener un lindo culo!" "¡Véamelo y dígame si está mal!" y en un arrebato de fe en la iglesia, me levanté la faldita y le puse el culo desnudo contra la ventanilla. Los chac chac comenzaron a sucederse a un ritmo vertiginoso.

Como el padre no decía nada pensé que no había interpretado mi gesto de confianza, porque ese día no estaba usando braguitas, pero cuando iba a retirar mi culo, escuché su voz temblorosa y jadeante que en medio de los chac-chac-chac me pidió "¡no... lo... saques... todavía... precio... sa, que me fal... ta po... qui... too...!" Y me di cuenta de que mi demostración había logrado demoler su oposición y que le faltaba poco para comprenderme, así que le dejé el culo, e incluso lo moví un poco para que pudiera completar su entendimiento. Y le debe de haber venido, pues después de un montón de chac chac más y unos jadeos cada vez más rápidos, el padre concluyó con un gran gemido de comprensión. Y sentí que mi faena estaba hecha. "¿Tengo su bendición, padre?" "Sí, hija mía," dijo con voz cansada y todavía jadeante, "¡no sabes cuanta bendición me surgió durante tu relato! ¡Y dos veces! ¡Estas confesiones están cada vez mejores...!"

"¡Gracias, padre, por su perdón y bendiciones! ¡Usted no es tan duro como quiere hacer creer!"

"Bueno, hija mía, al principio me voy poniendo cada vez más duro, pero al final estoy bastante blando, porque comprendo que tu no cargas culpa..."

Y me fui del confesionario contorneando mi figura a cada paso de mis tacos agujas, pero feliz de haber dejado un sacerdote satisfecho, detrás de mí. FOTOS

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