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Demasiado Timida para Oponerme - 17ª Parte

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Este sábado Armando, mi marido, me dijo que su hermana Fanny andaba con problemas y que me pedía que la acompañara por la noche, porque no se sentía bien. Naturalmente, accedí.

Durante las vacaciones de verano en Punta del Este, en la casa del novio de Fanny, habíamos hecho buenas migas entre nosotras, aunque al principio pensé que era un poco atrevida. Pero después dejé de pensarlo.

El atrevido era José, su novio, que intentó propasarse conmigo y casi lo logra. Pero nunca me decidí a contarle esto a Fanny, para conservar la unidad familiar.

A media tarde me arreglé bien coqueta, para levantarle el ánimo a Fanny, desde su misma puerta de entrada, y me fui para su casa, despidiéndome de Armando hasta el otro día.

Coqueta, pero informal, como siempre. Al fin de cuentas no iba a andar tratando de impresionar a la que casi era mi cuñada. De modo que fui con una de mis remeritas de tela fina, pues me gusta que mis tetones puedan respirar. Y mi faldita cortona, como ahora se usa, si bien mi cola ha subido dos talles desde que la compré, así que parece a punto de reventar bajo la potencia de mis glúteos. Pero no es cosa de ir presumiendo. Una se pone la ropa que tiene y no va a entrar en gastos sólo por el que dirán.

Fanny me recibió con mucho afecto. Inmediatamente me acostó en el sofá y se dio un banquetazo con mi concha. Yo me sentí muy conmovida por su demostración de cariño. "Así es como se hace que una familia sea unida" pensé mientras me iba elevando a las alturas.

Luego me explicó que no tenía ningún problema, pero que quería una compañera para ir a bailar esa noche. Me sentí muy aliviada de saber que no le pasaba nada malo. Así que cuando me sentó su concha en la cara me sentí muy feliz mientras me la refregaba y yo se la lamía con entusiasmo. Por alguna causa desconocida, me corrí lamiéndola. Supongo que una parte de mí gusta mucho de ser servicial con la familia.


Me contó que José, su novio, estaría ese fin de semana trabajando en la provincia, así que ella aprovecharía para salir con un muchacho que la venía rondando. Y que le pidió que trajera un amigo para mí. Le agradecí su atención, pero recordándole que, dada mi condición de esposa fiel a su hermano, no pasaría nada de tipo sexual entre ese muchacho y yo. Pero que igual la acompañaría, porque entre familiares debíamos ayudarnos. Fanny me sonrió y me dijo "esperá a que lo veas..." lo que no supe muy bien cómo interpretar.

Luego procedió a maquillarme. "No podés ir con la cada lavada" me explicó, "estarías fuera de lugar". Y me puso tanta pintura como se le dio la gana. Cuando me vi en el espejo, casi no me reconocí, tenía toda la pinta de una callejera, una buscona de las peores. "Eso es para animar a tu pareja, me lo vas a agradecer..." "con esto me parece que se van a animar todos" opiné, sintiéndome un poco extraña.

Faltaba poco para que llegaran los muchachos, cerca de la media noche, cuando llamó Armando, Fanny me pasó el teléfono. "¿Cómo está mi hermanita?" con ansiedad en la voz. "Mejor, algo mejor", le dije. "¿Voy para allá?" "¡Noo!" lo atajé, (los muchachos ya estarían por llegar), "ya nos vamos a dormir". Me dio las buenas noches y una serie de recomendaciones para que cuidara de Fanny, que escuché pacientemente, mientras ella con dedos suaves me acariciaba el coño por sobre la tela de la faldita. "Cualquier cosa que necesiten, llámenme, yo me voy a quedar despierto" "Mejor dormí" le aconsejé, mientras mi concha se ofrecía generosamente a las caricias de mi amiga, que siguió haciéndome de las suyas hasta que llegaron nuestros compañeros. Para cuando tocaron el timbre yo me estaba tambaleando próxima a un nuevo orgasmo. Pero Fanny fue rápidamente a abrirles, dejándome en ese lamentable estado. Creo que lo hizo a propósito.


Los dos muchachos entraron en el living exudando algo salvaje, se los veía muy machos. O al menos eso fue lo que yo sentí, aunque las caricias que había estado recibiendo podían tener algo que ver con esa sensación.

El de ella era más bien bajito, y no me pareció gran cosa, al punto que llegué a pensar que debía tener algo muy grande escondido el petizo. Posiblemente fuera su simpatía, o sus dones intelectuales.

En cuanto al que me correspondía a mí, tuve que tragar saliva. Era decididamente alto, con un toque de rudeza, quizá dado por su barba negra de dos o tres días, o por el tono moreno de su piel. Y, sin duda, tenía olor a macho. Tanto que tuve que mirar para abajo para ver qué portaba bajo el jean. Casi salgo corriendo. Bajo la dura tela se apreciaba un bulto enorme, como su llevara un gran miembro enrollado. ¡Y no estaba para nada erecto! ¡ese era su tamaño en reposo! Desvié la mirada rápidamente, para encontrarme con sus ojos, que no se habían perdido nada. "Yo soy Andrés" me dijo con su voz ronca y varonil, tomando mi mano entre las suyas. Yo me quedé tartamudeando por la impresión, y porque la sensación de esas manos fuertes y calientes me quitaba mi capacidad de charla social. "Ella se llama Julia" dijo Fanny con una carcajada, al ver como me había puesto. "Es la mujer de mi hermano", completó.

El hombre, porque eso era mucho más que un muchacho, recorrió mi figura de arriba abajo, deteniéndose en mis abundantes tetones, en mis caderas, en mis bien torneados muslos y siguió hasta mis zapatos con tacones aguja, sobre los que me estaba tambaleando en situación algo inestable, por los nervios. El examen pareció haberle satisfecho, porque tomándome por el brazo me conduzco hacia el coche. Para recordarme mi condición de esposa fiel, traje a mi mente el rostro de Armando, y vi su rostro dormido. "Por suerte, ya debe estar durmiendo" pensé, plenamente conciente de la mano viril que tenía en el brazo, produciéndome dulces sensaciones con su rudo contacto. Así que, dando risitas tontas, me introduje en el auto. No me molestó que pusiera la malo en mi cola para ayudarme a entrar al vehículo. Ni tampoco que mantuviera el contacto, acompañando a mi culo sin dejarlo en ningún momento, con su grueso dedo medio entre mis glúteos, como si los estuviera saboreando. Tuve esa impresión, al menos, pero no me molestó, sino todo lo contrario, ya que lo interpreté como una gentileza de su parte, así que lancé más risitas tontas y me dejé tocar el culo.

Y no dejé de emitir risitas tontas en todo el viaje. Él me decía cosas por lo bajo en el oído, con su voz tan viril, y aunque no entendí ni palabra, no podía dejar de reirme. Quizá por el picor íntimo que esa voz cálida me producía. De cualquier modo tenía muy en claro que reírse no es ser infiel, y que la seguridad de mi matrimonio no corría peligro alguno. Pero, por alguna causa, no pude dejar de seguir riéndome como una tonta todo el tiempo.


Al terminar el viaje me había tranquilizado bastante. Apenas se sentó a mi lado en el asiento trasero del coche, Andrés puso su brazo por encima de mi hombro, y vi como acercaba su cara a la mía. Y antes de que pudiera reaccionar, me había dado un beso, sabroso sí, pero corto, como para presentarse. "Para romper el hielo", me dijo. "¿Qué hielo?" dije yo, y me tenté nuevamente. Pero después me quedé tranquilita, apoyada contra su hombro, que me brindaba un sentimiento de seguridad. Su mano acariciaba mi hombro, aunque a veces bajaba un poco más de la cuenta, pero todo dentro de lo normal. Yo me quedé algo adormilada, con la imagen del rostro de mi esposo Armando, como un ángel guardián que supervisaba mi sueño.


Cuando bajamos, Andrés me ayudó con su mano, igual que antes. Se ve que es su modo de ser cortés, pensé. Mi culo agradecido, porque una caricia afectuosa no le hace mal a nadie.

Pero ya en la disco las cosas se pusieron distintas. Fanny y su amigo se fueron a bailar, perdiéndose entre el gentío de parejas que se movían desenfrenadamente. "¿Vamos nosotros también?" me preguntó Andrés tomándome de la mano. Al sentir el calor de su piel no pude negarme. Por suerte en la pista tocaban un tema lento, así que no tuve que andar bamboleando mis redondeces. Con una mano en mi cintura, Andrés me apretó fuerte contra su cuerpo. Ahí sentí que era oportuno aclararle las cosas. "Andrés", le dije, "yo no sólo soy una mujer casada, sino una mujer casada que ama a su marido". "Qué bien" susurró su caliente voz en mi oído. Y pude sentir los pelos de su mejilla contra mi rostro. Pero no fue lo único que pude sentir, porque nuestros cuerpos seguían pegados el uno al otro, durante todo el trayecto hasta abajo. Mis melones contra su pecho, mi cintura contra la suya, mis muslos contra los suyos... Y entre ellos, justo donde se abrían, el bulto inconfundible de su tremenda manguerota enrollada. Era inútil intentar disimularlo. "Espero que esa cosota no se pare, Andrés", le dije con algo de temor. "porque yo no soy una mujer infiel..." concluí el concepto, para que lo tuviera bien en claro. "No te preocupes, tendría que excitarme para que eso ocurriera" contestó la voz gruesa en mi oído, mientras abajo la manguerota se apoyaba más en mi intimidad. Su respuesta me amoscó un poco, ¿quería decir que yo no le resultaba excitante? Me pareció una insolencia de su parte. "¿Entonces no corro ningún riesgo si se producen algunas frotaciones por allí abajo?" le susurré con voz deliberadamente sensual. Le daría una lección al tipo ese. "Ninguno" corroboró la voz en mi oído, mientras la manota en mi cintura me apretaba aún más contra su cuerpo, haciéndome sentir el enorme bulto contra mi intimidad. Me froté un poco, para probar la verdad de sus palabras. Y nada. Me froté un poco más. Y como tampoco hubo respuesta alguna, comencé a frotarme con insistencia contra el bultote, con mi conciencia de esposa fiel bien tranquila, ya que si al tipo no se le paraba, no había modo de considerar esto como una cosa sexual. Así que le seguí frotando el bultote con mi coño, con deliberada insistencia.

Hacía calor allí, y más calor entre nuestros cuerpos, y más calor aún en mi coño, ya que tanta fricción estaba produciendo sus efectos. Por mi nariz entraba su olor a macho haciéndome sentir un poco mareada. Y seguí con mis frotaciones, teniendo por única respuesta una caricia en mi espalda de la fuerte mano que me estrechaba contra su cuerpo. Pero yo estaba empecinada, decidida a sacarle una respuesta corporal, y seguí frotando mi intimidad contra la suya. Al fin obtuve una respuesta, su mano bajó hasta mi culo, empujándome más contra su bulto, con lo cual la restregada se hizo más intensa. Esto me estaba produciendo un picor en mi cosita que no había previsto. Llevábamos unas tres piezas bailadas, así que le pedí que me llevara a la mesa, el me condujo con la mano en mi culo y mientras caminaba pude sentir cierta humedad en mi entrepierna. El problema era que el picor en mi entrepierna se había lanzado, la zona parecía un hornillo, y cuando por fín me senté, me corrí silenciosamente sobre el asiento. Agradecí al Señor el no haberme corrido antes, ya que podría haber sido mal interpretada. Así que seguí corriéndome, con los muslos apretados, en medio de las intensas pulsiones de mi coño.

Cuando la visión se me volvió menos turbia vi la sonrisa en los ojos de Andrés, que me observaba con simpatía. Me sentí bastante confundida y no sabía muy bien donde estaba, pero sentí que debía continuar la conversación con naturalidad, para disimular mi turbación, pero tampoco recordaba de qué conversación se trataba, así que farfullé lo primero que me vino a la cabeza: "muy, muy fiel, jamás engañaría a mi marido..." No supe por qué me había salido eso, pero me pareció que no estaba mal. Andrés, por su parte, se rió, y me sirvió más champagne en la copa. Le expliqué que no acostumbraba beber desde que vi que a una amiga mía el alcohol la convertía en una mujer fácil, bueno, más fácil. "Mejor" dijo Andrés, mientras continuaba reponiendo la bebida en mi copa.


Al ratito giró su torso hacia mí. "¿No te intriga saber por qué no se me paró mientras bailábamos?" Casi me atraganto con la bebida. "N-no, n-no," alcancé a tartamudear, "ni se me pasó por la cabeza". "¡Mentirosa!" se burló el hombre. "Pero si no te interesa no te cuento" y giró nuevamente, dándome su perfil. "No es que no me interese" dije tratando de no ser descortés, "si te hace sentir mejor, contámelo".

"En realidad sí se me para, y no sabés cuanto..." El tema había atrapado mi atención. "A mí lo que me calienta son las tetas", continuó. Involuntariamente me moví como para que notara mis melones. "Cuando juego con tetas me pongo a mil" "Ah, sí...?" balbuceé. "Y tengo que tener el miembro afuera, sino después no lo puedo sacar del pantalón" "¿Ah, no... ?" volví a balbucear, tragando saliva. "No, porque me crece y me crece y me crece y se pone rígido y caliente", volví a tragar saliva. "Yo te lo mostraría, pero vos sos una mujer casada y enamorada de su marido" me explicó. "Cla-claro" musité. "Porque la mayoría de las mujeres, cuando ven lo grandota que se me pone parada, se vuelven locas, hasta las casadas", agregó. "Se agarran a mi palo con ambas manos y me lo acarician, amasan, estrujan, besan y lo aprietan contra sus cuerpos ¡hasta acaban!" Yo sentí que me estaba poniendo húmeda. "Por desgracia vos sos una mujer fiel y no te la puedo mostrar..." continuó Andrés. "Sí, por desgracia..." musité yo incoherentemente. "Es una pena" agregó, "porque me gustaría que vieras el grosor del tronco, cuando se pone duro, y como se le marcan las venas..." "Sí, es una pena" concordé, absorta en la imaginación de aquel gran miembro. "¿Y se te pone muy colorado?" me sorprendí preguntándole impulsivamente. "¡Síi, no sabés cuanto! ¡La cabezota se me pone roja, a veces casi morada, y el tronco es más bien oscuro...!!" dijo con entusiasmo. "Pena que nunca vayas a poder vérmelo..." "Pena, sí..." musité. "Además necesitaríamos un lugar cerrado, para sacarla afuera del pantalón mientras jugaría con tus tetones" dijo mirándomelos con lujuria. A estas alturas mi entrepierna ya estaba casi burbujeando. "Un lugar cerrado, como el coche" continuó, implacable. "Así yo besaría tus tetones, y los amasaría y los chuparía y les haría todo tipo de cosas, mientras vos verías como se me iría desplegando el miembro" Yo tenía la boca llena de agua. Y traté de recurrir a la imagen del rostro de mi Armando, para tranquilizarme, pero estaba durmiendo, así que me quedé sola frente a ese hombre, que me dominaba con su sola presencia y sus palabras.

"Es una pena que nunca puedas regodear tus ojos con mi poronga" dijo con un lenguaje un poco inapropiado. "A menos.... a menos que..." "¿¿Sií??" pregunté con la voz quizá un poco demasiado ansiosa. "A menos que lo consideráramos un experimento científico" dijo él, "eso no podría considerarse una infidelidad" "N-no" concordé, "¡eso no sería infidelidad!"

Y nos fuimos derecho para el coche, siempre conducida por su mano en mi culo. Una vez dentro, él desabrochó su bragueta sacando su gorda manguera flácida. Tenía más del doble del tamaño de la de mi amado Armando en estado de erección. "Eso sí" se detuvo antes de empezar, "aunque para vos sea sólo un experimento, yo me tengo que calentar, así se me para..." "Cla-claro" balbuceé haciéndoseme agua la boca. "Y aunque vos no sientas nada cuando juegue con tus tetonas, yo sí tengo que sentir, ¿me comprendes?" Le aseguré que lo comprendía. Y me tendí sobre el asiento para que él pudiera jugar con mis melones.

Primero, sin quitarme la remerita, comenzó a tocármelos a través de la delgada tela. Luego de diez minutos de la toqueteada, yo había entrado en un estado próximo al lirismo. Andrés continuaba amasándomelos y acariciándomelos sin detenerse más que para apretar mis pitones a través de la tela. Mis braguitas estaban completamente encharcadas, pero yo esperaba que él no se diera cuenta. Con las palmas abiertas hacía amplias rotaciones sobre mis melones, frotando mis pezones de paso. Luego pasaba a aferrármelos, imprimiéndoles distintos movimientos rotatorios, mientras mis jadeos se iban haciendo más ostensibles. Después volvían a mis pitones, torturándolos a través de la remerita. Yo me había puesto loca por tanto tocamiento, amasamiento y pellizcamiento, y procurando que no se me notara dejé que los temblores invadieran mi bajo vientre mientras me corría con estremecimientos. Pero traté que el hombre no se apercibiera, para que no pensara que yo estaba faltando a mi parte del trato.

Cuando volví a mirarlo, su miembro había engordado mucho, aunque todavía no se había parado, pero ya era una cosa imponente. Así que elevando los ojos al cielo, encomendé mi virtud material al Señor, dejando mis tetonas en manos de mi compañero.

Después de unos veinte minutos me sacó las tetas afuera. Fue tan grande la impresión de sentir sus manos piel contra piel contra mis tetones, que me corrí nuevamente, claro que ya venía recibiendo una abundante preparación para eso, pero igual traté de que no se notara, y sólo me permití exhalar un gran suspiro.

Andrés era metódico en sus tocamientos. Estuvo un largo rato agarrando mis enormes pechos por los pitones, estirándomelos y luego empujándomelos hacia dentro, una y otra vez, manteniendo un ritmo lento e implacable. Yo sentía como si mis tetones ya no me pertenecieran, y presenciaba el sádico juego de Andrés como si fuera una extraña. Eso sí, una extraña que se corría por las sensaciones que estaba experimentando en sus tetas.

Pero Andrés era completamente respetuoso de mi condición de mujer casada. Y sólo se dedicó a mis tetones, sin intentar calentarme.

Cuando volví a mirar, su sexo iba camino a la erección, aunque ya semi-erecto era algo completamente impresionante.

Andrés puso su boca sobre uno de mis pezones, abandonándolo tan sólo para besarme una y otra vez el tetón con su boca húmeda y caliente, mientras continuaba agasajando mi otra teta. Yo ya estaba viendo pajaritos de colores, con la mirada vidriosa y extraviada. Pero como él seguía comiéndome las tetas, creo que no se dio cuenta de cómo me estaba corriendo una y otra vez.

"¡Ya está!" exclamó triunfal, y guió mi cabeza para que pudiera admirar su tremendo pene en furiosa erección. "¡¡¡ahh!!!" exclamé con la voz ronca, mientras la sola visión de semejante pedazote hizo que volviera a correrme.

"Ahora estoy con un problema" me confesó el hombre con gesto compungido. "N-no no parece" farbullé viendo cimbrar ese portento ante mis ojos. Parecía un monumento al falo.

"Lo que pasa" me explicó serio, su enorme miembro continuaba vibrando suavemente ante mis azorados ojos, "es que una vez que se me para, necesito que alguien me ayude a bajarlo..." y agregó con voz preocupada: "debí haberte avisado antes" "Naturalmente, podés negarte, no tengo derecho a pedirte que me ayudes..."

"¿... y q-qué tendría que hacer?" pregunté deseosa de sacar al pobre hombre en la situación en que se había metido por hacerme una demostración.

"Lo que te parezca, lo que se te ocurra, deja que tu imaginación vuele, apela a tus sentimientos", me pidió con cierta ansiedad en la voz.

Así que, dispuesta a auxiliarlo inmediatamente, puse manos a la obra. Bueno "obra" es un modo de decir. Le agarré la gran porongota con ambas manos, sin casi poder cerrarlas dado su enorme grosor. Estaba caliente y si no fuera un sentimiento ajeno a mi condición de esposa fiel, diría que me calentaba aferrar ese tremendo salchichón duro y pujante. Bajar eso parecía una tarea imposible, pero me aboqué a ella con fervor. Durante quince minutos estuve pajéandolo con ambas manos, pero no alcanzaba, así que me decidí a recorrerlo con mi caliente boca mientras se lo lamía de base a punta. Mientras estaba abocada a mi noble tarea me volví a correr, aferrándome de la gigantesca polla para no caerme. Pero seguí chupándosela, pajéandosela y apretándosela con todo el entusiasmo que me salía, que era mucho. La verdad es que estaba enloquecida con esa porongota, sobre todo porque al no haber penetración mi condición de esposa fiel no correría riesgo.

Poniendo la boca bien abierta sobre el glande, aunque no podía introducírmelo le daba todo mi calor, y con las manos le hacía una paja apasionada, esperando que pronto se me llenara la boca de la leche del pobre hombre. Pero, aunque la cosa iba avanzando, y yo seguía corriéndome de pura pasión solidaria, todavía faltaba. Así que pronto, poniéndome de cuclillas entre sus piernas, me abracé a esa maravilla dura y caliente, rodeándola con mis tetones. Ahí sí, sentí una diferencia. Andrés echó un gemido y su poronga dio un salto, sin duda de excitación. Así que comencé darle al arriba y abajo, una y otra vez, en una caliente y tierna paja entre mis tetones, hasta que sentí que comenzaba a estirar las piernas, mientras exhalaba exclamaciones de placer. Por mi parte tampoco la estaba pasando del todo mal, el olor que emanaba esa poronga me estaba poniendo muy, pero muy, romántica, así que yo también acompañaba sus gemidos con los míos.

La paja con mis tetones era incansable y entusiasta, sentía el tronco ir y venir mientras lo amasaba con mis melones. Y yo continuaba loca de pasión solidaria, aunque alguien podría haberla confundido con lujuria. Y cuando sentí los estremecimientos crecientes anunciando su inminente orgasmo, me apliqué a fondo, arreciando contra esa virilidad atrapada por mis pechotes, apretándolo y estrujándolo hasta que, hinchándose aún más, comenzó a escupir grandes chorros de leche que me llenaron la cara, la boca, los tetones, los hombros y el pelo. Naturalmente, ante tanta respuesta de su naturaleza viril, volví a correrme, quedando abrazada a su choto mientras paladeaba el gusto de su leche. Fue un momento romántico, verdaderamente, de esos que sólo se dan entre grandes amigos.

"Gracias" dijo con voz ronca cuando se fue reponiendo. "No fue nada" dije poniendo mi mejor tono de samaritana en la voz, "es lo menos que podía hacer por un caballero tan amable"

"¿Sentiste en algún momento que peligraba tu condición de esposa fiel?" preguntó con dulzura.

"Para nada", le tranquilicé, mientras con mi lengua le limpiaba los últimos restos de semen en el prepucio.

"Ah, que bien" suspiró aliviado, "tu marido es un hombre muy afortunado".

Y me dejó que se la continuara chupando hasta que regresó a su tamaño normal. Fue un gesto de afecto por mi parte, que no le molestó.


Cuando volvimos a la disco, Fanny notó los gotones de semen seco en mis cabellos y lanzó una carcajada de aprobación. "¡Veo que lo han pasado entretenidos!" festejó. "¡Nosotros también!" dijo, señalando al petizo que con grandes ojeras aparecía desvencijado en su sillón, completamente dormido. "Te lo prestaría" comentó, "pero creo que lo he dejado totalmente seco. Hoy ya no le queda nada para ordeñar."

Los muchachos nos devolvieron a la casa de Fanny bastante borrachas y contentas. Eran cerca de las siete de la mañana, y pensé que mi Armando todavía estaría durmiendo. "Mejor", pensé, "mucho mejor", mi Armandito trabaja mucho durante los días de semana, y tenía bien merecido su sueño dominguero.

"¿Te metió su porongota?" preguntó mi casi cuñada, ya desnudas en la cama. "Noo" contesté sin que pudiera evitar un dejo de nostalgia. "Me pregunto que habría pensado mi hermano, si hubiera visto a su fiel esposita, salir vestida como una puta, con un muchacho grandote y chuparle la pija. ¿Por qué se la chupaste, no?" "Entre otras cosas dije", sintiendo que su mano avanzaba sobre mi pubis. "Pero creo que Armando no hubiera interpretado bien la situación" dije mientras abría las piernas para que mi amiga se diera el gusto. Al fin de cuentas mis partes bajas no habían recibido visitas viriles esa noche, así que dejé que se solazara con ellas.

Cuando el teléfono me despertó, al medio día, descubrí que estaba en un sesenta y nueve con el culo y la concha de Fanny sobre mi rostro. "¿cómo está mi hermanita?" preguntó ansiosamente Armando, "ahora se ha puesto arriba" le contesté, mientras le daba una lamida entre el coño y el ojete, ante la cual Fanny removió la zona con placer. "¿Y mi amorcito?" "Un poco cansada, ha sido una noche larga..." "Claro" contestó comprensivo. "¿te venís ya?" "Seguramente me vendré en un rato" dije, sintiendo la lengua de Fanny puesta a trabajar. "Aunque mejor me quedo hasta media tarde" agregué antes de lanzar mi lengua sobre el ojete de su hermana.


Me gustaría leer los comentarios que te provoca mi devoción familiar, mi solidaridad con el prójimo y mi estoico espíritu de mujer fiel a su esposo. Puedes enviármelos a bajosinstintos4@hotmail.com

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Demasiado Timida para Oponerme - 16ª Parte

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-¡Hoy es mi prueba de combate con un hombre!- le anuncié triunfal a mi marido en el desayuno.

-¿Querés que vaya a ver como lo vencés?- preguntó Armando, siempre gentil.

-No, mejor no- dije pensando en el fornido muchachón- si ves como le gano a pelear a un hombre, podrías tomarme miedo, y eso no me gustaría, mi amor.

-Como gustes, cielo.


Y me fui por las calles con paso cantarino, pensando en qué buena idea había sido tomar ese curso de defensa personal, para poder defender mi honra matrimonial de tanto asedio a mi fidelidad. Las calles estaban arboladas y todo irradiaba alegría.

A llegar al gimnasio me recibió la negra directora. "¡Aquí viene nuestra nueva graduada!" comentó con tono halagador. Y me llevo directamente al gimnasio para presentarme a mi oponente, que estaba haciendo complemento de pesas en la sección de aparatos.

El fornido muchacho se paró como un resorte al verme, y durante la presentación sus ojos recorrieron mi cuerpo, casi diría que golosamente. Pese a la impresionante musculatura que ostentaba, no era uno de esos culturistas depilados, sino que ostentaba pelos en el pecho, los brazos, las piernas y a donde a una se le ocurriera mirar. Era bastante más alto que mi marido, y pensé en el placer que sentiría luego de haber vencido a semejante bestia. La directora me dijo por lo bajo: "¡No tengas piedad de él! ¡Humíllalo, zarandéalo, demuéstrale quién manda!" mientras le hacía un guiño al muchachón, que no sabía lo que le esperaba, pobre hombre. Casi me daba lástima.

Una vez en el ring tuve ocasión de examinarlo bien, ya que ambos vestíamos apenas unos shortcitos. Yo no hice uso de la ventaja que me daba el reglamento, de usar una prenda superior para cubrir mis pechos, ya que no quería tener ninguna ventaja sobre mi contrincante que no podía usar nada para cubrir su velludo pecho. Quería una victoria justa e inobjetable. Quizá con un poco de picardía, lo reconozco, ya que vi que sus ojos se desviaban frecuentemente hacia mis tetones, que a propósito erguí, para mantenerlo distraído.

Después de unas breves instrucciones de la negra, que oficiaba de árbitro, sonó la campana que daba comienzo al round.

Comencé a bailotear frente a él, con ágiles pasos y saltitos que hacían rebotar mis melones para todos lados. Sus ojos estaban desorbitándose, pobre muchacho. De pronto, me lancé hacia delante, y le propiné un jab en el estómago. No pareció acusar recibo, o quizá sí, ya que pude observar un bulto prominente bajo sus pantaloncillos. Parece que disfruta del castigo, pensé. Y si así era ¡tendría todo el castigo que quisiera! Y me abalancé hacia delante, lanzándole una seguidilla de mis poderosos golpes nuevamente al estómago, ya que la barbilla me quedaba demasiado alta y pinchuda Y me retiré inmediatamente, fuera de su alcance, como Muhamad Alí "pica como avispa y vuela como mariposa". La técnica me estaba dando resultado. Si bien él parecía no sentir mis golpes, su polla denunciaba lo contrario, estaba enorme, bajo el pantaloncillo. Terminamos el round sin novedades, y volví a mi rincón sin haber recibido un solo golpe. Está bien que tampoco los había recibido, pero atribuí eso al desborde que le había producido con mi velocidad. Mi couch, que era la rubiecita de la segunda lección, me llenó de instrucciones. Pero yo no la estaba atendiendo. Por un costadito del pequeño short, a mi rival le estaba saliendo afuera un cacho de nabo bastante impresionante, cuya erección no había podido ser contenida por el pantaloncito. "Quedate tranquila", le dije a la rubiecita, "que ya lo tengo". Sonó la campana que anunciaba el segundo round. Me levanté como un relámpago y comencé otro ataque vertiginoso contra su estómago. Su falo acusó el castigo, saliéndose completamente del pantalón y apuntándome como un dedo acusador. Pero qué dedo, sentí que me había humedecido un poco. Jab, jab, directo, uno dos, le apliqué todo el repertorio, sin que él acusara el castigo, pero a juzgar por el tamaño que había alcanzado su impresionante tranca, lo tenía casi grogui. Quizá la confianza me traicionó. Porque de repente se me puso todo negro y comencé a ver pajaritos de colores. Cuando volví en mí, tenía al muchachón entre mis piernas y su ardiente falo enterrado en mis profundidades. Evidentemente, cuando me vió en el suelo, me sacó el pantaloncito para que pudiera respirar. Y luego debe de haberse tentado, pobre muchacho. Así que cuando volví en mí, me encontré completamente empalada por una tranca que iba y venía con pujante entusiasmo dentro mío. Miré a la árbitro a ver que hacía, pero la robusta negra lustrosa nos estaba mirando muy interesada. Evidentemente, lo que estaba ocurriendo era permitido por los reglamentos. Y el muchachón me estaba dando unos vaivenes que me pusieron nuevamente a ver pajaritos de colores. Por suerte nada de esto podía considerarse una infidelidad de mi parte, ya que estaba comprendido dentro de los reglamentos del boxeo. Y mi rival debía de haberse entrenado mucho, a juzgar por los enterrones que me daba. Mis jadeos iban subiendo de tono, y como la cosa en cierto modo me gustaba, traté de fijar mi mente en la imagen de Armando, para evitar las tentaciones que me pudieran llevar a cometer una infidelidad. Y el muchachón continuaba dale que dale. Intenté darle un jab al estómago, pero con tanto sacudón que estaba recibiendo, mi puntería no era la mejor, así que después de un par de intentos más, desistí. Miré hacia mi rincón en busca de instrucciones, pero la rubiecita parecía muy entretenida con una mano bajo su slip. Pero todo llega a su fin, o al menos yo, que acabé, con mi concha hecha una inundación. El muchacheen sintió los temblores de mi vientre mientras me estaba corriendo, pero continuó imperturbable con su mete y saca, con unas entradas y salidas de su suculenta polla, que me transportaron nuevamente al reino de los pajaritos. Comprendí que quizá, desde su punto de vista, me estuviera cogiendo. Y me volví a correr, porque él no había menguado el ritmo que le daba a su tranca, tan gruesa que tanto al entrar como al salir me seguía frotando el clítoris. ¡Jamás había supuesto que gozaría tanto durante un entrenamiento! Me llamaba la atención el ritmo gimnástico de esa polla tan distinto del modo laxo en que me la metía mi marido. Claro, Armando no es un gimnasta, ni tampoco tiene una poronga como esta, pensé, y volví a correrme entre gemidos y alaridos. Pero el muchachón seguía sin detenerse. Yo tenía las piernas totalmente abiertas y me sentía ensartada como una mariposa, con los brazos abiertos en cruz. Entonces pensé que no debía mantener tanta pasividad, ya que eso era un combate, y le rodeé las nalgas con mis piernas, mientras con los brazos le abrazaba la peluda espalda. Mi boca estaba enterrada con el abundante vello de su pecho, y para entretenerla comencé a chupárle los pelos con labios hambrientos. Ahí fue cuando mi rival comenzó a acelerar sus movimientos en un ritmo cada vez más acelerado, mientras yo, embriagada en la tierra de los pajaritos de colores agradecía al Señor por el modo en que me estaba ayudando a superar esa nueva prueba. No sé si me contestó, porque los pajaritos hacían un alboroto que tapaba todos los demás ruidos.

Pronto su enorme tranca procedió a dar enérgicas sacudidas en mi interior, enviándome sus chorros de leche caliente hasta las entrañas. Cada dos o tres chorros, me la sacaba y volvía a enterrármela, para seguir escupiéndome semen. Así cinco o seis veces, creo. Finalmente se quedó rendido sobre mi cuerpo, mientras cada tanto su polla seguía largando uno que otro chorrito. Ahí fue comprendí que tenía la victoria al alcance de la mano. Y saliéndome de abajo suyo como pude, lo di vuelta boca arriba y le agarré la polla, que estaba retornando a su tamaño normal. No la dejé. Él estaba casi inconsciente pero su polla comenzó a empalmarse nuevamente bajo los tocamientos de mis dedos y el calor de mi palma. Escuché un murmullo de aprobación por parte de las espectadoras. Y comencé a pajearlo sin que el muchachón atinara a reaccionar. Para no incurrir en pensamientos infieles, con la otra mano me acariciaba el clítoris. Esa iba a ser una victoria estrictamente deportiva. Pronto la polla alcanzó sus dimensiones de concurso, y yo me apliqué tenazmente a pajearla. No me llevó mucho rato hacer que soltara sus chorros al aire. Sonaron aplausos. Pero yo había apenas comenzado. Recordaba la consigna: destruir al rival, aplastarlo, no dejarle dudas acerca de quien era el amo. Así que, sin dejar que se le bajara, me la introduje en mi ano. El calor de mi ojete pudo más que su agotamiento, y sobre su cuerpo yacente su nabo volvió a erguirse, como un mastil, en toda su plenitud. Y me lo cabalgué a gusto, encomendando mi alma al Señor ya que cada tanto se me escapaba alguno que otro orgasmo. El muchacho seguía desvanecido bajo mi culo, pero después de un rato su pene cumplió con mi orto, soltando unos cuantos chorros.

Entonces decidí pasar a las etapas finales de mi victoria. Y sentando mi concha en su cara, me masturbé con ellá, llenándosela de jugos y pendejos. Dos polvos me eché. Y después, con gesto triunfal, le cubrí el rostro con mi culo. Estaba un poco cansada, pero me cogí su nariz una y otra vez, mientras jugaba con su polla. Removiendo mis sabrosos glúteos contra su cara, logré que se le empinara nuevamente, y se la seguí cabalgándo, mis manos le estrujaban el nuevamente parado nabo, hasta que me corrí, aplastándole la cara y consiguiendo las últimas emisiones, algo menguantes sí, de su semen. Y me levanté triunfante, dejándolo exánime a mis pies. La negra me levantó el brazo en señal de triunfo, en tanto que la rubiecita me aplaudía con un entusiasmo desbordado.

Luego me vestí y nos fuimos a la secretaría a tomar un café con tostadas. Estuvimos charlando animadamente un rato y, finalmente recuperada, me encaminé a mi casa.

Al llegar al hall de entrada me agarró el portero y me arrastró al sótano, para vejarme como todos los días. Y me cogió por el culo, me amasó los tetones, me comió la boca y jugó con su tranca por mi vagina. Y lo dejé, sabía que ahora podría haberle vencido cuando quisiera con mi entrenamiento, pero me dio pena, y la verdad es que estaba un poco cansada. Así que le dejé, y sacando alguno que otro orgasmo, no sentí casi nada. Cuando me puso a mamar su polla, luego de restregármela contra la cara, me tragué su leche gustosamente, ya que sabía que de ahora en más mi fidelidad marital estaba a salvo. Y lo dejé echarme dos polvos en el culo antes de dejarme ir. Mi portero es un tipo un poco morboso, y le gusta cogerme sin sacarme la tanguita, apenas separando mis braguitas para que entrara su pollota, pero cada quien tiene sus gustos. Y dejar que los demás se den el gusto con una no es ser infiel. Así que subí a mi departamento, casi flotando de tanta beatitud que llevaba conmigo.

"¡¡Qué ojeras, mi amor!!" dijo Armando al verme llegar, "¡tenés ojeras violetas!" "Es que tuve un día tremendo, amor." "¿Y como te fue en la pelea con el hombre?" "Bárbaro, lo puse a ver pajaritos de colores." "¿A él?" "Bueno, yo también vi pajaritos de colores" "Que bueno" dijo Armando mientras ponía los platos en la mesa.


Espero que mi experiencia te haya hecho comprender las ventajas de practicar lucha femenina, para poder defender mejor tu honra de mujer fiel. Si tienes cualquier duda o comentario, escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com

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Demasiado Timida para Oponerme - 15ª Parte

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Últimamente estuve pensando que para ser la clase de esposa fiel que soy, los hombres me están llevando con demasiada frecuencia por delante. Como me ocurrió con aquél enorme y peludo plomero que traje a casa para que me destapara las cañerías, pero que aferrando mi personita como si fuera una esponjita de baño me restregó arriba y abajo contra su cuerpo, sin el menor respeto. Y aunque todos los orgasmos que tuve fueron involuntarios, no me pareció bien que una mujer casada tuviera que recibir semejante tratamiento.

O con aquel hombre en el metro, que aprovechando lo apretados que viajábamos, apoyó su tranca contra mi intimidad hasta que los vaivenes del viaje me hicieron correr. Tuve que aferrarme a sus fuertes hombros para no caerme, muerta de vergüenza. O con el novio de mi cuñada, que intentó abusar de mi durante las vacaciones en su casa cerca del mar. Si yo hubiera sabido artes marciales o algo por el estilo, otras habrían sido las historias. Mi honra de mujer casada siempre estuvo a salvo, porque aún en esos atropellos y tantos otros, la cosa no pasó de un intento, porque yo elevé mis ojos al cielo, y encomendé mi alma al Señor, rogando que me evitara caer en la tentación, y con la imagen del rostro de mi amado esposo en mi mente, logré no sucumbir en la infidelidad, no importa los orgasmos que me produjeran esos bestias, ni lo abierto que me dejaran el culo ni cuan gordas fueran las pollas que me obligaban a chupar. Todo fue contra mi voluntad, y si bien tuve que recibir chorros de leche a torrentes por todos mis agujeros, yo no había sido infiel. Pero pensé que debía contar con una preparación mejor para poner a esos abusadores en su lugar, con actitudes más drásticas.

Así que decidí que debía aprender un poco de lucha. Y me inscribí en un instituto de lucha femenina que había visto cerca de casa, que prometía graduaciones rápidas. Y allí me encaminé, trotando por las veredas soleadas, con mi faldita cortona, mi remerita breve sobre mis tetonas desnudas y mis zapatos con tacos aguja que, si bien hacen que todas mis redondeces se bamboleen, dan más elegancia a mi andar. Me sentía orgullosa por la determinación que había tomado para defender mi honra con más solvencia, y las cosas que me decían los hombres a mi paso, no produjeron otro efecto que reafirmarme en mi decisión y algún que otro cosquilleo íntimo, pero a eso ya estaba acostumbrada.

La recepcionista, una morocha de grandes ojos negros, me pareció un poco machona. Me miró con mucha insistencia, deteniéndose en mis pechotes, pero pensé que quizá la pobre chica no había recibido la educación adecuada, y dejé que se diera el gusto mirándome cuanto le diera la gana. Total mi problema no eran las mujeres.

El martes a las cuatro de la tarde tuve mi primera clase individual. La profesora era una negra lustrosa, que también me pareció algo machona, quizá por lo maciza que era, el doble de mí en el sentido horizontal, pero me dije que era lógico que una mujer que enseñara lucha tuviera una contextura algo ruda. Me llamó la atención la enorme cabellera salvaje, que rodeaba su cara como una aureola de pelos enrulados, resaltando su piel suave y sensual. Me condujo al salón de entrenamiento, en cuyo centro habían erigido un ring de boxeo, lucha libre o lo que fuera, de dimensiones considerablemente más chicas que los profesionales. Subió ágilmente y dándome una mano me ayudó a subir también. Una vez en el centro del ring se desnudó, hizo que me desnudara –

Sólo debes contar con tu cuerpo- explicó, encarándome frente a frente. Y comenzó a instruirme. "¡Aquí peleamos para vencer!", dijo de modo contundente. "¡Y hacemos todo lo que sea necesario para vencer a la rival!" enfatizó. "S-sí, señora" tartamudeé algo intimidada. "¡Queremos destruir a nuestra rival! ¡Humillarla!" Su rostro había adquirido matices feroces. "¡Que no le quede ninguna duda de que somos superiores a ella!", avanzó hacia mí amenazadoramente. Yo comencé a dudar acerca de la conveniencia de haber ido allí. "¡Debemos golpearla, apretarla, machacarla, TRI-TU-RAR-LA!", abría su enorme boca tan cerca de mí, que prácticamente me escupía. "¡Usar todos nuestros recursos para lograr su dominación!" vociferó con ojos llameantes. "¡Derribar todas sus defensas y aplastarla sin piedad!" me gritó, mientras yo comenzaba a lanzar miradas subrepticias hacia la puerta. Pero ya era tarde, sus impresionantes melones casi tocaban los míos, me tenía acorralada contra las cuerdas. En su gorda boca brotó una sonrisa insidiosa. "¿Tu crees que podrías vencerme...?" "N-no, señora, y-yo sólo vine a aprender un poco de defensa personal..." logré articular, retrocediendo hacia la pared. Ella apoyó su mano entre mis pechos y me dio un tremendo empellón, haciendo que alcanzara la pared, del impulso. Y se me vino encima. "¡Debes atormentar a tu rival!" agregó, pellizcando mi tetón izquierdo. "¡Oiga señora...!" comencé a protestar, pero no pude terminar, un tremendo bofetón me dio vuelta la cara. "¡Defiéndete, puta!" gritó en mi cara, y otro bofetón la volteó hacia el otro lado. Involuntariamente las lágrimas acudieron a mis ojos. Sentía la cara roja y curiosamente, cierta inesperada humedad en mi intimidad. "¡Tienes que ablandar a tu enemiga!" continuó, dando pellizcones en mi pancita y golpes en mis tetones. Yo no sabía para donde escapar, y zás, otro bofetón. Entonces se me puso todo rojo y la ataqué a golpes de puño. "¡Eso, puta, muy bien!" sonrió recibiendo mi ataque en forma imperturbable. Mis golpes daban en sus enormes pechos, en su sólido estómago, en su cara. Y ella continuaba mirándome con una sonrisa de superioridad.

De pronto aferró mi cabeza con ambas manos y la colocó a la altura de sus enormes tetazas, y comenzó a moverlas de izquierda a derecha golpeando mi cara con tremendos tetazos de nock out. Sentí que las rodillas me temblaban, y la vagina camino a la inundación. Entonces se retiró hacia el centro del salón, mientras yo me quedaba temblorosa y tambaleante. Desde allí, con las rodillas algo flexionadas, el torso hacia delante y los gruesos brazos abiertos, me hizo gestos invitándome a atacarla. "¡Ven, puta, a recibir tu lección! ¿no querías que te enseñara como pelear? ¡Ven, puta, que te enseño!" y continuó haciendo gestos con las manos para que me le acercara. Incomprensiblemente comencé a obedecerla y a medida que lo hacía pude apreciar la rotundez de sus muslos y la comba de su vigoroso vientre, lustroso y proporcional a las medidas de esa bestia. Podía ver los enormes pezones que coronaban sus erguidos melonazos. Sacando fuerzas de flaquezas me animé y la ataqué, apuntando con mi cabeza a su estómago, esperando sorprenderla con la velocidad de mi ataque. Di un grito salvaje y me lancé.

En los cuatro pasos que mediaban entre nosotras, vino a mi mente la cara de Armando, mi esposo y único amor, por quien estaba haciendo todo esto. Si debía aprender a defender mi fidelidad debía seguir adelante en la lucha con esta bestia. Luego no habría hombre que pudiera intentar abusarme.

Cuando mi cabeza dio contra su estómago, rebotó y caí sentada de culo. Ella me miraba desde arriba, con las piernas abiertas, los brazos en jarra y una expresión de placer en su pérfido rostro. Avanzó con una pierna a cada lado de mi cuerpo dejándome ver su abundantísima pelambre púbica, lo que me causó una ínfima impresión. Dándose vuelta me dio una completa visión de su escandaloso culo, seguramente para seguir impresionándome. Sentí que estaba completamente indefensa frente a esa colosal mujer. Como si lo comprendiera me ofreció una mano para levantarme, pero cuando se la tomé, tiró fuertemente, haciendo que me estrellara contra sus prominentes tetones, mandándome nuevamente al suelo. Repitió la maniobra tres veces más, y cada vez era como si me chocara con una pared, sólo que esos melones me estaban poniendo cada vez más groggy.

Me levanté como pude y encaré a esa lustrosa negra poderosa e inconmovible. Su táctica de la humillación estaba dando resultados, por lo menos conmigo. Pero pensando en Armando, le tiré un puñetazo. Ella lo desvió y tirándome del brazo me puso un grueso pezón en la boca, y con la otra mano me apretó la cara contra el pezón. Me quedé muy sorprendida, e intenté darle una lluvia de golpes en el abdomen, pero ella continuó dándome una seguidilla de empellones contra su poderoso melón, que me fueron llevando hacia el fuera de combate. Sin saber como, encontré que mi boca se lo estaba mamando. "¡Así, mamacita!" me dijo la negra, mientras continuaba moviéndome la cabeza contra su tetón. Luego, sosteniéndome la cabeza, me sacó un pezón y me puso el otro, segura de su dominio. El olor de sus pechos me estaba mareando.

Después sacándome el pezón, me restregó parsimoniosamente el tetón por el rostro. El sabor de su piel era embriagante. Las rodillas se me aflojaron y poco a poco llegué al piso. Había tenido un orgasmo, sin darme cuenta.

"¿Te dije que tenías que humillar a tu rival?" dijo la negra sentando su gran peso sobre mi estómago, mientras sonreía con sorna. "Cre-creo q-que s-sí..." todavía mis ojos veían su rostro en forma neblinosa. "¿Y crees que ya te he humillado lo suficiente, puta?" y me dio un beso con su gorda boca, revolviendo su lengua dentro de la mía. Me quedé sin respiración. "¡Ahora vas a ver lo que es humillación, putita!" y pude ver como esa peluda concha iba avanzando hacia mi cara, en forma lenta, casi sádica. El peso de la rotunda negra me tenía dominada, y nada podía hacer para evitar el ineluctable fin de ese avance. Y su peluda concha llegó a mi boca, y comenzó a restregarse contra ella. "¡Lame, puta!" y yo elevé mis ojos al cielo, y le di a la lengua. El sabor de sus jugos despertó en mí la necesidad de tragarlos, como si fueran alimento. Allá arriba escuchaba a la negra jadear y gemir de placer, mientras continuaba su restregada de concha contra mi rostro. Esa negra me tenía literalmente a sus pies, bueno, a su concha, que iba y venía, dándose placer a mis expensas. Su escandaloso olor me tenía en estado de embriaguez. Y esa embriaguez fue invadiendo mi cuerpo hacia abajo, hasta que mi concha se puso loca y me corrí bajo esa concha abusiva que continuaba dándose gusto con mi cara. Los jadeos de la negra fueron aumentando de ritmo y de volumen y sus restregadas contra mi rostro se fueron haciendo más lentas e intensas; hasta que se quedó abierta y apretada como una sopapa contra mi faz, mientras allá arriba escuchaba lo gemidos de la negra que estaba acabando. Pude sentir cada una de las pulsaciones de su acabada, mientras mi rostro se llenaba de sus jugos y mi nariz no tenía más aire para respirar que el que salía de esas profundidades. Fue un momento interminable en el que creí que moriría ahogada por esa gran conchaza pulsante, y al borde de la casi inconciencia me corrí nuevamente. Luego de una eternidad, la negra dio por terminada su acabada y se levantó, dejándome en el suelo, hecha un guiñapo. A través de mis ojos vidriosos pude verla caminar, con sus pulposos glúteos moviéndose a cada paso, como si estuvieran moliendo algo. Creo que eran los restos de mi resistencia lo que estaban moliendo. Mientras veía el ir y venir de esos glúteos, vino a mi mente el rostro de Armando, y pensé en las cosas por las que es capaz de pasar una esposa fiel para defender la integridad de su matrimonio. "¿Ya estás repuesta, putita?" escuché que me preguntaba la voz pletórica de la negra. Mi garganta no encontró fuerzas para articular nada, la paliza que acababa de sufrir había sido demasiado grande. "¡Pues yo sí!" continuó la voz, y de pronto veo, allá arriba, sobre mis ojos, su rotundo culo que comenzaba el descenso. "Te dije que había que demostrarle a la rival que no puede ni podrá jamás contigo", continuaba su voz mientras yo veía aproximarse esas lustrosas nalgas hacia mi cara. "Te dije que había que humillarla hasta que no hubiera retorno para ella" y ya tenía ese enorme culo a menos de quince centímetros de mi nariz. "¿Y cual es el símbolo máximo de la dominación?" preguntó con voz divertida, mientras yo veía el descenso de esa inmensidad inminente. "¡Aplastarle la cara con el culo!" continuó explicándome la negra, y uniendo la acción a la palabra, rodeó mi cara con sus avasallantes glúteos. Mi nariz encontró en las profundidades a su ojete, y la negra comenzó a moverlo, como para aprovechar mi modesta prominencia. Ese ojete buscaba ensartarse, y con movimientos circulares buscaba su blanco, que era mi blanca nariz.

El interior de sus glúteos se sentía sedoso mientras masajeaba mis mejillas. Y de pronto el culo se retiró un poco, para dejarme respirar. Di una bocanada ansiosa, para luego verme nuevamente sepultada bajo ese glorioso culo que estaba aplastando hasta el último vestigio de mi dignidad. La negra debía tener bastante experiencia en estas lides porque disponía de una amplia gama de recursos y movimientos.

Seguramente, su larga campaña como luchadora le habían enseñado qué cosas hacer para mantener a su rival bajo el poder de su culo. En cuanto a mí, todos sus recursos me podían. Las rotaciones de su ojete contra mi nariz, las apretadas rítmicas de su orto contra mi carita, los saltos de su culo sobre mi rostro, las refriegas laterales, las cabalgatas de arriba abajo y sus demás jueguitos, pronto me tuvieron viendo pajaritos de colores mientras mi lengua trataba de auxiliar a mi nariz.

No sé cuanto duró esto, pero mis orgasmos iban subiendo uno tras otro como las burbujas en una tina. Tener un culo como ese, disfrutando de mi cara, me erotizaba como jamás lo hubiera supuesto. Por suerte, alcance a pensar con los ojos vueltos hacia el cielo, estas turbias sensaciones y esos sucios sentimientos no podían calificarse de infidelidad, ya que sólo hay un hombre al que amo y es mi Armandito, pensaba entre un orgasmo y el siguiente. Y un culo no es una pija, pensé mientras continuaba lamiéndolo con fruición.

Los rebotes contra mi cara me seguían poniendo a mil. Y allá arriba la negra había comenzado a gemir. "además", pensé mientras el ojete se desplazaba de arriba abajo por mi cara, "la profesora es una mujer, y una no le puede estar siendo infiel a su marido con una mujer" y me corrí con temblores en el bajo vientre, mientras el gran culazo me seguía gozando.

"Y además esta es una clase de defensa personal" me dije, cuando el sabroso ojete ordeñaba mi lengua enviándome a un nuevo orgasmo. "Y una clase de defensa personal no puede ser considerada una..." traté de completar el pensamiento, pero no pude, porque ya no sabía ni quien era, bajo ese tremendo culo que me estaba abusando. Y me dejé ir en una catarata de orgasmos hasta llegar a la inconciencia.

Cuando me desperté, la negra ya se había vestido. Mientras me ponía mis prendas, como entre nubes, la escuché decirme: "muy bien, corazoncito, has pasado muy bien tu primera clase", y presentándome a una rubita menuda tipo Meg Ryan, prosiguió: "esta es mi ayudante principal, ella te dará la próxima clase". Al lado de ella, la rubita parecía una insignificancia, y aún en el entresueño en que me había dejado la negra, pensé que podría vencerla fácilmente. No sabía cuanto me equivocaba.

Camino de casa la tardecita cálida avanzaba ya hacia la noche. El aire acariciaba mi rostro, pero yo sentía aún ese espléndido culo sobre el.

Cuando llegué, Armando estaba preparando la comida. "Hola, mi amor" me dijo, dándome un beso en la mejilla, "¿dónde estuviste?" "Tomando una clase de defensa personal" contesté, encaminándome al baño. Estuve un ratito en el bidet, acariciándome con los dedos en nombre de la fidelidad marital.

"¿Y qué tal la clase?" preguntó Armando, ya en la mesa.

"Muy bien, me hizo ver pajaritos de colores" le conté, mientras acariciaba su mano. "¿Pajaritos de colores?" repitió extrañado. "Es una manera de decir" le aclaré, "La directora que es una negra rotunda me dio ella misma la primera lección. Y me dijo que la había pasado muy bien"

"Me alegra que la hayas pasado bien" dijo Armando, masticando con la boca llena. "Sí, realmente la pasé muy bien", concordé.


Me encantará recibir tus comentarios sobre este relato, escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com, mencionando el número.

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Demasiado Timida para Oponerme - 14ª Parte

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Hacía varios días que necesitaba comprarme ropa interior, ya que mis braguitas estaban un poco desgastadas, especialmente el cordón que va entre los glúteos, seguramente por los fuertes rozones de los mismos. Es un problema, cuando una tiene glúteos tan rotundos como los míos no hay cordón que resista. He probado usar bombachas, de esas que no se meten en la raya, sino que la cubren por fuera. Pero no es lo mismo, si no siento el cordón entre mis nalgas y raspando mi agujerito, siento que me falta algo. En otras épocas la sensación me resultaba tan excitante que si tenía que caminar un rato, terminaba teniendo un orgasmo. Ahora me ocurre con menos frecuencia, ya que necesito presencias más contundentes entre mis glúteos, para tener un orgasmo. Eso comenzó con un novio que tenía, que insistía en meterme un dedo entre las nalgas. Un buen muchacho. Ahora no recuerdo su nombre, yo era apenas una niña a mis trece años, y él tenía casi dieciséis.

Era amigo de mi hermano, pero desde el día en que le mostré el culo, se obsesionó con él. Y se pasaba todo el tiempo acariciándomelo, no importando qué estuviéramos haciendo, él lo acompañaba acariciándome el culo. Era un poco extraño, aunque muy agradable, así que nunca me opuse. Aunque si la cosa se prolongaba demasiado, yo comenzaba a sentir cosas raras, hasta que en un momento tenía un orgasmo. Yo ya conocía los orgasmos, pero sólo los producidos por el roce del cordoncito, y esto era distinto. Y me sentía tan agradecida que le llenaba la cara de besos. Yo sabía que a los chicos les gustaba eso, ya que había salido con muchos, desde los once años. También sabía lo que era un pito, ya que muchos me habían pedido que se los aferrara y jugara con él. Y sabía lo que le pasa a los chicos cuando una juega mucho con sus pitos. Y me encantaba producirles eso. Recuerdo uno que tenía un pito particularmente grande, con el que una tarde jugué tantas, pero tantas veces, que el chico quedó completamente derrengado, con grandes ojeras y la mirada turbia.

Pero el primero que metió un dedo entre mis glúteos fue el chico este, el de dieciséis, pena que no recuerde su nombre, pero se ha perdido en medio de la muchedumbre de chicos con los que tuve algo. Lo que recuerdo era la sensación que me producía su dedo. Él no lo ponía apuntando al agujerito, sino a lo largo, entre mis nalgas y me pedía que se lo apretara con estas. La sensación era muy excitante. Y ahí nos quedábamos los dos, yo apretando y apretando su dedo y él gimiendo.

Con el tiempo el juego se fue desenvolviendo hasta que su dedo comenzó a apuntar a mi agujerito. Pero como mis glúteos eran bastante salientes, rara vez su dedo tanteaba el agujerito. Pero igual, después de un rato de eso, yo me corría. Y en más de una ocasión él también.

Yo había notado la carpita que se le formaba en el pantalón y sabía de qué se trataba, pero él era bastante tímido en comparación con los otros chicos. De modo que un día le abrí la bragueta y le liberé el pito, que era bastante grande, visto desde mis trece años. "¡Qué dedo más grande que tenés acá!" le dije con algo de malicia, como dándole la idea. Y desde ese día él se empeñó en usar ese "dedo" para acariciarme entre las nalgas, con mucho gusto para los dos.

Hasta que un día, aprovechando de su mayor largo, alcanzó mi agujerito y un poco más allá... Fue muy rico. Y desde entonces lo hacíamos todas las tardes. Y me encantaba cuando se corría dentro mío. Pero siempre lo echaba de mi casa a las seis de la tarde, con cualquier excusa. Porque después de las seis y media me iba al piso de arriba y esperaba a Juan Carlos, un hombre de treinta y cinco años, casado, con el que tenía relaciones. Su mujer no regresaba hasta las ocho de la noche, así que teníamos tiempo suficiente. Al principio Juan Carlos no quería saber nada de tener relaciones conmigo. Pero yo era tan coqueta que lo fui seduciendo y no me pudo resistir.

Él tenía temor de que lo atraparan con una menor y lo metieran preso. Pero cuando yo ponía mis artes en marcha, estaba perdido, hacía de él lo que quería. Y lo que yo quería es que me hiciera sexo oral, así que lo iba llevando a ello dándole vistas fugases de mi entrepierna, hasta que separaba las rodillas al máximo, sonriéndole seductora y él terminaba precipitándose sobre mi conchita y arrodillándose le rendía los honores. Yo le mantenía la cabeza contra mi chocho, aferrándole por la nuca hasta correrme varias veces, con sus lamidas apasionadas. Claro que eso le ponía la polla al palo, así que al final le permitía que me ensartara por adelante, y gozaba disfrutando de los vaivenes de esa polla, que me daba largas entradas y salidas. Era un muchacho muy vigoroso y se empeñaba en trabajarme hasta echarse dos polvos seguidos, sin desenfundar. Estaba loca por él. Y procuraba no dejarle nada para su esposa. Así que lo ordeñaba bien ordeñado. Esa relación duró más de un año y le saqué muy bien el jugo, y ya te imaginarás de que clase de jugo hablo. Nunca lo dejé hacerme el culo, ya que de eso se había encargado mi amiguito de dieciséis. Ni tampoco se la mamé. Al que sí se la mamé fue al portero del colegio, un chavalote de cuarenta al que envicié completamente con mis mamadas. Cuando me veía entrar con un aire tímido y perverso en su cuartito de portería, se ponía al palo.

También él era un juguete en mis manos, que sabían acariciar su juguete hasta enardecerlo. Desde la primera vez en que me le acerqué perturbadoramente, hasta que al pobre se le paró. Y se la agarré con mis deditos a través del pantalón, masajeándosela maliciosamente hasta que se corrió en los pantalones. Luego se la saqué, se la mamé y le hice flor de paja hasta que volvió a correrse en medio de estertores. A partir de ahí lo tuve totalmente dominado con pajas y mamadas. Me veía y se ponía al palo. A veces le pedía dinero, para probar, nomás, mi poder. Fueron años muy felices para mí. Y pasaron muchísimos hombres de todas las edades por mis manos, boca y redondeces. Y debo confesar que me había vuelto adicta al sexo y mis conquistas proliferaban, desde niños hasta ancianos, probando mi poder sobre cada hombre que me gustaba. Sucumbían todos. Y mi cuerpo seguía desarrollándose y el dominio de mi sensualidad también. Así que no era muy fiel por esas épocas, aunque mis novios no lo sospechaban. Cuando veía un hombre ya estaba pensando en cómo hacer que me follara, o que me dejara chupársela, o que me lamiera el culo, ya sabes todas esas linduras. Y no me costaba mucho hacerlos rendirse a mí. A mis diecinueve años mis tetas, tan manoseadas y mamadas, habían alcanzado proporciones sumamente tentadoras. Mi culo se había desarrollado a la par y se había vuelto voluptuosamente gracioso. De modo que me divertí de lo lindo.

Hasta que apareció Armando, el que es actualmente mi esposo. Y ahí la liberada sexual voló, dejando su sitio a la esposa fiel, la que jamás buscaría se infiel, engañando a su marido. Y desde entonces soy feliz, tanto como puede serlo una mujer fiel y enamorada de su esposo. Los pensamientos impuros desaparecieron de mi mente, echando un piadoso manto sobre mi pasado. Y mis ojos jamás volvieron a mirar con deseo a ningún otro hombre.


Me volví muy religiosa, elevando mis preces al Señor, para que me mantuviera alejada de toda tentación, y me confesaba al menos dos veces a la semana quedando muy satisfecha con sus bendiciones, tanto como él con mis confesiones. Ese religioso es un ejemplo para mí. Pese a sus jadeos asmáticos que acompañan toda mi confesión y a sus gemidos piadosos ante mis inocentes revelaciones, el hombre se mantiene firme en su rol de confesor. Y cada vez me pide que vuelva pronto. Incluso me contó que todas las noches, ya en su cama, recuerda mi confesión y me echa dos o tres bendiciones más. A veces los hombres pretenden abusarse de mí, pero todos sus esfuerzos son infructuosos, ya que mi virtud es tan grande como mis tetones. Yo sé que mis remeritas de tela finita, y mis falditas cortonas pueden provocar algún interés en los hombres que me ven pasar bamboleante sobre mis tacos aguja. Y que por esa causa arrecian en sus intentos de seducirme. Pero yo no pienso cambiar mi vestimenta, más bien considero sus intentos de propasarse conmigo como pruebas que me envía Dios para poner a prueba mi virtud. Y yo me concentro en su imagen divina, pido su protección y pase lo que pase me mantengo incólume y lejos de todo pecado. Por las dudas no le cuento a mi esposo los detalles de esos asaltos que debo soportar una y otra vez, para no preocuparlo con las vicisitudes de una esposa fiel. Y también porque en algunos casos en que he soportado estoicamente los abusos sexuales, él podría creer que le fui infiel, pese a que yo sé que mi conciencia de esposa fiel permanece inmaculada.

Pero el Señor está conmigo y la divina providencia me acompaña. Sino fíjense lo que me ocurrió la otra mañana, justo cuando estaba por salir a comprarme prendas íntimas.

Tocaron el timbre. ¿Y quién era?

¡Un par de vendedores de puerta en puerta!

¿Y qué vendían?

¡¡¡Ropa íntima!!!

Hay gente que no cree en Dios, y no ve en esto más que una tonta casualidad, a lo sumo afortunada.

Yo no soy de esas, ¡reconocí inmediatamente la mano del Señor que me estaba llevando a una nueva prueba! Especialmente cuando vi la apostura varonil de la parte masculina de la pareja de vendedores. "A este me lo ha mandado Dios", pensé.

Pero interrumpiré aquí esta historia, ya que ocurrieron algunas cosas con estos vendedores, que podrían ser mal interpretadas.

Y yo odio que me malinterpreten.


Si quieres que te cuente sobre los avatares de una esposa fiel, escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com. Y cuéntame tus impresiones.

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Demasiado Timida para Oponerme - 13ª Parte

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Entré al confesionario como una tromba:
“¡Ay, padre, me agarró un hombretón con una tremenda tranca y me hizo de goma!” Del otro lado escuché un gemido ahogado, y supe que el que estaba era mi confesor. El siempre gime cuando yo me confieso.
“¿Qué te ha ocurrido esta vez, hija mía...” Y entonces le conté:
Resulta que cuando se fue Armando, mi marido, para su trabajo, fui a buscar un plomero para que me destapara la cañería, ya que el encargado del edificio sólo sabía cambiar cueritos, pero de cañerías nada. Yo había visto que había un plomero nuevo en el barrio, que me había llamado la atención porque se trataba de un hombretón enorme, que mediría más de un metro noventa y cinco, y me preguntaba si sería bueno destapando cañerías. Cuando entré en su local, con mi faldita cortita y mi remerita breve, sobre mis tacones aguja el hombre me examinó de arriba abajo. En la pared tenía un almanaque de esos que usan en las gomerías, pero la chica del almanaque no podía ni comparárseme. Yo, a mi vez, también lo examiné de arriba abajo. Era enorme, casi un gigante comparado conmigo, que soy más bien menudita. Y bastante ancho, pesaría más de ciento treinta kilos, y muy peludo a juzgar por sus fuertes antebrazos y por los vellos de su pecho que podían verse por el overall abierto. Sus cabellos ensortijados lucían desprolijos, junto con su barba de dos días. “Señor, ¿sería tan amable de venir a mi departamento a destaparme la cañería?” Y sin pretenderlo mi cuerpo se contorneó algo provocativamente. “Claro que sí, preciosa” respondió con su gruesa voz de macho. “Por qué me pasarán esas cosas involuntarias, padre?”” Pero del otro lado solo me llegaron algunos jadeos del sacerdote, debidos seguramente a su asma crónica. Algunos gemidos y los consabidos chac chac que acompañaban cada una de mis confesiones.
Bueno, la cosa es que el hombre me acompañó inmediatamente a mi departamento, y cuando íbamos en camino, por la valle, todo el mundo nos miraba. Debíamos formar una curiosa pareja, él con sus casi dos metros y yo con mi escaso metro sesenta y mis proporciones voluptuosas. Yo le iba contando mi condición de mujer casada y lo enamorada que estaba de mi marido, para que no se le fuera a ocurrir nada malo. El me sonreía con su cara viril con un leve toque bestial en la mandíbula. Me cayó bien el hombretón. El portero del edificio nos vio pasar camino del ascensor, con expresión rencorosa. El ascensor es un poco chico, aunque no tanto como para viajar tan juntos como estábamos, cuerpo contra cuerpo. Pero yo no me separé porque pensé que parecería descortés, como si el hombre me diera asco. Así que llegamos al piso en que está mi departamento, casi apretados. Pude sentir el aroma que emanaba de su cuerpo, que me resultaría muy difícil definir. Y tuve la impresión de que él también me estaba oliendo. Pero la situación, si bien inusual, no tuvo nada de desagradable, sino más bien lo contrario.
Yo avancé por el pasillo adelante suyo sabiendo que mis redondeces se bamboleaban por efecto de los tacos aguja y sintiendo su mirada en salva sea la parte.
Cuando entramos al departamento quise guiarlo hasta donde estaba el caño tapado, tirándole del brazo, pero era como querer mover a un elefante. “Vení para acá” me dijo atrayéndome hacia él, tan fuerte que casi me estrellé contra su pecho peludo. “ “¡Pe-pero...!” exclamé sorprendida. Pero él, alzándome por la cintura, puso mi cara frente a la suya y me cubrió la boca con un beso, ¿me escucha, padre?””
“¡Qué puta, que puta!” escuché jadear al sacerdote mientras los chac chac misteriosos se aceleraban. “¿Se refiere a mí, padre?” “No, hija mía tu eres una esposa fiel. Continúa.”
“Bueno, la cuestión es que con sus enormes brazotes peludos me tenía suspendida en el aire y apretada contra su cuerpo. Con una de sus manotas me agarraba el culo y con la otra me sostenía la cara para darme su enorme beso de lengua, que me estaba dejando sin aliento, ni posibilidades de protestar.” (chac chac chac chac) “¡Nunca me había ocurrido algo así...! ¡Me tenía atrapada como si yo fuera una muñeca!”
“¡Y se fue abriendo el overall mientras continuaba con su tremendo beso!” (chac chac chac chac chac, y gemidos y jadeos)
“¡Y entonces ese enorme bruto me sacó la remerita, dejando mis tetones al aire! ¡Y después la minifalda! ¡Siempre con una mano agarrándome el culo! Padre ¿se siente bien? Porque lo escucho gemir mucho.” “Es... toy... bien... hi... ja... mía... Conti... nua.., por... fa... vor...” (chac chac chac chac chac chaac)
“Bueno, padre, si usted me lo pide… ¡Y entonces hizo algo que jamás me habían hecho! ¡Comenzó a restregar mi cuerpo contra el suyo, subiéndome y bajándome una y otra vez! ¡De modo que restregó mis tetonas contra su cara, su pecho, su cintura y ¡oh, padre, no sabe lo que era esa tranca! ¡Yo me sentía como si fuera un trapito con el cual el se frotaba el cuerpo!” “¡Después de cinco o seis restregadas de esas sentí que la voluntad me abandonaba y me corrí como nunca me había corrido!” (chac-chac-chac-chac-chac-chac-chac) “¡Pero la bestia esa seguía restregándome contra su cuerpo! ¡Me habrá hecho restregarme contra su cuerpo cuarenta o cincuenta veces más! ¡De modo que hizo que me corriera tres o cuatro veces más! ¡Yo era un juguete al servicio de su lujuria!” (jadeos y gemidos de mi padre confesor) “¡Traté de detenerlo, pero es muy difícil detener a alguien mientras una está teniendo tantos orgasmos...!” “Finalmente me dejó en el suelo hecha un trapo de piso y se sacó toda la ropa, menos los zapatos. Desde el suelo vi su tremenda tranca agitándose en el aire. ¡Era la tranca más enorme y empinada que jamás hubiera visto, padrecito! ¡Entonces me alzó de vuelta y comenzó a restregarme la tranca contra el culo! ¡Y en algunos momentos me elevaba por las nalgas y ponía mi culo al alcance de su bocota y con su gorda lengua me lamía la división entre los glúteos haciéndome sentir cosas que jamás hubiera imaginado!” (gemidos, gemidos y frenéticos chac chac chac chac chac chac chac)
“¡Después me dio vuelta cabeza abajo y comenzó a pegarme en la cara con su enorme tranca que movía a voluntad contrayendo los músculos! ¡Me daba unos miembrazos...! ¡Yo creí que me iba a poner nocaut! ¡Pero aprovechándose de mi posición comenzó a cogerme la vagina con esa enorme lengua tan caliente! ¡Yo estaba desconcertadísima, padre! ¡¿Qué podía hacer, si esa bestia no me daba tiempo para reaccionar...?!” (¡chac-chac-chac-chac-chac-chac-chac-chac-chac!) (larguísimo gemido entrecortado)
“¡¡Y entonces me corrí de nuevo, padre!!” (silencio del otro lado de la ventanita) “¡Pero ese hombre no detenía su brutal accionar! ¡Y recomenzó a cogerme el culo con la lengua! ¡¡Y podía sentir los pelos de su cara sin afeitar, contra mis glúteos!! ¡Yo no sabía se debía considerar que me estaban vejando, ya que el hombre me estaba lamiendo el culo! ¡Pero lo que sí estaba muy claro es que yo no estaba cometiendo infidelidad alguna, ya que no tuve ni oportunidad para oponerme a nada! ¡¡Fui completamente avasallada, contra mi voluntad, padre!! ¿padre...? ¿me está escuchando?” Había comenzado a alarmarme, pero al escuchar la voz del padre me tranquilicé “Con... ti... nua.... hija... mía... `por... fa... vor...” La voz sonaba algo jadeante, como si hubiera retornado el problema de asma que lo atacaba durante mis confesiones. Siempre, en algún momento comenzaba a jadear y a gemir. Pero yo nunca acusé recibo para no avergonzarlo con su enfermedad.
“Bueno, la cuestión era que ese bruto parecía no tener interés en detenerse! ¡¡Y volvió a restregarse el frente de su cuerpo con el mío, que manejaba cual si fuese una toalla de baño!! ¡¡Y yo sentía como mis tetones se frotaban contra su peludo pecho, una y otra vez!! ¡¡¡Después me volvió de espaldas y me sentó sobre su tranca!!! ¡¡¡Tal como lo oye, padre, se quedó sosteniendo mi peso con su enorme aparato, tan rígido que no tuvo que ayudarse con las manos!!! ¡¡¡Me tenía montada sobre su tranca y encima la movía y me decía “caballito, caballito” como me decía mi abuelito cuando yo era una niña y me sentaba en sus rodillas. ¡Pero yo ya no era una niña y su enorme polla no era una rodilla, pero igual conseguía levantar mi peso! ¡¡Para lo que sí usó sus manos fue para moverme hacia delante y atrás sobre su polla que apuntaba hacia delante y arriba en un ángulo casi de 45 grados!! ¡¡¡Yo apretaba su polla con mis muslos para no caerme!!! ¡¡¡Y se ve que eso le gustó, porque su pollota comenzó a temblar bajo mi pubis, y de pronto su glande comenzó a echar tremendos chorros de semen que se estrellaron en la pared de enfrente que estaba a unos cuatro metros!!! Debo confesar, padre, que esto me resultó un poco excitante, ¡¡tener ese enorme tronco entre mis muslos, pulsando y echando chorros me produjo cierto sentimiento romántico y de simpatía hacia ese bruto. No digo “romántico” en el mismo sentido en que me pongo romántica cuando pienso en mi marido, porque eso sería como si fuera infiel. Pero algún tipo de romanticismo igualmente intenso, era. ¡¡Porque al sentir su polla pulsando entre mis muslos, me corrí quedando derrengada, apoyada contra su pecho y montada sobre su palo, que seguía rígido!!” (¡¡¡ jadeo-jadeo-jadeo chac-chac-chac-chac-chac-chac-chacchacchacchac!!! Jadeo-jadeo-jadeo-jadeo y larguísimo gemido final)
“¡Pensé que todo había acabado y me sentí dichosa al pensar que había sabido mantener mi fidelidad, y cuando ese bruto se fuera, mi virtud habría permanecido intacta!” “¡Pero me equivocaba, padrecito! ¡¡la cosa apenas si había comenzado!! ¡yo tendría que haberlo supuesto cuando sentí que su pollota seguía empinada!” (Nuevo silencio largo de mi cura confesor, interrumpido tan sólo por algunos largos suspiros)
“¡¡Y para mi sorpresa el hombretón me puso en el suelo, en cuatro patas y comenzó a enterrarme su trancota en el culo, que nunca había recibido un visitante tan aguerrido!! ¡Pero yo recurrí a toda mi entereza y aguanté su penetración hasta el final, y cuando llegó este, tenía el canal tan abierto por ese gordo y duro pedazote, que de la pura impresión, me corrí, dando fuertes gemidos y jadeos! ¡¡¡Pero el monstruo recién comenzaba y agarrándome de las caderas con sus fuertes manotas le dio al mete y saca con gran entusiasmo, primero despacito y después cada vez más rápido!!! ¡¡¡Él movía su tranca para atrás y adelante, pero el principal trabajo lo hacía con mi culo que usaba para pajearse atrayéndolo hacia él y alejándolo y volviendo a atraerlo!!! ¡¡¡¡yo no podía entender como mi culo podía albergar semejante pieza, pero era tanto el trajín que me estaba dando que no pude pensar mucho al respecto...!!!! ¡Pero la cosa se estaba poniendo peligrosa, padre, porque cuando acabé sentí que él tratamiento que estaba recibiendo de ese hombretón, en cierto modo me gustaba! ¡¡Y eso sí que sería infidelidad!! ¡¡y sería como engañar a mi esposo, y yo no soy esa clase de mujeres!! ¡Así que encomendé mi espíritu al cielo y centré mi mente en la imagen del rostro de Armando para evitar tentaciones. La cara de mi esposo, como siempre me aparecía borrosa y tapada por una niebla, de modo que hubiera sido imposible para cualquiera reconocerlo, pero entonces se me ocurrió una idea salvadora: ¡¡¡transformé la foto en un cartelito que decía “rostro de mi marido”!!! y así pude refugiarme en mi fidelidad mientras la porongota de ese bruto volvía a lanzar chorros, esta vez en mis entrañas! ¡Y mi cuerpo lo acompañó, pero mi espíritu se mantuvo incólume, centrado en el cartelito! ¡Y cuando por la emoción no podía verlo, igual sabía que estaba alli! ¡¡Cuando una mujer quiere ser fiel no hay quien pueda quebrarla, padrecito!!” (jadeos montados sobre jadeos, gemidos casi de dolor, y una seguidilla frenética de chac chacs)
“¡¡Cuando me sacó la polla del orto, padre, creí que me moría de la impresión, por el enorme vacío que me dejó!!, ¡¡pero no tuve tiempo de quejarme, porque me la puso entre los labios externos de mi vagina y luego me la fue mandando para adentro!! ¡¡Y se levantó, alzándome con su tranca, y una vez de pié volvió a moverme hacia delante y atrás, como pajeándose con mi concha!! Yo estaba muy impresionada por la rigidez de su miembro que ¡no había cedido en dureza y continuaba tremendamente empalmado! ¡¡Pero elevé los ojos al cielo y con mi mente leía y releía el cartelito que representaba el rostro de mi esposo!! Entretando mi cuerpo no cesaba de jadear, al ritmo de sus entra y sacas, y mi garganta no podía dejar de emitir gemidos a viva voz. Bueno, que para cuando el hombretón me llenó la concha con una cantidad inconmensurable de leche, mi cuerpo se había corrido un montón de veces. ¡¡¡Increíble la potencia de ese hombre!!! ¡Cuando me sacó su rey chorreante de mi concha, seguía erectísimo!
Y cuando poniéndome de rodillas me la colocó entre los labios supe lo que tenía que hacer. Era tan gruesa que escasamente pude meter el glande y para eso ¡ebí abrir mi boca como nunca antes, al punto que pensé que se me iba a romper... ! ¡¡pero una mujer voluntariosa puede con cualquier desafío, creame, padre!!” Pero del otro lado de la ventanita solo se escuchaba una seguidilla frenética de chac chacs y una seguidilla igualmente frenética de jadeos, hasta que llegó el largo gemido que ponía fin a ambos sonidos. Cosas del asma, pensé.
“Bueno, padre, que se la mamé, ¡con las manotas del hombretón agarrando mis mejillas, hasta que me llenó la boca de semen que se fue en parte garganta abajo y en parte saliéndome a borbotones por la nariz. “¡Suerte que mi Armando no acaba con tanta abundancia” pensé mientras trataba de no ahogarme con el torrente. “Bueno” recordé “él nunca pasa del segundo polvo, y eso si tengo suerte. Y sus cantidades son más bien exangües, como corresponde a un marido civilizado y no a este bruto” y aferrada con ambas manos a su pollota me corrí en medio de estremecimientos. El sistema nervioso es una cosa muy curiosa, especialmente el sistema nervioso de una mujer fiel, como yo.”
“Luego el gigantesco plomero se ocupó de mis otras cañerías, quiero decir las del departamento, y me las destapó con mucha facilidad, como cabía suponer. Y no me quizo cobrar, padre. Pero antes de irse me sacó nuevamente la remerita y me chupó los pezones. Y lo hizo con una boca tan caliente y con tales lambetones que después de diez minutos de eso me corrí nuevamente, quedando exhausta en sus brazos. ¡Suerte que soy una mujer fiel a su esposo, sino en un momento como ese podría haber cedido a la tentación...! ¿me comprende, padre,,,?” Primero hubo un largo silencio, pero luego escuché la voz algo lánguida del cura “Claro que te comprendo hija mía y te felicito por la firme fidelidad que le profesas a tu esposo... “
“¿entonces me da su bendición, padrecito...?”
“Claro, hija mía, hoy me has hecho echarte cuatro bendiciones con tu confesión, por lo honesta. E iba camino de la quinta cuando terminaste de contarme, pero ya será en la próxima confesión, o mejor esta noche cuando me vaya a dormir...”
“¿Me va a bendecir desde su cama, padre?”
“Como todas las noches desde que te confiesas conmigo, hija mía...”
“¿”todas la noches” padrecito?” le pregunté muy halagada por la consideración que el santo hombre me profesaba.
“Por lo menos dos veces por noche. Hoy creo que van a ser tres. Y mantén tu fé, hija mía, y vuelve a confesarte pronto.”
Y luego fui a comulgar con la conciencia libre de toda impureza, y saqué bien larga la lengua. Me encanta cuando el sacerdote que celebra el oficio me pone la gran hostia en la lengua, y más aún cuando veo como me mira mis tetonas cubiertas por la remerita, con sus ojos que irradian santidad, o alguna cosa.
Y volví a mi departamento cubierta por un halo de pureza ¡Y con la cañería bien destapada!

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tus sentimientos y zonas íntimas, pues serán guardadas en mi disco rígido, para repasarlas en mis momento de aburrimiento. ¡Hasta pronto!

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Demasiado Timida para Oponerme - 12ª Parte

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Resulta que Armando me acompañó al médico para hacerme un examen mamario. Pero cuando vió el tamaño de mis tetonas, el doctor le pidió a mi esposo que esperara afuera.
“No le voy a hacer el exámen convencional, señora, porque no veo el modo de poder aplastar sus pechos, debido a su gran volumen. Así que voy a hacerle una palpación manual.”
“¿Me dolerá, doctor?” Siempre les pregunto eso a los médicos cuando deciden hacerme una palpación manual, porque siempre deciden eso, invariablemente.
“No creo, señora, jamás tuve una queja. Pero cualquier cosa que le incomode, avíseme”
Yo le creí, porque nunca las palpaciones manuales me habían resultado desagradables, sino todo lo contrario. “¿Es necesario que deje mis pechos al aire, doctor?” dije, irguiéndome contrayéndo la espalda para que mis tetones salieran más hacia delante.
“No por ahora, a lo mejor con una buena palpación externa alcanza” Y sentándose a mi lado el doctor puso una de sus manos sobre uno de los pechos. Y apretó suavemente. “¡Ay...” gemí yo casi en un susurro. “¿Le duele, señora?” dijo el doctor mientras imprimía una rotación muy parecida a una caricia. “No, no, es que me dio impresión...”
Y el doctor continuó con su palpación apretando y masajeando mi tetón. Como yo estaba de pié a su lado, el médico pudo poner su otra mano a la altura de mi culo, como para sostenerme. “Eso no es un pecho, doctor...” “¡Y que lo diga! Esta otra mano es para sostenerla y que no se me vaya para atrás” y continuó, agregando ahora unos apretones tipo pellizcos a mi pitón, que me pusieron a mil. Di un suspiro suave, procurando que el médico no lo interpretara como una señal de excitación, ya que su trabajo era estrictamente profesional y yo soy una mujer casada muy feliz en su matrimonio.
“¿Me doy vuelta así puede examinarme el otro pecho?” Pregunté con la voz extrañamente mimosa. Seguramente la relación médico-paciente me recuerda a la de padre-hija, y me retrotraje a mis cinco años.
“Justamente se lo iba a pedir, señora, dese vuelta por favor...”
Lo que yo no había advertido era que al girar, su mano quedaría del lado de mi pubis. Y él, si se dio cuenta no lo demostró, y continuó con su mano apoyada allí. Cuando su otra mano comenzó con mi otro tetón a través de la remera, comprendí que tenía sus dos manos del mismo lado, y se lo dije. Inmediatamente sacó la mano de mi pubis y me la puso en la cola.
A estas alturas la examinación me estaba gustando. Mientras me acariciaba, apretaba y masajeaba mi tetón, su otra mano había comenzado a acariciarme el culo de un modo muy agradable. Yo suspiré. “El movimiento sobre su cola es para equilibrar la rotación que le estoy dando a su pecho” explicó profesionalmente, aunque con la voz un poco ronca. “Es... tá bi...en... doc... tor... haga co... mo le parez.. ca...” La respiración se me había agitado un poco, sin duda por la mayor afluencia de sangre a mis pechos y cola.
El doctor continuó con su examen durante unos diez minutos más, y se me hizo difícil contener los jadeos, así que sólo me permití algunos gemidos que el médico podía atribuir a mis nervios.
Después el doctor abandonó su asiento, parándose frente a mí, muy serio. Con su mano izquierda sobre mi cintura apretó mi cuerpo contra el suyo, mientras que con su mano derecha pasaba su intensa sobada de un pecho al otro. “¿No... conven... dría... que... me sa... ca... ra... la... reme... rita...?” jadeé contra su cuello, sintiendo que las piernas me temblaban. “¡Parece que me leyera el pensamiento, sáquese le remerita!” Así que me quedé con los tetones al aire. Y el médico siguió adelante con su exámen esta vez piel a piel, lo que me resultó, no digo “excitante” pero sí bastante deleitoso, lo que no es malo para un examen médico. La mano que tenía en mi cintura bajó hasta mi culo, empujándolo hacia su cuerpo. Yo le iba a preguntar cuál era la razón médica de ese proceder, cuando sentí contra mi intimidad la presión de un bulto imposible de confundir. ¡El doctor tenía una erección! ¡Y qué erección! No sabía como simular que no me daba cuenta, así que me limité a jadear con el mayor disimulo. “Sáquese la faldita” me ordenó en tono profesional, aunque un poco ronco. Mi faldita se desprende fácil, así que me quedé solo con mis braguitas de hilo dental, de modo que la mano del doctor estaba en contacto directo, piel a piel, con mis nalgas. Y su erección contra mi intimidad. Involuntariamente comencé a frotarme contra ella, gimiendo suavemente.
Y me corrí, inesperadamente me corrí, con espasmos que recorrían todo mi cuerpo. El doctor me sostuvo caballerosamente, y me condujo hasta la camilla. En algún momento debe haber llevado su mano a su bragueta, porque lucía su tremenda tranca al aire. “Tiéndase aquí, señora, le debe haber bajado la presión. Ahora le voy a hacer un tratamiento estimulante para subírsela.”
Y allí estaba yo tendida sobre la camilla, con sólo mis braguitas y mis tacos aguja. Mis tetones, totalmente hinchados por la afluencia de sangre, apuntaban al techo. Y la boca del doctor vino a cubrir uno de ellos. “¡Es el me... jor exa... men mama... rio que me ha... yan he... cho...!” dije agradecida, mientras la mano del doctor me quitaba las braguitas y se posesionaba de mi coño. Una sensación de alarma acudió a mi espíritu: ¡estaba cerca de cometer una infidelidad! Así que era hora de elevar los ojos al cielo y encomendar mi alma al Espíritu Santo orando al señor por su protección divina. El médico había comenzado a chuparme el otro tetón y en forma involuntaria mi mano se prendió a su tranca, ya que el pobre hombre aún permanecía de pie a mi lado, tal era su profesionalismo.
El tratamiento bucal estaba dando resultados y mi presión se estaba elevando hasta puntos insospechados. Mi mano apretaba su tranca con movimientos espasmódicos involuntarios. “¡Espe-pere un mo... mento, señora!” dijo el profesional sacándose los pantalones y calzoncillo. Se subió a la camilla, y una vez allí tuvo la gentileza de poner su boca en mi sexo, pero sin dejar de ocuparse con ambas manos de mis tetones que eran, al fin de cuentas, el objeto de la consulta. Sentí su lengua entrando y saliendo con calientes y veloces lamidas que me llevaron pronto al punto de no retorno. “Doc... tor...” dije con la voz quebrada, al sentir que introducía su enorme polla en mi intimidad, “¿Siem... pre... se to... ma... tan... to... traba... jo pa... ra ha... cer los exá... me...nes...?” “Según sea el caso, hay pacientes que se lo merecen...” y comenzó a dar largos vaivenes en el interior de mi vagina. Yo no soy muy resistente para estas cosas, así que apenas comenzó con sus vaivenes me corrí al sentir mi concha tan ocupada. Pero el doctor, haciendo gala de profesionalismo, continuó con su examen, moviéndose con velocidad creciente. Mientras volvía a correrme continuaba con mis ruegos a Dios para que me ayudara a evitar una infidelidad. Y volví los ojos de mi mente hacia la imagen de mi marido. Pero no hubo caso, si no lo tenía a la vista, lo único que me aparecía era la comparación entre su polla y la tremenda polla que me estaba cogiendo. Y eso me producía tanta lástima que volvía a correrme.
Cuando por fin, el profesional descargó su abundante eyaculación dentro mío, comprendí que el hombre no era de hierro, y los sacrificios a los que lo llevaba el compromiso con su trabajo. Y acabé gloriosamente al sentir las pulsaciones de su miembro descargando chorros.
Pero mi conciencia estaba muy tranquila, un examen mamario nunca podría considerarse como una infidelidad. Además mi esposo me había acompañado.
El médico se quedó arriba mío, como si estuviera extenuado, de modo que no me sacó la tranca. “Está bien”, pensé, “el trabajo de este hombre es verdaderamente agotador, dejémoslo que descanse” Lo que me llamó la atención fue que su poronga no había perdido volumen ni dureza. “¿Ya terminó la revisación, doctor? Porque mi esposo me está esperando en la salita...Él siempre me acompaña a todas partes, somos un matrimonio muy feliz y muy unido...” El médico no me contestó, pero su poronga lo hizo por él, creciendo un poco más de volumen, se ve que tenía buena irrigación peneana, el hombre.”No me gusta hacerlo esperar, ya se debe estar aburriendo. ¿Ya terminamos?” Pero parecía que no, porque su salchichón comenzó a moverse de nuevo. Al principio suavemente, pero poco a poco sus vaivenes se fueron haciendo más largos, sacaba su pieza casi del todo para volver a meterla hasta el fondo. Yo lancé un gran suspiro y le rodeé la cintura con mis piernas, de un modo espontáneo y amable para facilitarle su duro trabajo. En uno de los mete y saca la poronga salió completamente y al volver a metérmela se equivocó de agujero, y sentí como se iba abriendo camino en mi orto, que es mucho más apretado pero bastante acostumbrado a estos asaltos. Así que no me alarmé y dejé que el profesional siguiera con su labor. Después de un ratito me hizo poner en cuatro patas, con el culo en pompa, y volvió a cogérmelo, mientras con sus manos masajeaba mis tetonas –siempre conciente del motivo de mi visita, como buen profesional que es- y con su boca me besaba el cuello, echándome su aliento húmedo y caliente, seguramente para tranquilizarme con un gesto de afecto. Fue entonces que supe que nuevamente debía encomendar mi alma al Señor ya que soy muy sensible a las manifestaciones de afecto, y procuré centrar mi mente en la imagen de Armando, aunque no con demasiada suerte. Se me aparecía borrosa y confusa, lamenté no haber traído una fotito para mirarla en esos momentos. Y el doctor seguía con sus largos vaivenes cada vez más frenéticos, golpeándome el ojete con sus pendejos a cada empujón que daba. Cuando las entradas se hicieron más frenéticas yo procuraba devolverlas con mi culo, para hacer mi mitad del trabajo. Pero las embestidas eran tan fuertes y seguidas que transmitían una vibración que me conmovió tanto el ano como la vagina, y sin saber por qué, volví a correrme. Cuando el hombre terminó, sentí como su porongota se hinchaba a cada pulsación de semen que enviaba a mis entrañas. Y al pensar en mi marido que esperaba en la sala, volví a correrme, apretándole el grueso tronco con mi culo, ordeñándole hasta la última gota.
Cuando por fin me la sacó, sentí que debía agradecerle de algún modo tanta dedicación profesional y le acaricié su tremendo pedazo hasta que se le puso nuevamente duro. Y sacándole el glande afuera del prepucio me lo metí en la boca todo lo que pude, para lamerlo y succionarlo. El doctor, caballerosamente, se colocó bajo mi cola para que hiciéramos un sesenta y nueve. Yo aproveché y le tapé la cara con mi culo, con lo cual su erección se hizo aún más grande, y sentí su lengua tanteándome el ojete. Entonces comencé a cogerle la lengua con mi culo, golpeándole una y otra vez la cara, lo cual debió resultarle demasiado fuerte al doctor, porque después de un ratito de semejante tratamiento, de su poronga volvieron a brotar los chorros, algo menguados ahora, que tuve la delicadeza de tragarme uno tras otro, y seguí succionando, pero ya no había caso, su miembro se retiraba de la batalla volviéndose cada vez más chico. Le di unos cuantos besos en sus peludas nalgas, una lamidita en el ojete y me deslicé fuera de la camilla. El doctor estaba con una expresión de felicidad alucinada, pero poco a poco fue volviendo en sí, mientras yo me ponía las braguitas, la faldita y la remerita, sobre mis tacos aguja.
Cuando me acompañó a la sala de espera, mi marido lo abordó: “¿Y, doctor, cómo encuentra a mi mujer?” “Muy buena, pero sus mamas necesitan otra revisación. La espero la semana que viene, señora.”
“Pero sus honorarios... “ “No se preocupe por eso, si es necesario hasta le pagaría yo.” Mi marido se conmovió con el gesto del médico, y yo también. No todos los días se encuentra un profesional tan dedicado a su trabajo y con tanto altruismo y espíritu de sacrificio.
Ya en la calle, Armando se despidió para ir a su oficina y yo volví para el departamento, ya que tenía que pedirle al encargado que me arreglara un cuerito y me destapara la cañería.

Agradezco a mis lectores las gentiles y a veces apasionadas cartas que me envían, pidiéndome todo tipo de cosas. Pero les repito: ni fotos, ni videos, ni citas, ni correpondencia privada, ni nada que pudiera poner en duda la decencia de una mujer felizmente enamorada de su marido. Pero pueden escribirme a bajosinstintos4@hotmail.com.

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Demasiado Timida para Oponerme - 11ª Parte

Comentarios (3)

Hay momentos en que por más que intento evocar la imagen del rostro de Armando, mi amado esposo, esta se me aparece borrosa o muy diluida, sin nitidez alguna. Yo atribuyo eso a cierta falta de concentración que tengo en esos momentos, que suelen ocurrir cuando algún hombre intenta abusar de mí. Por supuesto que sin éxito, porque no hay modo en que una mujer enamorada traicione a su esposo. Incluso cuando el atrevido acosador logra meter su tranca en las intimidades de una, el espíritu puede permanecer impasible en el limbo al que vamos las mujeres fieles en estos casos que, de otro modo, podrían ser comprometidos. Cuando el irrespetuoso comienza a mover su tranca, mientras masajea mis tetones y a veces hasta besándome de lengua, es cuando yo centro mi espíritu en la imagen del rostro de mi marido y con los ojos elevados al cielo, encomiendo mi alma a Dios. Con la imagen de Dios en su infinita gloria no tengo mayores problemas, ya que se trata de una imagen abstracta, así que cualquier cosa que imagine está bien. Pero con la imagen de Armando, de su rostro, sí que suelo tener dificultades. Las caricias y las fricciones tienen un efecto deletéreo sobre mi capacidad de concentración. Y eso no está bien. Una mujer enamorada de su esposo tiene que mantener siempre la imagen de él en su mente. Pero en esas circunstancias mi mente se vuelve algo errática. Y en vez del rostro de Armando, me aparece su polla, que siempre pierde en comparación con el tamaño de la que se está moviendo dentro mío. Y si el movimiento es entusiasta, como suele serlo, y la comparación deja muy en desventaja a mi Armando, entonces suelo inexplicablemente correrme, en medio de la serruchada implacable que me están aplicando.
A veces he pensado que no está bien que yo me corra, y tantas veces. Pero ¿qué puedo hacer yo cuando el hombre me tiene firmemente sujeta y se da a culearme con tanta energía? ¿Decirle que se detenga? Es difícil hablar coherentemente cuando una está jadeando y gimiendo. Además lo hice, o al menos lo intenté, y nada. ¿Retar al irrespetuoso? Ni caso. Las veces que lo intenté solo recibí la indiferencia como respuesta. ¿Explicarle al atrevido que soy una mujer enamorada de su esposo y que no es bueno que me haga eso que me está haciendo? Inútil, hasta contraproducente. Por lo general lo único que consigo es que el atropello se vuelva más intenso. Y, a todo esto, mi cuerpo suele estar muy sensibilizado, y sentirme tan atropellada y con tantas ganas, hace que se me produzcan orgasmos, tremendos orgasmos, mientras mi mente trata de mantener una imagen coherente de mi marido, de Dios, o de algo, lo que fuere. Y a esas alturas, la tenaz oposición que manifiesto al principio, se relaja un poco, porque los orgasmos me dejan un poco lánguida. Y entonces el depredador continúa tranquilo con su abuso tanto como se le dé la gana. Y yo, resignada, sucumbo a los orgasmos, uno tras otro.
Fue por esto que decidí buscarle un remedio a la situación, ¿pero cómo? Llevar una fotito de Armando no sirve, ya que en esos momentos no logro que mis manos logren asir nada con firmeza, a menos que puedan cerrarse alrededor de lo que aferran, con toda la palma y los dedos. Pero eso, en el caso de una foto, equivaldría a estrujarla. Y me devanaba los sesos buscando una solución cuando el Señor me iluminó: ¡le pediría a mi esposo que se quede cerca en esos momentos, para poder verle la cara y así mantenerla firmemente en mi espíritu! El problema es saber cuando ocurrirá uno de esos momentos. Por más que me ocurren muy seguido nunca he tenido a mano la cara de mi esposo, para concentrarme en ella. ¡Pero ahora tenía una oportunidad única!
Carlos, el hombre de la carpa de al lado, solía pasarme crema protectora por el cuerpo, ya que no hay modo de convencer a Armando para eso. Y de forma imperceptible, la pasada de crema se fue tornando en un masaje de todo el cuerpo, incluidos los huecos más profundos, ya que Carlos insistió en untarme con crema el interior de la vagina, para lo cual usó su generosa tranca. Y claro, en esas circunstancias es que me cuesta concentrarme y me pasa todo lo que acabo de describir, si bien Carlos no es ningún abusador, sino un vecino muy servicial. Pero igual me costaba en ciertos momentos visualizar la imagen de mi esposo para evitar caer en tentaciones, esas tentaciones de la carne que una esposa fiel evita a toda costa.
Carlos me había prometido untar mi trasero por dentro, para lo cual usaría su gran pene, claro, para llegar más profundo. Y yo sabía que eso podía ponerme en problemas, como a cualquier esposa fiel que estuviera en mi lugar. Así que más que nunca iba a necesitar tener el rostro de mi amado esposo a mano. Pero por las dudas le pregunté: “Armando, mañana en la playa, ¿No quisieras ponerme la crema en el cuerpo?” “Ya sabés que detesto hacer eso, mi amor. Que te la ponga el vecino de carpa. ¿Cómo se llamaba?” “Carlos, mi cielo.” “Bueno, me dijiste que te la puso muy bien, ¿no?” “Sí, mi amor, me la puso muy bien...” “Entonces dejalo a él, si le gusta ponértela, dejalo que te la ponga.” “Bueno, mi amor” le contesté obediente. Pero mi esposo ya se había dormido.
Así que me quedé revisando mentalmente los acontecimientos del día siguiente, tal como pensaba que ocurrirían. Armando tomando sol en nuestra carpa, y yo asomando la cara por un hueco en la lona que, en la carpa de Carlos, separa el frente de la trastienda, mientras Carlos se afanaría en el masaje a mi cuerpo, ano incluido. Y yo podría concentrarme en la cara de mi esposo, ya que la tendría siempre a la vista. Imaginé la situación una y otra vez y me puse tan contenta que tuve que acariciarme muchas veces, para poder dormirme.
Por la mañana salté de la cama, eufórica de energía y entusiasmo. Y prácticamente a la fuerza viva, arrastré a mi Armando hasta la playa. Una vocesita interna me preguntaba por qué, si sabía lo que me iba a pasar en la carpa de al lado, igual le pediría a Carlos que me pusiera la crema. Pero a) la protección de la piel es imprescindible, y si mi marido no quería ponérmela, bueno, alguien tendría que ponérmela; b) Carlos es muy entusiasta, y en su entusiasmo es muy avasallante, así que no hay modo de pararlo, por lo que me resigno de antemano a que pase lo que tenga que pasar; y c) ¡esta vez sería por un experimento muy importante para mi fidelidad!
Pero la mujer propone y Dios dispone. Para mi decepción, nuestro vecino había faltado a la playa. Mi proyecto de experimentación se había caido al suelo. Armando me propuso que fuéramos al agua, pero yo no tenía ánimos de modo que me quedé sentada, muy abatida, mientras él se iba al mar saltando con grandes zancadas por la arena caliente.
De cualquier modo no estaba dispuesta a aceptar que el desánimo me dominara. Así que me saqué la faldita quedándome con mi tanga de hilo dental, ninguna prenda superior salvo la remerita de tela fina que deja respirar a mis tetones, aunque marca mucho mis pezones. Y mis tacos aguja. Esta decisión, y las miradas de los hombres que estaban en los alrededores, me devolvieron mi buen humor. Y como premiándome por mi actitud, Dios vino en mi ayuda: un grupo de muchachos, viendo que la carpa de al lado estaba vacía se apoderaron de ella. Eran cuatro, de aspecto muy viril todos ellos, y comenzaron a mirarme con ganas, con muchas ganas, diría yo. Elevé mis ojos al Señor, agradeciéndole la prontitud de su apoyo, y prometiéndole hacerme cargo de la parte que me tocaba, para aprovecharla.
“¡Muchachos, ¿alguno de ustedes sería tan amable de pasarme la crema protectora?!” pregunté con voz cantarina, sacando un poco la cola y avanzando mis tetones en un gesto pícaro.
La reacción fue divertida: los muchachos se amontonaron unos sobre otros, procurando los que quedaban detrás, pasar adelante, mientras estiraban su manos hacia mí, gritando “¡Yo, yo!” No pude menos que reírme. “¡Bueno, está bien, podrán pasarme crema todos...!” dije conciliadora.
Eran chicos muy atractivos, en verdad. El más alto era un flaco, puro músculo y tendones, de piel muy morena. Le seguía en estatura un rubio gordito, bastante peludo. Un poco menos alto, pero de buena estatura todavía, venía un morochito muy tostado, de muslos fuertes y por último, el más bajo, con un terrible cuerpo de pesista con músculos hasta en los músculos.
“Muchachos” dije caminando hacia la carpa de al lado con mis tacos aguja, que no son muy adecuados para la arena, por lo cual hacía que mis cosas se bambolearan más que de costumbre, “me van a poner la crema detrás de la lona que divide la carpa, así la gente no me ve sin la ropa, ya que me gusta que la crema cubra cada centímetro cuadrado de mi cuerpito...”
Y los guié a la trastienda de la carpa. De modo que esta parecía vacía, vista desde la playa, y nadie habría supuesto que ahí estaba yo con los cuatro muchachones. Estábamos un poco apretados, en verdad, pero no me resultó desagradable, sino todo lo contrario. “Todavía no empecemos”, les pedí, “esperemos a que vuelva mi marido” Esto causó un poco de alarma, pero les expliqué que era para poder verlo mientras me ponían la crema. Yo había observado que a la altura de mi cara, la lona divisoria tenía un breve tajo por el cual podría asomar el rostro. Lo probé y funcionaba. “¿Y cuando empezamos?” dijo uno de los muchachos con la voz ronca. “Pronto” dije para tranquilizarlo. “Entretanto me voy a desnudar, para que puedan ponerme la crema por todas partes.” Y me saqué la tanguita y la remera, escuchando algunos jadeos tipo rugido en correspondencia. Y asomé la carita, vigilando la playa, con los muchachos detrás, bastante cerquita. Tanto que no pude dejar de sentir el bulto de uno de ellos, rozando mis nalgas. No puedo culparlo, con mi voluptuoso cuerpo a centímetros del suyo, el muchacho había tenido una respuesta involuntaria espontánea. Y sentí una mano poniéndome crema en una teta. “Todavía noo...” le reconvine al dueño de la mano “... esperemos a que retorne mi... ¡ahí vuelve!” grité al ver a mi Armando retornando a la carpa. La mano que encremaba mi tetón se puso a jugar con el pitón. Pero no tenía motivos para recriminarle nada, al fin de cuentas mi marido había vuelto. “¡Hola, cariño!” le grité a mi esposo para llamarle la atención. Miró un poco desconcertado hasta que localizó mi carita asomando por el agujero en la lona. Entretanto, el dueño del bulto había decidido liberarlo de su encierro, lo que le debe de haber representado un gran alivio, a juzgar por el estado de erección que sentí contra mis nalgas. Yo seguía asomada por la pequeña ventanita en la lona, “¡No te duermas, querido, que quiero que me mires mientras me ponen la crema!” La voz se me entrecortó un poquito, porque una nueva mano se había apoderado del tetón libre, comenzando a encremarlo. Y cuando bajé mi mano di con una gruesa tranca a la que mi mano se prendió como por instinto, seguramente porque estaba un poco nerviosa. Una súbita intuición hizo que bajara la otra mano, y se encontró con otra poronga sumamente enhiesta, como invitando a ser aferrada. Mi mano respondió con ganas a la invitación. “¿Lo pasaste bien en el agua?” dije para mantener la mirada de Armando fija en mí. Pero mi oración terminó en un gemido, ya que uno de los muchachos se había colado entre mis piernas, y había comenzado a besar la puerta de mi intimidad. Entretanto, el de la polla detrás mío comenzó a restregármela en la raya que separa mis nalgas. Se me escapó otro gemido involuntario. “¿Qué?” gritó Armando, que no había entendido mi frase anterior. “Te pre... guntaba... si lo pasas...te bi... en en el a... gua...” El chico que estaba lamiendo mi vagina se estaba concentrando en mi clítoris, con tremendos resultados. El de atrás había separado mis glúteos y me estaba restregando su tranca en la puerta del ano. Mis tetones estaban recibiendo un tratamiento de realeza. Y uno, supongo que el de atrás, me estaba dando chupones en el cuello. “¿Estás recibiendo un buen masaje...?” preguntó Armando. En eso siento que la caliente tranca del muchacho de atrás comenzaba a abrirse camino en mi culo. Embadurnada en crema, como estaba, no le costó mucho trabajo hacerlo. “¡Síi!¡Es... toy reci... bien... do crema por... to... das par...teess...!” Mis manos se estaban aferrando con fuerza a las pollas que habían tenido la fortuna de encontrar, y de modo totalmente espontáneo las estaban pajeando. En ese momento advertí que estaba un poquito excitada. Así que mientras sentía la tranca haciendo pequeñas entradas y salidas en mi abierto ojete, me encomendé a la protección divina para poder superar este difícil trance para una esposa fiel. Por suerte la cara de Armando estaba a la vista, de modo que no tenía que hacer esfuerzos de concentración para imaginármela, pero tenía la visión un poquito turbia, de modo que igual tuve que esforzarme. “¿Estuviste tomando sol? ¡Tenés la cara muy colorada!” El muchachón de atrás estaba moviendo tu enorme tranca con vaivenes cada vez más largos y enérgicos.Y yo tenía gemidos cada vez más largos. “¿Quée?” le grité a Armando para no tener que pensar una respuesta. “¡Que si tomaste mucho sol!” Pero yo me estaba corriendo y, aunque registré las palabras, no las entendí muy bien. Casi enseguida el muchachón me llenó el culo de leche y volví a correrme, de modo que me faltaba el aire para contestar la pregunta de Armando. Además el chico que tenía abajo estaba lamiendo con tanto cariño que volvió a elevarme a las alturas. Cuando el que tenía en el culo sacó su chorreante nabo, otro ocupó su lugar, agarrándose con fuerza de mis tetones y enterrándome su nabo hasta los cojones, para comenzar enseguida un mete y saca enloquecedor. “¿Te sentís bien?” gritó Armando. “Sí... ¿por...?” contesté con la voz extrañamente ronca. El chico que tenía adentro se estaba moviendo con tanta energía que a cada empujón sentía sus vellos púbicos contra el ojete. esto fue demasiado para mí, y me corrí en medio de jadeos y estertores. “¡Porque estás muy colorada y agitada!” “Es el... ca... lor... mi... cie... looo...” balbuceé mientras sentía una nueva inyección de semen en el culo. “¡Tenés los ojos bizcos!” comentó Armando con algo de alarma en la voz. “¡¡Dios mío, ayúdame!!” le rogué al Señor. Pero no me debe haber entendido bien, porque la única respuesta a mi ruego fue un nuevo cambio: el chico que tenía abajo se puso atrás y comenzó a frotarme la vagina con su tranca. Era el más bajito, por la facilidad con que llegó sin agacharse. Y luego de frotarla un poco contra los labios externos procedió a ensartarme. Aferró mi culo con ambas manos y me dio un paseo en la vagina de esos que no se olvidan. Sus manos eran tremendamente fuertes, pero su pija debía usarla para levantar pesas, por lo gorda y fuerte que estaba. ¡Es cierto lo que dicen de los petizos! Pensé, tratando de articular un pensamiento, pero ese fue el único que me vino. ¡Suerte que todo era un experimento para probar la eficacia de tener la cara de mi marido a la vista, sino hubiera sido infidelidad! Porque debo confesar que un poquito me estaba gustando el entusiasmo con que los chicos me festejaban. No tanto como para ser infiel, pero sí lo bastante como para hacerme correr una vez tras otra, de un modo incontenible.
Bueno, que me pasaron entre todos un par de veces cada uno, mientras yo, con los ojos vidriosos le dedicaba una sonrisa boba a mi Armando,, sin saber ya si lo veía o no lo veía. Lo que sabía era que Dios estaba conmigo protegiéndome. Debía estarlo, porque lo estaba pasando bomba.
Finalmente saqué la carita del hueco en la lona, y me puse en cuatro patas con el rubio ensartándome por el culo y los otros chicos dándome a chupar sus enhiestas pollas. ¡Lo que es la juventud! ¡Tres o cuatro acabadas cada uno, mientras que mi marido, después de una estaba listo! Este pensamiento me provocó una corriente de simpatía hacia los muchachones y de piedad hacia mi Armando, tan intensa que me corrí de vuelta. Ahí fue cuando me derrumbé boca abajo, con el rubio arriba mío y su tremenda poronga dándome empujones muy seguiditos, cada vez más seguiditos. Hasta que me desvanecí. Creo que los chicos continuaron usando y abusando de mí, porque cuando reaccioné era otro el que me tenía ensartada, y otras las porongas que se frotaban contra mi boca. Lamí y chupé lo que pude, mientras volvía a quedarme dormida.
Cuando salí de la trastienda de la carpa, mi paso era vacilante y tambaleante, seguramente por los tacones aguja, y tenía gusto a semen en la boca, y semen en el culo y en la concha, que habían sido usados muchas veces, ya que me escocían un poco.
Cuando me derrumbé en el sillón de mimbre de nuestra carpa, noté que tenía gruesas manchas de semen sobre los muslos, el bajo vientre y la cara. Procedí a extenderlas por la piel, como si fuesen manchas de crema protectora.
“¿Pero ese hombre no sabe extenderte bien la crema?” (él creía que el que estaba en la trastienda de la carpa de al lado era Carlos, nuestro vecino, ya que yo le había pedido a los chicos que no salieran hasta que nos fuéramos mi marido y yo).”Es que me puso demasiada crema para dejarme bien protegida, mi cielo.” Y me quedé profundamente dormida, de tan rendida que estaba.
Pero lo importante, pensé antes de entrar a los brazos de Morfeo, es que el experimento había sido un éxito: tener la cara de mi esposo a la vista, mientras me estaban follando y haciéndome todo tipo de cosas, había sido una solución para evitar pensamientos y sensaciones infieles. Iba por el buen camino.
¡Las cosas que una hace por amor...!

Tengo todavía que contarte de la vez en que fui al médico para un exámen de mamas y de mis sesiones de confesionario con el padre asmático. Pero entretanto me gustaría que me escribas tus comentarios sobre este relato a bajosinstintos4@hotmail.com. Recuerda que no debes pedirme fotos, ni citas ni chateos, ya que no sería correcto para una esposa fiel acceder a esas cosas con desconocidos. Pero me encantará recibir tus elogios a mi conducta virtuosa.

NOTICIA: Para los interesados en hacer sus propias narraciones eróticas, les comunico que escribiéndome a bajosinstintos4@yahoo.com.ar pueden obtener gratuitamente y sin compromiso el primer módulo de mi taller virtual de narrativa erótica. Son seis módulos, la recepción del primero no implica obligación alguna de tomar los cinco restantes, que tienen un costo de 10 dólares cada uno. Eso sí: debes tener cuenta en yahoo o en argentina.com, ya que tienen una buena capacidad de almacenamiento.






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Demasiado Timida para Oponerme - 10ª Parte

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Los hombres tienen ideas equivocadas sobre la fidelidad femenina. Creen que una mujer para ser fiel debe vestir como una monja, o poco menos.

Hasta mi cura confesor incurre en esa visión errónea. Cada vez que le muestro el culo a través de la ventanilla de confesión, comienza a gemir. Creo que no le gusta que haga eso.

La última vez que me confesé traté de darle mi visión del asunto.

Entré en el confesionario y me di a conocer. Aunque me parece que ya se había dado cuenta de que era yo, a juzgar por sus gemidos. Lógico, ellos pueden vernos a través de la cortinita. Lo que no entiendo es por qué gime, pero siempre gime.

"¿Sigues vistiendo con esas remeritas breves que te marcan los pezones, hija?"

"Sí, padre, ya sabe que me gusta que mis pechos se aireen, y por eso no llevo corpiño." (gemido del padre)

"Pero tu tienes pechos muy grandes, hija mía..."

"Sí, pero bien parados, gracias a Dios, padre" (gemido)

"¡No mezcles a Dios en esto!"

"¡¡Pero Dios fue el que hizo que mis tetonas fueran tan suculentas y mis pezones tan gordos y grandes, padre!!"

("¡Ayy...!") la voz del padre sonó como un gemido apagado, provocándome cierta inquietud. "¿Se encuentra bien, padrecito?"

"... ¿y es... tás vistiendo una de esas fal... ditas cortas que te dejan los muslos al aire...?" Escuché un leve jadeo en su voz, pero como ya había ocurrido en otras confesiones, me pareció normal. El padre debía sufrir una forma de asma, consideraba yo. Lo que se me escapaba era la razón de ese chac chac que se escuchaba del otro lado de la cortinita apenas comenzadas mis confesiones.

"Si, padre, mientras no me siente o me agache..."

"¿n-no...?", gimió el padre con un hilo de voz.

"Sí, porque si me siento, apenas abro un poquito las piernas, se me ve la braguita, si la llevo..."

"¿S-si la-la lle... vas...?" gimió con voz entrecortada por el asma.

"Y si me agacho me queda toda la cola al aire..." No sé por que tengo que repetirle estas cosas que le he explicado tantas veces. Pero siempre es el mismo diálogo.

"¿E-el... cu-culo... al ai... re?"

"A mi me gusta más llamarlo "cola", me parece más delicado, padre. Lo que pasa es que la faldita se me sube, pero no preocupa que me lo vean, porque lo tengo bien bonito, y además uso una tanguita de hilo dental que se me mete entre las nalgas, así que la decencia está protegida..."

Del otro lado no se escuchaba nada. "¿Me escucha, padre?" pregunté alarmada por el silencio. Pero afinando el oído pude escuchar sus jadeos rápidos. El asma lo tenía mal a este hombre.

"...¿Y... e... sos... tacos... a... guja... que... u... sas... siem... pre...?" logró articular el noble confesor. (Chac chac chac...)

"¡Ah sí, padre, yo sin los tacos aguja no voy a ninguna parte!" dije, tratando de aparentar que no me daba cuenta del sufrimiento que le causaba su enfermedad. Si él tenía la entereza de hacer su trabajo con tan dura carga física, ¿quién era yo para avergonzarlo dejando ver que conocía su condición?

"P-pero... hija... mía..." su voz sonaba un poco ronca, pero yo disimulé y continué escuchando. "... yo te he... vis... to caminan... do vestida así, y se te bam... bolea todo..." jadeó. "¡Toda... vía llevo e... sa ima... gen clava... da en mi... retina!" A lo cual siguieron una serie de jadeos rápidos y más chac chacs.

"¡Lo sé, padre, y me encanta!"

"¡P-pero... los hom... bres...!" gimió.

"¡A ellos también les encanta, padre! ¡Viera las cosas que me dicen...!" Otra sucesión de jadeos, gemidos y chac chacs cada vez más rápidos. Ese hombre estaba sufriendo mucho. Continué contándole para distraerlo de su dolor.

Me dicen "¡¡Nena, te estaría cogiendo ese culo hasta el fin de mis días!!" "¡Es un lindo piropo, dentro de todo, ¿no cree, padre?" Del otro lado sólo se escuchaban jadeos.

"... y... y tu ma... rido ¿qué di-dice?" más jadeos.

"Nada, padre. Porque mi esposo confía en mí, además yo no le cuento. Una mujer decente no tiene que andar contando cada paso que da."

"¿De... cen... te? ¡Pero si fornicas con cada hombre que te lo propone!" La ira se ve que le quitaba el asma.

"¡De ninguna manera, padre! ¡Que ellos me forniquen no quiere decir que yo también los fornique a ellos!" exclamé indignada por su falta de comprensión.

"¡Por ejemplo el otro día, los muchachos del callejón...!" Y le conté como dos muchachos me habían abordado por la calle, pidiéndome que les ayudara a encontrar sus documentos que se le habían extraviado en el callejón. (Chac chac chac) Estaba demasiado oscuro y era comprensible que no pudieran encontrarlos. Así que decidí brindarles mi ayuda. (Chac chac chac) Uno era mulato y el otro decididamente negro, pero yo no sentí ningún desprecio por ellos. Para mí el color y la raza no significan nada. Mientras le iba contando, el padre volvió a sus gemidos y jadeos. Se ve que el interés de la historia le hizo abandonar la ira. ("¡¡Ella se lo busca... ella se lo busca...!!") murmuraba por lo bajo. No sé que habrá querido decir, igual continué mi historia.

"¡Y entonces padre, me llevaron al rincón más oscuro del callejón y me pidieron que buscara allí! (Chac chac chac...) ¡Y uno de ellos, para ayudarme, se puso detrás de mí, muy cerca, tan cerca que pude sentir su tranca apoyando mi culo! (Chac-chac-chac-chac) ¡Seguramente, en su buena voluntad de ayudarme, el muchacho no advirtió nuestro contacto...! ¡ yo hice como que no me daba cuenta, para que él no creyera que yo pensaba que tenía malas intenciones...!" Del otro lado de la ventanita del confesionario se escuchaban sollozos apagados.

"¡Y seguramente que no tenía malas intenciones! ¡Pero el contacto con mi culo le produjo un efecto que seguramente no había previsto el pobre muchacho...! ¡Y pronto su bulto se puso muy duro y muy grande! (Chac-chac-chac-chac-chac) ¡Por suerte su amigo no se dio cuenta, pues habría sido un papelón para el mulato, o para el negro, ya que en esa oscuridad no se podía distinguir! ¡La cuestión, padre, es que la tentación pudo más que el decoro en el muchacho, pues de pronto sentí que me levantó la falda hasta la cintura y me puso su tranca desnuda entre las nalgas! (Chac chac chac…) ¡¡¡Qué momento!!! ¡La cosa había tomado un giro imprevisible! ¡Y los documentos no aparecían! El otro muchacho debía estar tomando la búsqueda en serio. ¡pero el que estaba atrás mío se había entusiasmado! ¡Y estaba frotando su tranca contra mi trasero! ¡Yo no sabía si hablar o no hablar! ¡Así que cuando me corrió la tanguita no dije nada! ¡Sus fuertes manos me aferraron el culo y con su palo comenzó a darme frotones en la vagina. (Chac-chac-chac- ("¡qué puta, Dios mío!") chac-chac-chac-chac) En eso siento otras manos que comenzaron a sobar mis melones a través de la remerita! ¡¡¡Era el otro, padre!!! Que, más audaz que su compañero se había tomado el atrevimiento de dar ese paso. Yo me sentí halagada ¡que dos muchachos como esos se entusiasmaran conmigo era algo muy romántico!"

En el otro lado del confesionario se escuchaban sólo jadeos entrecortados.

"El muchacho que tenía atrás no tuvo muchas dificultades en introducirme su enorme virilidad en mi ya por entonces muy jugosa vagina. ¡Y creamé, padre, lo que se dice de los negros es cierto! Suponiendo que fuera el negro..., claro. Y el otro me había levantado la remerita y estaba jugando con mis tetones con verdaderas ganas, que ¡ni mi esposo ponía tanto entusiasmo en jugar con ellos!" (Chac-chac-chac-chac-chac) "¡El problema, padrecito, es que yo me estaba excitando, o casi excitando, lo que para una mujer fiel no está bien a menos que lo haga con su marido! ¡Pero ¿qué podía hacer?! ¡Si los rechazaba iban a pensar que los estaba discriminando, padre! ¡Por otra parte, el que tenía adelante, me plantó su gran trompa en mi boca y comenzó a darme un beso de lengua que me hizo elevar los ojos al cielo! ¡¡¡Y esa fue mi salvación!!! ¡Porque encomendé mi espíritu a Dios, rogándole que no me dejara caer en la tentación, porque una es de carne, padre! Y cuando el muchacho de adelante me hizo agachar poniéndome su gran poronga en la boca, no vacilé en homenajearla con mi lengua, mientras mi alma seguía centrada en Dios. Así que se la succioné realmente con devoción, porque a mí la idea de Dios me sumerge en un estado devocional." (chac-chac-chac-chac-chac-chac) "¡Y centré mi mente en la imagen del rostro de Armando, mi marido, rodeándolo de un halo dorado que representa mi amor absoluto por él. Y cuando la poronga en mi boca comenzó a echar chorros, sentí que la prueba ya había pasado. Y me quedé esperando que la que tenía en mi vagina hiciera lo mismo. Cuando empezó a pulsar y a llenarme la concha de semen, di un suspiro de alivio, bueno en realidad me corrí por segunda vez, feliz de haber salido tan airosa del trance! ¡Tan contenta estaba que no me importó que los muchachos cambiaran de lugar! Cuando siento que mi fidelidad sale triunfante de trances así no me cuesta ser generosa Y creamé padre, en esos momentos me invade una sensación de placer que sólo la puede brindar la fe! ¿No es cierto, padre...?... ¿Padre...?... ¡Padre!" exclamé alarmada por tanto silencio, pero pronto me tranquilicé, al escuchar su repiración cansada del otro lado de la cortinita.

"¡Yo no entiendo por qué les causo ese efecto a los hombres, padre! ¿A usted le parece que mis pechos son para tanto, padrecito?" y me levanté la remerita para que el confesor pudiera ver mis tetones al aire. Del otro lado se escuchó un gemido. A modo de prueba, yo bamboleé mis tetones a izquierda y derecha, varias veces, y hubo varios gemidos en correspondencia, y los chac chac se hicieron más rápidos. Era inútil, el padre seguía siendo crítico con respecto a esas manifestaciones mías. Yo no veía por qué, ya que para mí un padre confesor es como un médico. Aunque ahora que lo pienso, la última vez que fui al médico, al pobre hombre también le comenzaron a pasar cosas raras. "¡Padre, dígame por favor que no es pecado tener un lindo culo!" "¡Véamelo y dígame si está mal!" y en un arrebato de fe en la iglesia, me levanté la faldita y le puse el culo desnudo contra la ventanilla. Los chac chac comenzaron a sucederse a un ritmo vertiginoso.

Como el padre no decía nada pensé que no había interpretado mi gesto de confianza, porque ese día no estaba usando braguitas, pero cuando iba a retirar mi culo, escuché su voz temblorosa y jadeante que en medio de los chac-chac-chac me pidió "¡no... lo... saques... todavía... precio... sa, que me fal... ta po... qui... too...!" Y me di cuenta de que mi demostración había logrado demoler su oposición y que le faltaba poco para comprenderme, así que le dejé el culo, e incluso lo moví un poco para que pudiera completar su entendimiento. Y le debe de haber venido, pues después de un montón de chac chac más y unos jadeos cada vez más rápidos, el padre concluyó con un gran gemido de comprensión. Y sentí que mi faena estaba hecha. "¿Tengo su bendición, padre?" "Sí, hija mía," dijo con voz cansada y todavía jadeante, "¡no sabes cuanta bendición me surgió durante tu relato! ¡Y dos veces! ¡Estas confesiones están cada vez mejores...!"

"¡Gracias, padre, por su perdón y bendiciones! ¡Usted no es tan duro como quiere hacer creer!"

"Bueno, hija mía, al principio me voy poniendo cada vez más duro, pero al final estoy bastante blando, porque comprendo que tu no cargas culpa..."

Y me fui del confesionario contorneando mi figura a cada paso de mis tacos agujas, pero feliz de haber dejado un sacerdote satisfecho, detrás de mí. FOTOS

Mi Jefa queria Guerra

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Este relato sucedió hace un tiempo, cuando trabajaba en una empresa de quesos, como repartidor en una furgoneta, tenía un jefe un poco exigente, que nos tenía muy firme, y bastante puteado. Este estaba casado, y tenía mujer, la cual iba de vez en cuando para la nave, supuestamente a ver al marido, pero lo que a ella le gustaba era que la observásemos, pues estaba muy bien. Se llamaba Marta, tendría unos cuarenta y cinco años, morena, de ojos claros, con un cuerpo sensual, no maltratado por los años, solía vestir con una falda por las rodillas, y una chaqueta arriba, para dársela de importante. Con el tiempo se había ido creando algo de confianza entre nosotros y ella, e incluso a veces teníamos unas pequeñas conversaciones.

Una noche, salí a tomar unas copas con mis amigos, yo era el único que trabajaba allí de los que íbamos, a un pequeño bar, escondido, moderno, con un gran ambiente, al que solo iban la gente que lo conocía, y normalmente gente de la alta sociedad, yo conocía al dueño, y a veces me pasaba por allí, habitualmente mis copas estaban pagadas. Una vez dentro, fuimos a pedir a la barra, y para mi sorpresa allí estaba sentada en un taburete Marta, había poca luz, así que me acerqué a corroborarlo, y sí era ella.

Me dirigí hacia Marta, llevaba una falda corta azul y una blusa blanca, y ella se sorprendió de verme allí, estuvimos hablando un rato y me contó que su marido había ido a visitar a los padres a Cádiz, y que estaba sola en casa y se aburría y fue a tomar unas copas, mantuvimos una agradable conversación. Con el tiempo, y tras bebernos unas copas, el formalismo se iba rompiendo, las distancias se iban reduciendo, nos rozábamos cada vez más, las miradas se cruzaban cómplices, incluso ella se atrevió a quitarse un botón de la blusa, pues decía que tenía calor, esto hizo que se viera su escote, con su piel blanca, que dejaba entrever sus pechos de tamaño mediano. Así estuvimos toda la noche, hasta que ella me dijo que se iba, decidí acompañarla al parking donde había dejado el coche, hasta que lo encontramos un Mini One rojo. Al llegar era difícil despedirse y me pidió que pasara al coche, ya que le dolían los pies, al entrar al coche, aprovechó para soltarse el pelo, lo que me provocó una cierta excitación. Comenzó a agradecerme la noche que habíamos compartido, yo le dije que era mutuo, y ella se lanzó sobre mí y me besó, después se separó y continuó hablando, seguidamente fui yo el que me acerqué a ella, lentamente, mirándole a los ojos, tenía unos labios carnosos, una lengua juguetona. 

Tras esto, arrancó el coche y me llevó a su casa, estaba a las afueras de la ciudad, una vez dentro sin mediar palabra, comenzó a besarme alocadamente, yo la respondí y la agarré firmemente con mi mano por el culo, seguidamente le desabroché los botones de su blusa, dejando ver su sujetador blanco, el cual al igual que su blusa le fueron quitados, tenía ante mí esos grandes pechos, los agarré con mis manos y los saboreé con mi boca, posando mi lengua en ellos, Marta emitía suaves gemidos y arqueaba la espalda dejándose llevar. Después acercó su mano a mi entrepierna y presionó mi miembro, lo masajeó sobre el pantalón, lo que parecía excitarle aún más. A continuación me desabrochó el pantalón y me bajó los calzoncillos, mi polla salió rígida y húmeda. Me senté en un sofá, y ella tomó mi miembro entre sus manos, y aproximó su boca despacio, queriendo degustar ese líquido que empezaba a deslizarse hacia fuera desde la punta del glande, a continuación bajó firmemente el prepucio y devoró mi polla con su ardiente boca. Aprovechando su posición, deslicé mis dedos en el interior de su tanga, mimando la piel de su culo, la cual estaba algo húmeda de sudor, Marta al sentir que me aproximaba hacia su agujero, movió las piernas para facilitar las cosas, por lo que mi dedo aterrizó en su ano, el cual comencé a masajear y a dilatar.

Mientras su boca se iba volviendo aún más traviesa con mi polla, mantenía la boca llena, yo seguía jugando con su culo, pero ya con dos dedos bien ensalivados, a ella le encantaba, estaba cachonda como una perra, y yo estaba deseando sodomizarla. Ella se levantó, apoyó las dos manos en el cabecero del sofá, y arqueó su espalda, ofreciéndome su culo. Me aproximé por detrás, le subí la falda, colocándosela en la barriga, y le quité el tanga, seguidamente la penetré, entró en su culo sin dificultad, ese culo estaba muy enseñado, ella dio un pequeño gemido y un agradecido movimiento de caderas, mis manos buscaron sus pechos mientras la penetraba cada vez más fuerte, le susurraba al oído las ganas que tenía desde hacía tiempo de follarla así, como una perra, como un zorrita, esto hacía que cada vez se excitase más y se restregase contra mí chocando sus nalgas contra mi vientre. Marta con sus dos manos, cogía sus nalgas, y se abría el culo, mientras me pedía más, verla así, como una zorra a mi disposición, era un placer inmenso, placentero, contra más le daba más le gustaba. Seguidamente, se empezó a acariciar su coñito, estaba muy excitada, a punto de llegar al orgasmo, eso me excitó tanto que aceleré las embestidas, ella gemía con más rapidez y me arañaba las nalgas con sus manos, yo buscaba llenarla de semen, ella se movía mientras se corría, segundos después, y tras embestirla fuertemente, estallé en su interior, derramé toda mi leche en su culo. Cuando saqué mi polla, de su enrojecido culo empezó a gotear mi semen, chorreándole por las piernas.
Al poco tiempo le di la vuelta, la besé, y le dije que era una perfecta puta, ella sonrió y me dio otro beso, al rato me marché a mi casa.

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Demasiado Timida para Oponerme - 9ª Parte

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Armando, mi marido, ya había partido para la playa junto con su hermana y el novio, antes de que yo me despertara. Mejor, pensé, eso me daría tiempo para desayunar tranquila y sin apresuramientos. Al fin de cuentas una no tiene que fichar un reloj para ir a la playa, así que la playa no tiene carácter imperativo ni de urgencia.
Mientras desayunaba medité sobre si ponerme una faldita o salir, como los otros días, con mi mini-bikini, la que me cubre el culo con una especie de hilo dental que se interna entre mis soberbios glúteos. Decidí que la bikini era más cómoda y una pequeña concesión a mi coquetería, además de los tacos aguja que me alargan las piernas y me elevan el culo, si bien hacen que este y mis pechos tengan un cierto bamboleo muy festejado por los hombres con que me cruzo. Por los pechos no me preocupo pues siempre me los cubro con una fina remerita dos números más chica que mi talla. Pero al no usar la parte de arriba de la bikini hasta llegar a la carpa, mis pezones pueden respirar libremente, si bien se notan quizá demasiado y un poco inadecuadamente para una señora felizmente casada y que no anda buscando nada con nadie que no sea su esposo. Pero ese es un problema para los hombres, no para mí que tengo muy en claro la clase de esposa fiel que soy. Y un poquito de exhibicionismo, debo confesar, me resulta estimulante. Y dejar que la deseen a una un poco no es, de ninguna manera ser infiel.
Así pues, salí taconeando camino a la playa. No muy rápido, claro, pues los tacos aguja no fueron pensados para un andar demasiado veloz.
Pero no me esperaba que, a los pocos pasos, fuera a sentir el hocico de Mujik, el enorme dogo de don Braulio, justo entre mis nalgas, en el lugar donde estas nacen de las piernas. Me sobresalté por la sorpresa, para encontrarme con la sonrisa plena de don Braulio “¡No se preocupe, Julia, tengo a Mujik atado con su correa de cuero!” “¡Hola, don Braulio! ¡No le tengo miedo a Mujik, que por más grandote que sea es casi un cachorro con sus dos años, incapaz de hacerme ningún daño!” dije mientras sentía algunos lengüetones del afectuoso perrito allí, donde acababa de sentirlo.
Don Braulio, tranquilizado por mi comentario, dejó de reprimir al perro, que continuó dándome lenguatazos en la base de los glúteos con el entusiasmo y la inocente espontaneidad de los perros jóvenes. Y así siguió todo el camino, mientras don Braulio y yo sosteníamos nuestra amigable charla de vecinos.
Debíamos vernos un poco raros, yo charlando con el anciano, y el perro lamiéndome el culo sin interrupciones mientras seguíamos caminando. De hecho, todos los hombres que se nos cruzaron me miraron un poco raro, más aún los que venían detrás nuestro.
Primero noté que los pezones se me habían endurecido. Después noté que mi entrepierna se estaba humedeciendo. Luego me comenzó a costar seguir coherentemente la conversación con don Braulio. Y el perro continuaba dale que dale y yo procuraba hacer como que no me daba cuenta, para no poner en apuros a su amo. Pero en cierto momento mi paso se hizo algo tambaleante, tanto que don Braulio tuvo que sostenerme de la cintura con sus fuertes manos, sin que el perrito se detuviera en sus lambetones y mis ojos se pusieron turbios, e inesperadamente me corrí en la calle, a la vista de todo el mundo, y también de don Braulio que tuvo el buen tacto de disimularlo y que me invitó a tomar algo en un bar para que me repusiera, aunque él adujo que era porque estaba un poco cansado y tenía que sentarse. Acepte de buen grado, porque tenía que desmoronarme en algún lado.
En el bar el perrito se acomodó debajo de la mesa y, aprovechando mi incapacidad de resistencia, se dio a lamerme los jugos que corrían por la parte alta de mis muslos, para luego pasar a mi secreta intimidad. Yo estaba de todos los colores, pero don Braulio aparentó no advertirlo y siguió con su charla amable y afectuosa. Así que yo hice otro tanto.
Mujik, por su parte, estaba entregado por completo a su voraz lamida de mi concha, apenas tapada por una telita que me dejaba sentir todos y cada uno de los lambetones. Así que mi respiración había vuelto a acelerarse, y me costaba enfocar la cara de don Braulio que, mientras hablaba, parecía muy interesado en el movimiento de mis tetones, siempre con su gran sonrisa en la cara.
“Le puse “Mujik” en honor a las memorias de una princesa rusa, ya que estos perros son tan dotados como los legendarios mujiks rusos” me explicaba, llevando él el peso de la conversación, ya que pareció advertir que yo, más que unos entrecortados monosílabos y jadeos no estaba en condiciones de responder coherentemente.
Así que con grandes estremecimientos de mi bajo vientre y estómago, me vine de nuevo bajo la escrutadora mirada de don Braulio que seguía sonriéndome afectuosamente.
Y el perro siguió con lo suyo, ahora tenía más jugos que antes y muchos más olores que olfatear, así que siguió lamiéndome, aprovechándose de que a esas alturas yo ya estaba entregada.
Cuando me hizo echar el cuarto polvo, el amo lo sacó de debajo de la mesa. Y entonces pude ver, por su roja cabeza desenfundada que el apodo de “Mujik” le calzaba justito.
Don Braulio, con la excusa de que me necesitaba para llegar a su casa “porque ya no era tan joven” me convenció de que lo acompañara. Y una vez allí me invitó a tomar algo en el jardín, cosa que acepté agradecida, ya que lo necesitaba. En el camino Mujik no hizo intento alguno de continuar con sus simpáticas caricias, pero una vez que me tuvo bajo su techo, su ánimo cambió y le volvieron los ímpetus.
Para cuando el amo volvió con el té con galletitas, me encontró despatarrada sobre el gran sillón de mimbre, bajo el poder de los lengüetazos afectuosos de su perro. “¡Así no, Mujik!” le corrigió, y sacándome la parte inferior de la bikini dejó expuesta mi conchita a la voracidad lamedora del cariñoso perrote. “¡Así podés llegarle bien a la señora...!”
Yo pensé que por suerte no había que fichar para llegar a la playa y elevando los ojos al cielo encomendé al Gran Hacedor mis oraciones pidiéndole que eso que me estaba pasando no pudiera ser calificado de infidelidad.
Don Braulio, muy interesado,se acercó a mirar el trabajo de su perro. Y cuando me vió entregada y con los ojos para arriba, detuvo a Mujik, y levantándome sin ninguna dificultad me puso sobre el césped en cuatro patas, con el culo en pompa. El perro entendió perfectamente la situación y me montó inmediatamente. El gran tamaño de su porongota me conmovió hasta el fondo de mi ser, pero lo que verdaderamente me emocionó fue el modo frenético en que comenzó a moverse. Los orgasmos comenzaron a sucedérseme uno detrás del otro con una velocidad que me los hizo incontables y que me dejaron prácticamente sin aliento. Don Braulio parecía disfrutar de verme cogida tan tremendamente por su perrazo, ya que en el frente de su pantalón se podía notar una enorme prominencia que él acariciaba lentamente. “Es un perrito muy travieso...” me dijo. Y se arrodilló frente a mí, de modo que su bulto quedó a la altura de mis ojos, que aún sin poder enfocar muy bien sabían muy bien lo que tenían frente a ellos. Entonces desenfundó y expuso el nabo más grande que yo hubiera visto. Me lo acercó a los labios “¡Chupe, señora, chupe, se va a sentir mejor!” y me lo metió en la boca que se abrió para engullirlo de un golpe. Me di cuenta de que el anciano, con su larga experiencia de vida, no había tenido dificultad en advertir lo que yo estaba necesitando, y generosamente me lo brindó. Con la terrible serruchada que me estaba dando el perro, fue un alivio tener algo que llevarme a la boca, para descargar ansiedad. Aunque tuve que abrir mucho la boca, y solo pudo entrar la mitad, pero yo hice de tripas corazón y seguí chupando. En eso estaba cuando la tranca del perrito explotó, llenándome con una gran cantidad de potentes chorros. Eso hizo que me corriera con la polla de su amo en la boca. Don Braulio, y me sentí agradecida por su prudencia, sólo le daba leves vaivenes a su pollota dentro de mi boca. Y todo andaba muy bien, hasta que advertí que había quedado atada al perro por su tranca, de modo que el noble pichicho me arrastraba donde quiera que fuera. Al salírsele la tranca de mi boca, don Braulio comprendió la situación y se hizo cargo inmediatamente. Algo le aflojó al perro que le permitió desalojarse de mi intimidad. “¡Gracias..., don Braulio...!” suspiré aliviada. Pero entonces sentí la enorme tranca del viejito tanteándome el agujerito trasero. Y me dije que algo tenía que hacer por este anciano tan gentil y que me había atendido con tanto cuidado. Y lo menos que podía hacer era permitirle un desahogo en mi ano, sin egoísmos de parte mía. El hombre comprendió que tenía mi asentimiento y con sus manos en mis caderas, lentamente me fue enterrando pedacito a pedacito su enorme aparatazo. A medida que me lo iba clavando, noté que me estaba produciendo un placer tan grande que decidí encomendarme nuevamente al Señor y a la imagen del rostro de mi marido, para no incurrir en infidelidad. Porque una cosa es ser amable con un vecino y otra muy distinta es incurrir en infidelidad. A medida que el aparato de don Braulio me iba serruchando mi orto se había abierto de un modo muy complaciente para alojarlo. Con lo de elevar mis preces al Señor no tuve mayor problema, aunque me pareció que mis oraciones eran algo incoherentes, pero es que me costaba mucho concentrarme. En cuanto a visualizar el rostro de Armando tuve ciertas dificultades de concentración también y lo veía bastante borroso, si es que veía algo. Pero así ya no me sentí culpable al correrme con tan tremenda polla abriéndome el ojete, porque había hecho lo que toda esposa fiel y buena vecina habría hecho en mi circunstancia. Así que me dejé correr varias veces hasta que la polla del viejito se hinchó y me llenó el orto de leche.
Cuando me la sacó me derrumbé sobre el pasto hecha un guiñapo. ¡También! ¡Entre el perro y su amo me habrían hecho echar más de veinticinco o treinta polvos!
Don Braulio me levantó en sus brazos con insospechada fuerza y ternura para un hombre de su edad y me depositó en su cama, sacándome la remerita para que estuviera más cómoda. Y después, en un gesto de paternal afecto puso su
caliente boca sobre uno de mis tetones y con sus dedos me acarició suavemente la conchita, mientras pasaba de un pezón al otro. “Así se va a sentir mejor, señora” me dijo con tono protector y su mano libre me apretaba el tetón que no chupaba. Así estuvo más de una hora y tan agradecida me sentí que llevé mi mano a su tranca que se había puesto nuevamente dura y se la acaricié con tanta ternura como la que me estaba dando él. Luego su boca se volvió más apasionada y yo se lo devolví con mi mano. Hasta que el viejito me inundó la superficie del vientre con su leche, espesa y abundante.
Más tarde, ya relajada y reconfortada, me atreví a preguntarle “¿Usted cuantos años tiene, don Braulio?” “Cuarenta y cinco, preciosa” me dijo dándome un beso de lengua en la boca. “Pues está muy bien conservado”, comenté.

Con tanto ajetreo se me había pasado el día en la casa de don Braulio y me pareció que ya no tenía caso ir a la playa. Así que con paso algo tambaleante rumbeé para mi casa, que por suerte estaba cerca. Me despedí del perrito con un beso en su afectuosa trompa y me dejé dar un largo beso de lengua por don Braulio, tan largo que me dejó un poco turulata.
Al llegar a mi casa me derrumbé en la cama y seguí de largo hasta el otro día. Dejé un cartelito sobre la mesa para cuando llegaran mis compañeros: “Por favor, no me despierten, porque hoy tuve un día de perros” Que entendieran lo que quisieran. Pero para mí, “día de perros” ya no significaba lo mismo que antes.

Otro día que había superado exitosamente las pruebas que la vida sometía a mi condición de esposa fiel, pensé mientras me sumergía en el sueño de los justos.

Me encantará recibir tus comentarios sobre mi maravilloso ejemplo de fidelidad marital, pero te recuerdo que: a) no mando fotos; b) no chateo con mis lectores y c) no mando relatos por e-mail ni acepto citas. Me asombra que algunos lectores algo desubicados me pidan cosas como estas. Pero escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com mencionando este relato, por favor, que me gusta recibir las opiniones de mis lectores que son tan respetuosos.


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Demasiado Timida para Oponerme - 8ª Parte

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Esta mañana llegué bien temprano a la playa, con toda la decisión de aprovechar bien mis vacaciones. Como siempre, mi esposo Armando se me había anticipado. Y apenas me vio me invitó a ir al agua con él. Pero yo le recordé que no pensaba dar un solo paso fuera de la carpa sin llevar mi crema protectora.
Armando no entiende las indirectas, así que le insistí para que me la pusiera él, pero no hubo caso, nunca me quiere poner la crema por el cuerpo. “Que te la ponga el de la carpa de al lado” me dijo, yéndose al mar. El de la carpa de al lado, Carlos, es un hombre muy amable que ya se había prestado a embadurnar mi cuerpo, no sólo por fuera sino también por dentro de mi vagina, para lo cual se vio obligado a usar su enorme polla, para que la crema me llegara bien adentro. Recuerdo que por un momento se me cruzó la idea de que ¡me estaba cogiendo! ¡Y con mi marido en la carpa de al lado! Pero enseguida me censuré por mal pensada: Carlos era un caballero que estaba cumpliendo con lo que le había pedido, y lo estaba haciendo a conciencia. Pero mientras él se empeñaba en su cometido friccionando dentro mío con su gran poronga, yo me permití la fantasía inocente de que ¡en verdad me estaba cogiendo! No se la confesé para no perturbarlo y para que no pensara mal de mí como mujer casada, pero disfruté de mi pequeña fantasía de infidelidad y me corrí un montón de veces con la nariz oliendo su pecho mientras su dura tranca seguía dale que dale.
Finalmente me descargó un montón de chorros de leche, bien al fondo, porque el hombre por más serio que fuera en el trabajo que me estaba haciendo, tampoco es de madera y con tanta fricción sucumbió al placer de la carne, pobre hombre. Yo me sentí bastante halagada por su pérdida de control, pero no comenté nada, para no darle falsas ilusiones.
Así que esta mañana, siempre arriba de mis tacos aguja que hace que todos mis dones se bamboleen, me fui a los saltitos hasta su carpa.
Carlos me recibió con una gran sonrisa “¿lista para otra sesión, Julia?” “¡Más que lista, Carlitos! Pero hoy quiero pedirle que además de pasarme la crema me haga un poco de masaje, porque el otro día me di cuenta de que usted debe ser un gran masajista!”
Me hizo pasar a la parte trasera de su carpa, separada del resto por una lona, pero antes de hacerme tender en la colchoneta me pidió que me sacara ambas prendas de la bikini. Le obedecí gustosa, pues ese hombre había ganado mi confianza. Seguramente con la intención de no ponerme en una situación desventajosa, Carlos se despojó también de su pantaloncito de baño, confirmando mi impresión acerca de su caballerosidad. Y ante mis ojos expuso su enorme poronga en estado de máxima erección, lo que no dejó de sorprenderme un poco, pero no dije nada porque esas cosas me provocan un poco de timidez. Carlos se había embadurnado el miembro con crema protectora y también todo el cuerpo, abundantemente. “Ahora que tenemos un poco más de confianza vamos a probar el sistema del embadurnado cuerpo a cuerpo” me anunció. “Como usted disponga, Carlitos”
El embadurnado cuerpo a cuerpo consistió en abrazarme y comenzar a frotar su cuerpo contra el mío, nabo incluido. Y para no dejar nada fuera de contacto, ya que nuestras caras se encontraban cerca, comenzó a comerme la boca con un caliente beso de lengua. Su lengua revolvía la mía y nuestras salivas se mezclaban. Yo no entendía muy bien como eso podía facilitar el encremado de mi cuerpo, pero era bastante agradable, además de inocente y bien intencionado. Lo que me ponía un poquito nerviosa era su duro nabo restregándose contra mi pubis, en las inmediaciones de mi intimidad. Así que para descargar mi nerviosismo comencé a gemir y a jadear.
Carlos, siempre concentrado en su tarea, agarró mis tetones con sus manos embadurnadas de crema y me los fue manoseando hasta que se llenaron de irrigación sanguínea, aumentando su volumen. Como un efecto secundario, mi vagina comenzó a secretar jugos, porque mi vagina interpretaba esa situación como un preliminar de coito, y no puedo culparla, porque las vaginas interpretan las cosas sin mucha sutileza. De cualquier modo no puedo negar que la situación era placentera, muy placentera. Y cuando una de las manos de Carlos se apodero de uno de mis glúteos, sentí que sería mejor estar en la colchoneta. Evidentemente él también, ya que nuestros cuerpos se fueron inclinando juntos, el suyo siempre arriba. Y abriendo bien los muslos permití que hundiera su embadurnada y caliente poronga en mi intimidad. Ahí comenzó una serruchada que un observador poco informado habría confundido con una tremenda cogida. Sí, para cualquiera que no estuviera al tanto de la situación, hubiera parecido que este hombre me estaba dando una cogida de esas para tener y guardar. Pero yo sabía que esto era un trabajo para él, un gesto servicial y no estaba preocupada, más teniendo a mi marido a más o menos cien metros, en el agua.
No me preocupé en aclararle nada acerca de mi condición de esposa fiel, pues me constaba que se trataba de un hombre sumamente respetuoso. Y si me tenía ensartada como una mariposa haciéndome sentir la potencia tenaz de su virilidad, no era por faltarme el respeto, ni vejarme, ni mucho menos, sino por la deferencia y cortesía de un buen vecino de carpa, dispuesto a hacerle un servicio a su vecina.
Carlos es un hombre de una gran resistencia, como corresponde a un estado físico como el suyo. Así que me estuvo dando “la cogida” por unos cuarenta minutos, a lo largo de los cuales, al sentir su miembro como una serpiente que se hundía sinuosamente en mis zonas íntimas, o al sentirlo como la dura barra de carne que estremecía mis entrañas, me fue dando cierta sensación erótica algo perturbadora, de la que me defendí elevando los ojos del alma al cielo y pensando en mi esposo que tanto confía en mí. Y así, en ese estado de elevación espiritual y sintiendo las sacudidas que me estaba dando esa enorme tranca, comencé a tener un orgasmo tras otro, mientras su boca proseguía con su entusiasta beso de lengua. Por un momento me permití la fantasía de que el vecino de la carpa de al lado me estaba dando una tremenda cogida a metros nomás de donde se encontraba mi marido. Y eso debe haber contribuido un poco a provocarme tantos orgasmos, pero yo creo que más bien fueron las sensaciones corporales. De todos modos una no es responsable si se le cruzan algunas fantasías, y tener fantasías no es sen infiel.
Bueno, que me sacudió como si yo fuera una batidora. Y cuando por fin se separó, mi cuerpo estaba completamente embadurnado por delante, por las restregadas de su cuerpo, y por detrás, por el modo en que sus manotas habían recorrido mi espalda y glúteos. Tarde un buen rato en recuperarme, pero al final hice un esfuerzo y me levanté, ya que Armando debía de haber vuelto del mar y podía alarmarse al no verme y pensar que podía haberme pasado algo malo. “La próxima vez me voy a ocupar de embadurnarle también su agujerito trasero” dijo Carlos con delicadeza, evitando deliberadamente la palabra “ojete”, cosa que le agradecí.
Antes de separarnos, y como afectuosa despedida, y ya con mi tacos aguja y mi bikini puesta, Carlos me abrazó dándome un muy cariñoso beso de lengua de varios minutos, que yo acepté cruzando mis brazos sobre su cuello, y acariciando sus cabellos. Hasta que, emocionada por su efusividad, me corrí en sus brazos. Es notable de que modo pueden dos casi desconocidos acceder a los ámbitos del afecto mutuo cuando hay buena voluntad y vocación de servicio. “Gracias, Carlos” le dije mirándolo a los ojos. “Cuando usted quiera, Julia” siempre tan caballeroso.

Como supuse, cuando volví a nuestra carpa, lo encontré a mi esposo dormitando. “Veo que nuestro vecino te ha embadurnado bien... ¿qué tal ese hombre?” “Un caballero, mi amor, un caballero.” “Que bien, y ahora ¿vas a ir al agua?” “Después, ahora voy a tomar un poquito de sol” Y me quedé instantáneamente dormida, rendida de cansancio, posiblemente por haberme levantado tan temprano.


Al mediodía, luego del almuerzo playero, decidí que ya había tenido bastante playa por ese día. Y despidiéndome de Armando, José y Fanny, me fui para la casa. Ya que eran pocas cuadras y tenía la tanguita de hilo dental, no me pareció necesario ponerme la faldita. Así que sólo me vestí con mi breve remerita (pero sin el corpiño, porque me gusta que mis pezones respiren) y con mis tacos aguja, por supuesto. Armando, con su gorrita playera cubriéndole el rostro, dormitaba. Pero su hermana Fanny me siguió con la mirada y una gran sonrisa. Y su novio se permitió la broma de emitir un silbido a mis espaldas.
El camino de regreso estuvo, como era habitual, sembrado de accidentes callejeros, todos a mi paso. El señor que se llevó una columna por delante, el ciclista que se cayó de la bicicleta, un coche que chocó al de adelante... todos por mirarme. Lo que me pareció divertido, aunque ya estaba dejando de ser novedad. Así que proseguí con mi paso, dejando que mis gracias se bambolearan libremente.
Lo que no me esperaba era sentir una cosa fría y húmeda y unos resoples en la parte baja de mi culo. Con un estremecimiento pegué un saltito, dándome vuelta para ver que había sido eso. Y me tranquilicé: era el gran dogo de don Braulio, que ahora arremetía olfativamente contra la parte delantera de mi entrepierna. ¡¡Ven aquí, Mujik!! Se escuchó la orden de don Braulio. “¡Usted disculpe, señorita, pero este perro no sabe comportarse con una dama” “Señora, don Braulio. ¿No se acuerda de mí? Ayer estuve en su negocio para comprar fiambres” “¡Ah, sí, ahora la reconozco, es que no había tenido tiempo de verle la cara!” dijo el hombre con algo de picardía. Me reí, y el joven dogo debe haber interpretado esto como un permiso para reanudar el olfateo de mi intimidad. “¡¡¡Fuera, Mujik!!!” lo retó su dueño. “¡No sea tan severo con el animalito! ¡Él sólo quiere ser amistoso!” y acaricié la enorme cabeza del perro, dejándole que olfateara a gusto. El animal lleno de simpatía hacia mí, me dio un lenguetazo cariñoso en la zona de su interés. Don Braulio se quedó un momento desconcertado, pero luego pareció haber encontrado la actitud adecuada. “¿Gustaría de venir a tomar un té a mi casa, para disculpar mi torpeza al no reconocerla, y el atrevimiento de mi perro?” ¡Por fin un momento de sana distracción y amistad con ese dulce anciano y su encantador perrito...! “¡Oh, no tiene que disculparse por nada, don Braulio, pero voy a aceptar su invitación con mucho gusto! ¡Pero un ratito, nomás, eh!” Y nos fuimos a paso de paseo rumbo a su casa, con el simpático perrazo saltando a mí alrededor y dándome alguno que otro lengüetazo, lo que me hacía prorrumpir en carcajadas. La proveeduría de don Braulio está al lado de su chalet, a una cuadra de mi casa, en esa maravillosa zona de casas bajas y mucho verde. Verdaderamente disfruté del paseo, y de la agradable compañía.

El chalet del hombre tenía un jardín trasero bastante frondoso, con la vista de las casas de alrededor tapada por los árboles, y allí en esa intimidad verde, una mesita y un par de sillas. Don Braulio me dejó en ese entorno paradisíaco y se fue a preparar el té prometido. Los grandes dogos pueden ser perros mimosos si una sabe tratarlos, y Mujik se quedó a mi lado, dejando que le rascara la cabeza y dándome lengüetazos en la cara, o donde cayeran.
El té transcurrió agradablemente, acompañado de unas masitas horneadas por el mismísimo don Braulio. Mujik se había metido debajo de la mesa y había optado por apoyar su cabeza en mis muslos, que por fuerza tuve que mantener cerrados, pero sintiendo su respiración caliente en ya sabes donde. Don Braulio, evidentemente conciente de la situación, se reía un poco más de la cuenta de las ocurrencias que él mismo tenía.
Después trajo algunos álbumes para mostrarme sus fotos de familia. Algunas eran muy antiguas, sus padres, tíos y abuelos. Y él insistía en explicarme quién había sido cada uno y cada una. Evidentemente estaba demasiado solo y ávido de comunicación. En otro álbum había fotos más contemporáneas: sus hermanos, primos, amigos, antiguas novias y sus tres esposas. Todos explicados con lujo de detalles de cada una de las historias. Entre tanto el perro intentaba forzar mis muslos para que le permitieran llegar a mi intimidad, o al menos eso me pareció. Pero los mantuve bien apretados y continué acariciándoles la cabezota con afecto. En uno de los álbumes, al abrirlo saltaron a mi vista montones de fotos de niñas desnuditas, todas ellas. Algunas bastante pequeñitas. Me sorprendió ver tantas criaturitas desnudas, algunas posando como si fueran modelos adultas, pero no tuve ocasión de mirarlas con más detalle, pues don Braulio cerró el álbum apresuradamente y con mucho nerviosismo. “Son sobrinitas” me dijo. “¿Tantas?” “Somos una familia muy grande” farbulló, poniéndose colorado, al tiempo que se iba para adentro con todos sus álbumes.
Cuando me levanté para irme, Mujik aprovechó para pararse en sus patas traseras y lamerme el rostro. Para mi azoramiento pude ver que buena parte de su sexo había salido de su funda de piel, exhibiendo la roja cabeza en lo que evidentemente era un estado de excitación. Don Braulio, que había retornado del interior de su casa, se quedó un momento mirando la escena, que duró más de lo que yo hubiera querido, con el animal follando el aire y dándome alguno que otro pollazo en mi vientre. Por algún motivo mis pitones se habían endurecido y se notaban a través de la delgada tela de mi remerita, lo cual me produjo bastante embarazo. Finalmente, el amo me sacó el perro de encima. “¡Mire cómo se ha puesto!” dijo refiriéndose a la bruta tranca que exhibía el animal en celo. “¡Es que usted le gusta...!” agregó con mirada pícara. Y tomándome por la cintura me fue guiando hacia la puerta de entrada. Todo el camino Mujik asedió mi culo a lengüetazos, sin que don Braulio lo recriminara. Yo hice como que no me importaba la cosa, pero al despedirme del hombre no pude dejar de notar el enorme bulto que había crecido en sus pantalones. “Ha sido un gusto, don Braulio...” “¡Vuelva pronto y va a ver el gusto que se va a llevar!” me dijo el viejo reteniendo un poco mi mano. “M-muy ricos el té y las masitas...” agradecí, y me fui presurosa, con las imágenes de la roja polla del perrazo, y el bultazo bajo el pantalón de don Braulio, bailando en mis retinas.


Salvo por estos mínimos detalles, por otra parte perfectamente comprensibles, la visita había sido encantadora y merecía repetirse.
Había comenzado a refrescar y la piel desnuda de mis piernas y nalgas lo estaba sintiendo. Por suerte enseguida estuve en casa. Y me metí en la camita, donde repasé los acontecimientos de ese agitado día. Recordando la estupenda embadurnada de crema protectora que me hizo el vecino de carpa, las miradas de Fanny y su novio cuando me iba, los incidentes en la calle, los lambetones a mis partes bajas de Mujik y la tranca evidentemente erecta bajo el pantalón de don Braulio, me fui quedando dormida, aunque para conseguir una mayor relajación tuve que acariciarme varias veces con mis dedos. Y había también algo vagamente perturbador en ese montón de sobrinitas desnudas del anciano, pero estaba demasiado cansada para discernir qué. Así que acariciándome dulcemente, me dormí.

Gracias a mis amigos lectores, en su mayoría varones con muchas ganas de entablar una amistad, por sus buenos deseos, o aún por sus deseos, en algunos casos un poco descarnados, pero siempre respetuosos y valorativos de mi virtud de esposa fiel. Casi todos han tratado de convencerme para que les envíe fotos mías, pero no entiendo muy bien con que fines. He rehusado satisfacer esos pedidos porque no corresponden con el decoro que acostumbro mantener. Pero me encantará recibir tus comentarios si me escribes mencionando este relato a bajosinstintos4@hotmail.com

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Demasiado Timida para Oponerme - 7ª Parte

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A media noche tuve que ir al baño, y para mi sorpresa allí estaba Fanny, la hermana de mi marido, Armando, haciendo pis desnuda. Yo también estaba desnuda, así que no encontré motivo de incomodidad en verla así. Ni en que me viera, aunque el modo en que lo hizo mientras yo hacía pis, me pareció un poco intenso. Mientras se escuchaba el chorrito de mi descarga, sus ojos se paseaban de mis tetones a mi vagina, viendo salir el pis. Me pregunté si ese no sería el momento adecuado para plantearle mis dudas respecto de José, su novio, contándole los intentos fallidos de propasarse conmigo, que no tuvieron éxito sólo porque yo soy una esposa fiel. Y estaba por hacerlo cuando ella, metiendo su mano bajo mi concha me dijo “¿me dejarías que sienta tu pis?” La pregunta holgaba, ya que de hecho lo estaba haciendo. Claro que, para ello, había debido inclinarse hasta que nuestros rostros casi se juntaron, y así, con su mano debajo del chorro de mi pis, y sus ojos muy cerca de los míos, me dio una amplia sonrisa, dejándome ver su lengua. “Espero que no te moleste...” dijo, acercando su boca un poco más a la mía. Podía sentir su aliento cálido y húmedo, que no me desagradaba, pero la situación era tan insólita que no supe qué hacer. Entonces ella estrechó la distancia entre nuestras bocas y comenzó a darme un beso de lengua tan bueno como nunca hubiera esperado de la hermana de mi marido.

Mientras su mano mojada en mi pis se ocupó de mi vagina. La sorpresa fue tanta que me dejé hacer. Sentí sus dedos hundiéndose en mi concha, mientras su pulgar frotaba suavemente mi clítoris. Y el beso continuaba, quitándome el aliento por lo sensual. Su otra mano se apoderó de mi tetón izquierdo, apretándomelo deliciosamente. Se ve que Fanny sabía de esas cosas, pues su mano baja se movía de tal manera en mi concha que pronto me tuvo acabando sobre sus dedos. Ella me miró con una sonrisa irónica. “¡Hace mucho que tengo ganas de comerte esas tetonas y ese hermoso culo...!” dijo como único comentario, mientras seguía jugando con mi conchita. Y volvió al beso, yo siempre sentada en el inodoro, bastante anonadada por su dominio de la situación. Sentía su lengua caliente dentro de mi boca, moviéndose como si estuviera cogiéndomela, y su mano torturándome el pezón deleitosamente. Tan hábiles el beso y las caricias, especialmente las de su mano inferior, que pronto me tuvo corriéndome nuevamente. “¡Sabía que eras frágil a los toquetones!”, me dijo mientras continuaba besándome apasionada y sabiamente. “¡Ahora date vuelta, que te quiero comer el culo!” Y me volteó dejándome arrodillada sobre la tapa del inodoro, con mi culo indecentemente expuesto en pompa en todas sus redondeces. Hundió su nariz entre mis nalgas y separándolas alcanzó hábilmente mi agujerito y comenzó a darle rápidas lamiditas que me pusieron a cien. Con ambas manos aferraba toda la redondez de mi culo, y pronto su boca la llenó de besos y lamidas, para luego volver a mi ojetito y comenzar a cogerlo con su lengua. ¡Jamás hubiera imaginado que una lengua puede llegar tan adentro de un culo! Y ella la entraba y la sacaba y se la sentía bastante gruesa. Así que pronto me tuvo en un gemido ininterrumpido. Pero se ve que ella quería demorar un nuevo orgasmo mío, por lo que me sacó la lengua y su puso a darme mordisquitos en toda la superficie del culo, poniéndome a mil. Y mi gemido continuó agónicamente. Después cambió su lengua por uno de sus largos dedos y me puso en pié con una pierna en alto para poder seguir cogiéndome el culo con su dedo, y su boca se prendió a mis tetones, mordiendo y lamiendo mis pezones con gula. Ahí mi cabeza cayó hacia atrás y me corrí inconteniblemente, sostenida por ella.
Entonces me sentó sobre la tabla del inodoro y con cada una de sus largas piernas a cada lado del mismo, me puso su concha en la boca. “¡Ahora me toca a mí, nena!” y comenzó a frotarse el clítoris contra mi boca. “¡Lameme, puta!” me ordenó con voz ruda, de modo que saqué la lengua y le di gusto, al tiempo que también se lo chupaba entre mis labios. Lo debo haber hecho muy bien, pues pronto, aferrándome la cabeza por la nuca me apretó la boca con su concha y pude sentir su acabada pulsión a pulsión, estremecimiento a estremecimiento. Lo que me dejó muy caliente, pero sin acabar.

“¡Sabía que ibas a serme fácil, cuando te agarrara!” me dijo, sacándome su concha de la cara y mirándome desde arriba con una sonrisa de superioridad.
Y luego de darme un conchazo más en la cara se fue a su pieza, dejándome anonadada. Y bastante caliente, debo reconocerlo.
Me encaminé como pude al dormitorio y allí estaba Armando, boca arriba, desnudo. No podía desaprovechar la ocasión, y montándolo en un sesenta y nueve, le mamé la pija y le refregué mi concha en la cara hasta correrme. Cuando le saltó la leche, me la tragué toda. Y cuando lo desmonté se había despertado completamente, con cara de no entender muy bien lo que había pasado. “Hasta mañana, mi amor” le dije y me tendí a su lado, quedando enseguida completamente dormida.

Cuando me desperté, Armando seguí tendido en la cama panza arriba, de modo que comencé a jugar con su nabo, mientras reflexionaba sobre lo ocurrido con su hermana la noche anterior. Evidentemente Fanny era bisexual y no creo que se escandalizara mucho si le contaba los intentos de su novio para abusar de mí. Entretanto el nabo de mi esposo se había parado completamente, de modo que mientras continuaba con la reflexión, mi mano lo iba pajeando, chop chop, arriba y abajo. Por otra parte era claro que lo ocurrido entre Fanny y yo, no podía ser considerado una infidelidad de mi parte, ya que: a) yo había sido tomada por sorpresa, b) Fanny era una mujer y una no puede ser infiel con otra mujer, sino tan sólo muy fraternal y c) Fanny era casi una hermana postiza, así que podemos hablar de afecto filial, pero nunca de infidelidad. Chop chop chop chop. Así que me podía quedar tranquila, mi fidelidad estaba a salvo. Chop chop chop chop chop chop, y debo de haber insistido mucho con los movimientos de paja al nabo de mi amado Armando, porque inesperadamente comenzaron a saltarle los chorros de su glande hinchado y descubierto.
Eso me inspiró un gran sentimiento de ternura y amor, sentir como mi marido respondía a mis tocamientos aún dormido. Y tanta ternura sentí que comencé a besarle y chuparle el pito hasta parárselo nuevamente. Y entonces recomencé suavemente con los chop chop.
Esto hubiera quedado como una sencilla y romántica escena marital si no hubiera advertido que desde la puerta nos estaba mirando José, masajeando su enorme pija, totalmente enhiesta, con su mano derecha. Yo me quedé fascinada, viendo como se acercaba. Había captado que mi esposo estaba en el séptimo sueño, mientras yo me aprovechaba de él haciéndole el chop chop, y se me acercó sin temor a despertarlo. Sin decir palabra me puso el culo en pompa, apuntando para el lado de afuera de la cama, y comenzó a darme pinceladas con su gran poronga, como para sensibilizarlo ¡Y vaya si le estaba dando resultado! ¡Pero lo único que yo podía hacer era continuar con el chop chop a mi esposo, ya que si armaba un escándalo Armando se despertaría y el escándalo sería peor! Chop chop chop... Y sentí la gran cabezota de José tanteando la puerta de mi ojete. Chop chop chop chop... Y tomando un poco de lubricación de los jugos de mi concha volvió a mi ojete y me enterró casi toda la cabeza y a partir de allí comenzó un suave mete y saca que iba abriendo mi orto con la inexorabilidad de lo que tenía que sería. Chop chop chop chop chop... Y pronto me lo tuvo completamente enterrado y sus vaivenes eran más amplios y profundos. Yo comencé a gemir y jadear por la vergüenza que me provocaba la situación, y le apretaba el pene a mi esposo con angustia, chop chop chop chop chop chop... y la poronga a José con una respuesta espontánea de mi orto ante su visitante. Con sus manos aferrando mis caderas José manejaba los movimientos de mi culo a su antojo. Y yo me fui poniendo loca y a cada chop chop mis manos apretaban el nabo de mi marido como si lo estuvieran ordeñando. Chop chop chop chop chop chop chop chop... Y las embestidas de José fueron alcanzando su máximo, con su nabo entrando y saliendo por completo en cada una, hasta que lo sentí enterrándose a fondo y comenzando a pulsar chorros de leche en mi más prohibida intimidad. Y ahí aferré el nabo de Armando con tanta intensidad que volvieron a saltarle los chorritos de leche por el aire. Ahí fue cuando me corrí irremisiblemente, con la gran tranca en el culo y la pequeña tranca en la mano.
Sin sacármela todavía, José me habló al oído: “Quedate tranquila que todo el tiempo le has estado siendo fiel a tu marido. ¿No lo estabas acaso pajeando? ¿Y podías haber hecho otra cosa que dejarte culear por mí?...” Y recién entonces me la sacó, dejando un gran vacío dentro mío. Pero ¡tenía razón! ¡Yo no tenía culpa alguna de lo ocurrido, ni tampoco había querido provocarlo! ¡Y todo mi amor y fidelidad habían sido para mi esposo, cuyo vencido nabito yacía entre mis manos!
Y me acurruqué a su lado pensando de que curiosos modos una mujer virtuosa honra la fidelidad a su hombre amado.
Ese día todos seguimos durmiendo hasta pasado el mediodía, y no fuimos a la playa. Pena, porque un masaje con el vecino de la carpa de al lado mientras me ponía la crema protectora, me habría venido muy bien.

Espero tus respetuosos comentarios, es tanta la admiración que expresan mis lectores que me hacen sentir agradecida y en el buen camino. Pero eso sí: recuerda mi condición de mujer fiel y no me pidas citas ni fotos desnuda. Aunque si tu quieres enviarme las tuyas, no veo como podría impedírtelo. Ya sabes, mi dirección es bajosinstintos4@hotmail.com.


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Demasiado Timida para Oponerme - 6ª Parte

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Siempre creí que si una mujer cede a la pasión masculina sin haberla provocado, aún si está de novia o casada, no puede considerarse que haya cometido un acto de infidelidad, ya que para eso hace falta la intención.
Mi padre confesor dice que yo provoco a los hombres deliberadamente, con mis ropas ajustadas a mi abundante cuerpo y mis tacos aguja, y que por eso siempre intentan propasarse conmigo, aunque nunca lo consiguen, porque aunque la carne sea débil, el espíritu se mantiene firme y mi fidelidad sigue intacta. Para que el padre me entienda siempre le cuento en detalle los intentos de seducción a que soy sometida, más él insiste en que soy yo la que se lo busca. Pero ¿quién le va a hacer caso a un confesor que se la pasa jadeando y gimiendo durante todas y cada una de mis confesiones? Yo creo que su juicio no es ecuánime. Y si sigo confesándome con él es porque, de algún modo me inspira ternura. Y me gusta contarle mis historias con lujo de detalles. Hay muchos jadeos y estertores del otro lado de la ventanita, pero al final se acaban los gemidos, y después de dos o tres ciclos similares, el padre Manuel siempre acaba perdonándome.
El otro día, al volver de mis vacaciones playeras, lo primero que hice fue ir a confesarme. Cuando reconoció mi voz lanzó un gemido –ayy... - sin duda porque me había extrañado después de tantos días. Así que me lancé a contarle mis andanzas, y él a gemir, jadear, sollozar y todas esas cosas que hace mientras le hago mis largas confesiones.

Mi segundo día de vacaciones empezó de modo un poco raro, con José, el novio de Fanny, sentado sobre mi pecho, con su enhiesta polla frente a mis narices. Comprendí que su novia y mi marido ya habían partido para la playa y nos habían dejado solos. Y el muchacho había visto en eso la ocasión para aprovecharse de mí. Pero esta vez le dejaría las cosas bien en claro y le haría ver no sólo que yo era fiel a mi Armando, sino que él debía serlo a su Fanny. Entretanto mis ojos seguían los vaivenes de su enorme polla que él meneaba como para impresionarme. Y la verdad es que tenía con que impresionar a cualquier chica, ya que su polla no sólo era grandota y gorda, sino también olorosa, con un olor muy rico que hubiera hecho a la chica de que se tratara querer chupársela. Hay que reconocerlo, lo que es justo es justo. Lo que él no tenía en cuenta es que yo no soy cualquier chica, sino una muy enamorada de su marido. Y no hay poronga, por grande y parada que sea, que pueda cambiar eso, por más rico olor que tenga.
La boca se me estaba haciendo agua, seguramente para compensar la sequedad después de tantas horas de sueño, y prepararse para el discurso que estaba por darle. Abrí la boca para comenzar pero él comenzó a frotarme la poronga en los labios, a uno y otro lado, de modo que no me dejó hablar. No obstante, la paciencia es una de mis virtudes, ya llegaría mi momento. Así que aguardé, esperando que se cansara de su tonto juego. Y le dejé que continuara frotando el glande contra mis labios. Pero me debían de estar dando cada vez más ganas de hablar con él y reprocharle su conducta impropia, ya que la boca cada vez se me hacía más agua. Traté de mirarlo a los ojos y hacerle un mudo reproche con la mirada, pero no me salió bien, ya que la mirada se me había puesto un poco turbia, algo desenfocada. Así que él no pudo darse cuenta de lo mucho que me disgustaba la situación. Y siguió frotándome su enorme glande contra mis labios, que a estas alturas se habían entreabierto un poco. La respiración se me había agitado algo, lo que contribuyó a que el olor a macho de su poronga se filtrara con más facilidad por mis fosas nasales. Y a cada respiración, ese tremendo olor me seguía invadiendo por dentro, más y más.
Se ve que al menos él disfrutaba del juego, porque comenzó a pasearme su tranca por las mejillas. No pude dejar de darme cuenta de que no sólo era gruesa y caliente, sino más larga que mi cara. Y me la pasaba de un lado para otro. Y mis ojos veían pasar ese tremendo aparato, mucho más grande que el de mi marido. Y entonces algo inesperado debe haberme pasado, porque en medio de gemidos y jadeos me corrí. Me quedé anonadada porque no esperaba semejante reacción de mi cuerpo. Por suerte mi espíritu permanecía fiel, o con la convicción de ser fiel, aunque no tenía presente muy bien a quién.
Él continuó con sus restregadas, hasta que advirtiendo mi total falta de resistencia me levantó la cabeza por la nuca y me introdujo su sabroso glande por entre mis labios húmedos y abiertos. Mi boca se abrió involuntariamente y mi lengua quedó directamente en contacto son la suave piel de su monstruo. Contra toda mi voluntad, mi lengua comenzó a lamerle y lamerle la base del glande, en la zona del frenillo. Yo me moría de vergüenza porque él podía creer que yo lo hacía a propósito. Y algo así debe de haber pensado, porque comenzó a mover su tranca con cortos vaivenes, hacia atrás y adelante, como si estuviera cogiéndome por la boca. No sé como fue que mis manos se prendieron a sus peludas nalgas y me quedé allí, dejando que la cosa siguiera. De la hendidura de su nabo comenzó a salir un saborcito muy agradable de un líquido algo pringoso, que me encantó lamer. O al menos a mi lengua le encantó. Y de pronto José me sujetó con ambas manos las mejillas, apretándolas fuertemente, y comenzó a echarme gruesos chorros de semen que traté de paladear, pero eran demasiados y demasiado abundantes, de modo que los que no se fueron por la garganta me salieron a borbotones por la nariz. Y con esa gruesa tranca dentro de la boca, todavía pulsando, me corrí nuevamente.
Cuando me la sacó, mi lengua y mi succión se la habían dejado nuevamente limpia y brillante. Pero él se la guardó en el pantaloncito. “¡Gracias, putita! ¡Ahora vamos a la playa y a la noche te agarro de vuelta!” Y cerrando la puerta de calle me dejó tirada en la cama, todavía temblando y con la respiración agitada, seguramente por la indignación.
Para sacarme el enojo y tranquilizarme tuve que usar los dedos y acariciarme varias veces, mientras meditaba en como había sabido mantener mi dignidad de esposa fiel.

Antes de salir para la playa me di un baño con la ducha, porque por algún motivo estaba muy transpirada. El agua me devolvió las energías, especialmente cuando enfoqué el duchador en mi clítoris para descongestionarlo. Ahí me volvió el alma al cuerpo y salí para la playa caminando ágilmente con mis tacos aguja. Porque, eso sí, yo a los tacos aguja no me los saco ni para ir a la playa. Pero a cambio, no me puse faldita, pues mi bikini de hilo dental me brindaba suficiente protección. Y una extraña sensualidad hizo que fuera bamboleando el culo como si estuviera sola en el mundo y no me estuviera cruzando a cada paso con hombres de todas las edades y colores. Era una mañana en que todo el mundo parecía propenso a los accidentes. Un pobre chico que venía en bicicleta en sentido contrario al mío, se ve que debe de haberse dado vuelta para mirarme por atrás, y se tragó un farol. Un señor que venía detrás de mí con su señora se ligó un bolsazo en la cabeza, propinado por la misma. Un agente de tránsito se distrajo, mirando mis tetones que se bamboleaban bajo la remerita, y se produjeron algunos choques, con bastante ruido. Y cosas así. Yo seguí mi camino sin detenerme a mirar, porque hay tanto atrevido que podía haber tenido un disgusto.
Al llegar a la carpa de José, este y la novia se habían ido al agua, y sólo estaba Armando, al que le di un gran beso en la boca. En la carpa de al lado estaba el señor que el día anterior me había mirado con cara de “si te agarro lo vas a recordar” y al que se le colaba su gran miembro por el costadito del pantaloncito, que me saludó con una gran sonrisa, que le devolví gentilmente. Y entonces saqué la crema protectora y le pedí a mi esposo que me la pusiera. Pero Armando es renuente a esas cosas, nunca me quiere poner crema en el cuerpo. Así que le pedí al vecino sonriente, mostrándole la crema: “Señor, señor, disculpe que lo moleste, pero mi esposo no me la quiere poner. ¿Usted sería tan amable...?” “¡Por supuesto, señora, será un gusto ponérsela!” y dirigiéndose a mi esposo: “...Si al señor no le molesta que yo se la ponga...!” “Póngasela nomás, buen hombre, póngasela todo lo que quiera” dijo Armando con la cara tapada por el gorrito playero y en el principio del entresueño. “Pase a mi carpa, por favor, señora. Aquí estaremos más cómodos.” Así que me levanté, siempre con mis tacones aguja, y bamboleándome para no perder el equilibrio en la arena, me pasé a su carpa. El hombre, que se llamaba Carlos, había dividido la misma con una lona que ocupaba todo el ancho, de modo que detrás de la lona había un amplio espacio, con una colchoneta en el piso. La luz entraba por una especie de claraboya plástica, fija, en la pared trasera de la carpa. Tomándome de la mano me guió hasta la colchoneta, “tiéndase ahí, señora”. No me pareció que tomarme de la mano fuese un atrevimiento, ya que pronto me estaría tocando todo el cuerpo, así que un toque en la mano no tenía nada de confianzudo. Al contrario, me gustó su tacto, cálido y viril.
“¿Cómo quiere que me ponga, Carlos?” “Boquita abajo, linda” Así que me tendí dejando mi culo un poquito arqueado expuesto a su mirada. Pero por suerte llevaba mi bikini de hilo dental, de modo que la decencia estaba a salvo. “Vamos comenzar por el cuello y la espalda, preciosa. ¿Podría sacarse la parte superior de la bikini, así puedo pasarle la crema cómodamente?” “Lo que usted diga, Carlos” dije, desabrochándome las tiras y dejándolas a ambos lados de mi cuerpo. Y Carlos comenzó a pasarme la crema, comenzando por el cuello. Sus manos se sentían suaves y calientes y deseé que hubiera sido un masaje. Como si leyera mi mente, sus manos volvieron una y otra vez a los lugares ya visitados, y yo me entregué a esas manos que habían entendido mi necesidad de recibir un buen masaje. Por el modo en que sus fuertes manos se detenían en cada parte de mi espalda, me di cuenta de que ese hombre sabía como hacerle sentir a una mujer que la estaba tocando. Cuando su mano derecha se detuvo en mi cintura, en las inmediaciones de mi parada colita, y su otra mano me acariciaba el cuello, descubrí que mis pezones se habían endurecido, y que la cola se me había levantado un poquito más. Sus manos se acercaban y retiraban del principio de mi cola, como las aguas de la marea, enervándome un poco, ya que a esas alturas era perfectamente conciente del deseo de mi cola de recibir una buena masajeada. Y la cola se me paraba cada vez más, como si estuviera ofreciéndole el culo.
Al fin las manos treparon lentamente hasta mis nalgas y comenzaron a encremarlas. Involuntariamente se me escapó un gran suspiro de placer. “¿Le gusta, Señora?” me preguntó con cada una de sus manos copando cada una de mis nalgas. “Muuu... chooh... “ musité al sentir como me las estaba aferrando. Y esas manos se hicieron dueñas de mis glúteos. Primero comenzaron a trazar espirales simétricas crecientes, con los dedos índices rozando apenas la piel. “Curiosa manera de esparcir la crema”, pensé, notando como al pasar que me había mojado un poquito. “La relajación tiene esos efectos...”
Después con las manos aferrando cada una de mis nalgas, comenzó a imprimirles un movimiento rotatorio hacia fuera, de modo que mis glúteos ora se abrían ora se cerraban, bajo la fuerte manipulación de sus férreas manos. Ser movida de semejante manera por un desconocido me producía una gran vergüenza, sobre todo porque noté que me estaba mojando más. Después comenzó a subirlas y bajarlas con movimientos contrarios de ambas manos. Cuando una mano me subía un glúteo, la otra bajaba el opuesto, produciendo una fricción entre mis glúteos que nunca antes había experimentado. Después, hundiendo ambos pulgares en el interior de mis nalgas las separó, y continuó subiendo y bajando alternadamente mis nalgas, de un modo que me pareció algo irrespetuoso, pero no llegué a protestar porque tanta fricción había llegado hasta mi clítoris y me corrí, esperando que Carlos no lo advirtiera. Pero creo que los gemidos los escuchó. Pero las mujeres decentes también gemimos un poco ante un buen masaje. Sus manos siguieron bajando por el lado interno de mis muslos y volvían a acariciar mi culo, una y otra vez. Llegaron hasta los pies y volvieron a subir hasta el principio de mis nalgas, acariciando por dentro y rozándome la vagina con los pulgares. Como repitió ese movimiento una y otra vez, volví a correrme entre estremecimientos que procuré que el hombre no notara, para que no pensara mal de mí, como mujer casada.
Después me dio vuelta, sin recordar, seguramente, que había desprendido las tiritas de la parte superior de mi bikini y que mis tetonas quedaron al aire. “Carlos...” comencé pero él me tranquilizó: “así es mejor, Señora”, y procedió a demostrármelo. Comenzando por los hombros, sus manos pronto se apoderaron de mis pechos, encremándolos como nunca había supuesto que pudieran ser encremados. Al principio pasaban suavemente, desparramando la crema por la superficie de mis voluminosas glándulas mamarias (alguna vez seré madre, ¿sabes?), rozando mis pezones, ya muy erectos, una y otra vez. Sentí un picor delicioso en ellos, pero procuré gemir poco para que el no pensara que la cosa me estaba gustando más allá de una pasada de crema. Después pasó a amasármelos, como hacían los chicos con los que salía antes de conocer al que hoy es mi marido. Es decir, con mucho entusiasmo. Y mis pechos, seguramente recordando viejas épocas, respondieron a tanto entusiasmo con una gran irrigación sanguínea. Me di cuenta que estábamos cerca de la raya que separa la buena conducta de la indecencia, y decidí que debía advertirle: “Car... los... no... pon... ga... tan... to... en... tu... sias... mo... pa... ra... pa... sar... me... la... cre... ma... que... yo... soy... u... na... mu... jer... caaaah... saaaahhh... daaaaahhhhh...!” Me resultaba un poco difícil controlar la voz, porque estaba acabando nuevamente. Pero él debió haberme entendido, porque sus manos continuaron hacia mi estómago y luego a mi vientre, tratándolos con suavidad. Era muy, pero muy agradable. “Sáquese la tanguita”, me indicó, “así puedo pasarle mejor la crema.” Y ayudándome quitó la prendita, dejándola a un costado de mis caderas.
La situación estaba comenzando a preocuparme. Allí estaba yo, completamente desnuda, con ese hombre pasándome crema, ahora por el bajo vientre. Sus dedos alcanzaron mis vellos ensortijados y los encremaron a fondo, y luego llegaron a la entrada de mi vagina y allí se detuvieron, encremándome el clítoris hasta que me corrí nuevamente. Esta vez no pude ocultarla, por los temblores de mi bajo vientre, amén de los jadeos y gemidos. Como entre sueños lo vi sacarse el pantaloncito, dejando al aire una tranca muy grandota y erecta. “Q-qué va a hacer...?” pregunté alarmada. “Pasarle crema por el interior de la vagina”, dijo él, mostrándome su tremenda polla encremada. “Ah...” respondí débilmente, mientras él me abría las piernas e iba enterrándome su encremada virilidad en mi ahora encremada conchita. Cuando llegó hasta el fondo, mi nariz quedó contra su pecho peludo, y me quedé allí olfateándolo, mientras él le daba al mete y saca, con amplios vaivenes. Ahí cobré conciencia de que ¡me estaban cogiendo! ¡Y con mi marido en la carpa de al lado! Procuré tranquilizarme recordando que era la etapa final de la pasada de crema, pero las largas embestidas de esa enorme polla me transportaron a las regiones donde nada importa, salvo la convicción de ser una mujer fiel y para nada fácil. Este sentimiento de rectitud me hizo sentir tan bien que tuve una catarata de orgasmos, hasta que Carlos alcanzó el suyo, ensartándome profundamente y depositándome su leche con un fervor que me hizo sentir una gran simpatía hacia él, tan servicial que había sido.
Cuando me la desenfundó hizo un ruido de “¡plop!” como cuando se destapa algo. Me ayudó a ponerme las prendas y salí de su carpa y volví a la mía, tambaleándome sobre mis tacos aguja. Armando todavía dormitaba. Cuando se levantó el gorrito playero vió lo bien encremada que estaba y con mirada aprobadora me dijo que parecía que el vecino me la había puesto bien. “Si, me la puso muy bien, nuestro vecino sabe como ponerla.” “¡Gracias!” le dijo al vecino. “¡Cuando quiera!” contestó Carlos con su simpática sonrisa.
Y me tendí sobre la reposera dejando que el sol lamiera mi cuerpo.


En la próxima seguiré contándote mis andanzas de esposa fiel, en mis vacaciones de Punta del Este. Recibiré gustosa tus comentarios si me escribes a bajosinstintos4@hotmail.com, mencionando este relato. Por favor: no me pidas fotos ya que eso sería una forma de infidelidad que no corresponde a una mujer virtuosa.

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Demasiado Timida para Oponerme - 5ª Parte

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Resulta que Fanny, la hermana mayor de Armando, mi marido, se puso de novia con José, un muchacho que tiene un departamento cerca de la playa, en Punta del Este. Y nos invitaron a ir con ellos. No me costó mucho convencer a Armando de que fuéramos con ellos, nos hacían falta unas buenas vacaciones. Metí en una bolsita toda la ropa que usaría, a saber: dos falditas, dos remeritas, cuatro braguitas (ya que se me mojan mucho) y dos bikinis, de esas con hilo dental entre las nalgas. No llevé brassieres ya que mis tetones se sostienen muy bien por si mismos, pese a su gran tamaño.

Y me gusta que los pezones respiren bien a través de la tela de las remeritas. Y un poquito de perfumitos y cremas para el cuerpo, ya que me encanta que me pasen crema en la playa.
José tiene un auto grande, así que me pude repantigar a mi gusto en el asiento trasero, al lado de mi Armando. No me preocupé por bajarme la faldita, ya que hubiera sido una tarea de nunca acabar, y creo que si pronto vamos a ser parientes, no tengo por qué andar escondiendo los muslos de José. Y él debía pensar igual, porque por el espejito retrovisor me miraba sonriendo, con simpatía.

Armando se quedó dormido y pronto yo seguí su camino, acurrucándome contra él. Esto hizo que me quedara la cola prácticamente al aire, ya que la faldita se me había ido enroscando. Pero tenía la braguita de hilo dental entre los glúteos, así que lo esencial estaba tapado. Le dediqué una esplendorosa sonrisa a José, y me quedé dormidita.

Cuando me desperté, el coche estaba detenido frente a un restaurante de la ruta. Se ve que no habían querido despertarnos, o tal vez querían un poco de intimidad. Y yo aproveché la intimidad que nos habían dejado a nosotros, haciéndole una buena mamada a mi amado esposo quien, sin despertar, se deshizo dentro de mi boca derramando su rica leche. Y me volví a dormir, satisfecha.

El departamento resultó ser un chalecito bastante lujoso, señal de que a José las cosas le iban bien. Incluso habían instalado una pileta de natación, algo redundante en ese lugar dada la cercanía del mar, pero –explicó José- “para los días en que uno no tiene ganas de ir a la playa”.
La cocina tiene un pequeño comedor, y allí me ocurrió algo un poco extraño.
Resulta que al lado de las hornallas hay una mesada de mármol, en cuyo borde José había puesto una de sus manos, mientras charlaba con Armando y Fanny. Y yo, inadvertidamente apoyé mi cola contra ella, creyendo apoyarla contra la mesada, pero pronto me di cuenta de que allí había unos nudillos con sus respectivos dedos. No sé como no los había visto antes de apoyarme, pero yo soy así de distraída.
Como estábamos por salir para la playa, yo llevaba puesta mi bikini de hilo dental que se metía dentro de mis ricos glúteos, de modo que el contacto fue piel a piel. Mi primer impulso fue saltar fuera de ese contacto, ya que soy una mujer fiel a mi esposo, y no quería malas interpretaciones. Pero me contuve ¿cómo quedaría José frente a su novia si ella advertía que él no había hecho nada por evitar el contacto? Por Armando no me preocupo –nunca me preocupo por Armando- porque él sabe la clase de esposa bien portada que tiene. Así que me quedé con mis glúteos apoyados contra la mano de José, aparentando naturalidad. Él debió haber seguido un razonamiento similar, ya que no hizo nada por retirar la mano, y siguió hablando animadamente. Y durante los diez minutos que siguieron no cambiamos de posición, si bien noté un ligero desplazamiento horizontal de sus nudillos y dedos, de modo que el dedo medio quedó justo frente a la raya que divide mis glúteos, lo cual me produjo un cierto sentimiento de sensualidad. Especialmente cuando su dedo medio, separándose de los otros, se insinuó entre mis nalgas. Con un sentimiento de recato procuré evitar que siguiera adelante, para lo cual le aplasté el culo contra el dorso de la mano. Pero fue contraproducente, ya que su dedo medio encontró mayor facilidad para abrirse camino entre mis glúteos, llegando incluso hasta mi ojetito, afortunadamente tapado por el hilo dental.
Toda esta situación, por inocente que pueda parecer, había hecho que los colores me subieran al rostro. Así que propuse animadamente que saliéramos para la playa. Armando y Fanny fueron los primeros en salir. “¡Ahora voy!” les avisó José en tono jovial, “¡Tengo que lavar las tazas!” “¡Y yo lo voy a ayudar, así termina más rápido!” agregué mientras los veía caminando hacia la playa. Y, dicho y hecho, me puse a lavar la vajilla. Atrás mío José me iba alcanzando los cubiertos, pero pronto lo sentí apoyando mi culo. Y lo que tenía entre las piernas no era ningún cubierto. Al contrario, había sacado su tranca erecta fuera del pantaloncito de baño y comenzó a restregármela contra mis glúteos. No supe qué hacer. Por un lado no podía criticar la erección que estaba sintiendo, porque ya había visto lo que el contacto con mi cola le produce a los hombres, así que no podía culparlo. Por otro lado estaba un poco incómoda, porque se trataba casi de un pariente, y él podía mal Interpretar mi actitud tomándome por una esposa infiel. Por otra parte no quería retarlo para evitarle un momento violento. Y por otra parte con tantas restregadas de su caliente tranca contra mi culo, me estaba mojando como loca. Decidí que debía detener todo eso. “José” le dije con voz lo más amable posible, “debemos detener esto, yo soy una mujer fiel a su marido”. Pero José comenzó a amasarme los tetones, mientras continuaba con sus refregadas de palo. “¡No José, Jose... cito,... no... si... gas...!” La voz se me quebró un poco porque el había sacado mis tetones afuera y estaba trabajando mis pitones con ganas y sabiduría, he de reconocerlo. Pero seguí defendiéndome: “¡Jo... sé... no... ha... gas... e... so...!” Y pensé que lo podía estar convenciendo porque una de sus manos abandonó uno de mis tetones, pero me equivocaba, porque pronto la sentí desabrochándome la parte inferior de la bikini, dejándome con la cola al aire, sin protección. Me quedé paralizada por la audacia de este hombre. Y él aprovechó mi indecisión para ponerme su gorda tranca a la puerta de mi ojetito. “¡No te preocupes, cuñadita...!” me dijo con su voz gruesa en el oído. “¡Esto es por el bien de la familia...!” y besándome con su cálido aliento en el cuello, mientras su mano seguía con mis pitones, con la otra me separó las nalgas y avanzó unos centímetros de su poderosa tranca dentro de mi ano. “¡Ahhh...!” exclamé al sentirme penetrada, perdida ya toda voluntad de oposición. “¡Ahhh... Jo... ´se... qué... gor... da... la... te... nés...!” Al girar la cara para hablarle, él atrapó mi boca con la suya y comenzó a darme unos tórridos besos de lengua, que procuré no devolver, aunque mi boca no me hizo mucho caso. En unos momentos me tenía totalmente empalada y le dio al mete y saca con ganas, con muchas ganas. Y con ambas manos seguía jugando con mis melones, mientras seguía con el trabajo devastador de su boca. Elevé mis pensamientos al cielo, para que el Señor me ayudara a superar esta inesperada prueba y traté de encontrar en mi mente la imagen de mi Armando, pero lo único que vino fue la diferencia entre su tranca y la que me tenía ensartada, que en grosor, largo y dureza era muy superior a la de mi marido. Así que volví a elevar os ojos al cielo mientras sucumbía bajo los efectos de tanta fricción tan entusiasta. Me corrí en medio de estremecimientos, haciendo que su polla se disparara en una secuencia de grandes chorros hacia lo más profundo de mis intestinos. Al sentirla pulsando dentro de mi culo volví a correrme, entre jadeos y gemidos. Y quedé sin fuerzas, sostenida tan solo por sus dos manos en mis tetones, y su gran poronga en mi culo. Me tuvo unos minutos más así ensartada, y finalmente, me llevó ensartada todavía, hasta dejarme caer en el sofá, donde quedé culo para arriba. Él dándome la vuelta, me colocó su polla todavía chorreante y me hizo limpiársela con la lengua. Bueno, que se la lamí y se la chupé, sintiéndome invadida por un impulso de solidaridad familiar. Después me hizo ponerme boca arriba y meciéndome su menguante tranca dentro de la boca, se quedó un momento quieto, hasta que sentí que su pis caliente comenzaba a salir del glande. ¡Eso sí que me sorprendió! No era nada desagradable, al contrario, lo saboreé y tragué con placer, contra todo lo que podía haber supuesto. Y aunque en otro momento hubiera podido pensar que esto tenía un toquecito de perversión, me tranquilicé: esto no era sexo, sino pis, así que el placer que sentía no era sexual y por lo tanto no había infidelidad. Así que seguí chupándole el pis hasta que cuando ya le faltaba poco me la sacó de la boca y terminó meándome la cara. Fue algo un poco vejatorio, debo reconocerlo, pero –incomprensiblemente- volví a correrme. “¡Bueno, Pichoncita, estamos un poco atrasados, vamos para la playa!” dijo, guardándose la polla bajo el pantaloncito de baño. “¡No tardes!” dijo al salir, dejándome despatarrada en el sofá, tratando de reponerme.

La playa estaba esplendorosa y resplandeciente, dado el cielo límpido y el sol intenso. Por suerte la carpa de José nos brindó bastante protección.
Todos iban frecuentemente al mar a refrescarse. Pero yo no. Por alguna causa desconocida me encontraba algo cansada y sin muchos ánimos para retozar. En la carpa de al lado había un señor que me miraba con cara de “si te agarro lo vas a recordar” y al que le dediqué una sonrisa de vecina de carpa, para ser sociable. Pero en realidad estaba preocupada por una cuestión ética: ¿debía yo hablar con Fanny sobre la dudosa actitud de su novio? Porque, si bien en mi caso no había habido ningún tipo de actitud infiel, ya que todo había ocurrido contra mi voluntad, no podía decirse lo mismo de él. José había intentado seducirme con todos sus recursos, y si no lo había conseguido se debía sin duda a mi actitud recta, de esposa fiel incorruptible. Pero ¿sabía esta chica con quién iba a casarse?
El señor de la carpa de al lado se había despatarrado sobre su silla, de modo que por su pantaloncito se podía ver buena parte de su miembro que se colaba por un costado. Me pareció que lo hacía a propósito, aunque su miembro parecía en estado de reposo, era bastante grande y creo que el hombre quería ostentarlo. Pero conmigo no iba a tener suerte, yo tengo ojos solamente para mi marido. Para los otros hombres tengo otras cosas, pero ojos no.
De cualquier modo le dediqué una mirada por cortesía, y una sonrisa amable cuando nuestras miradas se encontraron. Y seguí en mi reflexión de carácter ético. Si yo le contaba a Fanny de los intentos de su novio por seducirme, ¿sería creída por ella? Bien sabido es que en las cuestiones del amor las mujeres somos ciegas. Y a veces, por fortuna, los hombres también. Así que parecía poco prudente hablar con ella. ¿Debía comentar la cosa con mi esposo? Tampoco, porque si me pedía detalles del intento de seducción iba a ser difícil que no creyera que yo había colaborado un poco. Y yo no soportaría ser dudada en mi condición de mujer fiel.
Entretanto la polla del señor de al lado había ido creciendo de tamaño de un modo inocultable. Ahora le sobresalían por debajo del pantaloncito unos veinte centímetros de gruesa tranca, que sumados a los que estaban debajo del pantalón debían dar una poronga como para merecer una mención en la guía Guinnes. Involuntariamente mis cejas se enarcaron por el asombro ante lo que veía, y el hombre aprovechó para hacerle dar una sacudida a ese tremendo pedazo erecto, en señal de saludo, y dedicándome una sonrisa algo lasciva. Pero yo hice como que no advertía la segunda intención y me limité a devolverle la sonrisa con una amplia sonrisa mía, llena de candor e inocencia, como para sacarle las malas ideas de la cabeza.
Así pues el único camino que me quedaba, concluí, era hablar con José para hacerlo recapacitar sobre su conducta y sus responsabilidades hacia Fanny. Y seguramente encontraría algún momento para hacerlo.
Cuando todos volvieron decidí que era mi momento para ir al agua a refrescarme un poco. Y como la arena estaba muy caliente, la crucé a grandes saltos. El problema con los grandes saltos es que mis grandes pechos se bambolean mucho, y mi cola también. Pero confiando en no llamar demasiado la atención me fui hasta el agua. En mi camino escuché algunos comentarios masculinos algo subidos de tono. Pero podía comprender a esos pobres hombres, sin sentirme molesta ni agredida por las cosas que me decían.
Ya en el agua saludé a Armando que estaba muy lejos, allá en la carpa. Y la verdad es que no sé si me vio, porque no vi su mano en alto.
Lo que sí vi fue una colección de hombres que me venían siguiendo. Seguramente eran los mismos que me habían piropeado durante mi paso por la caliente arena. Me sentí halagada por tanta respuesta a mis encantos. Y les obsequié una de mis mejores sonrisas. Ante los cual siguieron acercándoseme por todos lados.
Yo me zambullí, dándoles una involuntaria visión de mi sabrosa cola, y al mismo tiempo una actitud de indiferencia y despreocupación.

Pronto me rodearon completamente. Si yo hubiera sido soltera la situación podría haberse calificado de excitante. Eran siete hombres jóvenes atractivos, musculosos, bronceados, que me miraban con inocultable simpatía. “¡Hola!” les dije para no parecer estirada. “¡Hola, preciosa!” “¡Hola, bomboncito!” “¡Hola, cosita rica!” y cosas así me contestaron a coro.
“¿Vinieron a charlar un poco?” pregunté para iniciar la conversación. “Y lo que se pueda...” dijo un rubio fornido y simpático. “Y a conocer a tan linda chica...!” dijo un morocho de aspecto seductor. “Conocer en el sentido bíblico” agregó un gordito bastante corpulento. Y todos se rieron así que yo también me reí, aunque no había entendido muy bien el chiste.
“¿Son religiosos?” pregunté para continuar la charla.
“¡Muy religiosos!”
Estaban todos a centímetros de mi cuerpo, de modo que no me extrañó sentir una mano en mi cola. Hice como que no me daba cuenta, para no avergonzar al muchacho que seguramente no lo había hecho con mala intención. Y procuré seguir conversando en tren amistoso. Al fin de cuentas iban a ser mis compañeros de playa durante todas mis vacaciones, y siempre es mejor tener amigos.
Pero pude sentir que el chico no había retirado su mano y que, por el contrario, me estaba acariciando la cola. No le reproché la cosa, para no avergonzarlo delante de sus amigos. Ahora se había acercado tanto que algunos de sus cuerpos me tocaban. Yo continué con la charla, pero me estaba poniendo nerviosa la proximidad de tantos cuerpos varoniles cerca. No es que parecieran malos muchachos, todo lo contrario, pero una no es de hierro...
Ellos tampoco eran de hierro, pude comprobar, porque pronto sentí una mano tocando mi tetón izquierdo. “Tenés una teta muy linda...” me comentó su dueño mientras comenzaba a amasarla. “Gra... cias” le dije, por decir algo. “Es cierto, ¡qué tremenda tetona!” dijo otro que había tomado a su cargo mi otra teta. “M-muy gentil... pe-pero...” sentí otra mano que se había puesto en mi entrepierna y comenzado a sobarla. Decidí aclarar la situación, para evitar malos entendidos. “Mu-muchachos, les agradez... co pero yo sólo busco amis... tad. Soy una mu... jer ca... sa... da...” dije con la respiración algo agitada por tantas sobadas que estaba recibiendo. Mis pezones se habían endurecido y mi entrepierna había comenzado a hacer su aporte al mar. Bajé mi mano para detener al que me estaba sobando el coño, pero en el camino me encontré con una tranca parada y dura, y mi mano se prendió a ella sin dudarlo, posiblemente para tener algo de donde agarrarse en medio de tan incómoda situación. Así que no pude impedir que me siguieran manoseando el coño. Ni los tetones, ni el culo. Y pronto colocaron otra enorme polla enhiesta en mi otra mano, que en forma instintiva se aferró a ella y comenzó a pajearla. A estas alturas había comenzado a gemir y jadear, pero repitiendo: “¡Por... fa... vor, mu... cha... chos, ...soy... u... na... mu... jer... ca... sa... da... y... res... pe... to.. a... mi... ma... ri... do...!” una y otra vez. Pero ya saben como son los machos, sólo les interesa satisfacer sus propias urgencias, y son sordos a cualquier otra cosa. Así que me resigné a que eso continuara hasta que se aburrieran.
Pero no se aburrían, uno comenzó a penetrarme la concha, luego de hacer a un costado la tela de mi braguita playera. Y cuando sentí su poderosa tranca penetrándome, sentí que yo tampoco me estaba aburriendo, después de todo. Y pronto sentí los chorros en el interior de mi vagina. Bueno, que se fueron pasando todos, por mi concha y por mi culo, dejándomelos muy abiertos dados los tamaños que esos jóvenes sinvergüenzas portaban. Así que como siempre hago en esos casos me encomendé a Dios y traté de mantener mi espíritu concentrado en la imagen de Armando, pero sin mucho éxito debo confesarlo.
Cuando terminaron conmigo estaba hecha una piltrafa, de tantos polvos que -involuntariamente, eso sí- me había echado. Me dejaron flotando en el agua y se volvieron nadando vigorosamente hacia la playa.
Sólo uno de ellos se apiadó de mí y me remolcó hasta la mitad del camino. Una vez que hicimos pié pude comprobar que no todo había sido generosidad en su gesto, pues me hizo sentir su polla en el culo, y yo me dejé hacer, ya que no estaba en condiciones de oponerme. Así que frente a la vergüenza de la situación, lo único que pude hacer fue correrme dos veces más. Y luego le rogué que me acercara hasta la playa. “Bueno”, concedió, “pero sin compromisos, ¿eh?”

Llegué a la carpa como pude y me desmoroné en una silla. “Se te vé muy cansada” dijo Armando con simpatía. “Es que el mar estaba muy duro...” Fanny se extrañó del término “¿duro?” “durísimo” corroboré antes de quedarme dormida.
Cuando llegamos a la casa dormí a pierna suelta el resto de la tarde. Pero curiosamente, bastante feliz. “Es la felicidad producto de la virtud de una esposa fiel” pensé mientras me iba sumiendo en el entresueño.
Pero las vacaciones apenas habían comenzado.

Me gustaría que me comentes que te ha parecido este relato, mencionando su título. Escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com. Pero por favor, no me pidas citas ni fotos, recuerda que soy una mujer casada y me debo a mi marido.

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Demasiado Timida para Oponerme - 4ª Parte

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Para quienes recién llegan a estas páginas debo decirles que soy una mujer felizmente casada y muy enamorada de su marido, e incapaz de serle infiel, como pueden atestiguar todos aquellos que me conocen de cerca (Y no son pocos….)
Yo no entiendo a esas mujeres incapaces de respetar la promesa de fidelidad implícita en el matrimonio.
Y me pregunto como pueden violarla con tanta ligereza, como si buscaran a propósito cometer infidelidad. ¿Es que no respetan a sus maridos? ¿Cómo pueden vivir con su conciencia tranquila? Yo no soy así. Soy incapaz de buscar cometer una infidelidad. Y por más que me asalten las tentaciones, procuro mantener mi conciencia libre de manchas.
Mi cura confesor me objeta las falditas cortas y apretadas pues dice que marcan demasiado las formas de mi culo, pero lo que ocurre es que he engordado un poco desde que me las compré, pero como no soy para nada gorda, todo está bien. Cierto que me dejan buena parte de los muslos al aire, especialmente cuando me siento. Pero ese no es mi problema sino el de los hombres que todo el tiempo buscan acercarse. Pero una mujer fiel no tiene miedo de sucumbir.
El Padre me dice que mis remeritas también son dos tallas más pequeñas que la que necesito ahora y que me marcan demasiado los pezones. Pero, bueno, si tengo las tetas grandes y paradas, y los pezones gordos, no es culpa mía,no voy a renovar todo mi guardarropas, pues eso sería un gasto muy grande para el sueldo de mi marido. Y, aunque yo también trabajo, soy muy considerada con él. La única concesión que le hago a la coquetería son mis tacos aguja, pero me encanta el modo en que elevan mi altura y me alargan las piernas. Y el modo en que todo se me bambolea cuando camino. Yo sé que eso resulta un poco provocativo para los hombres, y por alguna razón que se me escapa, siempre quieren abusar de mi. Pero no temo, pues sé marcar muy bien la línea que no deben transpasar. Puede que transpasen todo lo demás, pero la línea nunca.

Había sido un día de trabajo bastante fuerte en el consultorio del doctor Martínez, y no veía la hora de llegar a mi hogar donde me esperaba con los brazos abiertos mi amante esposo, mi Armandito. Y a pesar de que era la hora pico, opté por el subte, que aunque tenía que recorrer prácticamente todas las estaciones, era el mejor medio, por lo veloz. Además me iba a permitir ensoñar con la fidelidad que le profeso a mi cónyuge. Pero creo que no fue del todo una buena idea.

Yo estaba bastante incómoda con esa enorme tranca cilíndrica taladrando mi culo. Lo que me molestaba no era la tranca, que por cierto, no era la peor parte del asunto, sino el hecho de que pertenecía a un perfecto desconocido que me había abordado en la calle y luego perseguido por todo mi camino, sin cesar de tratar de convencerme para poder brindarme su amor. Muy insistente y cargoso. Yo le expliqué que soy una mujer casada y fiel a su marido. Pero, en ese momento estábamos en el subte, y este hombre no dejaba de sobarme las nalgas. Yo hacía como que no me daba cuenta para no dar lugar a una escena violenta, ¡pero él le dio un ajetreo a mis posaderas como hacía mucho tiempo que no tenían! La verdad es que me subieron los colores al rostro, pasando en el camino por los tetones.
¡Tenía que hacer algo para detenerlo! En nombre de lala fidelidad a mi esposo asumí que debía quitar mis glúteos de su alcance, para lo cual hice lo más sencillo: me di media vuelta, quedando frente a él. ¡Esta vez lo había embromado! El subte estaba muy lleno y no podría realizarla operación de volver a ponerse detrás de mí. Así que enfrenté su rostro con una mirada neutra, como de indiferencia. No era un hombre desagradable, por el contrario era bastante guapo, si no fuera por ese modo tan insistente de actuar. Pero, bueno, el asunto estaba solucionado.
Eso creí, porque aprovechándose de mi nueva posición comenzó a sobarme los tetones. Mis tetones, además de grandes y parados, son muy sensibles, y los pezones reaccionaron enseguida, poniéndose duros. Seguramente el hombre no estaba al tanto de esto, así que decidí advertirle. Y acercando mi cara a la suya le susurré: “¡no haga eso, por favor, que soy muy sensible!” Pero el estúpido aprovechó para darme un beso en la boca. Me tomó de sorpresa y no atiné a retirar la boca. Lo que pasaba es que la sobada en mis tetones me quitaba un poco de concentración. Para cuando pude reaccionar, el muy bestia me estaba comiendo la trompa con un apasionado beso de lengua. ¡Y qué lengua! Así que no pude reaccionar. A lo único que atiné fue a bajarle lasmanos, sacándolas de mis pechos, pero el beso me estaba volviendo loca. Digo, en mi condición de mujer casadaque detesta estas confianzas. ¡Pero no sabía como pararlo, ya que me tenía muy bien aferrada!
¡Y de pronto siento una de sus manotas tocándome la entrepierna! Inadvertidamente se me escapó un gemido ahogado, mientras su lengua me seguía trabajando, y su mano comenzaba a restregarse contra mi más secreta intimidad. Me quedé completamente desconcertada, sin saber que cosa hacer, ni como impedir que siguiera adelante. Con la otra mano me atrajo por la cintura contra su cuerpo. Y pude sentir su aroma de macho y su cuerpo tan recio. Y en un movimiento acomodó su tranca contra mi intimidad. Y me la frotó un poco. Y ahí, contra todos mis deseos, me corrí, aferrándome a sus fuertes hombros, con manos desesperadas, para no caerme. Sentí una gran vergüenza, porque en mi condición de esposa fiel se supone que no debían pasarme cosas así. Aún aferrada a su cuerpo y con su tranca frotando mi intimidad, y su mano libre manoseándome los tetones logré separar mi trompita de esa boca devoradora, y entre jadeos le dije que por favor se detuviera, que yo era una mujer enamorada de su marido. Por única respuesta me dio vuelta de modo de quedar mi culo pegado a su tranca y con sus manos siguió sobándome los pechos, que a estas alturas me mandaban sensaciones como para elevar a una monja. La gente de alrededor no se daba cuenta de nada, tal la cancha de este hombre. Y yo me quedé quietecita para no levantar la perdiz. Pero él tenía sus pensamientos en otra parte. Y tomando mi breve faldita con una mano, la subió, dejando mi sabroso culo al aire, cubierto tan sólo por mi braguita roja de hilo dental. Entonces escuché su jadeo ronco y su respiración caliente en mi oído: -¡por mí podés estar todo lo enamorada de tu marido que quieras, pero ahora me vas a dar el orto…!- y de un tirón me sacó la braguita. “Lo que usted diga, señor.” Musité comprendiendo que no sería bueno llevarle la contraria. Y elevé mis oraciones al Señor, rogándole me permitiera sobrellevar este duro trance. ¡Y vaya si estaba duro!
Con sus dos pulgares me separó las nalgas y comenzó a enterrarme su rígida tranca. Luego volvió a mis tetones con una mano y a mi conchita con la otra. Las sensaciones me sobrepasaban, pero centré mi mente en la imagen de mi amado Armando, para recibir fuerzas. O al menos traté de centrarla, porque lo que estaba recibiendo tenía mucha fuerza. Mi cola bien abierta se apretaba contra sus vellos púbicos, con toda su tranca adentro de mi agujerito. Y él la movía con pequeños vaivenes enérgicos. La imagen de Armando iba y venía a la deriva de las sensaciones, cada vez más borrosa. En mi cuello sentía el aliento jadeante del apasionado desconocido y de mi boca abierta caían en cámara lenta hilillos de saliva que habían quedado fuera de control. La situación, como ya dije, me resultaba incomodante, pero me resigné a que el hombre saciara sus bajos instintos con su tranca apretada entre mis suaves y carnosos glúteos. “¡Cómo te estás dejando, puta!” me susurraba en el oído, mientras me besaba el cuello. Y todo junto era demasiado para una mujer fiel como yo, y mi cuerpo comenzó a correrse, mientras mi boca dejaba escapar gemidos y jadeos. Esto lo excitó: “¡Ya de corriste de vuelta, putona! ¡También con ese culo y esas tetonas se veía que estaban buscando guerra!” Y sus vaivenes eran cada vez màs largos y profundos, lo que entre otras cosas me produjo un desenfoque total de mi vista, que es lo que me ocurre cada vez que mis ojos, fuera de control, bizquean. “¡Así que la señora le es fiel a su esposo…!”, dijo el sinvergüenza y enterrándomela hasta el fondo comenzó a descargar una catarata de chorros en mi ojete, tan fiel a mi marido. Cuando sentí cómo me lo estaba llenando me abandoné completamente a su abrazo y sostenida de los tetones por sus manotas, y del culo por su tranca, me corrí, ya ni sé cuantas veces.
Cuando volví en mí me encontré en un asiento del andén, con un papelito en una mano, con el teléfono del desconocido, que se llamaba Tony. Quería una cita el hombre. “Bueno”, pensé mientras me encaminaba a casa, “que el hombre quisiera una cita no era algo tan malo, después de un viaje tan largo juntos en subte, siempre surge una corriente de simpatía, pero por lo menos la cosa no pasó a mayores”. Posiblemente lo llame para dejarle las cosas bien en claro.

Si tienes ganas de hacerme llegar tus comentarios sobre esta narración, menciónala al escribirme a bajosinstintos4@hotmail.com, y me encantará leerlos. Pero por favor, no me pidas fotos ni que te escriba. Recuerda que soy una mujer casada que ama a su marido.

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